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Opinión

25 de Enero de 2013

La cumbre del cerro Ñielol

El miércoles de la semana pasada, en la cumbre del Ñielol, en Temuco, se desarrolló la cumbre convocada por el Consejo de Todas las Tierras y otras organizaciones mapuche. Fue a la sombra de la misma patagua que es conocida en nuestros libros de historia como “La Patagua del Armisticio”, porque allí en 1881 supuestamente se efectuó la entrega del territorio para que Temuco fuera fundada. Desde allí, Aucán Huilcaman, el principal convocante, anunció que empezarían el trabajo de formar un autogobierno mapuche. Esto es lo que pasó ese día.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Fotos: Patricio Fernández

La mañana del 16 amaneció nubladísima. El cerro se perdía en la bruma. La cita era a las 8.30 hrs, pero nosotros, con Pedro Cayuqueo, quien me alojaba, llegamos media hora antes. Una buseta proveniente del Valle del Aconcagua, de Putaendo, fue la primera en estacionarse. Venían de lejos, viajando toda la noche. Emilio Cayuqueo, un tío de Pedro oriundo de Nueva Imperial, esperaba junto a su esposa y su hija abogada el comienzo del Llellipún, una especie de oración o rogativa para que todo salga bien. Las machis a cargo, sin embargo, tardaron todavía una horas en llegar. Al bus en que se desplazaban se le pinchó un neumático. Cundió en la concurrencia el rumor de que se trataría de un boicot, pero no había información alguna que confirmara las sospechas. Con Emilio y su familia caminamos juntos hasta la explanada, frente a los Chemamul (gente de madera), esculpidos por José Ancán, para reemplazar a otros viejos tótems desplomados, ya convertidos en ruinas. A un costado, la famosa Patagua. Los lonkos y otros dirigentes, algunos históricos, como José Santos Millao, presidente del Ad Mapu, que vestía una especie de traje militar gris con símbolos mapuches en las charreteras, su trarilonco en la cabeza y unos bigotes inauditos para los de su etnia más bien lampiña, o Ana Llao, dirigente histórica de la CONADI, fueron llegando de a poco. Mientras aullaban con ronquera unas trutrucas aisladas entre la niebla, grupos de mujeres se colgaban pudorosamente sus adornos ceremoniales junto a los arbustos, como si de algo las ocultaran. Hasta cerca de las 10 de la mañana la neblina persistía, y no eran más de doscientos los que habían llegado. Aucán me explicó, tras manifestar el gusto de verme ahí, que no eran muchos todavía, pero sí muy significativos. En su mayoría, se trataba de cabezas de serie, de representantes de otros.

Desde un micrófono instalado en frente de los Chemamul, Aucán dio la bienvenida. Ahora sí sonaban muchas trutrucas y txompes, y los reunidos gritaban cada tanto, como un modo de decir “aquí estamos en cuerpo y alma”. Había menos gente de la esperada. No llegaron los representantes de comunidades costeras (Lafkenche), ni del Alto Biobío, ni algunos de Temucuicui con los que se contaba. Pero bastó que Aucán dijera “aquí hay gente de Nueva Imperial, de Chiloé, de…” para que cada uno de los ahí presentes comenzara a vocear el sitio desde donde venía: Arauco, Victoria, San Felipe, Puerto Montt, Santiago… Algunos preferían exhibir el nombre de su comunidad. Yo imaginaba que la ocasión se prestaría para una concentración masiva, dado el momento de ebullición en que se halla el conflicto, pero en conversaciones con los presentes fui cayendo en la cuenta de por qué no había sido así. De una parte, no era fácil que la convocatoria llegara con fuerza a todos lados, ni que muchos de los que vivían en zonas apartadas se trasladaran, pero lo verdaderamente difícil era limar las desconfianzas entre las múltiples facciones que existen al interior del pueblo mapuche. La palabra “cahuín” proviene del mapudungun, y significa “reunión”.

