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20 de Junio de 2012

Andrés Manuel López Obrador: la historia del candidato mexicano que va por la revancha

Por Andrés Lajous para Revista Nexos El candidato critica, propone, se compromete. Se le oye firme, asertivo. Enfatiza tres temas: la honestidad, el presupuesto, la movilización electoral. Funge como correa de transmisión entre el público y sus compañeros de templete: dirigentes y candidatos de la coalición Movimiento Progresista, su propia elite política. Le pide al […]

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Por Andrés Lajous para Revista Nexos
El candidato critica, propone, se compromete. Se le oye firme, asertivo. Enfatiza tres temas: la honestidad, el presupuesto, la movilización electoral. Funge como correa de transmisión entre el público y sus compañeros de templete: dirigentes y candidatos de la coalición Movimiento Progresista, su propia elite política. Le pide al público “no echar en saco roto el llamado a la unidad de las izquierdas”. Les pregunta: “¿Nos vamos a unir?”. Al ver las manos alzadas, él mismo se ríe, y dice: “La verdad es que está mal planteada mi pregunta, no le debo pedir a ustedes la unidad, es acá, estos son los del problema”; entre risas se voltea y repite la pregunta a los dirigentes del PRD, PT y Movimiento Ciudadano.

El mitin es en Ciudad Nezahualcóyotl, en el Estado de México. Se lleva a cabo en un cruce de calles, sobre la obra detenida de la segunda línea del Mexibús —que el gobierno del Estado de México se comprometió a construir y a la que no se le ve final—. Las épocas no son de jauja para las izquierdas, y aunque está lleno de banderas amarillas, rojas y naranjas, se alcanza a ver a un par de cuadras la plaza municipal ocupada por un evento institucional. En Twitter el rumor es que el municipio ocupó la plaza para no prestarla al adversario del ex gobernador Peña Nieto. Una narrativa que tiene perfecto sentido para miles los seguidores de López Obrador, y provoca rechazo entre sus detractores. Los obstáculos los ponen sus adversarios, suele argumentar.

De Pellicer al Frente Democrático Nacional
Primeras experiencias decisivas para López Obrador, fueron su relación con el poeta Carlos Pellicer, su trabajo con los indígenas chontales y su colaboración con el académico y gobernador de Tabasco, Enrique González Pedrero.

Pellicer le dio entrada a la vida política por primera vez en 1976, cuando al poeta le ofrecieron la candidatura del PRI al Senado. Era uno de tantos intentos vacuos de legitimar una campaña presidencial que sólo tenía un candidato. Pellicer aceptó, diciendo que sería “el senador de los chontales”. Invitó a su campaña al joven López Obrador, quien era parte de un grupo de estudiantes tabasqueños que asistían a tertulias en su casa en el DF.

Pellicer era un personaje respetado no sólo por su obra poética, también por ser un hombre de letras comprometido, a la vez católico y anticlerical, religioso y socialista. Su fe y su ideología eran una mezcla extraña. En 1937 escribió sobre la guerra civil española: “No sería raro que las ideas comunistas se transformen bajo la influencia del cristianismo.

Los comunistas empiezan a darse cuenta de la poca solidez espiritual del comunismo y por eso buscan acercarse a la Iglesia”. En 1973 escribió un poema sobre la revolución como transformación moral y exaltación de valores cristianos: ¿La Revolución?/ No se detiene nunca, siempre tiene qué hacer./ Es la lucha de todos los días contra nosotros mismos./ Contra el egoísmo, contra las ambiciones desmedidas,/ contra la indiferencia, contra la hipocresía./ La verdadera alegría es dar,/ pelear por los que tienen hambre…

Este Pellicer que daba un sentido político a los valores cristianos es el que marcó a López Obrador, al punto de hacerlo definirse con el tiempo como “de izquierda y pelliceriano”.

Lo que parece el giro más reciente en su discurso, en el que usa alusiones a la moral para definir la “república amorosa”, no es del todo novedoso. Tampoco su cristianismo. Uno de los capítulos de Tabasco, víctima del fraude electoral (1990), empieza diciendo: “Cristo fue un luchador social, un hombre que defendió a los pobres de los poderosos de su tiempo… Concibo al cristianismo como una doctrina de liberación”.

Sus referencias cristianas han generado la creencia de que López Obrador es miembro de una iglesia protestante, pero no hay evidencia de ello. Según Héctor Zagal y Alejandro Trelles este rumor se dio por hecho en la revista Quién, la cual afirmó que López Obrador asistía a un templo evangélico. Hay en cambio mucha evidencia de que es católico. Hay evidencia, también, de que bajo la influencia de Pellicer la palabra cristianismo adquirió el sentido político que López Obrador le da en su discurso. Pese a las referencias de valores cristianos, AMLO mantiene cierta distancia con los temas religiosos. Insiste en la separación Iglesia-Estado, y al hacerlo contribuye a la especulación sobre su filiación religiosa. Según una de sus hermanas, “él no dice cuál es su religión, tal vez para que no le cause problemas con otras religiones”.

En la mayor parte del país esa indefinición no tiene mucho sentido. En Tabasco, sin embargo, adquiere un carácter estratégico por su larga historia de diversidad religiosa: la adscripción a alguna religión puede tener consecuencias electorales. Incluso en el libro sobre la elección en Tabasco de 1988, López Obrador sostiene que la jerarquía católica se mostró tolerante al defender la libertad del voto, mientras que la jerarquía de las iglesias protestantes se sumó a la campaña en su contra. De aquella experiencia habrá tomado como lección mantenerse alejado de “las creencias de las personas”. Así, el laicismo es parte de una estrategia electoral con la que justifica someter a consulta la despenalización del aborto y los matrimonios entre personas del mismo sexo.

