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Opinión

12 de Marzo de 2013

Álvaro Díaz tras el éxito en Viña de 31 Minutos: “El escenario es una droga”

Durante diez años ha sido la voz del conejo más nihilista de la televisión chilena. Y el único rojo. La semana pasada, Juan Carlos Bodoque y los muñecos de 31 Minutos arrasaron en la Quinta Vergara. Díaz terminó cansado. Pero feliz.

Macarena Gallo y Claudio Pizarro
Macarena Gallo y Claudio Pizarro
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Álvaro Díaz viene de una familia melómana. Su abuela, que era hemipléjica, escuchaba muy mal y tenían que ponerle la música muy fuerte y le encantaba tener todo el día la radio prendida para escuchar los románticos. Así que Álvaro creció escuchando a Serrat, Albert Hammond y Neil Diamond. Pero siempre fue una cosa de escuchar. Nunca se imaginó tocando algún instrumento en una banda, y menos cantando en un gran escenario. Y ni remotamente cantando para niños.

Pero ocurrió. El periodista, guionista y colaborador de este pasquín, dio sus primeros pasos en la música componiendo canciones para la serie infantil 31 Minutos. Y casi al mismo tiempo, se tiró a la piscina. Aunque no cantara muy entonado, le puso la voz a temas ya clásicos como “El dinosaurio Anacleto” y “Soy un hombre de plástico”.

Pero siempre su faceta musical estuvo detrás de los personajes de la exitosa serie. Le daba pánico que lo vieran cantar en público y más imaginar estar arriba de un escenario. Recién el año pasado dieron un gran salto con sus compañeros de serie cuando fueron invitados a participar del festival Lollapalooza donde fueron la gran sorpresa en un show que mezcló títeres y músicos de carne y huesos. Después de eso, vendrían una serie de presentaciones en regiones. Y luego la más importante: la Quinta Vergara. Y en el show se vio a un Álvaro Díaz desatado. Como un rockero más. Como si el escenario siempre lo hubiese estado esperando.

Cuando partieron con 31 Minutos, ¿qué es lo que pensabas que estaban haciendo? ¿31 Minutos son los monos? ¿Es más que los monos? ¿Qué es?
-Es mucho más que los monos. Sucedió algo parecido que cuando estábamos haciendo Plan Z.

¿Qué?
-Si corres por los márgenes, cuando tienes un espacio en el que nadie está muy atento y nadie espera mucho, y tienes absoluta libertad, y no estás pensando en la plata, porque está financiado… No estás pensando en la supervivencia, que es lo que siempre destruye estas cosas. Tienes mucha libertad y esa libertad hace que las cosas funcionen. Y cuando tú ves al primer mono delante de la tele y ese mono algo tiene…

¿Qué tienen esos monos?
-Un encanto, algo que no has visto. La libertad absoluta. Sin embargo, también tienen sus reglas. No es que hagas cualquier cosa. En esa libertad absoluta tienes que ver lo que es gracioso, lo que no, lo que tiene sentido, lo que es atractivo. Pero es un espacio de libertad absoluta, porque como es para niños, y los niños son los representantes de la libertad más pura, puedes decir lo que quieras, sin necesidad de caer en el discurso. En el fondo, es hacer el programa que te gustaría que a ti te hicieran o el que a mí me habría gustado ver cuando niño. Y yo cuando niño no me entretenía gritando. Eso lo encontraba lo más fome del mundo. Ni siquiera me entretenía con cosas de niños, sino que jugando con lo que mi papá tenía en su oficina. Y si dices, puta, si esas cosas que me gustan a mí, ¿le gustan a otros niños?

Ver a los niños como personas.

-Claro. O sea, no todos los niños tienen que ser perfectos, ni ser pura alegría, y puras sonrisas. Evidentemente, uno es representante de un tipo de relaciones con los niños mucho más horizontal, donde no quieres que te vean como un modelo ni una autoridad, porque la decepción va a ser muy grande. Es relacionarse como adulto con los niños, pero como un adulto que tiene sus defectos.

¿Qué cosas te han sorprendido en tu relación con los niños? ¿Has cachado cosas que no te imaginabas?
-Más que cosas que no me imaginaba, los niños son hiper lógicos. La idea de que nada es gratuito. Todo lo tienen que relacionar con algo. Por ejemplo los títeres vienen de Titirilquén, pero el programa no se hace en Titirilquén… Y, sin embargo, se supone que el programa se hace en Titirilquén. Hay un problema geográfico que nunca se solucionó. Y eso a los niños los mata. Y te dicen “ya, pero si no se hace en Titirilquén, dónde se hace”. Hasta que no le digas dónde se hace, eso va a quedar anclado en la incertidumbre y no van aceptar que no te preocupes. Ellos van a ser siempre rigurosos en que tú les expliques. Ahora, esa explicación no tiene por qué ser verosímil. Le puedes armar otro cuento con otro pueblo y para ellos va a ser choro. La idea de la ideología infantil como una cosa sin límites, es apasionante, porque te hace enfrentarte a un público muy inteligente y cuestionador.

¿Cómo ves los espacios infantiles en la TV chilena?