Aucán es resistido por un grupo nada pequeño de organizaciones. Algunos lo acusan de personalista. Él sabe que esta vez debe rodearse de cómplices, pero esa reconstrucción de lealtades recién comienza. La cumbre del cerro Ñielol no fue una demostración de poder, sino una manifestación de voluntad. El werkén Huilcaman explicó que durante la primera parte del encuentro, hablarían los mapuche. “Queremos dialogar entre mapuche”, dijo. “El Estado no ha mostrado voluntad de entenderse con nosotros, pero nosotros no dependemos del Estado, y tenemos nuestra propia ruta”. Entonces rugieron las tribus, los comuneros levantaron las chuecas, las machis los cultrunes, y todos metieron bulla. Le llaman el afafán: “¡Yayayayayayaiii!”. “Todos podrán hablar, somos todos parte de este evento”, dijo Aucán, “pero tenemos un programa”. Pidió que la prensa se retirara mientras duraba la discusión interna, y que podrían volver cuando se sumaran los winkas invitados a este diálogo. Él no usó la palabra “winka”. No recuerdo cómo nos llamó. Como andaba con amigos mapuches, no me di por aludido. Durante más de dos horas, ya con un sol intenso y más de 30º de temperatura, los indígenas fueron tomando la palabra para hablar desde el centro del círculo en que se hallaban congregados. Los discursos y reclamos apuntaban principalmente a la militarización de la zona, la usurpación de tierras, etc., pero también aparecían asuntos menores como las deudas INDAP. Las referencias al tratado de 1825 y a la “Pacificación de la Araucanía” se tramaban con denuncias referidas a la dictadura y a los gobiernos de la Concertación. Sus problemas inmediatos, en el fondo, llevan más de un siglo siendo los mismos. Había unos más rabiosos que otros. Unos más políticos que otros. Unos de derecha y otros de izquierda. Había unas chicas de cara redonda y llena, con los ojos rasgados, atractivas, en especial una de Putaendo a la que le pregunté si no le daba calor andar tan vestida, y me dijo que no, porque allá donde vive últimamente han hecho más de 40º. Ahí en el círculo, sin embargo, donde las papas queman, no estaban representados los jóvenes. Campeaban los dirigentes de las décadas de 1980 y 1990, pero faltaban las nuevas generaciones, los descolgados, aquellos para quienes la Concertación y la Alianza, el Ad Mapu, el Consejo de Todas las Tierras y, a estas alturas, incluso la CAM, ya no son los únicos referentes; valga considerar que ellos no están de mirones, sino protagonizando algunos de los caminos que esta historia ha tomado. Mucho de esto está aconteciendo en los campos.

Pasadas las 12.30 hrs., se disolvió el cahuín. La prensa se arrojó como una jauría sobre Aucán. Querían saber las conclusiones. Aucán lo resumió así: se le exigía al gobierno que les pidiera perdón por la flagrante violación a sus derechos humanos que el Estado de Chile venía perpetrando desde fines del siglo XIX. Que pidiera perdón, como Aylwin a las víctimas de la dictadura, como el Papa por los errores garrafales de la Iglesia, y que se haga cargo de resarcir económicamente el daño causado. Jaime Huenchullán, werken de Temucuicui Autónoma, leyó un documento elaborado días antes titulado Pacto por la Autodeterminación Mapuche. A continuación, correspondía la discusión en torno al tema del autogobierno con los invitados: candidatos a la presidencia de la república, senadores, diputados, miembros de organizaciones de DD.HH. y otros, entre los que me contaba yo. De los candidatos llegaron únicamente Parisi, de terno y camisa blanca, y Tomás Jocelyn-Holt, los dos candidatos con menos posibilidades entre los existentes. Parisi se veía estupefacto. El chico Navarro, famoso por los “navarrines”, era el único senador presente. Antes de cederle la palabra al primer orador, se acercó al micrófono la machi Francisca Linconao, una vieja flaca pero no endeble, para denunciar que días atrás la allanaron, la acusaron de tener un arma que no tenía (y valga que muchas machis usan escopetas conejeras en sus ceremonias), “yo no miento, reclamó indignada, yo digo la verdad, y me ataron las manos y tiraron el pelo”, antes de hacerla pasar, por motivos que desconocía, una noche en la prisión. “De todo esto acuso al gobierno”, concluyó. Cuando tomó la palabra el diputado Venegas, de la DC, se refirió a los problemas de la región, y uno le contestó: “¡nuestro problema es el Wallmapu!”. (Irrumpió el afafán). Le encararon haber aplicado la Ley Antiterrorista siendo gobernador de la zona, y no pudiendo hablar más, cerró su discurso con un lamento. Todo el resto se limitó a palabras de buena crianza, de apoyo, de solidaridad. La discusión puntual a la que se nos había convocado, no tuvo efecto. En el documento que se nos entregó, un documento sólido y sofisticado, estaban los fundamentos sobre los que se apoyaba el derecho al autogobierno, pero faltaba incluso la primera línea acerca de qué tipo de gobierno sería. Yo intuyo que, en el mismísimo momento que los mapuches, independientemente de sus conflictos con el estado chileno, inicien la conversación en torno a cómo manejar la autonomía, lo posible se impondrá sobre lo utópico, los eslóganes dispersos cederán ante las negociaciones concretas, y lo que hoy parece inviable, encontrará un canal de comunicación que lo posibilite. El camino todavía es largo, pero en la cumbre del cerro Ñielol, es de esperar, podría terminar fijándose un punto de partida. Iluso, pero no tanto.

Alrededor de las cuatro de la tarde, se dio por finalizado el encuentro. Tres machis se arrodillaron junto a un árbol joven. Comenzaron a tocar sus cultrunes y los asistentes empezamos a girar en torno a ellas. La melodía de sus oraciones no es la de los pájaros del aire: son gente de la tierra. Sus trompetas son de cuerno de animal. Y sus aspiraciones, así haya quienes pretendan ridiculizarlas, son tan propias de este mundo, como las de todos los pueblos. Basta escucharlos para darse cuenta.

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