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Opinión

15 de Septiembre de 2011

Editorial: El fin de la Concertación

Parece que ya todos saben en la Concertación que ese guiso se descompuso. Al menos, apetitoso convengamos que no está. Varios de sus ingredientes rompen las huinchas por participar de otras recetas, mientras algunos de sus viejos cocineros no se resignan a cambiar el menú. Este conglomerado político pasó de encabezar un mundo social y […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Parece que ya todos saben en la Concertación que ese guiso se descompuso. Al menos, apetitoso convengamos que no está. Varios de sus ingredientes rompen las huinchas por participar de otras recetas, mientras algunos de sus viejos cocineros no se resignan a cambiar el menú. Este conglomerado político pasó de encabezar un mundo social y cultural, a ser algo así como un club de generales sin ejército. Quienes en otro tiempo hubieran sido parte comprometida de su tropa, al día de hoy no le reconocen ningún liderazgo. La oposición al gobierno de Piñera, en un porcentaje bajísimo se siente identificada con la Concertación.

El único partido de izquierda que parece capitalizar de algún modo el descontento, aunque represente a poquísimos, es el Comunista. Casi nadie es hoy comunista en Chile y, no obstante, dirigentes populares como Camila Vallejo no tienen problema en exhibir su militancia. De todo el movimiento estudiantil, no hay ningún rostro reconocible que aparezca públicamente como concertacionista.

Las mismas energías que a fines de los 80 le dieron origen a este amasijo, traducidas al país del 2010 deambulan sin partidos. Es evidente que urge un cierto desorden en el mapa político actual. Hay nudos por desatar. El fin de la era de los consensos conlleva como primera víctima a la Concertación, su madre biológica. Los temas en torno a los cuales buscar complicidades a estas alturas, no son exactamente los mismos que antes, o están, si se prefiere, en otro estado de desarrollo, de manera que difícilmente pueden hallar respuesta en las antiguas mesas de diálogo, y menos aún si provienen de otros comensales.

Sólo el miedo puede estar deteniendo este divorcio virtuoso. Los hijos de ese matrimonio ya están grandes y han formado incluso sus propias familias y, no obstante, de pronto da la impresión que siguieran viviendo en la casa de sus padres. En la realidad sabemos que no, pero en las noticias políticas se vive esa ficción. Una vez le preguntaron al poeta Maquieira por qué se había separado de su esposa: “crecieron los enanos, contestó, y se acabó el circo”.

Urge una reforma al sistema electoral que le devuelva la soberanía a los ciudadanos de hoy. La otra noche, viendo a Camila Vallejo y a Giorgio Jackson en Tolerancia Cero, creí adivinar la entrada definitiva de nuevos jugadores al tablero. Villegas y Bofill los trataron con desprecio, como si se tratara de unos cabros chicos que la estaban revolviendo, sin darse cuenta de que se hallaban precisamente ante los actores más relevantes en la discusión pública del último tiempo. Actualmente todos debaten en torno a los temas que ellos pusieron en la palestra. Villegas simplemente hizo el loco.

Como dice P.V., daba la impresión de que hubiera salido a ganarse el voto de las viejas reaccionarias, esas que ponen el grito en el cielo cuando escuchan la música de una discoteque. Por mi parte, percibí un aire refrescante. Noté en ellos el tono dialogante que le faltó a parte de sus entrevistadores. Dicho sea de paso, distan harto de ser unos niños de pecho. Tienen más o menos la misma edad que tenían algunos de los protagonistas de la Transición cuando entraron al gobierno de la UP. No están jugando. Son las trompetas que estaban faltándole a la adormecida orquesta de nuestra democracia.

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