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Entrevistas

4 de Febrero de 2024

Javiera Góngora tras la nominación al Oscar de “La memoria infinita”: “En algún lugar está mi papá, frente a un espejo, ensayando su discurso”

Fotos: Felipe Figueroa

La hija mayor de Augusto Góngora habla de la estrecha relación que tenía con su padre y de su propio proceso con el Alzheimer, la enfermedad que acabó con la vida del periodista a los 71 años. Cuenta también sobre sus aprensiones al comenzar el registro de imágenes para la película “La memoria infinita”, que relata la historia de amor de Góngora y su segunda esposa, la actriz Paulina Urrutia, quien lo acompañó hasta el final. El largometraje de Maite Alberdi está en la carrera por del Oscar 2024 como Mejor Documental, y Javiera Góngora dice: “Me da mucha felicidad. Quiero puras cosas buenas y, por lo tanto, ojalá que se lo ganen”.

Por Jimena Villegas

Sus ojos, que son grandes y azules, enrojecen, se esconden, se llenan de lágrimas. Javiera Góngora Neut (45) confiesa, con toda la honestidad, que se había prometido no llorar para esta entrevista. Pero pasa que ni ella ni sus ojos logran evitar la emoción. No pueden. Sentada en su casa en Ñuñoa, mientras dedica pensamientos y reflexiones para recordar a su padre Augusto y hablar del documental La memoria infinita, destila sentimientos un poco encontrados.

Sonríe y se emociona, apaga un poco la voz y suspira, o sencillamente mira hacia algún lugar que sólo ella sabe, buscando algo de contención. Se nota que lo adora, que lo piensa, que lo admira, que lo extraña. Cuenta que lo echa tanto de menos que se pilla cada día tomando el teléfono para llamarlo y contarle alguna cosa, “desde lo más ridículo hasta lo más profundo”. Pero él ya no está. No, al menos, en este plano.

El periodista, documentalista, coach y presentador de televisión Augusto Góngora Labbé murió, aquejado por el Alzheimer, el 19 de mayo de 2023. Tenía 71 años. Con él partieron memorias, recuerdos, vida en familia, su rol como padre separado pero presente, su papel como pareja, su cariño de buen amigo, una vida profesional de intensas experiencias comunicacionales.

Una de esas últimas fue ser el editor general de Teleanálisis, un proyecto audiovisual que nació en 1982, al alero de la ya desaparecida revista de oposición Análisis, y que sirvió para difundir en plena dictadura durísimos contenidos sociales y políticos. Como rezaba su opening, eran imágenes que tenían “prohibida su difusión pública en Chile” y que circulaban, durante la era analógica, en videocasetes caseros y con reparto clandestino.

Otra consistió en formar parte del equipo que escribió el libro en tres tomos “Chile, la memoria prohibida”, dedicado a narrar casos de violaciones a los derechos humanos. Y otra lo tuvo como rostro y productor de la era más brillante para los programas culturales en TVN. Góngora era un rostro conocido y reconocido.

Un trozo de su trama vital, la de su amor con la actriz Paulina Urrutia y la de sus últimos años, ya enfermo, es protagonista de la película La memoria infinita, de la realizadora Maite Alberdi. Su filme, uno de los hits de 2023, corre en este momento la carrera por el Oscar 2024 como Mejor Documental. Antes, el 10 de febrero, y como la propia Javiera Góngora apunta, competirá por el galardón español Goya a Mejor Película Iberoamericana.

El sitio de los premios hispanos dice de La memoria infinita que ofrece una historia “profunda y conmovedora” y destaca en ella que hay “un relato sobre el recuerdo individual y colectivo”. Parte del valor social del filme, que contiene conmovedoras imágenes de Góngora y Urrutia sufriendo los efectos del encierro pandémico, está -como afirmó en una carta la neurocientífica chilena Andrea Slachevsky- en el acto generoso de visibilizar la vida con Alzheimer y de enseñar “que es posible la convivencia entre quienes recuerdan y quienes olvidan sin esconder la fragilidad de sus vidas”.

-¿Qué es lo usted aprendió del Alzheimer?

-Hay hartos aprendizajes, y la mayoría son duros. Hay muchos Alzheimer. Son distintas etapas. Lo primero, y me sirvió para traspasárselo a mis hijos y lo encuentro relevante, es que con el Alzheimer uno deja de pensar en uno. Lo único que te importa realmente es que el otro esté bien, que esté contento, que esté protegido, que esté abrigadito, que esté comido, que esté cubierto. Y después, el camino de uno de empezar a lidiar con los temores y con las angustias.