Pellicer murió poco tiempo después de su elección como senador, y Andrés Manuel empezó a trabajar como delegado del Instituto Nacional Indigenista (INI) en la zona Chontal, gracias a las gestiones del poeta. Su trabajo, durante cinco años, consistió en organizar a las comunidades indígenas para construir vivienda e incrementar la producción agrícola. Vivía entre los chontales, en una casa igual a la de los beneficiarios del programa del INI, con su primera esposa, Rocío Beltrán (†), y su primer hijo, José Ramón. Muchos amigos y colaboradores atribuyen su énfasis en la austeridad, y lo que según él son las consecuencias de un buen ejercicio del presupuesto público a esos años. El presupuesto estatal en Tabasco crecía de manera importante gracias al incremento en la producción petrolera y a los acuerdos políticos en los que el estado resultaba beneficiado como productor petrolero.

El académico Mauricio Merino llegó a Tabasco a principios de los ochenta como parte del equipo del entonces candidato del PRI, Enrique González Pedrero. Merino recuerda que el trabajo de López Obrador lo había convertido en una suerte de mentor para varias comunidades indígenas. El éxito organizacional de López Obrador sucedía en el contexto de programas sociales parcialmente focalizados como Coplamar, una política pública que se hacía con dinero en efectivo. Esos programas no estaban pensados como “una redistribución metódica, sino una redistribución selectiva”, dice Merino; una redistribución que daba flexibilidad a quien la operaba para reconocer las redes locales de organización y usar ciertos criterios políticos. Los éxitos del programa en la zona fueron la construcción de los “camellones chontales” (parecidos a chinampas gigantes construidos sobre el pantano) que incrementaron la producción agrícola de subsistencia, así como la creación de Radio Chontal, una pequeña radiodifusora. El mismo Merino recuerda caminar por la zona con Andrés Manuel, y sorprenderse: “cada vez que pasaba alguien, Andrés lo saludaba, lo conocía por su nombre y con detalles familiares”.

Fue gracias a esa labor que después trabajaría con González Pedrero, quien ya siendo gobernador lo nombró presidente del PRI estatal, cargo al que renunció ocho meses después. López Obrador, recuerda Merino, se sumó al equipo de campaña de González Pedrero, “era la persona que siempre daba el toque social de con qué grupos había que reunirse”. Probablemente por esta razón González Pedrero le asignó como trabajo participar en la campaña para gobernador, en donde pondría en marcha su propio estilo de gobernar con una definición participativa de la democracia a nivel local. Esa experiencia dejó una huella profunda en López Obrador, “era un gobierno que tenía una mística”, dice Merino.

Por instrucciones del gobernador, desde la presidencia estatal del PRI, López Obrador inició una campaña de revitalización de las bases del partido. Los participantes formulaban, en asambleas, las prioridades del municipio y fungían como auditores del trabajo del ayuntamiento: “…se ordenaron con criterio de prioridad las eventuales respuestas a los planteamientos formulados por el pueblo y se hizo el cálculo de los recursos financieros susceptibles de ser canalizados durante el año siguiente… quedó claro que las necesidades esenciales de la población… deberían de ser atendidas como compromisos políticos…”.

La idea era que con la publicación de las prioridades y de los recursos asignados sería la población quien presionaría a los ayuntamientos para ejercer el presupuesto de manera efectiva. Sin embargo, la presión que la movilización de los comités de base del PRI, reorganizados en estos términos, ejercieron sobre los gobiernos municipales fue tal que varios alcaldes exigieron la renuncia del presidente estatal del partido, hasta que el gobernador cedió.

La influencia de su corta participación en la campaña y en el gobierno de González Pedrero fue más evidente años después. Como jefe de gobierno del DF, AMLO intentaría reproducir aquella experiencia, sin mucha evidencia de que se haya llevado a cabo, a través de la división de la ciudad en Unidades Territoriales y el plan para hacer asambleas en cada una, en donde se definirían prioridades y se asignaría un presupuesto. El argumento que ofrece González Pedrero en su libro Una democracia de carne y hueso (1987), en el que narra su experiencia como gobernador, de por qué distribuir parte del presupuesto estatal vía asambleas locales es: “…cuando las cuentas son claras el pueblo sabe muy bien hasta dónde puede llegarse, sobre todo si participa realmente en la asignación de los recursos que le pertenecen”. Una frase que fácilmente se puede identificar con la manera como López Obrador habla del presupuesto y la administración pública.

Cuando González Perdero le pidió su renuncia al PRI tabasqueño, lo nombró oficial mayor del estado. Andrés Manuel se sintió traicionado por el gobernador quien le había confiado la estrategia de movilización de las bases del partido, pero luego cedió frente a los grupos tradicionales del PRI. Por esa razón, y porque no estaba interesado en un trabajo burocrático que lo separara “del proyecto político”, renunció a unas horas del nombramiento. La relación con González Pedrero ha durado hasta la fecha, con altibajos, siempre marcada por la deferencia pública a quien también fuera su profesor en la UNAM. Unos meses después se instalaría con su familia en el DF, en el Instituto del Consumidor que entonces dirigía Clara Jusidman, donde trabajaría tres años.

