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Entrevistas

19 de Enero de 2024

Delfina Guzmán, a los 95 años: “Decidir cuándo morir debe ser lo más parecido a la libertad”

Fotos: Felipe Figueroa

Reapareció públicamente hace dos semanas en La Moneda, para la inauguración del Festival Teatro a Mil. Ese día, el Presidente Boric hizo un mea culpa con sus colegas actores y el mundo del teatro. La nonagenaria intérprete lo defiende ahora a muerte: “Lo están atacando mucho, injustamente”, opina. Pasa gran parte del tiempo en su departamento, sale de paseo los miércoles y sus hijos la ponen al día de la contingencia. No pierde chispa ni encanto, tampoco sentido del humor: si le toca morir pronto, dice que ojalá esté dormida en el asiento de copiloto de un auto. Alejada de las tablas desde el 2019, hoy casi no da entrevistas: está enfocada en trabajar con su voz y aprendiendo a convivir con su memoria cada vez más esquiva. Confiesa que a ratos le aterra, en otros la usa a su favor: “Siempre que me preguntan pelotudeces, digo: no me acuerdo”.

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Delfina Guzmán conoció al Presidente Boric en noviembre de 2022, durante el estreno de la obra Lucas y yo, en el Teatro Municipal de Las Condes. Había sido invitada como vecina ilustre de la comuna, la función estaba por comenzar y mientras bajaba por las escaleras en busca de su asiento, lo vio sentado junto a la entonces Primera Dama, Irina Karamanos.

Lucy, la enfermera que cuida día y noche de la actriz desde hace más de diez años, la acomodó en su butaca y se devolvió unos cuantos peldaños arriba para avisarles que la intérprete se encontraba en el público. Boric y Karamanos fueron de inmediato a saludarla.

“La Lucy me pidió permiso para hacer no sé qué cosa, no le escuché, y al poco rato volvió con Gabriel y la Irina. Él se me acercó, y le dije: mira, Gabrielito, no es necesario que digas una sola palabra, yo solo quiero mirarte y darte besos, nada más. Y eso hice”, cuenta la actriz sentada sobre su sillón de leopardo en el cálido living de su departamento, en avenida Colón.

El miércoles 3 de enero pasado, mientras un equilibrista cruzaba la Alameda a 50 metros de altura sobre una cuerda, la intérprete de 95 años y presidenta de la Fundación Teatro a Mil estuvo en La Moneda para la inauguración del masivo festival que dura hasta fines de enero. Allí participó, además, del encuentro a puerta cerrada en que Boric pidió disculpas al mundo del teatro ante las duras críticas a la gestión del gobierno en cultura.

Días antes, Amparo Noguera, Francisco Melo y otros excompañeros suyos de elenco en las teleseries de TVN habían hecho eco de las mismas. Guzmán no las comparte.

Una fotografía retrata la distendida reunión en La Moneda, a la que no tuvo acceso la prensa: la actriz aparece a la izquierda de la imagen, en su silla de ruedas; a su lado está la directora ejecutiva de FITAM, Carmen Romero, junto a un grupo de actores, la Ministra de las Culturas, Carolina Arredondo, los alcaldes Tomás Vodanovic (Maipú) y Claudio Castro (Renca), y el propio Presidente Boric, de quien la intérprete se declara fan incondicional.

“A ese cabro lo adoro”, dice Delfina Guzmán sobre el Presidente Boric.

“A ese cabro lo adoro… Encuentro que tenemos un Presidente inteligente, atento, vibrante, cariñoso. Me encanta, y lo voy a defender siempre, ahora más que nunca, porque lo están tratando pésimo, lo están atacando mucho, injustamente. Mucha gente cambia con la política y con el poder, pero siento profundamente que Gabriel no, fíjate”, opina.

La mirada política de Delfina Guzmán

Su vida ha estado cruzada azarosamente por la política desde muy joven: su abuelo fue senador del Partido Conservador, era de lo único que se hablaba en la mesa, y contra todo mandato familiar la nieta más revoltosa se inscribió en el Partido Comunista, atraída, dice ahora, “por su discurso con énfasis en la cultura”.

Fue el segundo acto de rebeldía contra su origen aristocrático. El primero fue rebelarse contra las monjas españolas en el colegio, del que finalmente la echaron “por mentirosa”, según cuenta. El tercero y último fue convertirse en actriz, y para eso tuvo que separarse de su primer marido, el arquitecto Joaquín Eyzaguirre, y enfrentarse incluso a sus padres por la tuición de sus hijos, que perdió por dos años.

–Afortunadamente, no me acuerdo de esas Navidades sin ellos –cuenta.

