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Cultura

18 de Septiembre de 2010

La cueca, diapasón de plebeyez alegre

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POR JOAQUÍN EDWARDS BELLO*
UNO

El Diccionario de la Academia define la zamacueca o cueca con estas palabras: “Danza grotesca que se usa en Chile y en otras partes de América”. Esos doctos señores que administran el léxico y los doctos correspondientes de nuestra tierra no tienen mayor respeto para nuestra danza típica. Pero han de saber que la cueca tiene un valor excepcional: sin una sombra de vicio significa la persecución amorosa del español a la india y la iniciación del hogar chileno; otras veces quiere decir el segundo acto en el drama de nuestra formación, consistente en el amor de un indio por una señorita de origen hispano. En este último caso el canto que acompaña al baile es destemplado, el zapateo es violento; el coro ensordecedor logra apagar las palabras y dominan los estridentes compases. El traje de los bailadores evoluciona por desgracia con la moda de las ciudades. En un principio, los hombres llevaban la chaqueta corta que marcaba las formas viriles y las mujeres faldas de percal crujidor, de gran vuelo, encima de las enaguas almidonadas que a veces asomaban por debajo con timidez; por la espalda caían dos trenzas negras como crines. Este traje de las mujeres es el mismo de la china que en las pampas perpetúa el heroico pericón. Poco queda ya de esas cuecas primitivas y campestres que por desgracia se ligaron demasiado con el alcohol; no se concebía cueca sin trago, y de esta manera las leyes contra el alcoholismo combatieron indirectamente a esa danza.

Todo baile consta de dos partes: un ser que domina y guía, y otro que se somete complaciente. Cabe decir, conquista y sumisión. La cueca es un admirable cuadro de esto que dejamos dicho. Seguramente la cueca no vino a Chile de pronto, importada de golpe, como los primeros cerdos de que se nos habla en el asalto a Santiago la noche aciaga en que Inés de Suaréz cortó algunas cabezas de caciques, o el primer mono que nos muestran en las vísperas de Tucapel, escapándose de las manos de don Pedro de Valdivia.

La cueca debió ser una reminiscencia de danzas españolas evocada con los instrumentos que estaban más a mano de los conquistadores, como sus tambores y cornetas. Después de haber visitado el norte y sur de España, yo creo, apoyándome en simple impresión visual, que la cueca proviene un poco del aurrescu y otro poco de la jota aragonesa. No creo que tenga algo de los bailes andaluces. Esto me hace creer, además, que en la conquista hubo siempre más soldados del norte que de otra parte. Catalina de Erauso, la monja alférez que figuró en la conquista, tenía, según señala la historia, muchos camaradas de su región.

Alguno tomó un tambor, otro una flauta o corneta y empezaron a saltar al azar, quizás para calentarse en algún campamento de invierno. Posiblemente, una india alegre sintió el contagio irresistible de esa música. Los soldados la animaron. Se estableció entre todos una gran camaradería: aplaudieron, bebieron. La luna vio nacer así la cueca chilena. Quién sabe si los soldados del Perú la trajeron y la bailaron con sus anaconas. El caso es que la cueca proviene de la zamacueca, y éste es un baile muy popular en Perú; se baila acompañándose con un pañuelo de seda que las parejas se quitan del cuello y que algunas veces mantienen junto al cuello por la parte de atrás, tomándolo graciosamente a dos manos, como hacen los cubanos al bailar la rumba. Tengo un grabado muy curioso, impreso en París en 1856 y que se llama Zamacueca. El dibujo está firmado en Lima.

DOS

En todos los países donde chocan dos razas diferentes, una inferior y otra más culta y evolucionada, se producen dramas de pasión. En toda la guerra de conquista, y después, y aún hasta ahora, se notan esos dramas en que los inferiores pretenden mezclarse y acaparar las cualidades de los superiores.

En la cueca, el hombre se encara fieramente a la mujer, la persigue, la hostiliza, la sonríe, la penetra con miradas hipnóticas, eleva el pañuelo, lo baja y menea a sus pies como si tuviera estacas; se encoge, siempre mirando a la mujer; zapatea, enarca el cuerpo hasta que sus formas se marcan de manera expresiva. Este juego sigue hasta que la vence. La mujer, que ha seguido con cara fatalista el ardor y el empuje del visitante, se deja hacer el juego como un rito inevitable, y al final cede con una cara entre coqueta y compungida.

El público permanece alrededor animando a los bailadores en forma violenta, a veces gritando palabras desconocidas, como no sea en araucano, tales como huifa y rehuifa.

Las tocadoras de vihuela son gruesas generalmente y se ve que ya pasó para ellas la edad del baile. Por una inevitable reminiscencia o evocación de gallinero, parecen gallinas cluecas, cantando con voces aguadas que de lejos parecen llanto; alguien se baja siempre a tamborear o seguir el compás en forma espacial con el revés de la mano en la caja de la vihuela; otros dan palmadas al mismo tiempo, produciendo el concierto tan característico que todos conocemos.

Lo que me hace creer que la cueca no será nunca un baile de salón, como han pretendido, son las mismas expresiones de los animadores, que si se suprimieran quitarían toda la realidad y el mérito tradicional del baile. Tales expresiones que yo he oído son de las más raras y diversas, pero conservan el mismo diapasón de plebeyez alegre y desaprensiva. Véase:

Arrechanchamelá
Arremangamelá
Y un canario que las
Que las tenga dorás.

Otro:
Las chauchas
Los dieces
Los padres
Franceses.

Otro:
Cómetela perro
No te la comái.

Sería imprudente trasladar a un salón de sociedad estas expresiones con las consiguientes caras y palmoteos. La cueca es baile heroico, nacional, mas no de salón; es la danza del pueblo, como la sardana lo es de Cataluña, el aurrescu de Viscaya y la jota de Aragón. Ninguno de estos bailes logró llegar a los tabernáculos del flirt y la frivolina en París o New York. La cueca es la primera expresión de vitalidad, la primera afirmación de vida iberoamericana por cuanto es el símbolo de la fusión. Bailarla a parejas juntas sería matarla, sería quitarle su origen de conquista y sumisión amorosa. Defendamos a la cueca para que no se cosmetice y penetre en los salones peluquerizada a la última moda de hoy. Así como el tin tin alegre de las herrerías cada mañana preside la fusión del hierro y el fuego, así el tamboreo de la cueca en la alborada roja de nuestra historia presidió la mezcla de Arauco y España.

En la novela “Emelina”, aldabonazo irrespetuoso en el panteón de Darío, se nota bien lo que escribió su colaborador D. Eduardo Poirier y lo que escribió el gran nicaragüense.

Un crítico argentino nota sagazmente que el comienzo es de un chileno por cuanto sobresale en la descripción de un incendio. La novela ocurre en Valparaíso y quien dice Valparaíso dice bombas y campanas de alarma.
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*Artículo publicado en prensa por Edwards Bello en 1928 e incluido en el segundo tomo de sus “Crónicas reunidas” (Ediciones UDP, 2009).

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