Después de la elección presidencial de 1988, integrantes del Frente Democrático Nacional buscaron a López Obrador para ofrecerle la candidatura al gobierno de Tabasco. La elección sería en noviembre de ese año. En un principio Andrés Manuel rechazó la oferta. Tenía un buen trabajo, su familia crecía, y acababa de escribir dos libros de historia sobre el periodo liberal en Tabasco. Sus amigos lo recuerdan como una persona que devoraba libros, que leía y escribía con entusiasmo y admiración sobre los héroes liberales. La decisión de aceptar la oferta de Cuauhtémoc Cardenas y Porfirio Muñoz Ledo le costó trabajo. Carlos Ruiz Abreu, hoy director del Archivo Histórico del Distrito Federal, recuerda que López Obrador se fue a la playa con su esposa antes de tomar la decisión. “No es una persona que toma decisiones a la ligera”, dice Ruiz Abreu.

De la elección de 1988 a la dirigencia del PRD
Según los resultados oficiales, López Obrador fue derrotado en aquella elección. Entonces organizó su primera movilización en protesta contra lo que él sostenía, había sido un fraude, y llamó a construir el PRD tabasqueño, advirtiendo: “…un partido registrado no basta para llegar al poder. La conquista del poder por el pueblo sólo es posible cuando existe una auténtica organización política…”. Durante la campaña electoral y la movilización posterior, por primera vez actuó ya no como integrante del gobierno o del PRI, sino como opositor. En las condiciones de la época esto implicaba, sin duda, enfrentarse a situaciones de riesgo, amenazas, persecución, acoso y hasta violencia en un contexto poco tolerante al reclamo democrático.

Para las elecciones intermedias de 1991, el trabajo de organización política había tenido algunos resultados, lo que le permitió iniciar una fuerte movilización en el estado, y después encabezar una primera marcha al Distrito Federal, a la cual se sumó una parte importante de lo que en ese entonces era el Movimiento Democrático. AMLO escribió después “Sin movilización no existe el mismo respeto a la hora de hablar con el gobierno”.

“El Éxodo por la Democracia” llegó y ocupó el Zócalo de la ciudad de México. El gobierno lidió con el plantón de forma negociada. López Obrador justificó la marcha en retrospectiva, como un acto de contención de la violencia, “…la intención era sacar el conflicto del estado, de no optar por la toma de palacios o de carreteras, que tarde o temprano nos llevaría al enfrentamiento. Había que… apostar por la movilización pacífica”.

La consecuencia de la movilización fue una negociación con el secretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, que resultó en la anulación de las elecciones en algunos municipios. Poco después, tras otra movilización, entabló una segunda negociación, con Manuel Camacho, entonces regente del DF, Francisco Rojas, director de Pemex, y Arsenio Farell, secretario del Trabajo. Gracias a ella obtuvo el pago de las indemnizaciones de trabajadores despedidos por Pemex y por daños ambientales causados por la empresa.

Tanto Manuel Camacho como Mauricio Merino recuerdan esa segunda negociación. Camacho lo describe en esa época como “un político muy talentoso, sumamente duro, y honesto… yo había tratado con muchos líderes en el país, sabes de qué pie cojean, y él me sorprendió”. Merino en ese momento fue también parte de la negociación como asesor. La invitación fue a instancias del gobierno y de AMLO, porque dentro del gobierno de González Pedrero había trabajado en el programa de indemnizaciones a los damnificados por la explotación petrolera. La impresión de Merino es que había un reclamo justo por parte de los damnificados, y el gobierno interino de Manuel Gurría no tenía información del programa que, además, había suspendido.

La movilización que realmente convertiría a López Obrador en un actor político nacional fue la que inició después de su candidatura al gobierno de Tabasco en 1994. A lo largo del proceso electoral que culminó en noviembre, AMLO había denunciado la operación del gobierno estatal en su contra y el rebase de los topes de campaña. Al igual que en las elecciones anteriores denunció el fraude electoral, para después iniciar movilizaciones. Se sabe que éstas, y la investigación de la elección que hicieron los entonces consejeros ciudadanos del IFE Santiago Creel y José Agustín Ortiz Pinchetti, influyeron en la voluntad del presidente Zedillo. Éste había roto con el grupo de Carlos Salinas de Gortari, quien apoyaba al contrincante priista de López Obrador, Roberto Madrazo, a través de Carlos Hank González. Zedillo le pidió la renuncia a Madrazo, pero la facción del PRI que lo apoyaba, y Madrazo mismo, resistieron la decisión del presidente. El país estaba cambiando.

La diferencia clave de la elección de 1994 es que lo que parecía una denuncia genérica sobre el financiamiento ilegal de la campaña del PRI sin muchas pruebas, a mediados de 1995 resultó en la presentación de todos los documentos de finanzas de la campaña de Madrazo. Esto vigorizó la retórica contra la corrupción que AMLO había utilizado en su campaña: “…habían quienes se preguntaban de dónde conseguiríamos recursos para cumplir con estos compromisos. Aseguré que ése no era el problema; que el gobierno de Tabasco tenía presupuesto suficiente; que sólo era cuestión de repartirlo bien, de que nadie se lo robara…”. Con los documentos obtenidos no sólo se demostraba que Madrazo había rebasado el tope de campaña sino que había recibido el apoyo de fuentes ilegales de financiamiento, en particular de Banca Unión, propiedad de Carlos Cabal Peniche. La evidencia de que el gobierno estatal y un grupo de empresarios financiaron la campaña de Madrazo fue un hito en la carrera de López Obrador. Mostró que los paranoicos también tienen enemigos.