-¿Hay algo que faltó por decirle a su padre?

-Mucho. Es que me hace falta todos los días, ¿sabes? Todos los días pienso en él por distintas cosas. Si tengo un problema grave, trato de hablarle para que me ilumine. Y si tengo un problema estúpido, también. Me hace mucha falta y tengo que aprender a relacionarme con él de otra manera que no sea física.

***

Javiera Góngora Neut es licenciada en arte y es periodista, igual que su padre y su madre. Hoy trabaja como corredora de propiedades, oficio que adoptó siendo casi una niña, después de que quedó embarazada de su primera hija y optó por independizarse: “Me sirvió mucho para mantenernos, porque estábamos solitas”. Explica que desde chica su papá le inculcó el sentido de la independencia: “Que fuéramos autosuficientes, que fuéramos capaces y preocupados, pero autosuficientes”.

Cuenta que hoy, cuando ya tiene 45 y su hijo menor apenas 7, está de regreso en el corretaje: “Me ha permitido tener tiempo. Fue una decisión que tomé pensando en cambios importantes en mi vida. Sirve para la maternidad tardía, después de haber servido para la maternidad temprana. Y también me permitió tener tiempo para estar con mi papá”.

Por años formó parte de equipos periodísticos televisivos. En “El Termómetro” o “Tolerancia cero”, de Chilevisión, y en programas políticos y en el área de prensa en Mega. También participó en un fallido proyecto televisivo llamado 3TV. No por conocer el oficio ha dejado de impactarla, y a veces de modo duro, ver a su padre como protagonista de noticias. “He tenido un duelo muy compartido”, explica. Y añade que eso ha tenido un sentido colectivo: “Es muy lindo, porque he recibido mucho cariño. Pero también tiene una instancia, no quiero decir que sea mala, pero sí compleja, porque yo no decido en qué momento lo recuerdo ni cómo lo recuerdo. Muchas veces me llega así de sopetón”.

Así fue como, tomando desayuno un día, se topó con una cobertura que la llevó a expresarse duramente en la red social X, antes conocida como Twitter: “Llevaban hora y media hablando de él y con cuatro imágenes que repetían como loop. Fue un desahogo y no lo repetiría. Pero en ese minuto me costó. Ya me he acostumbrado más y tiene que ver con procesos internos míos, con cómo me lo tomo yo. Es impresionante para una hija, que quiere tanto a su papá, verlo una y otra vez. No estoy en desacuerdo con tratar el tema, pero sí con cierto nivel de exposición. Necesitamos evolucionar”.

Augusto Góngora junto a sus dos hijos, Javiera y Cristóbal.

-¿Quién era Augusto Góngora para usted?

-El mejor papá que alguien podría imaginar en la vida. Siendo tan exitoso y bien llevado, con su gente, con su trabajo, con su forma, él siempre tuvo espacio, y no solamente espacio. Él tenía como prioridad la paternidad y siempre nos lo hizo sentir a mi hermano y a mí. Él y mi mamá se separaron cuando yo tenía unos cinco años. Nos quedamos viviendo con mi mamá hasta que yo tenía 12.

-¿Cómo era la relación con él en esa época?

-Era bien ochentera, de padre separado con hijos, de fin de semana, de vacaciones, de actividades. Siempre me sentí importante, cuidada y protegida por de mi papá. Él siempre fue súper exigente, pero cariñoso. Era una exigencia de crecer bien, de crecer completos, de ser conscientes hasta de nuestros privilegios.

-¿Por qué decidieron irse a vivir con él?

-Pasábamos los fines de semana en la casa de él. Hasta vimos el Mundial de Fútbol, los tres en su cama. Pero llegaba el domingo en la tarde y había esta separación que era tan dura, tan triste. Empezamos a hablarlo primero muy por encima. Él siempre nos dijo que quería vivir con nosotros. Pero después, creo que, producto de mi adolescencia, se me gatilló querer vivir con él. Fue un asunto familiar bien importante, porque nosotros vivíamos con mi mamá.

-¿Y ella cómo lo llevó?

-Te diría que fue duro y, porque es un ser humano muy generoso, lo permitió, lo facilitó. Para que no fuera traumático para nadie, sino un paso beneficioso para nosotros. Y ahí se dio vuelta la tortilla, porque los fines de semana eran con ella.

-Y después usted se fue.

-Fue difícil dejar de vivir con mi papá y con mi hermano, porque éramos los tres muy pegados, muy unidos, dependientes todos de todos. Pero sí, para mí ya se abría otra etapa.

