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Documental de Barbet Schroeder sobre la figura de Jacques Vergès, el abogado más polémico de Francia, veterano de guerra, revolucionario, agitador e intelectual, conocido como “El Abogado del Diablo” e insultado como tal entre sus críticos por su defensa de aquellos que parecen indefendibles: terroristas, torturadores y dictadores.
El documental muestra entrevistas y discusiones con el abogado combinadas con material de archivo, para evidenciar a un hombre manipulador, fascinado por el mal, que muestra su odio hacia el racismo y el “imperialismo occidental” y su sistema de valores, y que en muchas ocasiones ha justificado el terrorismo. Clientes (del presente y del pasado) y sus amigos y enemigos también hablan sobre Vergès.
Jacques Vergès termina de pronunciar una de sus declaraciones a sabiendas provocadoras. Queda en silencio, pero la imagen no desaparece. No hay corte. Su rostro es escrutado durante unos breves segundos por las miradas de miles de espectadores de todo el mundo. Unos ven el rostro desnudo de un miserable; otros, el rostro valiente de un héroe, el desplante de un inteligente y burlón saboteador, o la insultante presuntuosidad de un canalla. Tantas miradas peleándose por la interpretación correcta de un mínimo atisbo de silencio.
Pero hay una mirada que, desde el principio mismo de la película, o incluso desde antes ya de que nos sentemos a verla, se dice propietaria de ese silencio y de la lectura correcta de ese rostro. Ésta es, obviamente, la de Barbet Schroeder. Al inicio de la película, y por escrito, avisa de lo subjetivo de todo lo que vamos a ver. Asistiremos, por tanto, a la visión de Schroeder, no a la de Vergès. Afirmación que solo puede deberse, a estas alturas en que ya todos sabemos que un documental no puede ser neutral, a evitar que alguien piense que su lugar es el mismo que el de su protagonista, a marcar las distancias.
Sin embargo, antes de este letrero, ya están marcadas. En el título: El abogado del terror. Todo análisis ya está proscrito desde esta evidencia inicial. Sabedor de la inteligencia de su protagonista, de sus extraordinarias dotes provocadoras mesuradas pero a menudo también acrecentadas por su ingenio y humor, Schroeder trata de deshabilitar su posible seducción desde el comienzo, señalando el del terror como su reino y dirigiendo a ese índice en los silencios, en los que resulta entonces que se trata de dejar un resquicio al juicio autosatisfecho de quien se tranquiliza diciendo: solo es un sinvergüenza que defiende a asesinos. El silencio, entonces, no era sino el momento del juicio.
Pero Schroeder comete un error: marcada la distancia, señalada la diferencia, explicitada, si bien indirectamente, la condena, confía demasiado en la autoridad de su voz una vez proferida y olvida ejercer su poder de forma directa sobre el resto del film. Esa voz, situada en el inicio, va perdiéndose en la lejanía de los 135 minutos de metraje, dejándonos solos ante este viaje por el lado más oscuro y secreto de la historia de la segunda mitad del siglo XX.
¿Dónde está la voz, la auto-publicitada subjetividad de Schroeder en esta película, más allá de los escasos elementos ya señalados? Acaso, en la confusión a la hora de contar la vida de Vergès, al dedicar largos tiempos a unos sucesos y cortos a otros, sin que esté clara cuál es la razón. Sin que se entienda por qué la película acaba donde acaba y no en otro sitio. El abogado del terror supone más bien entonces un viaje por la incapacidad de un director de dar cuenta no solo de un individuo, sino sobre todo de su contexto, nada menos que la historia generalmente oculta y terrible de la civilización contemporánea.
“Sabedor de la inteligencia de su protagonista, de sus extraordinarias dotes provocadoras mesuradas pero a menudo también acrecentadas por su ingenio y humor, Schroeder trata de deshabilitar su posible seducción desde el comienzo, señalando el del terror como su reino”.
Texto: www.kane3.es
Link video: documentalesatonline.loquenosecuenta.com
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