Aunque López Obrador logró influir en las decisiones del presidente, con Madrazo en la gubernatura se topó con un obstáculo infranqueable. Esto lo hizo regresar a la organización de protestas vinculadas a agravios locales, al bloqueo de los pozos petroleros, para mantener viva su estructura de movilización. Sin embargo, cuando la revista Proceso puso en su portada la foto de Andrés Manuel con una herida en la cabeza tras un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad, era el evidente sucesor de Cárdenas y Muñoz Ledo en la presidencia del PRD.

Como presidente del PRD, López Obrador no sólo perfeccionó la construcción de la “auténtica organización política” a partir de gajos de las estructuras gubernamentales, sino que entraría en la ambigüedad de ser a la vez autoridad y representante de agravios. Construyó un partido que ganó sus primeros gobiernos estatales, y que llegó a ser la segunda fuerza en el Congreso.

El método de organización de López Obrador no fue completamente independiente de las estructuras gubernamentales. En todo caso, bordeaba estas estructuras. Partía de la debilidad, y tenía el objetivo inamovible de competir con los poderosos. Incluso López Obrador reconoce al menos en dos ocasiones haber usado “los métodos del adversario” al hacer intervenciones telefónicas durante las jornadas electorales, como cuenta que hizo su cercano colaborador Octavio Romero Oropeza en Tabasco en 1994 y en la elección de Zacatecas en 1998 “un simpatizante”. Con esa información que revelaba la forma de operar del PRI, iniciaba la negociación con el gobierno federal o lo amenazaba. Esto no quiere decir que López Obrador solamente intentara “capturar” los aparatos de gobierno, sino que quería ganar elecciones y usaría cualquier estructura para hacerlo, siempre y cuando mantuviera autonomía relativa frente a quienes ya estaban en el poder. La estrategia resultó efectiva con las candidaturas de priistas disidentes como Leonel Cota, Alfonso Sánchez Anaya y Ricardo Monreal, pues el PRD resultó victorioso. La estrategia de construcción de la movilización no era muy distinta a la de Cuauhtémoc Cárdenas y la Corriente Democrática en 1988. No era lo mismo un PRD basado en los pocos cuadros militantes del Partido Mexicano Socialista, que uno basado en gajos de un PRI que iba en declive.

Explicando la elección de la candidatura de Ricardo Monreal a la gubernatura de Zacatecas en 1998 después de que el PRI se la había negado, López Obrador escribe: “Nosotros teníamos en Zacatecas muy poca presencia. El PRD obtenía un promedio de cinco por ciento de los votos en cada elección […] cuando la candidatura de Ricardo Monreal Ávila se levantó un movimiento amplio y plural, y con él triunfamos en Zacatecas”. El cálculo tiene sentido político, lo que le preocupa a López Obrador no es propiamente el origen político de sus aliados, sino que sean independientes frente a los intereses que él considera obstáculos para el buen gobierno. Esta lógica explica la reciente inclusión del notable priista Manuel Bartlett en la candidatura al Senado del Movimiento Progresista por el estado de Puebla. Es probable que piense que Bartlett tiene algo de reconocimiento y “estructura” en Puebla, pero sobre todo que ya no responde a los intereses concretos que antes lo habían llevado al poder, o al menos así lo quiere demostrar en su oposición a cualquier reforma a la industria petrolera. Se olvida su pasado porque su presente puede ser útil.

La jefatura de gobierno y los videoescándalos
Desde el inicio de su gobierno en el DF, López Obrador planteó que su prioridad era el control y la gestión del presupuesto público. Uno de sus colaboradores más cercanos en la Secretaría de Finanzas del Distrito Federal recuerda cómo trataba el tema hacendario: “Le dio más importancia de lo que imaginamos quienes habíamos sido invitados a trabajar con él. Pensamos que él era un político, y que nosotros podríamos hace un manejo tecnocrático. Pero decía, ‘el discurso que no está en el presupuesto no es una política pública’ ”. Enfatizaba la necesidad de garantizar las fuentes financieras para tener los recursos públicos que nutrirían los programas que eran parte del discurso. Los recursos provendrían de dos lugares, explica su ex colaborador, “del combate a la corrupción, como sigue diciendo ahora, y de garantizar las fuentes de recaudación. La gente siempre se acuerda del Bando Número 2 (una orden de la jefatura de gobierno que limitaba la construcción a las cuatro delegaciones centrales). En su concepción el Bando Número 1 era el más importante, estableció que el pago de impuestos podía hacerse en los bancos, con este cambio el sindicato de trabajadores del DF perdió el control de la recaudación”. Al mismo tiempo, insistió en que se publicara en la página de internet cuánto dinero entraba y salía de la caja diariamente, y que se consolidaran las compras de la administración pública del DF.