Abandonar la casa de Augusto Góngora a los 20 años le impidió a su hija Javiera, a diferencia de su hermano Cristóbal, que es tres años menor que ella, convivir con Paulina Urrutia. Ella y Góngora, los protagonistas de La memora infinita, se emparejaron en 1997 y se casaron en 2016, cuando él ya estaba diagnosticado: “Mi relación con la Pauli es distinta de la que tiene mi hermano. Ellos convivieron, se conocen mejor, tienen otro acercamiento”.

La memoria infinita, además del Oscar, compite en los premios Goya.

-¿Qué les pasó a ustedes, los hermanos, cuando él la conoció? Ella es más joven y además ya era una actriz famosa.

-Era loco igual, pero creo que es lo que le pasa a cualquier hijo que se enfrenta a conocer a una pareja nueva de un papá. Siempre tuve la mejor impresión y nunca hubo como conflictos, ni dramas, todo lo contrario. Pero aprender a conocer a la Paulina, que es una persona especial. Ella es cariñosa, es jugada…

-Es intensa…

-Es intensa. Entonces uno, en ese proceso, también tiene que decir: ‘Yo soy la hija, yo amo, me gusta esto y esto’. Pero mira, te diría que para mí era importante que mi papá estuviera feliz. Y lo veía feliz, contento, emocionado, preocupado. Decía: ‘Va a venir la Paulina, así que queda todo listo’. Y una hija que ve a su papá así, no puede sino estar muy feliz. Creo que, incluso antes de la enfermedad, siempre fueron una pareja que atraía mucho cariño del resto. Los dos son simpáticos. Los dos son buenos para conversar.

– Y la película muestra que se llevaba muy bien.

-Sí, se querían mucho.

***

Augusto Góngora fue diagnosticado de Alzheimer en 2014. Su hija relata que para ella fue impactante. Aunque llevaba años ya fuera del hogar paterno, su padre era “el primer resguardo, el apoyo mental, físico o económico” en los momentos duros, su primera línea: “Pensaba mucho en cómo podía pasar con una persona tan inteligente, tan capaz, tan activo, tan presente, tan protagónico en distintos ámbitos”, dice.

Cuenta que él tenía la capacidad “de leer tres libros, de ver cuatro series, de ir al cine y verse tres películas”, y hablar de todo junto, “como si hubiera ido a la esquina de ida y vuelta”. Agrega que, además, todo lo pasaba por el intelecto y la emoción, y que eso lo hacía muy distinto. Su primer impulso al saber fue googlear: “Lo que todo el mundo dice que no hagas”.

-Pero usted es periodista.

-Sí. Ahora, creo que en esta enfermedad y en todas las demencias, cada caso es muy especial. El diagnóstico te sirve para crear un mundo en el que no hay muchas cosas como marco teórico común. Cada día de la misma persona es distinto, cada semana es distinta, cada mes es distinto. Un querido amigo, que sabía, me dijo lo más importante y con claridad: “Esta cuestión se pone cada vez más mal. Lo que tú puedas hacer, conversar, disfrutar hoy no vas a poder hacerlo mañana. En un mes más tu papá va a ser otra persona, en seis meses más tu papá va a ser otra persona, en un año más quizás qué”. Él me dijo: “Aprovéchalo, disfrútalo, pregúntale, interrógalo, suéltate, dile. El momento es ahora, no mañana”.

-¿Y cómo fue el diagnóstico para su papá?

-Fue muy difícil. Duro, triste, injusto. Pero a la vez él fue fuerte, porque después del proceso de asimilarlo rápidamente entró en una etapa de decir y de explicar. También llegó un momento en que necesitó empezar a decirlo: “¿Sabes qué? Se me olvidó porque tengo Alzheimer”. Yo sé que a veces lo decía en tono de talla o lo tomaba más a la ligera, pero desde muy profundo de su corazón él entregaba esta información también buscando apoyo y protección.

-El documental La memoria infinita refleja un poco ese sentido del humor.

-Pero imagínate lo difícil que es incorporar un diagnóstico así a tu vida. Además, una cosa es lo que pienses tú o lo que piensa tu familia y otra que te enfrentas a un medio laboral duro, muy expuesto. Te enfrentas a una sociedad que no sabe nada de Alzheimer, ni de deterioros, ni de vejeces. Es una sociedad que rechaza, porque los viejos se tienen que retirar de la vida pública. Hay un expresidente que acaba de anunciar públicamente su retiro por su edad. Aquí la vejez es castigada, no es incorporada y no es valorada. Tiene que haber un cambio, porque los roles de las personas que se enferman van cambiando dentro de la sociedad.

