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Opinión

4 de Marzo de 2013

Jorge González, el profeta

La fila que se formó mucho antes de las 9 de la noche llenaba la calle Matucana. Adentro se agolpaba un público diverso, con personas que lo conocieron cuando era líder de Los Prisioneros y los que siguieron naciendo y escuchándolo hasta el día de hoy. Porque Jorge González nunca ha dejado de sonar en […]

Romina Reyes
Romina Reyes
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La fila que se formó mucho antes de las 9 de la noche llenaba la calle Matucana. Adentro se agolpaba un público diverso, con personas que lo conocieron cuando era líder de Los Prisioneros y los que siguieron naciendo y escuchándolo hasta el día de hoy. Porque Jorge González nunca ha dejado de sonar en las casas, ya sea como Prisionero, como solista o como el resultado de ambas cosas. Porque su mensaje no ha dejado de tener sentido pese a los treinta años de distancia que lo separan desde que fue enunciado la primera vez, lo que lo convierte en un profeta tan maravilloso como triste.

Los 40 minutos de retraso recordaron las cuatro horas que Madonna dejó esperando a su público, aunque aquí no llovía y más bien, hacía calor. En la espera, el rostro de Jorge González se proyectaba en una pantalla gigante, su versión del siglo XXI, con canas y las líneas de expresión marcadas en la piel. Un Jorge González que si bien sigue haciendo música, es más apreciado por lo que hizo que por lo que ha seguido componiendo.

Al salir al escenario, incluso las rejas de Matucana 100 se llenaron desde la cuneta. Ahí bailaba un público al que González interpeló durante El Baile de los que Sobran. A ellos, justamente los que sobraron en la noche, los que no entraron, los que no pudieron o no quisieron pagar pese a que el recital recordó lo que eran los recitales antes de los festivales y las ubicaciones Vip, con una cancha general y un precio que cualquiera podría haber pagado si juntaba las monedas.

Jorge González además de músico, ha adquirido su fama de columnista, de líder de opinión de un sentir de izquierda tan diverso como difuso. Aunque por supuesto, cuando él habla sólo lo hace en su nombre. Pese a esto, en su concierto de despedida de los escenarios chilenos, el músico habló menos y cantó más. Echó más la talla. Desmintió una mala conducta en el Festival de “Ñavi”, culpó a Juan Carlos Bodoque de destrozar el camarín. Se autodedicó la canción “Por qué no se van” y le mandó un saludo a Miguel Tapia.

Quizá porque no había tantas cámaras y no era tan necesario, quizá porque la gracia de Jorge González es justamente esa, su lucidez. Una lucidez que de todas maneras no es tan original, no es tan extraña. Que se puede encontrar en cualquier casa, un pensamiento al que se puede llegar leyendo un poco los diarios, un poco de Wikipedia, algunos libros. Pero que sin embargo vale por ser enunciada en el Festival de Viña o ante cualquier micrófono, porque lo que dice Jorge González no lo dice nadie con su figuración pública, y eso lo convierte en una especie de profeta o semidios para quienes leemos los medios y escuchamos a los políticos con impotencia o con una sensación de profunda mentira.

De todas maneras, Jorge González acusó que estamos gobernados por los alumnos de Pinochet, y mientras cantaba “No necesitamos Banderas”, propuso cambiar el huemul del escudo por un perro policial. “Estamos llenos de perros policiales” dijo ante un público que aplaudía cuando había que aplaudir y que pidió más de un cantante que podría haber cantado toda la noche de haberlo querido. Lo bueno es que pese a que esta era su despedida, Jorge González siempre vuelve, ésta no habrá sido la última oportunidad de verlo, y aunque ahora su nuevo disco “Libro” se vea más personal que político, siempre hay un público dispuesto a escuchar lo que el profeta tiene que decir.

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