“A mí el asunto de la política me ha interesado mucho siempre –retoma–. Por eso estuve metida y militando durante mucho tiempo en el Partido Comunista, marchando en las calles y todo. Después se pusieron medio huevones e infantiles y me salí, pero fue ahí donde por primera vez me sentí acogida y aceptada tal cual yo era y soy: una cuica de izquierda. Tuvo sus costos serlo, sí”.

“Mi familia era absolutamente momia y no les gustaba que estuviera metida en todo eso. Después lo aceptaron, fíjate. Lo mismo pasó con el teatro: en vez de estar en comidas con gente pituca, yo estaba en ensayo y eso para mi mamá era como que yo estuviera en un prostíbulo. Les costó mucho aceptar a la hija actriz, pero finalmente también la aceptaron”.

Integrante histórica del grupo Ictus y protagonista de memorables teleseries, como Estúpido cupido y El circo de las Montini, Delfina Guzmán suele resumir una parte fundamental de su vida en términos estadísticos: “Tengo cuatro hijos, doce nueras, quince nietos y nueve bisnietos, además de dos tataranietos. El más pequeño tiene cinco meses. Increíble”, dice con orgullo. A lo largo de su vida, ha visto también a unos 30 Jefes de Estado en ejercicio, partiendo por Carlos Ibáñez del Campo, quien gobernaba en 1928, año en que la actriz nació.

De este último conteo no tenía noción, y de inmediato acota: “Ojo, que hay también un dictador”.

Su relación con algunos Jefes de Estado también es de larga data y singularmente próxima: fue amiga íntima de Salvador Allende y de su esposa, Hortensia Bussi; su fallecido hermano José Florencio Guzmán fue Ministro de Defensa de Eduardo Frei Ruiz–Tagle; su segundo hijo, Nicolás Eyzaguirre, fue también Ministro durante los gobiernos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet; y con Sebastián Piñera, único al que considera un “adversario político” entre todos los anteriores, comparte parentesco en segundo grado.

Sobran las anécdotas. Entre sorbos de café –una de sus debilidades-, “junto al chocolate y los hombres bellos”, asegura, Delfina Guzmán saca a colación una de las más recientes: en abril de 2018, cuando cumplió 90 años, fue invitada por el entonces Presidente Piñera a tomar once ni más ni menos que al Palacio de La Moneda. La noticia del encuentro fue difundida desde el propio Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.

“Fue dos o tres días después de mi cumpleaños, no recuerdo muy bien, pero sí que fue muy bonito y extraño porque me mandó el auto presidencial y todo el mundo me saludaba. Yo, la idiota, me creía la muerte, pero era rarísimo que estuviera en el auto de Piñera. Todos me asocian con la izquierda, nadie entendía nada. Lo vi en principio como un gesto cariñoso de su parte, pero luego entendí que algo también había para la foto. ”, cuenta ahora la actriz. 

“Te diría que con Piñera tengo una buena relación. Le tengo simpatía a nivel personal, a pesar de todo, porque como Presidente, al parecer, lo hizo malito. Tampoco estoy de acuerdo para nada en lo que él piensa como político, si es que piensa. Pero mira, a los Presidentes en general, no solo a él, es muy difícil calificarlos con una nota definitiva. Hacen cosas pésimas y cosas buenas también, no son unilaterales. Este país es muy grande, además, y uno tiene una pura mirada que no siempre es la mejor o la más necesaria”, comenta.

Delfina Guzmán asegura que su Presidente favorito “siempre será Salvador Allende”.

Pese a su admiración casi devota por Boric, entre todos, Delfina Guzmán asegura que su Presidente favorito siempre será Salvador Allende. Ve similitudes y diferencias entre ambos: “Se parecen evidentemente en la inteligencia y en el sentido de la intimidad; ambos tienen una relación con las personas por encima de los cargos, sin tanta solemnidad absurda y más cercana que otros, incluso que la Michelle o que Lagos, para qué decir Piñera”, opina.

“Salvador, eso sí, era más dicharachero. Yo tenía una buena relación con la Tencha, la esposa de Salvador, que era una persona muy medida. Salvador, en cambio, era muy bueno para la fiesta y para el hueveo, y en eso nos encontrábamos, porque yo también fui muy buena para el hueveo y para bailar, me encantaba bailar. A mí me da la impresión de que Boric no es tan bueno para la fiesta, sino más estudioso, calmado”.

Usted enumeró varios atributos del Presidente Boric: inteligente, atento, vibrante, cariñoso. ¿Cree que se han perdido esas cualidades en política?

–La política es cada vez más sucia, para gente más y más sucia, pero tampoco es que todos sean así. El Presidente Boric proyecta algo que muchos otros no; es cariñoso, como te decía, cercano, y además es transparente, ¡autocrítico! Además, es tan bonito. ¿Cuándo habíamos tenido a un Presidente bonito en este país? (ríe). El día que lo conocí en el teatro, yo le dije: “Usted tiene que ponerse siempre la mano aquí, en el corazón”. ¿Por qué?, me preguntó. Porque se ve bien, pues mijito, le dije, es un gesto de gratitud por el cariño de la gente.

