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Opinión

22 de Noviembre de 2012

La muela bancaria

Si hay partes resistentes de nuestro cuerpo, es inevitable pensar en las muelas. Esas trituradoras, moledoras de todo lo que entra y sostiene a fuerza de la propia voluntad o, por el contrario, a fuerza del propio instinto. Una máquina de poder y como muchos de los poderes, yace escondido en medio de una penumbra […]

Sergio Pinto desde Espana
Sergio Pinto desde Espana
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Si hay partes resistentes de nuestro cuerpo, es inevitable pensar en las muelas. Esas trituradoras, moledoras de todo lo que entra y sostiene a fuerza de la propia voluntad o, por el contrario, a fuerza del propio instinto.
Una máquina de poder y como muchos de los poderes, yace escondido en medio de una penumbra donde a la más leve confianza o coqueteo, se pueden dejar ver torpemente.

Con esto se me viene a la mente la figura de los bancos españoles, portugueses, griegos, entre otros, que viven -según ellos- bajo una alta presión y se esconden en un velo de novia en el amparo paternalista de los gobiernos temerosos que el “pueblo” -las caries- les hagan daño y penetren en su blindada estructura de control civil, ya que son ellos los que mandan, tienen la fuerza, la presión para masticar y digerir las decisiones de cómo se debe vivir, no hay otra.

Si están afectados por una quebradura -por muy leve que sea la raya del esmalte-, los bancos nos hacen sentir al conjunto de la sociedad que están afligidos, supuestamente vulnerables y luego entra la lástima, la pena, el consuelo por parte los gobiernos que como medicinas de abuela capitalizan millonariamente a estos pobres desvalidos, dejando al olvido a los contribuyentes, la pieza fundamental del engranaje financiero. Sin ir más lejos, podemos citar la crisis e intervención de los bancos del año 1981 en Chile y la consiguiente demora –sin prisa- del retorno del dinero invertido en la banca privada.

Los dolores de muela, seguro que son uno de los más fuertes. Te inhibe el habla, la movilización, dejándote tensa la zona desde la garganta hasta los oídos, y ese dolor retrocede y vuelve de forma impredecible como ataque de cosacos ebrios;  y te hace sentir débil, desorientado, propenso ante cualquier peligro por muy mínimo que sea, quedándonos sumidos en la incomodidad de no poder controlar y evitar sobretodo el dolor que a veces da tregua. Y quisiéramos no haberlo sentido y conocido nunca, vestido tan pulcramente de terno y corbata de seda italiana.

Dan ganas de decirles: “Vale, tú ganas”, “tú eres más fuerte”, “tú mandas”, “¡desgraciado!”; y así de ejemplo las  muchas voces de desahuciados que han terminado por tirar la toalla, no recriminando más a esa mole que los tiene agarrado del pescuezo con hipotecas impresentables, letras chicas con exigencias de pagos inmorales.

El compromiso era comenzar a  pagar. No importa cómo. “Tú lo firmaste”, te dirán ellos. Lo que pase en el medio, les trae sin cuidado. Si no lo cumples, te aplastan como trigo en sus mandíbulas con tufo a naftalina.

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