El énfasis en la honestidad en el discurso de AMLO no está libre de contradicciones. Ha sido candidato de un partido que ha documentado su propia corrupción y uso ilegal de dinero público. Varios dirigentes del PRD se han visto envueltos en escándalos de desvío de recursos y elecciones internas fraudulentas desde finales de los años noventa. No son grandes casos de corrupción, pero resultan muy visibles en contraste con otros partidos. Es paradójico que el propio PRD cree comisiones de investigación y auditoría que exhiben sus trapos sucios. Según Alejandro Encinas, “en la gestión de Porfirio, Cuauh-témoc y Andrés Manuel, el PRD no venía arrastrando un problema de corrupción y descomposición interna. El problema viene cuando damos el paso de los liderazgos fuertes a la negociación de los grupos del partido, que produjo el desvío de dinero, más que para el enriquecimiento personal, como una forma de fortalecer a las corrientes”.

Pese a ello, López Obrador insiste en que el combate a la corrupción y la honestidad de los gobernantes resolverían buena parte de los problemas del país. Lo plantea como un problema moral y como un problema práctico. Es uno de los temas en los que usa su vida privada con objetivos políticos. Cada que puede repite que no le interesa enriquecerse, que no necesita los lujos de la “política tradicional”, que se mueve en coches sencillos, aviones de aerolínea, y que su casa es un pequeño departamento en la colonia Copilco del Distrito Federal.

Cuando López Obrador llegó a la jefatura de gobierno del DF, cuenta uno de sus asesores de finanzas, “mandó una señal fuerte de que no se permitiría privilegios al reducirse el sueldo… era un gobierno muy atacado en los medios y te ponías la camiseta, y esa señal la sintieron también los privados que trabajaban para el gobierno… Incluso era excesivo, pues si se consideraba que un coche en la administración pública estaba muy viejo, nadie se atrevía a proponer comprar uno nuevo”. Por esa razón, para Alejandro Encinas, los videos de Bejarano y Ponce “fueron un golpe al corazón político de nuestro discurso, la Honestidad Valiente, la izquierda honesta. Sí dolió muchísimo, fue un golpe moral, hizo una mella brutal. El cazador, cazado”.

Ruiz Abreu lo fue a ver después del video. López Obrador estaba serio, calmado, le dijo poco: “a mí nunca me verás así”, refiriéndose al contenido de los videos.

La versión de Carlos Ahumada de esos acontecimientos, publicada unos años después, coincide casi plenamente con la versión de López Obrador y la que Ahumada contó a lo largo de tres años a Ciro Gómez Leyva, y que fue publicada por éste en nexos. La única diferencia es que Ahumada escribe su libro para denunciar a López Obrador por lo que él llama “la extorsión” del GDF y por encarcelarlo por razones políticas, y López Obrador cuenta casi la misma historia pero para demostrar que detrás de los videos no había un interés por combatir la corrupción sino para debilitarlo políticamente, para quitarle lo que desde los años noventa decía que tenía: “autoridad moral y autoridad política”. Detrás de los videos estaba una negociación entre Carlos Ahumada y Rosario Robles, para conseguir dinero y pagar las deudas que Robles dejó como presidenta del PRD. La venta de los videos se hizo a Carlos Salinas de Gortari y a Diego Fernández de Cevallos (que nunca pagaron lo acordado, dice Ahumada), quienes cerraron la pinza con la Secretaría de Gobernación y Televisa. Los primeros haciendo el video de Ponce en Las Vegas, y los segundos invitando a Bejarano a sus estudios al mismo tiempo que Federico Döring, aliado de Fernández de Cevallos, presentaba el video en el programa de Brozo. Una historia digna de una novela de espías, con encriptadores de teléfonos, abogados oscuros y discretos viajes a Londres y La Habana.

En este caso, para Andrés Manuel combatir la corrupción de Ahumada también implicaba debilitar a sus adversarios políticos dentro del partido. Desde 2001 había un conflicto por el control del partido, y probablemente por la candidatura presidencial de 2006. Unas corrientes apoyaban a Lázaro y Cuauh-témoc Cárdenas a través de Robles, y otras apoyaban a López Obrador. Por eso para muchos fue tan sorprendente ver a Bejarano vinculado con Ahumada, pues era enemigo acérrimo de Robles. Sin embargo, la relación entre Bejarano y Ahumada se explica justamente porque el GDF bloqueó y auditó los contratos a las empresas de Ahumada, y éste veía que sus propias deudas (incluyendo la que asumió del PRD) lo ponían en riesgo de quiebra. Ahumada sobornaba a Bejarano con la esperanza de que por su cercanía con AMLO quitara el veto a sus empresas, y Bejarano extorsionaba a Ahumada diciéndole que podría hacer lo que no podía.

El caso de Gustavo Ponce fue más sorprendente. Cuando el primer secretario de Finanzas del gobierno de López Obrador, Carlos Urzúa (quien inició el proceso de desendeudamiento de la ciudad para resolver el legado de números rojos de los gobiernos de Espinosa Villarreal y Cárdenas, y la reestructuración de las finanzas públicas) renunció, Ponce ocupó al cargo pues trabajaba en la Secretaría desde el gobierno de Cárdenas y gozaba de cierto prestigio como funcionario público. Había sido el subsecretario de la Contraloría que en el gobierno de Zedillo hizo la investigación por peculado a Raúl Salinas de Gortari. Cuando el video se transmitió en televisión nacional, Ponce se fugó, pero meses después fue detenido por autoridades federales, y hasta la fecha sigue en la cárcel.