Los días largos

El sol de la tarde pega fuerte sobre sus diminutos ojos verdes, que a ratos se ven de color miel. El humo de los incendios forestales se cuela por el ventanal y ahora relucen particularmente cristalinos, profundos. Delfina Guzmán apunta el balcón: “¿No encuentras que mi jardincito es un encanto?”, pregunta.

“Me encantan las plantas. Mis niños me han regalado casi todas las que hay aquí, y la Lucy las cuida. Mis favoritas son las hortensias. Dicen que viven harto más que otras flores”, dice.

En abril próximo, la actriz cumplirá 96 años, edad que nunca pensó que llegaría a tener. Mucho menos iba a imaginarse que acabaría siendo una de las últimas sobrevivientes de la generación que fundó las bases del teatro chileno y la escena cultural del último siglo.

Tiene una vida social que muchas y muchos de su edad querrían: días previos a esta entrevista, estuvo en el bar El Bajo, en el subterráneo del GAM, viendo el espectáculo Cabaré: se nos acabó la fiesta. Va mucho también a ver obras en sala, cuenta, la invitan siempre, pero escucha cada vez menos por el oído izquierdo. El último montaje que vio fue ¿Quién me escondió los zapatos negros? en el Teatro UC.

“No logré escuchar bien. Tampoco me acostumbré a usar audífono. Escucho mejor por el oído derecho. Además de mi problema de audición, pronuncian tan mal los chilenos. Todo lo dicen entre dientes, no suena ni una consonante”, comenta la actriz. 

“Me pone muy feliz que la gente me quiera”, comenta Delfina Guzmán.

Donde va, la gente le pide fotos y le expresa su cariño y admiración. “Para qué te voy a decir que me disgusta, si es lo que más amo. Me pone muy feliz que la gente me quiera y que lo manifieste. Yo no me sentiría chilena si no fuese tan querida como me siento en Chile”.

Lo más difícil de llegar a este punto de la vejez, dice, ha sido lidiar con la desobediencia de su propio cuerpo. Hasta hace un par de años, la actriz salía a caminar cada miércoles por avenida Colón hasta la altura de Sebastián Elcano. Podía hacer el recorrido ida y vuelta a pie, siempre en compañía de su cuidadora, pero desde la neumonía que la mantuvo internada una semana en octubre del 2022, regresa a su departamento en silla de ruedas. Mejor si es en Uber, dice: “Amo los viajes en auto y exijo mi asiento de copiloto”.

“Cuando recién empieza el cuerpo a desobedecer y tú quieres caminar y no lo puedes hacer bien, tienes que apoyarte en alguien o en un bastón. Yo que siempre fui muy enamorada de mi físico, que me encantaba el ballet y el trabajo con el cuerpo, tuve una crisis cuando me costó aceptar que, inevitablemente, eso había empezado a cambiar en mí”, cuenta Delfina.

“Al necesitar ayuda de alguien para todo, la vida se vuelve una mierda. Es lo que les digo a mis niños: yo soy como una maleta, en eso me convertí. A mí me pescan y me llevan para acá y para allá siempre. Navidad en casa de uno de mis hijos, Año Nuevo en la de otro, y así. Lo paso regio junto a mi familia, pero al mismo tiempo lo siento como una renuncia al ego, a tu autonomía. En la medida que el cuerpo no puede manejarse solo, tienes que aceptar lo que te dicen y acostumbrarte a un nuevo estilo de vida en que los días se hacen largos. Fue un momento bien jodido que, además, no me permitió seguir actuando. Y dejar de actuar ha sido lo más complejo”.

No ha vuelto a pisar el escenario desde enero de 2020, cuando hizo dos funciones del monólogo Aliento, en el GAM. El texto de la dramaturga Elisa Zulueta, y la dirección de Álvaro Viguera, la tuvo encarnando a Lupe, una mujer de 92 años que hablaba con tristeza y humor sobre la vejez, la soledad y la muerte. Originalmente, el montaje se estrenó el 17 de octubre de 2019 y el resto de la temporada fue cancelado a causa del estallido. Durante la pandemia, se hizo una versión audiovisual, que ha circulado en distintas plataformas, y prontamente tendrá una versión sonora que tiene entusiasmada a la actriz.

