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Cultura

20 de Agosto de 2012

Escribir con gatos

Por Carmen Leiva La frase, al parecer, la dijo alguna vez Helena Paz, y su madre, la escritora mexicana Elena Garro, la utilizó como epígrafe de ese hermoso libro que es Andamos huyendo Lola: “Detrás de cada hombre hay una gran mujer y detrás de cada gran mujer hay un gato”. Elena Garro, autora de […]

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Por Carmen Leiva

La frase, al parecer, la dijo alguna vez Helena Paz, y su madre, la escritora mexicana Elena Garro, la utilizó como epígrafe de ese hermoso libro que es Andamos huyendo Lola: “Detrás de cada hombre hay una gran mujer y detrás de cada gran mujer hay un gato”. Elena Garro, autora de novelas, cuentos y obras de teatro; mujer de Octavio Paz y amante de Adolfo Bioy Casares; la olvidada del Boom latinoamericano fue, antes que nada, una mujer que adoraba a los gatos. Basta leer Andamos huyendo Lola –publicado en 1980– y darnos cuenta de esto mientras seguimos las huellas de una madre y una hija –narrado a la manera de la segunda parte de Los detectives salvajes– que recorren distintos lugares del mundo acompañadas, por supuesto, de sus dos gatas: Lola y Petrouchka.

Pero volvamos, mejor, a la frase del comienzo y agreguemos que detrás de cada buen escritor hay, casi siempre, un gato. Los ejemplos son muchísimos, sin duda –basta recordar esas bellas foto de Borges, ya mayor, con su gato Beppo, quien aparece acostado de espaldas, esperando que alguien le haga cariño en la panza. Aunque tampoco debemos retroceder tantos años ni mirar a otros países para encontrar esa relación. Pensemos en libros recientes y valiosos que se hayan publicado en Chile y en sus autores. Por ejemplo, Alejandro Zambra y Formas de volver a casa.

Por ejemplo, Alejandra Costamagna y Animales domésticos. Por ejemplo, Álvaro Bisama y Estrellas muertas. Tres narradores nacidos en los setenta, que escriben en diarios y revistas, y que en sus textos o en entrevistas aparecen mencionados, cada cierto tiempo, gatos. Hay nombres reales, incluso. Costamagna y Pascual. Bisama y Eduardo e Ignacio. Zambra y Oscuridad. Y también en sus textos: Bisama y esa crónica –de su libro Postales urbanas– en la que un gato llora en Plaza Ñuñoa porque su dueño está de viaje.

O ese cuento de Costamagna –“A las cuatro, a las cinco, a las seis”– donde una pareja, que no será más una pareja, debe llevar a su gato moribundo a un hospital. O esa columna de Alejandro Zambra –“Palabra de gato”– en la que menciona una antología de poemas titulada El libro de los gatos –donde están incluidos Nicanor Parra, Malú Urriola y Germán Carrasco– y cita ese hermoso poema de Wislawa Szymborska que dice: “Morir, eso no se le hace a un gato./ Porque qué puede hacer un gato/ en un piso vacío”. Zambra no tiene la respuesta, pero termina su columna así: “A la literatura le gustan los gatos, pero no creo que a los gatos les guste la literatura, pues es conocida la costumbre felina de interrumpir a los lectores poniéndose en medio o derechamente arañando las portadas. Sin ir más lejos, he escrito esta crónica con una gata subiéndose cada tanto a la mesa para interponerse entre la pantalla y mis ojos, con evidente intención de sabotaje”.

Probablemente en esa imagen está encerrado el misterio que puede explicar aquella idea de que detrás de un buen escritor hay, casi siempre, un gato. Ahí, en esas interrupciones, en los maullidos, en la búsqueda de cariño que, inevitablemente, detiene la escritura o la lectura está la clave. Ahí, después de esas pausas y con esa compañía se escriben las novelas y cuentos que, más tarde, leemos con sorpresa y admiración.

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