López Obrador siempre dice que no establece relaciones de complicidad ni protege la corrupción. Que no le temblará la mano para meter a alguien a la cárcel, y Ponce lleva ocho años encarcelado para probarlo. Sin embargo, la contradicción de López Obrador reside en que él sabe que por lo menos ha sido beneficiario indirecto de la corrupción de su partido en distintos momentos, y René Bejarano, aunque representaba a una corriente mayoritaria del PRD, para esas fechas ya nadie creía en su honestidad. Sobre esta contradicción, la de tolerar algo de corrupción para llegar al poder, y desde ahí combatirla, Jesús Ramírez, uno de sus principales asesores de campaña, dice: “Él les dice abiertamente al PRD, PT, Convergencia, ustedes están corrompidos. Mientras no cambien eso no tienen futuro… [pero] también es un político. En ese sentido es realista, no puedes hacer un cambio con base en sueños. Él expresa esa contradicción como evidente y por eso propone en las listas y en los cargos a personas que no necesariamente pertenecen a estos partidos”.

En el documental ¿Quién es el Sr. López? de Luis Mandoki, López Obrador reconoce que nunca quiso aceptar la responsabilidad del error de confiar en Ponce y en Bejarano.
Aceptarla, dice, era lo que sus adversarios querían para verlo debilitado. Su respuesta no sólo es para salir del paso, parece creer que si reconoce errores, se debilita. Su fortaleza, su autoridad, al menos está, en parte, basada en que no sea él quien publicite esas debilidades. En un foro reciente en la Universidad Iberoamericana le preguntaron a López Obrador cuáles eran sus defectos, contestó: “tengo muchos críticos, hasta les pagan por criticarme, vamos a dejarle a ellos que sigan subrayando mis defectos”.

La complejidad de las relaciones que revelaron los videoescándalos debilitaron la popularidad del jefe de gobierno, sin embargo no lo suficiente como para frenar su intención de ser candidato presidencial. En retrospectiva es difícil no ver el intento de despojarlo de sus derechos políticos (el desafuero), poco después, como un error y un acto autoritario del gobierno de Vicente Fox, pero también como la mejor oportunidad para que el método de movilización de López Obrador llegara a su cénit. Con una movilización masiva, en parte operada desde el gobierno local, basada en un agravio, López Obrador demostró que sí existía la voluntad política en su contra, y que ésta podía ser tornada a su favor.

La elección de 2006 y la movilización postelectoral
López Obrador cuenta que dos días antes de la jornada electoral comió con el presidente de Televisa, Emilio Azcarraga Jean, y con todos los vicepresidentes de la empresa. Ahí Azcárraga le mostró un documento diseñado y redactado como si fuera un decreto del futuro presidente Andrés Manuel López Obrador, fechado el 2 de diciembre de 2006, en el que anunciaba la expropiación de todas las empresas vinculadas a grupo Televisa. López Obrador desmintió la autenticidad del documento. Parecía ser parte del mismo tipo de campaña en su contra que lo ha perseguido de una elección tras otra en donde lo han acusado de comunista, asesino de su hermano, intolerante religioso y de ser un peligro en abstracto.

La relación con Televisa no siempre fue ríspida, y claramente tuvo buenos momentos. Durante su jefatura de gobierno Televisa lo invitó a reuniones de su Consejo de Administración igual que a otros políticos. Tanto el PRD, como él, de la misma manera que otros partidos y gobernantes en aquel momento, compraban espacios comerciales en Televisa. En particular, se sabe que López Obrador tenía una buena relación con el operador político de Televisa, Bernardo Gómez. Sin embargo, durante la campaña, confiando en mantener autonomía relativa frente a los más poderosos, López Obrador apostó primordialmente a la movilización directa de votantes, y menos a los medios o al apoyo de grupos tradicionales.

AMLO narra la anécdota acerca del decreto de expropiación de Televisa, que no ha sido ni confirmada ni desmentida por Azcárraga, como parte de la evidencia con la que sostiene que hubo un fraude electoral en 2006. En el mismo libro documenta cómo el entonces presidente Vicente Fox intervino en la elección, y grupos empresariales también lo hicieron de forma ilegal, como lo afirma la sentencia que emitió el TEPJF tras la elección, pero para sus estándares López Obrador ofrece poca evidencia de un fraude electoral.

A López Obrador le importan la información y las pruebas. Sus libros suelen tener copias de documentos, transcripciones de llamadas telefónicas, argumentos jurídicos, y datos precisos sobre la relación entre empresarios y autoridades. Es esa forma de narración e investigación que lo llevó a escribir un libro sobre el Fobaproa, con datos que no habían sido publicados en la prensa, y que en parte derivaban de la investigación a partir de los documentos de las finanzas de la campaña de Madrazo. En su libro sobre la elección de 2006 presenta menos datos que en otros, y no hace la distinción que antes hacía, y era importante, entre una elección fraudulente y una elección de Estado o “amarrada”. Es decir, podía haber elecciones en las que los votos se “amarraban” de antemano y se organizaba una operación de acarreo masivo; no eran libres, pero podía haber elecciones libres, pero que no eran limpias a la hora de contar los votos. Para 2006 ofrece como pruebas lo que considera el comportamiento anómalo de algunas casillas, y la trayectoria del PREP la cual llama “irregular”. No toma en cuenta la evidencia que muestra que no fue un comportamiento irregular el del PREP, ni intenta rebatirla. En sus términos, esto implicaría que fue una elección libre pero con fraude. Sin embargo, también presenta tanscripciones de grabaciones en donde muestra el apoyo de la movilización del SNTE a través de Elba Esther Gordillo, y de un gobernador priista, Eugenio Hernández, a Felipe Calderón. Esta evidencia apuntaría más bien a una elección con votos “amarrados” de antemano.