“La esencia del actor es la relación que tienes con quienes te están escuchando. Yo veo gente que pesca el micrófono y le habla como te estoy hablando yo ahora, pero sin pensar en que lo que realmente están haciendo, que es comunicarse con el mundo. Esa proyección tuya en el universo lo da la voz, la conversación. Yo doy cada vez menos entrevistas porque estoy considerando mucho este aspecto ahora mismo. Una entrevista no solo significa que tú cuentes lo que te pasa, sino que tú cuentes lo que ha pasado alrededor tuyo también. Eso también es parte tuya”.

Por estos días su hijo Jozquín está filmando un documental sobre ella.

La memoria fragmentada

El 17 de diciembre pasado, Delfina Guzmán votó por primera vez en un liceo en el sector del Parque Bustamante. La acompañó una de sus nueras. “Obviamente, voté En contra”, revela.

“Yo era muy lectora. Lo sigo siendo, pero cada vez menos. Aún leo los diarios, pero hay cosas que a veces no entiendo y mi hijo Nicolás conversa conmigo y me pone al día de todos los asuntos. Él me explicó bien el A favor y el En contra, hablamos del texto y me hace una especie de clase de historia y de actualidad que me entretienen mucho y me ayudan a estar más informada. Siempre estuve convencida de que había que votar En contra porque es vergonzoso que en lugar de unirnos, una propuesta de texto pueda dividirnos tanto”, opina.

Esa misma tarde, la actriz vio La memoria infinita, el documental de Maite Alberdi nominado al Oscar, junto a su hijo mayor, el cineasta Joaquín Eyzaguirre. “Él está haciendo un documental sobre mi vida. Estamos trabajando un poquito contra el tiempo”, ironiza la actriz.

“En todas las entrevistas que me hacen me preguntan por mi vida sexual. Les interesa mucho. Tengo 95 años y no me acuerdo quién se ponía arriba o quién se ponía abajo. Yo les pregunto de vuelta: ¿tú te acuerdas de la primera vez que tuviste relaciones sexuales? Me dicen siempre que sí, porque la emoción es nueva, importante, y que antes se tenía muy joven. Siempre que me preguntan pelotudeces, digo: no me acuerdo, y en varias ocasiones es verdad que no logro recordar, sobre todo fechas. De los nombres me acuerdo más”, cuenta.

“Es Increíble cómo un día se me empezaron a olvidar cosas, que a veces vuelven, pero no siempre. La memoria que tengo es así, esquiva, fragmentada. De repente hay días que estás completamente lúcida, acordándome de cosas importantes y que no las había revisado, quizás por algún impacto que pueda tener o haber tenido el tema para mí. Me asusta haber llegado a esta edad porque nadie se proyecta mucho en ella, pero en general vivo muy tranquila y satisfecha con mi forma de vida. No me arrepiento de nada, mijito”.

¿De nada?

–Bueno, fuera del problema con los niños, que fue atroz cuando me los quitaron y no los pude ver, no hay nada de lo que me arrepienta. He sido deslenguada, pero he sabido reconocer mis errores, y me siento muy querida. Eso me hace creer que he hecho las cosas bien. Tengo también una relación cada vez más espiritual con Dios que me ayuda a sobrellevar no el miedo, porque no tengo miedo a morir en este momento, sino la incertidumbre de no saber qué es lo que viene.

“La muerte no es ni ha sido un tema trascendental en mi vida, aunque en un momento abogué activamente por el derecho de la gente a renunciar a su propia vida si así lo desean, y aún lo hago. Decidir cuándo morir debe ser lo más parecido a la libertad. Yo nunca me he aferrado a la vida. Nunca me privé de hacer algo por miedo a morir o a que me fuera a pasar algo. Quizás la vida es más fuerte que la muerte también, ¿no?

“Yo solo pido que mi final sea durmiendo, sin dolor y se acabó el cuento. Mi sitio ideal para morir sería en el asiento del copiloto de un auto. Quién sabe, quizás no llegue un día a mi casa sino al cielo”.

Ahora que ha estado revisando su vida, ¿qué no cambió en Delfina Guzmán en 95 y ya casi 96 años?

–Lo mentirosa, fíjate. Las monjas tenían razón en echarme del colegio. Lo mentirosa nunca se me quitó. Es una deformación de oficio, porque la mentira me estimuló a dedicarme a esto. No hay nada más fascinante para mí que inventarme otra realidad, como en los sueños.

¿Qué es lo que más echa más de menos de actuar?

–El momento antes de subirme al escenario. Yo nunca fui supersticiosa como lo es gran parte de la gente del teatro. La superstición es un juego, otra ficción, y nunca me cautivó tanto. Tampoco era buena para las cábalas. Antes de salir al escenario, yo solo respiraba profundo, sabiendo que las palabras que iba a pronunciar eran para mucha gente. Muchos de los problemas del mundo son por no escuchar.

En la inaguración de Santiago a Mil, Delfina Guzmán en La Moneda con autoridades y actores.

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