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Opinión

30 de Junio de 2011

Hoy mismo

Hoy mismo, la marea de perros abandonados en la Alameda, zizagueando como anguilas, perdidas, perros y más perros sin razas acostumbrados a los autos, viendo ahora libre la calle delante de la Moneda, los carabineros armados hasta los dientes, los pañuelos palestinos de una Intifada que se viene. Quiltros perdidos, multitud de animales sin territorio […]

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio
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Hoy mismo, la marea de perros abandonados en la Alameda, zizagueando como anguilas, perdidas, perros y más perros sin razas acostumbrados a los autos, viendo ahora libre la calle delante de la Moneda, los carabineros armados hasta los dientes, los pañuelos palestinos de una Intifada que se viene.

Quiltros perdidos, multitud de animales sin territorio claro, buscando ubicarse en el espacio nuevo, el bandejón, las estatuas, los tambores, el niño vestido de superman que levanta un cartel donde dice que es demasiado pobre para estudiar, el señor solo con su bicicleta justo delante de las Moneda con un cartel que dice que el sueño de Allende se cumple hoy.

¿Este es un país pobre o rico? ¿Esta manifestación es moderna o posmoderna? ¿Este es el mismo país resfriado que durante tanto tiempo vivió de la tibieza congelada del miedo? ¿Tiene justificación la violencia? ¿No es en el fondo una forma de expresión de una cultura, la de esos niños que pueden por fin circular por las calles sin ser sospechosos? ¿No es ese descontento también una fiesta?

Las preguntas pasan por mi cabeza sin llegar a sujetarse. Paso de una columna a otra, de un colectivo a otro, de unas banderas a otras como las distintas capas de un descontento que no sale nunca en la tele. Soy un extranjero en esta marcha en que todo un país que sólo vi crecer a medias, que sólo a medias comprendo, que usa los símbolos y los cánticos de otro país que parecía muerto y enterrado.

Las grandes Alamedas llenas donde cada uno trae sus callejones, sus explanadas, sus suburbios mojados. Un mundo inimaginable y entusiasmante y peligroso que es mi país, otro país, que me hace sentir al mismo tiempo anciano y debutante, protegido y a la intemperie, que me obliga a repensar y repensarme.

No sé, sonrió, me escondo, a media periodista, a media manifestantes, sigo a los quiltros, me adelanto con ellos a la marcha que esta aún frente al paseo Ahumada cuando ya estoy frente a la Moneda. Las estatuas, los palacios con nombre y apellidos, las casas matrices, los ministerios, parte sin saber como de una manada de perros sarnosos, lustrosos, negros y pardos perros hijos del descuido, de la piedad equivocada de los amantes de los animales, mendigos de una selva que no los ve nunca y que ahora milagrosamente los ha unido. Perros huyendo como pueden de la marea de ciento cincuenta mil personas que vienen detrás como ese bosque que se puso a caminar que terminó con el reino del terror de Macbeth, el rey asustado, el que sabía que no tenía como reinar.

De esa ciudad en marcha, un mundo de niños y ancianos mezclados, alegres y también enojados, de esos cientos de gritos, de bailes, de mensajes contradictorios y no tanto, me quedo con esa imagen de los perros perdidos descubriendo otra selva que no conocen, concentrados, marchando ellos también, visibles en fin en toda sus multitud, los perros de estas calles al fin unidos en la misma causa, buscar su lugar, volver a reinar sobre su tierra.

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