López Obrador perdió la elección por 0.56% de los votos. No reconoció el resultado. Una persona que estuvo en la reunión en donde se decidió el plantón de Reforma cuenta: “La decisión de ocupar avenida Reforma se tomó para evitar que hubiera acciones más violentas. Porque la otra decisión era ir a tomar el aeropuerto, y yo platiqué con el secretario de la Defensa… el general me dijo ese es nuestro límite… la idea era que fuera un acto de una semana para presionar la negociación, en la medida en que no se dio entonces se convirtió en empecinamiento…”. Una vez más en la discusión sobre qué hacer para la toma de posesión de Felipe Calderón, la mayoría de las propuestas era muy radical, se proponía provocar una confrontación para “ver qué ocurría”. En esa reunión Manuel Camacho tomó la palabra, “es un momento decisivo, pero mañana toma posesión Felipe Calderón, si no toma posesión en el salón de pleno, lo toma en el salón ceremonial, y si no en el Auditorio Nacional, y si no en el Campo Militar No. 1.

Seguramente están informados, pero ya llegaron grupos radicales a la ciudad. Entonces ya no es nada más lo que nosotros hagamos, son grupos que ya no vamos a poder controlar. Sería un error no sólo histórico sino moral que nosotros seamos responsables del derramamiento de sangre, no va a provocar la caída del gobierno lo que va a provocar es nuestro desprestigio político y nuestro desprestigio moral por el resto de nuestras vidas”. La reacción de Andrés Manuel fue: “estoy de acuerdo. No podemos llevar esto a la violencia, yo voy a convencer a la gente de que no vayamos a la confrontación”.

La impresión que da tanto la argumentación del fraude de López Obrador, como la forma en que se movilizó después de la elección de 2006, es que no sabía hacer las cosas de otra manera. Hizo lo que siempre había hecho, y no tuvo la capacidad de reconocer los cambios políticos de la última década. Se movilizó para negociar, como hacía antes, pero no quedaba claro que esa negociación podía existir porque las instituciones electorales ya no actuaban sólo bajo el mando del gobierno federal, como sucedía en los años ochenta y parte de los noventa. Una sola persona ya no podía resolver la demanda de “voto por voto”. Antes AMLO decía: “lo importante no son las leyes electorales, sino la voluntad política”, y creyó que una movilización como la que hizo podría demostrar que aquella frase, que pudo haber sido cierta a principios de los años noventa, seguía siendo cierta a mediados de la década pasada. Las negociaciones con el secretario de Gobernación podían cambiar la “voluntad política” de los más poderosos, incluso cuando se trató del presidente tras el desafuero, pero cuando se trató de cambiar la “voluntad política” de instituciones relativamente plurales como el IFE y el TEPJF, emanadas de la legitimidad de instituciones electas en contextos competitivos, ya no pudo.

Hay que tomar la justificación del plantón 2006 con un grano de sal. De 2006 a la fecha es una justificación que han elaborado simpatizantes de López Obrador, pero está basada en un contrafáctico ¿Qué hubiera pasado si no ocupan Reforma? No sabemos. ¿Qué hubiera pasado si López Obrador no pide en el Zócalo a sus simpatizantes no ir al Congreso a detener la toma de posesión? Tampoco sabemos. Lo que sí sabemos es que López Obrador ha dado esta explicación en distintas circunstancias, a veces más plausible que otras, y que tiene sentido para él y para las movilizaciones que encabeza. Su experiencia en Tabasco indicaba que si sus protestas se tornaban violentas, podía perder el control tanto de los acontecimientos como de la comunicación de los hechos. El gobierno siempre podía pegar más, comunicar mejor su versión de los hechos, y si el ambiente es de violencia muchas personas que normalmente se movilizarían, dejarían de hacerlo por miedo. También se dice que el plantón se prolongó por el empecinamiento de AMLO, pero lo justifica con lo que él llama “el sentimiento popular”: lo que la gente le dice en la calle, y que fácilmente se sacraliza por no poderse someter a escrutinio en una discusión.

Las protestas también permiten mantener el acceso a medios de comunicación y la posibilidad de construir una organización. Por eso la decisión de crear “el Gobierno Legítimo. La idea era mantener la protesta organizada durante seis años. López Obrador siempre ha tenido clara la importancia de los medios. Desde la creación de Radio Chontal, pasando por los pequeños diarios informativos que publicó después de cada elección, la interlocución con periodistas y escritores, hasta las conferencias de prensa mañaneras en la jefatura de gobierno.

En esta campaña durante los mítines López Obrador le dice a su público que cada uno de ellos tiene que convertirse en un medio de comunicación. Cada uno es una oportunidad para atraer a más votantes, que escuchan sus argumentos de voz en voz, y así depender menos de los medios de comunicación masivos a los cuales asegura tiene acceso limitado. En particular acusa a Televisa de apoyar a su adversario, Enrique Peña Nieto. Sobre este tema ha presentado datos e información que están en disputa, y se le acusa de él mismo haber tenido una relación cercana con la televisora. Sin embargo, el impulso básico de esta campaña de AMLO y de las anteriores es mantener autonomía frente a quienes tienen poder. Esto no implica no hacer acuerdos con poderosos, sino que los acuerdos que haga no lo obliguen a detener sus objetivos de control del presupuesto, combate a la corrupción y restitución de derechos.