-¿Fue muy difícil la pandemia?

-Fue matadora. Terrible. Porque es la soledad, es la reclusión en espacios pequeños, es la repetición de un día tras otro, y eso fue lo que hizo que él se desgastara. Él estaba en un proceso que venía avanzando, pero muy controlado. Mi papá iba con la Paulina a los ensayos y a las clases de no sé qué. Después se tomaba una micro y venía para acá. Al principio, mantenía más independencia. Después, con más compañía, tenía mucha actividad. Iba a Pilates, al cafecito en el Tavelli, a todas sus cosas.

-Y el encierro lo cambió todo.

-La reclusión significó un corte abrupto, profundo, de cosas que para él eran y siempre fueron fundamentales. Y eso empieza a marcar un deterioro cognitivo y emocional, y un desgaste para la Pauli también, con un día a día muy duro. Diría que la pandemia hizo acelerar todos los procesos.

-Además, usted y su hermano tuvieron que mantenerse lejos.

-Era súper complicado. En toda una primera fase no había que acercarse a las personas, no había que tocarse. Y estaba el terror de contagiar a mi papá. Tú veías en la tele a la gente atrás de un vidrio o de un plástico. Era muy angustiante. Después ya hubo un poco más de información y en algún momento tuvimos que gestionar un permiso que era especial, para el cuidado de adultos mayores. Pero tampoco me sentía en la libertad de abrazarlo, de darle un beso. Realmente me moría si llegaba a contagiar a mi papá de un bicho tan desconocido y letal.

-La última función pública de Augusto Góngora fue ser miembro del directorio de TVN, pero tuvo que dar un paso al costado.

-Sí, él tomó esa decisión y compartió ese proceso. Nos contó que se había dado cuenta de que ya no estaba para dar ahí todo lo que correspondía que diera. El sentido del deber. Y, además, él que era parte de TVN… O sea, TVN es un pedazo de su corazón. A él le importaba profundamente que ese canal fuera próspero, que fuera responsable, que brillara, que floreciera, que tuviera espacio, se incorporara a nuevas generaciones.

-¿Cómo era el Augusto de la cultura en TVN?

-Toda una novedad, una impresión para la familia. Porque fue de salir con tu papá a tomar un helado en la plaza y que nadie te pesque, a que le pidan fotos o que lo saluden. Era raro, nervioso. Así como que todas mis amigas me decían: “Ay, tu papá es que es mino”. Y yo “Ay, no, gracias, ¡es mi papá!”.

***
La memoria infinita salió al mundo hace un año, el 21 de enero del año pasado, en el Festival de Cine de Sundance, donde ganó el Gran Premio del Jurado. En febrero fue exhibida en el Festival Internacional de Cine de Berlín, donde quedó segunda en la categoría Premio de la Audiencia en la sección Panorama. Ha ganado premios en Dallas y en Estocolmo. El Círculo de Críticos de Cine de Nueva York la declaró Mejor Película de No Ficción. En Chile debutó comercialmente en agosto de 2023 y fue lo más visto en su primer fin de semana, con más de 50 mil espectadores. En este momento es posible verla en la plataforma Netflix.

Javiera Góngora cuenta que, para hacerla, la realizadora Maite Alberdi (40) y su equipo tuvieron acceso 24/7: “No fue una decisión fácil. Evidentemente, la primera parte fue una conversación entre mi papá y la Pauli. A ellos les llegó esta invitación y la primera respuesta fue que no, pero creo que hubo una dulce insistencia de la Maite. Y, al empezar a conocerse, empezaron a encontrar más coincidencias que desavenencias. Al final esa conversación se iba volviendo más frondosa en el sentido de ir avanzando”.

A ella y a su hermano Cristóbal también les preguntaron. Y a un grupo de amigos muy queridos de su padre: “Estos amigos, además del medio audiovisual, ayudaron a tomar la decisión. Abrir era hacerlo con todo lo que implicaba: la exposición, la enfermedad y la entrega. Creo que finalmente la decisión tiene que ver con abrirse generosamente hacia los demás. Ahora, dentro de esa generosidad o de esa apertura, evidentemente, son él y la Paulina las personas más expuestas. La cámara está de su pieza”.

-Como decía la carta de la investigadora y especialista Andrea Slachevsky, ellos visibilizan.

-Abrir la puerta de la intimidad es siempre complicado. Ser protagonista no sé si es lo que uno busca. Mi papá siempre fue una persona expuesta, pero no era pública, era de un perfil muy bajo, y abrir esta puerta tuvo que ver con poner este tema, que es socialmente importante, familiarmente importante, porque esta fue una decisión que tomaron él y la Paulina, como familia.

