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Cultura

23 de Junio de 2011

Al Weiwei, el artista que provoca dolores de cabeza al gobierno chino

Activista, defensor, crítico, provocador, ingenuo, payaso, pícaro o diablo. Ai Weiwei es un santo o un bandido. El artista más famoso de China y uno de los 100 personajes más influyentes del mundo, según la revista Time, fue detenido hace un mes por las autoridades de su país y su caso se convirtió en un […]

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Activista, defensor, crítico, provocador, ingenuo, payaso, pícaro o diablo. Ai Weiwei es un santo o un bandido. El artista más famoso de China y uno de los 100 personajes más influyentes del mundo, según la revista Time, fue detenido hace un mes por las autoridades de su país y su caso se convirtió en un dolor de cabeza para la segunda superpotencia mundial. 

Por Natalia Tobón Tobón para Revista Don Juan

Algunos decían que nunca le iba a pasar nada. Además de ser hijo de uno de los poetas más importantes de China, el fallecido Ai Qing, se había convertido -según The New York Times y The Guardian- en el artista chino vivo más famoso del mundo. El gobierno chino nunca se metería con él. Este año apareció en la lista de la revista Time de los 100 hombres más influyentes del mundo y su perfil fue firmado por el exembajador de Estados Unidos en China, Jon Huntsman.

Su trabajo y su marketing en el exterior habían ayudado a posicionar el arte chino en el mundo y demostrado que en China no todo es copia sino que hay una bomba de creatividad. Y esa confianza lo llevó a estar en el borde de la línea que divide lo que se puede y no se puede hacer en China. En su camino terminó mezclando arte con activismo y creando una imagen de sí mismo que gusta en Occidente: un artista irreverente, mártir y que se enfrentaba a un gobierno todopoderoso.

El “Andy Warhol chino” tiene 53 años, la apariencia de un gordo bonachón y parece más un sabio chino que un artista estrambótico. Sus conversaciones no giran en torno a las nuevas tendencias del diseño o la última expresión artística sino a temas como la democracia, la apertura, las libertades y las reformas políticas en China. En 1957, cuando Ai tenía un año, su padre fue expulsado de Beijng en la purga de intelectuales y luego en el 66, con la revolución cultural, fueron enviados a un campo de trabajo en Xinjiang.

Allí permanecieron hasta 1975 y en 1978 ingresó a la Academia de Cine de Beijing, junto a algunos miembros de lo que sería la quinta generación de directores chinos, como Zhang Yimou (Héroe) y Chen Kaige (Adiós a mi concubina). En esa época formó con Wang Keping, Ma Desheng y otros diez artistas, el grupo Stars, el primer colectivo de artistas políticos de China. Las presiones gubernamentales y los deseos de escapar llevaron a Ai Weiwei a Estados Unidos por casi una década, sin saber inglés y con 30 dólares en el bolsillo.

Llegó a Nueva York y cuenta que lo más difícil fue pasar de una vida restrictiva a la libertad ochentera de la ciudad: “Perdí la gravedad, vivía flotando e hice lo que quise”. Ingresó al Parsons School of Design, pero no se graduó por “inasistencia” porque odiaba estudiar historia del arte. Por diez años vivió como carpintero, jardinero, artista primíparo del East Village y asiduo jugador de blackjack. Allí se inició en el círculo del arte mundial con amigos como el galerista Ethan Cohen o el poeta Allen Ginsberg.
La enfermedad de su padre, quien había sido rehabilitado por el gobierno chino, lo trajo de vuelta. Sabía que era un viaje sin regreso.

Gracias a las conexiones familiares y sus antiguas amistades rebeldes y artísticas, comenzó una carrera que lo llevaría a ser pintor, escultor, fotógrafo, diseñador, arquitecto, director de cine, blogger, activista y estrella universal de las artes. Su trabajo, desde el inicio, fue un tire y afloje con su país, usando su obra como medio para criticar, hablar fuerte y sobrepasar los límites que hasta en otros países serían tildados de fuertes.

Todo iba bien, hasta hace un mes.

El llamado a una “protesta jazmín” en China a mediados de febrero, inspirada en las revoluciones de los países árabes -específicamente en la “Revolución jazmín” de Túnez-, y que reclamaba reformas políticas, libertad de expresión y una auditoria pública a los gobernantes, había irrumpido la compleja armonía entre el gobierno y la disidencia.

La terquedad de los llamados y su ineficacia demostró que la sociedad china aún no quiere ni está interesada en protestar, y dio pie a una cadena de casi 54 detenciones de abogados, activistas y defensores de derechos humanos. Ai, para ese entonces ya había anunciado que era difícil trabajar en China, que aceptaría un cargo de profesor visitante en Alemania y que abriría otro estudio en Berlín. Pero no alcanzó a salir del país.

El pasado 3 de abril fue arrestado en el aeropuerto de Beijing, justo antes de abordar un avión que lo llevaría a Hong Kong. Horas más tarde, la policía de Beijing saqueó su estudio en el barrio artístico Caochangdi, llevándose computadores, cámaras, documentos y a varios de sus asistentes, al periodista amigo Wen Tao y a su abogado.

La noticia giró alrededor del mundo: “Ai Weiwei está desaparecido”. Uno de los artistas chinos contemporáneos más famosos de China, el primero de su país que había logrado exhibir en la galería Tate de Londres y el primer chino que con sus obras cuestionaba abiertamente el gobierno chino, había sido detenido.

Pero entre estar desaparecido y estar detenido hay un gran trecho. Bajo ley, las autoridades chinas tienen permiso para detener por un período máximo de 30 días a una persona que se encuentra bajo investigación. Y aunque están obligadas a informar a los familiares a las 24 horas, pueden decidir no hacerlo si creen que afectará el caso. La policía aún no confirma tenerlo.

El silencio del gobierno ha aumentado la llama de las protestas y ha dado pie a titulares que suenan más jugosos. Estados Unidos, Australia, la Unión Europea y algunos de sus países miembros lanzaron comunicados en los que solicitaban su liberación. La Fundación Guggenheim y el Consejo de Museos ICOM ya han recolectado 90.000 firmas que solicitan su liberación; la Galería Tate colgó en su techo un cartel que dice “liberen a Ai Weiwei”.

Ya las autoridades revelaron que Ai Weiwei era investigado por crímenes económicos como evasión de impuestos, pornografía y bigamia. Mediante editoriales, el gobierno chino condenó el apoyo internacional y aseguró que como con otros detenidos, todo procedería bajo la ley. Sin embargo, sus allegados creen que su arresto está ligado a razones políticas. Sus actos ya lo habían llevado a pensar en su propia muerte: “Tengo y no tengo miedo. Por un lado uno tiene solo una vida, pero por el otro si no hago esto, el sistema se volverá muy fuerte, pues solo unos pocos seguimos de pie”.

“Para mí todo lo que encuentra una mejor solución es arte. El activismo es una forma más de expresión”, afirmó. Una vez se tomó una foto al frente de la ciudad prohibida, sin camisa y con un FUCK grande escrito en su pecho. Luego publicó otras fotos en las que mostraba el dedo medio a la Plaza Tiananmen y a la Casa Blanca en su exhibición Fuck Off. Fotografió a su esposa que posó como Marilyn Monroe exhibiendo los calzones justo debajo del retrato de Mao Zedong en esa misma plaza. Se tomó otra foto, esta vez desnudo, con una alpaca -el símbolo de la censura de Internet en China- hecha de peluche que cubría sus genitales como protesta al control de la red.

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#Activista#Al Weiwei#China

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