La voluntad restitutiva
La polarización que ha provocado López Obrador a lo largo de su carrera política es parte de su personaje y de la forma en la que actúa en la vida pública. Hay varios tipos de carreras políticas en México, la de Andrés Manuel es poco común. La lectura del personaje que se cree un Mesías es frecuente, pero tengo la impresión que como metáfora para entender la forma en que hace política no sólo es exagerada, sino que no es muy útil, pues muy pronto asume la posición de sus detractores. AMLO, al menos desde sus primeros trabajos, es un crítico, un político y un dirigente social. Es primordialmente, cuando asume el primer papel, que provoca irritación en mucha gente, al mismo tiempo que adquiere seguidores aguerridos. El grueso de sus críticas están enfocadas a las elites, políticas y económicas, pero al mismo tiempo hace una crítica indirecta al comportamiento político de ciudadanos que, sabiéndolo o no, actúan como cómplices de estas elites. En contraste, a su público lo halaga.

Su crítica no tiene como referencia una sociedad imaginada, futura, distinta de ésta, ni surge propiamente desde la marginalidad y la exclusión. Su parámetro son las promesas de lo que ya existe, pero que esta sociedad no cumple por completo. Una manera de ver las cosas que no le permite entenderse como una vanguardia, pero sí como un velador. En sus informes de gobierno frente al GDF, decía: “gobernar es velar”. Para López Obrador gobernar no es innovar ni reformar, es restituir deudas pendientes y derechos ignorados. Su crítica más dura no es a los diagnósticos ni a las propuestas de sus adversarios en sí, es a no hacer lo que ya pueden hacer, a no velar por los derechos y obligaciones que establece la Constitución. A partir de la reivindicación de lo incumplido, elabora tanto su diagnóstico de los problemas del país —que no cambia mucho— como las soluciones que usa como banderas —las cuales tampoco han cambiado mucho.

Como jefe de gobierno aplicó esta visión y en algunos casos cumplió sus propósitos. Mostró que era no sólo el dirigente social que organizaba y movilizaba a sus bases a partir de beneficios particulares, sino un funcionario que tenía claros sus objetivos y la forma de realizarlos. Trabajó con lo que tenía para cumplir con lo que considera las deudas pendientes con los pobres y los débiles. Desde un inicio no pensaba tanto en la reestructuración de la policía, como en la disciplina de tener reuniones todas las mañanas con el gabinete de seguridad y darle seguimiento a cada acontecimiento en la ciudad. Logró financiar de programas sociales como la Pensión Universal para Adultos Mayores y la pensión para madres solteras, a partir de la expansión de la base fiscal, y de los recortes al gasto del gobierno. No le costó mucho la recuperación del centro de la ciudad; demostró que detrás del Paraje San Juan había un fraude; y le funcionó en la construcción de infraestructura, aunque no muy innovadora.

La apelación a la voluntad para AMLO es inevitable. El argumento de “no se justifica un país rico con un pueblo pobre” implica que las condiciones materiales ya existen, lo que hace falta cambiar son las condiciones de los sujetos morales, de quienes participan y toman decisiones. Cambiando su voluntad política. Por eso la vehemencia en desarrollar el país con lo que tiene. Sin grandes reformas, sino reorganizando y realmente movilizando los recursos existentes: explotando más y mejor los recursos naturales, refinando petróleo, usando el presupuesto que existe de otra manera, “moralizando” a los funcionarios públicos y policías.

El principal problema que plantea esta perspectiva es ver el cambio como una cuestión primordialmente de voluntad restitutiva, lo cual no le permite innovar ni buscar soluciones nuevas a viejos problemas. A veces sólo ve los viejos problemas y no identifica los nuevos. Le permite insistir en el petróleo como palanca del desarrollo, pero no en las consecuencias ambientales de su explotación. Le permite hacer que la transparencia de su gobierno dependa de él, como cuando publicó todos los datos de la obra del segundo piso del Periférico en 2005, pero desconfiar de la innovación con una institución, como el Instituto de Transparencia del DF, que sentaría las bases para mejorar la transparencia incluso sin su voluntad. Le permite creer que la despenalización del aborto y la diversidad sexual son un tema de creencias y de estrategia política, pero no de exclusión y salud pública. En ese sentido, no es visionario ni se le puede acusar de profeta o vanguardista. No prevé el futuro para actuar. Por el contrario, ve al pasado para registrar la frustración de lo incumplido. De ahí sus referencias a Juárez, a Lerdo de Tejada y Santa Anna, pero también a Morelos, Madero y Cárdenas.

Tal vez la mejor muestra de esta forma de ver las cosas, del romanticismo de la restitución, está en una larga cita de González Pedrero, en la que usa como ejemplo a Vasco de Quiroga:

La Edad de Oro no es más que la aspiración del hombre de vivir realmente lo mejor de él mismo: su necesidad de justicia, de libertad, de democracia. Si el hombre tiene dentro de sí tales aspiraciones tiene también con qué realizarlas: eso piensa un hombre práctico como Vasco de Quiroga y dedica su vida entera a volver realizables esas aspiraciones. La idea de la Edad de Oro que para otros quedaba situada en los tiempos más arcaicos y que para muchos tendría que diferirse al más remoto futuro, es para él un proyecto inmediato, un modelo de organización social para un lugar concreto y un tiempo concreto.

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