-Los amigos, que fueron tan importantes para él, aparecen poco en La memoria infinita.

-Creo que es una decisión de la directora. Esta película tiene muchas lecturas, tiene muchos caminos, muchos niveles. Pero el evidente y el cotidiano es la historia de amor, que es lo que vemos en el día a día y es lo que sostiene esa etapa y es muy importante. Mi papá tenía una vida muy compleja, con mucha actividad incluso hasta el inicio de la pandemia. Evidentemente, un documental no puede avanzar si va abarcando todos los aspectos de una vida tan compleja.

-Usted y su hermano tampoco están muy presentes.

-También es una decisión editorial y a mí no me hace ruido. La entiendo bien. No siento que tenga que justificar una ausencia. Creo que efectivamente un creador frente a su obra tiene que tomar decisiones difíciles. Mi impresión es que la Maite toma una decisión: esta no es una película sobre una enfermedad o una persona enferma.

-Es, como usted dice, una película sobre una historia de amor.

-Eso es lo que es. Esta película es una historia de amor, y también una historia sobre la memoria y la esencia del ser humano. Muestra cómo, desprovistos de todas las barreras que conscientemente aprendemos para sobrevivir en este mundo, igual ante nuestra vulnerabilidad somos quienes somos. Tú lo ves en la película. Con miedo, con risa, gozando, queriendo, pidiendo ayuda.

-En ese sentido es muy creíble.

-Porque ahí está sin barreras. Creo que esta película plantea mucho, y lo hace bien. Te va metiendo, te va incorporando y hasta en los momentos duros hay dulzura. No es una película que te provoque rechazo. Es súper incluyente, pone un tema sobre la mesa, y eso es lo que a mí me parece más valioso. Hay una elección, una selección y me hace tanto sentido con cómo era mi papá y las cosas que le importaban.

-¿Qué le pasó cuando la vio?

-Estaba muy nerviosa, porque no sabes cómo va a ser. Obviamente, uno tiene las mejores expectativas. Con mi hermano conversamos con la Maite antes de empezar, para conocernos. A nosotros nos interesaba mucho preguntarle qué era lo que buscaba, lo que quería.

-Y los convenció. ¿Le costó?

-No, no, no. Yo, al menos, me sumé. Tomé la decisión de sumarme, de aportar y de apañar. El primer día la Maite me cayó muy bien, porque me pareció una persona súper transparente. Había una cuestión que me daba susto, y era que mi papá estuviera expuesto a cosas que no correspondieran o que hubiera morbo. Pero me pareció todo lo contrario, porque ella tenía esa mirada dulce que, al final, era un poco la misma que siempre tuvo mi papá para acercarse a sus entrevistados.

-¿Cuáles eran esa aprensiones suyas?

-A mí me preocupaban cosas pequeñas, pero mías, como la desnudez. Quería que eso estuviera protegido. Una cámara 24/7 es, en el fondo, abrir una puerta importante a la intimidad y había que mantener la dignidad, porque una persona en crisis puede ser muy digna igual. Era la intimidad con respeto por la dignidad.

-¿Y le gustó el resultado?

-Siento que ella pudo hacer un relato muy cariñoso, muy cómplice, con los dos. Fue muy respetuosa. Todo su equipo lo fue. Con el tiempo empezamos a repetir las caras, a conocer y a poder conversar un poco más. Tengo cariño por esa gente y me alegro profundamente de que les vaya bien, que se ganen premios, que se reconozca su trabajo, su lindo trabajo, su bien hecho trabajo.

-¿Se ha imaginado celebrando un Oscar?

-Me encanta. Me da mucha felicidad. Quiero puras cosas buenas y, por lo tanto, ojalá que se lo ganen. Además, es muy impresionante porque la ceremonia de los Oscar para mí es un recuerdo infantil y juvenil muy asociado a mi papá. Cuando venía la transmisión no lo veíamos juntos, porque él estaba en el estudio (de TVN). Pero para él era una preparación, era entrar en un trance de preparación para ese momento que disfrutaba tanto. Más de una vez nos reíamos, y el típico chiste era: “Ay, ¿ensayaste tu discurso del Oscar frente al espejo? Sí. ¿Tú? Sí, también”. Y ahora digo: “Chuta, en algún lugar está (su papá), frente a un espejo, ensayando su discurso”.

-Es una linda imagen.

-Es que él lo gozaría mucho.

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