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Opinión

3 de Octubre de 2011

Nevermainstream

Pocas veces como en Nevermind (DGC Records, 1991) se aprecia la labor del productor, el trabajo de lavado de cara, de adaptación a la radiofórmula. Cierto es que no se puede desposeer a Kurt Cobain de sus méritos como compositor. Cobain tenía una particular intuición para la melodía, esa ráfaga que fluye por entre la […]

Pablo García Piñar
Pablo García Piñar
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Pocas veces como en Nevermind (DGC Records, 1991) se aprecia la labor del productor, el trabajo de lavado de cara, de adaptación a la radiofórmula. Cierto es que no se puede desposeer a Kurt Cobain de sus méritos como compositor. Cobain tenía una particular intuición para la melodía, esa ráfaga que fluye por entre la sección rítmica y los arreglos, y que es alma, esqueleto y pulmón de la canción. Para constatarlo, sólo hay que escuchar el MTV Unplugged in New York (Geffen Records, 1994), exhibición de la capacidad melódica de los temas de Cobain en estado puro. Bajo la piel de aquel joven greñudo, cabreado y gritón, habitaba un músico con una extraña sensibilidad melódica, algo que no volví a ver hasta la aparición del injustamente ignoto Faris Nourallah allá por 2002. Pero Cobain no se conformaba con aquello que le salía de dentro. Jugueteaba con la melodía, la pervertía, la extrañaba, la complicaba, la incomodaba, la ensuciaba, la violaba.

La experimentación a partir de una línea melódica básica fue, incuestionablemente, el gran legado de Nirvana (pienso, por ejemplo, en “In Bloom”, pegajosa e infecciosa a partes iguales). Cabe preguntarse, sin embargo, dadas las cualidades compositivas de Cobain, por qué razón su primer largo, Bleach (Sub Pop, 1989), no obtuvo el éxito del disco que se convertiría en referente sonoro para toda una generación. “Love Buzz”, “About a Girl”, o “Floyd the Barber” podrían haber sido perfectamente cortes de relleno de Nevermind. Las características melódicas y estructurales entre unos temas y otros son muy parecidas. Sin embargo, el sonido varió de forma dramática del primer disco al siguiente. La diferencia principal radica en el trabajo de Jack Endino, productor asentado en Seattle y que había parido las dos obras seminales que definieron la línea de sonido del catálogo de Sub Pop, y que más adelante se denominaría como “Sonido Seattle”: el Screaming Life (Sub Pop, 1987) de Soundgarden y, sobre todo, el Superfuzz Bigmuff EP (Sub Pop, 1988) de Mudhoney. El enfoque de Endino fue decididamente punk: pretendía ser leal al amateurismo que emanaba de la escena, ya bien como un gesto de genuina actitud, o como consecuencia de la falta de medios. Endino es, por momentos, voluntariamente descuidado en la producción. Procura mantener un sonido maquetero, explotando el lo-fi para evocar una sensación de autenticidad, ahogando la voz de Cobain detrás de los instrumentos, prescindiendo de la reberb, como si estuvieras viéndolos en el local de ensayo.

El encargado de producir Nevermind sería Butch Vig, cuyo estudio estaba por aquel entonces en Madison, WI, tremendamente alejado de lo que estaba ocurriendo al norte de la Costa Oeste. Sus trabajos hasta la fecha tendían al tic, un tanto maniqueo, enraizado en el heavy metal y el hardcore. Vig prefirió darle amplitud a la voz, abusando del doubletracking (que a Cobain no convencía), para que tuviera más volumen y texturas, que fuese más luminosa. La idea, en definitiva, era dar más protagonismo a la voz. En “In Bloom”, Vig llega incluso a hacer que Cobain se haga coros a sí mismo, algo hasta el momento prácticamente inédito. Las distorsiones suenan más acolchadas y se pulen los picos del Bleach, eliminando aristas e impurezas. En Geffen, al escuchar las primeras demos salidas de Smart Studios, debieron pensar que estaban ante algo grande, pero que sería imposible de radiar, un suicidio comercial. Vig había trabajado con bandas del tipo de Urge Overkill, y ya por entonces ofrecía una tendencia al mainstream, así que desde Geffen se decidió mandar a Vig con el grupo a un gran estudio en California, el Sound City Studios, con un presupuesto de $65000. La masterización de las grabaciones resultantes buscó el efecto de un filtro sedoso, obra de Andy Wallace, que había trabajado con otro tipo de productos más ortodoxos, como The Cult, lo que desquició a Cobain.

Que Nevermind podría haber sonado más sucio, más auténtico, más Seattle, no me cabe duda. Sin embargo, no hubiese tenido la repercusión que tuvo. Nevermind fue una hábil maniobra de Geffen, una apropiación y modificación que a Cobain debió doler en el alma. Un producto manufacturado y preparado para el uso y disfrute inmediato. Vig aprendería bien la lección y enmascararía de proyecto independiente aquel grupo de laboratorio que era Garbage, diseñado al detalle hasta desde el punto de vista estético, femme fatale al frente y Vig escudado al fondo de la foto. Quizá entristezca al lector pensar en Nevermind como un producto (hasta cierto punto) prefabricado. Más de uno se rasgará las vestiduras y me llamará hereje. El ejercicio es aceptar que de otra manera no lo habrían conocido. Y que, a pesar de los pesares, al final, lo que queda es la melodía.

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