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Cultura

9 de Octubre de 2010

La traición de Fidel

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POR PATRICIA POLITZER
Llegó a librerías “Bachelet en tierra de hombres”, de la periodista Patricia Politzer. Se trata del primer libro sobre el gobierno de Bachelet que se publica tras la finalización de su mandato. Acá, adelantamos el capítulo donde se aborda el bullado viaje que la ex presidenta hizo a Cuba.
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Con total profesionalismo —sin jamás haber sido consultado al respecto—, el canciller Alejandro Foxley fue el vocero oficial de la gira a Cuba desde su polémico anuncio hasta el desengaño final tras la cruel estocada de Fidel.

Michelle y su comitiva de políticos, empresarios, científicos y artistas llegaron a La Habana la noche del martes 10 de febrero de 2009. En Chile no sólo se levantaron críticas desde la oposición sino también en el oficialismo. Se le reprochaba ácidamente que insistiera en visitar aquella dictadura y que ni siquiera contemplara una reunión con los disidentes, condición explícita del protocolo cubano para concretar la invitación. Las intensas negociaciones de Fernando Ayala y del embajador chileno en la isla, Gabriel Gaspar, sólo obtuvieron el beneplácito para conversar con el cardenal Jaime Ortega. Esto no fue suficiente para el Consejo Nacional de la DC, que pidió a sus parlamentarios rechazar la invitación para acompañar a la Mandataria. Los esfuerzos de Ayala y otros personeros de gobierno lograron mantener en la comitiva sólo a un invitado democratacristiano, el diputado José Miguel Ortiz.

También hubo fuego cruzado entre los intelectuales porque Bachelet sería invitada de honor en la inauguración de la Feria del Libro de La Habana. Escritores como Jorge Edwards y Roberto Ampuero hicieron hincapié en la censura que los afecta en la isla, pero la mayoría optó por participar gustosa del encuentro con sus pares cubanos.

A pesar de los sinsabores previos, Michelle partió contenta. El viaje le hacía ilusión, ningún Presidente chileno había llegado a Cuba desde los tiempos de Salvador Allende.

Cumplió con todas las tradiciones, llegó a la Plaza de la Revolución para honrar con una ofrenda floral a José Martí, alabó los niveles de salud de la isla, visitó el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, criticó el embargo estadounidense, se juntó con el cardenal Ortega y sostuvo una larga audiencia privada con el Presidente Raúl Castro. Todo esto, con el tradicional trasfondo de incertidumbre de no saber si sería o no recibida por Fidel, y con el misterio de no saber ni cuándo ni cómo.

Durante el segundo día, cerca de la una de la tarde, cuando participaba en un homenaje a Salvador Allende, llegó el momento…: por fin el comandante la esperaba. Abandonó rauda el lugar, tratando malamente de pasar inadvertida, mientras cantaban los hermanos Isabel y Ángel Parra junto a Álvaro Henríquez. El propio Raúl Castro llegó a buscarla en medio de un operativo de seguridad que sólo contemplaba el traslado de la Presidenta, sin acompañante alguno.

Fue una hora y media de entrevista, Michelle salió radiante. Destacó ante la prensa que Fidel estaba muy activo y que mantenía su memoria privilegiada para manejar datos y detalles. Más allá de sus palabras, su emoción se transmitía en sus gestos animados, la sonrisa satisfecha y el rostro feliz.

Aquella noche, en la casa del empresario chileno Max Marambio —socio del gobierno cubano en la pujante empresa de alimentos Río Zaza—, la Presidenta, el canciller Foxley y un selecto grupo festejaban el fin de una visita que todos calificaban de impecable. Sólo faltaba el almuerzo de despedida que le daría Raúl Castro al día siguiente.

