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Cultura

28 de Diciembre de 2012

Las abuelas que saltaron de Recoleta a las tablas

La abuela Nana y la abuela Raquel son las protagonistas de “Juan Cristóbal casi al llegar a Zapadores”, la cuarta obra de la compañía La Laura Palmer. Pese a vivir a 25 metros de distancia y tener el mismo nieto, no hablaban más allá del saludo cordial y las casualidades. Eso hasta que Ítalo Gallardo las puso en el centro de su montaje, que se presentará en el próximo festival Santiago a Mil.

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La calle Juan Cristóbal tiene muchos árboles pero poco pasto. Está a pasos del persa de Zapadores, que por la mañana es un montón de puestos vacíos como jaulas de pájaros. Es de esos barrios donde el camión del gas aún se anuncia con una melodía que se golpea sobre los balones, donde a media mañana camina una mujer arrastrando una frazada predicando el fin de la humanidad.

Ahí, casi al frente pero en una diagonal viven la abuela Nana y la abuela Raquel, que desde marzo dejaron la casa para irse a ensayar la obra de teatro de su nieto que las puso a ellas y sus historias como protagonistas. En julio, en pleno invierno, salían del brazo para dirigirse al centro cultural de Recoleta donde ensayaban junto a tres actores un montaje que no llenó salas pero llamó la atención de la crítica.

“Juan Cristóbal casi al llegar a Zapadores” tiene a las dos abuelas como protagonistas de sus propias vidas. Un montaje que a partir de historias mínimas reconstruye momentos de la historia del país. Una especie de documental en las tablas dirigido por Ítalo Gallardo, el nieto que unió las vidas de su abuelas.

Una del norte y otra del sur
Dice la abuela Raquel que fue su idea hacer la obra. Un día paseando con Ítalo por el Mall Vespucio Norte, le contó su historia de cómo se vino del campo a la ciudad, de cómo tuvo a Juanito, su papá y todo eso.

Raquel Jara se fue de Collipulli a los 12 años. Su papá la echó de la casa y se tuvo que ir a Concepción, a vivir donde su hermano Ernesto a quien también tuvo que dejar porque su señora, la Rosa, se puso celosa. Así, echada de todas partes llegó a Santiago a los 15 años.

“Yo arrendaba cerca de la Ferriloza, en Vivaceta. La Ferriloza era una fábrica donde hacían cocinas enlozadas. Ahí lo conocí a mi marido que no es mi marido porque no estamos casados. Pero yo igual le digo mi marido, mi compañero. Este caballero era capataz de la Ferriloza. Y me veía con el vestido hasta los tobillos y las trenzas largas y el pañolero decía ‘esa es una huasa que ni las pulgas la han picado, porque es re cosquillosa’. Y ahí empecé a enamorarme” recuerda Raquel.

A los 22 años la abuela Raquel se juntó con su compañero y se fueron a vivir a Recoleta. Era la década de los ’60, y la abuela Nana llegaría a vivir ahí mismo pero más tarde. En ese tiempo ella aún vivía con su marido en un departamento en Toesca, por donde ahora pasa el Metro. La abuela Nana le escribió entonces una carta a la primera dama María Ruíz Tagle, esposa de Eduardo Frei, diciéndole que necesitaba una casa para su familia que al momento tenía dos hijos y llegaría a cinco. “A las dos semanas ella me llama para decirme que tenía un cupo para una operacioncita y era esto. Sólo tuve que sacar la libreta, porque la plata ya la tenía”.

La historia de esos años en que vivieron al frente se la saben ahora, después de contarla durante todo el mes de julio cuando la obra estuvo en cartelera. Porque Adriana y Raquel no se conocieron hasta el 84, cuando la hija de la primera quedó embarazada del hijo de la segunda y nació Ítalo, a quien se le ocurrió armar el montaje a partir de esta y otras historias de sus abuelas.

Raquel, que trabaja como dueña de casa, dice que nunca había actuado, aunque sí hacía “asignaciones” en sus reuniones con otros testigos de Jehová, que son parte de la religión que profesa. En esas asignaciones ella interpretaba pasajes de la Biblia. Esas reuniones y ahora, los ensayos de la obra son de sus pocas salidas de la casa, porque “al patrón” no le gusta salir, y según dice, la molestaba cuando la abuela Nana la llamaba para que fueran a ensayar.

Nana, por su parte, dice que había actuado en el colegio. Cuenta que ahí la sacaban a bailar cueca, a recitar poesía y a hacer la Danza del Juego, algo que ya nadie recuerda. Ella también fue parte del elenco de La Espera, la segunda obra de la compañía La Laura Palmer, donde interpretaba a una señora enferma y postrada en su cama. Ahora tiene un puesto en el persa donde vende billeteras y cinturones los fines de semana que le sirven de terapia para distraerse.

Ítalo tomó la idea de su abuela y se puso a armar la obra sin contarles nada para no asustarlas. Reunió al equipo, la postuló a una sala de la Universidad Mayor e hizo un video para participar por los fondos. “Cuando me dijo yo pensé que era broma, porque apareció con una cámara yo estaba en la cocina con todo el desorden y decía ‘abuela si lo voy a hacer, abuela si lo voy a mandar’”.

Cuando salió el proyecto, el nieto invitó a las abuelas. Si le decían que no, probablemente el proyecto se hubiera caído, pero él era el primer nieto y el regalón de las dos. También el que las hizo cruzar la calle para conocerse mejor. “Yo no le iba a decir que no, si él es mi primer nieto, el amor de mi vida”, dice la abuela Nana.

En aquel momento, la familia se preocupó. Nana tiene 68 años y Raquel 72. “Mi hijo decía ‘cómo el Ítalo lleva a estas abuelitas al frío a ensayar’. Y no faltábamos”, comenta Raquel sentada en el living de Adriana, con las paredes llenas de fotos de sus cinco hijos y sus nietos. Una vez que llovió, la Nana llegó entumida y terminó enferma por dos semanas. Ahora es distinto, hace calor y estarán en una sala más grande, también con mayor publicidad por el festival Santiago a Mil, pero a las abuelas nunca les intimidó el público. “La primera vez tuvimos que salir dos tres veces por los aplausos, a mí me encanta, me distrae. Me olvido de la casa cuando estoy actuando”, finaliza Raquel antes de cruzar la calle para volver a su casa.

“Juan Cristóbal llegando a Zapadores” se presenta del 3 al 10 de enero en la sala de teatro de la Universidad Mayor, en Santo Domingo 711.

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