Marambio y su mujer, Esperanza Cueto, recibían a los invitados en el jardín de una hermosa mansión de los años cincuenta ubicada en el barrio Miramar. Era un encuentro entre amigos, sólo dos mesas ubicadas junto a la piscina, donde tres músicos animaron la velada a ritmo tropical para que todos cantaran y bailaran obviando cualquier protocolo.

La mayoría eran viejos conocidos de aquella apasionante década de 1960 como la Jupi, los embajadores Fernando Ayala, Gabriel Gaspar y Juan Gabriel Valdés, los senadores Carlos Ominami y Jaime Gazmuri, el editor Pablo Dittborn y hasta el presidente de los empresarios, Rafael Guilisasti. A ellos se unían algunos más jóvenes como el director de The Clinic, Patricio Fernández, y el diputado Marco Enríquez-Ominami, quien había inaugurado un parvulario con el nombre de su padre, el fundador del MIR, Miguel Enríquez.

Entre los pocos cubanos presentes estaba el hijo mayor del comandante, el científico Fidel Castro Díaz-Balart, acompañado de su mujer. Michelle lo había conocido un par de años antes en Chile, cuando —como físico nuclear— participó en la inauguración del Centro de Estudios Científicos de Valdivia.

En medio de la cena, apareció espontáneamente el canciller cubano Felipe Pérez Roque junto a su mujer, Tania Crombet. No sólo venían a compartir los festejos sino que traían las fotos de la Mandataria durante su estadía, incluyendo por cierto las que se tomó con Fidel. Todos opinaban y seleccionaban las mejores imágenes, riendo y haciendo bromas.

Tal era la amistad y la alegría que, por unas horas, hasta Guilisasti olvidó su representación del gremio y su rango de gran empresario vitivinícola para contagiarse con el nostálgico ambiente y recordar su militancia en el MAPU y sus encendidos discursos de entonces. Era como si los tiempos de la revolución estuvieran en pleno apogeo y no al borde de su triste y solitario final.

Pero la realidad no se hizo esperar. Sorpresivamente, la periodista Paula Walker se acercó a la Presidenta para informarle sobre la última de las «Reflexiones del compañero Fidel», como llaman a sus recurrentes columnas de opinión. Bajo el título «Encuentro con la Presidenta de Chile Michelle Bachelet», Castro respaldó la demanda marítima de Bolivia, sosteniendo que hace cien años ese país sufrió «una humillación histórica» y aludiendo a la «oligarquía vengativa y fascista» de Chile.

Michelle no dijo nada. Foxley y la Jupi se pusieron nerviosos, conscientes del vendaval que se aproximaba. Al cabo de unos minutos, la Presidenta simplemente abandonó el lugar.

A la mañana siguiente, la noticia corría de boca en boca, aumentando la tensión y la rabia. La comitiva se dividía entre quienes proponían una respuesta demoledora y los que preferían el tono conciliador. Michelle no hablaría en suelo cubano, le pidió escuetamente a Foxley que reaccionara. El canciller descalificó los dichos de Fidel como opiniones personales de alguien que ya está retirado de la política. A pocos metros, en el almuerzo de despedida a la delegación chilena, Raúl Castro —en un acto sin precedentes— enmendaba lo escrito por su poderoso hermano.

Al aterrizar en Santiago, Michelle manifestó su indignación con total energía, pero sabía que los reproches serían ahora mucho más duros que antes del viaje. Con esa opacidad propia de las dictaduras, apenas unas semanas más tarde el canciller cubano Felipe Pérez Roque, junto al vicepresidente Carlos Lage, fueron destituidos y acusados de traicionar a la revolución. Un año después, el empresario Max Marambio —quien vive en Chile— era procesado en Cuba por cohecho, malversación y estafa.

Ni su popularidad interna ni su prestigio internacional sufrieron con este incidente, pero Michelle sintió una vez más el golpe de la traición.

BACHELET EN TIERRA DE HOMBRES
Patricia Politzer
Editorial Debate, 2010
200 páginas, $12.000.

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