-Son nada. Y, en ese sentido, 31 Minutos tiene mucho trabajo. De verdad, lo tiene. Para estar en Viña, tuvimos que estar cuatro meses trabajando todos encerrados para después ver unos calcetines, unos monos. Todo lo que ves ahí, está completamente estructurado, pensado, cuestionado y se prepara una y otra vez para que salga. Entonces, cuando el trabajo es así y tienes que enfrentarte a un ejecutivo de tele con esa dinámica y ese rigor, es el infierno. Tú le dices “vamos a trabajar ocho meses para una temporada de dos meses”. Los huevones te dicen que eso es imposible. O te dicen que te pueden dar la noche, en horario prime, pero puta ¡es para niños! Y más encima tienes una competencia muy buena con programas infantiles que vienen de fuera. Entonces, apostar por una cosa chilena, uf, es complicado. Porque el nivel de desarrollo es pobre.

PÁNICO ESCÉNICO

Eres periodista, has pasado por el periodismo, y de repente sales al escenario de Viña. Debe ser curioso enfrentarse a esa cosa rara…
-Lo que voy a decir va a sonar bien cliché, pero uno tiene que enfrentarse a sus propios monstruos. Porque, efectivamente, tú has querido estar ahí desde siempre. Yo llevo tímidamente haciendo diez años canciones con 31 Minutos. Y con el tiempo he empezado a colaborar con amigos músicos que al principio eran amigos nomás. Y a colaborar en serio. Pero cuando te subes al escenario de Viña, lo que tienes que hacer es decir “tú has ensayado, tú cantas esas canciones, tú las compusiste, tú las sabes tocar. Aquí no te puede dar miedo”. Hay una línea que no puedes traspasar. Si te cagas de miedo, le traspasas el miedo a otro, y das un mal espectáculo.

¿Cómo venciste ese miedo?

-Yo tenía pánico escénico. Antes no podía tocar en público. Pero en un minuto dices ¿o lo haces o no?, pero después no andes pateando la perra por no hacerlo. Y te ayuda mucho ensayar, tener la humildad de reconocer que estás rodeado de gente que sabe mucho más que tú… Y con el tiempo sientes que ya no es tan complicado.
Una de las cosas bonitas que tiene 31 Minutos, es que a muchos nos pasa que cuando se suben ustedes allá arriba es como si lo hiciera una persona que está en el público. Esa cosa es la cagá. Eso es.

Háblanos de eso para saber qué chucha pasa en ese momento…
-Si hay algo que me distingue a mí y a Pedro Peirano, de la fauna artística nacional, es que nosotros somos amantes del espectáculo. La idea del espectáculo supera la de ser cineastas, tipos que hacen tele, o titiriteros. Y si hemos probado muchas ramas del espectáculo, siempre ha sido mirado desde el público. O sea, hicimos un programa de humor sin ser actores. Y más o menos la sensación de la gente que veía Plan Z, era la misma: eran huevones como uno, haciendo los chistes que podría hacer yo, pero lo están haciendo en la tele.

Se te veía en llamas como rockero, te transformaste. ¿Siempre quisiste ser rockero?

-Lo que pasa es que tengo la suerte de haberme hecho amigo de huevones que son, no sé, los dos hermanos Ilabaca, el Camilo Salinas, Pedro Piedra, por nombrar a los más cercanos. Después hay amigos de ellos a los que vas conociendo. El Cabezón y el Cabecita, el Felipe y el Pablo, y además te vas haciendo amigo de los que están en sus bandas. Es un mundo, para mí, súper atractivo, al que entras a pertenecer levemente ahora. Y me llevo la mejor parte. Salir a comer con ellos. Algunas pequeñas colaboraciones.

¿Pensaste que te iba a ir tan bien en el festival? Porque tengo entendido que estabas medio nervioso antes, como que no esperabas ese recibimiento de la gente.
-Es que el tan bien es una medida… No sé, tuvimos un peak de 53 puntos de raiting pero si me hubieran dicho tuviste 40, yo creo que está bueno, no sé, no me habría fijado en ese detalle.

Pero Elton John marcó la mitad.
-No me habría fijado en ese detalle. Claro, pero a Elton John no le importa, le da una raja.

EL ESPECTÁCULO
Recién usaste la palabra espectáculo. ¿En qué consiste el gusto del espectáculo?
-El espectáculo tiene que ver con que hay un público y a ese público tienes que cautivarlo. Tu pega es hacerlos más felices, o simplemente entretenerlos. Y la dinámica corta es sorprenderlos, despertar su curiosidad y ciertas emociones como decir “puta, yo podría ser ése”. Ponte tú, en Bailen sin César hay una parte en la que bailo. Y estaba en Viña y de repente viene esa parte. Y es un baile que es completamente desarmado. Y yo digo “¿lo hago o no lo hago?”. Pero pensé que sería más gracioso verlo. Y lo hice.

¿Será sólo gracioso?
-No. Debe ser atractivo, debe ser mejor, debe ser el mejor espectáculo que alguien haga un baile mal hecho. En el sentido de la canción, creo que el discurso está mejor hecho si el baile es desarmado. Entonces, yo en esa fracción de segundos que tengo para pensarlo, digo “hazlo” para no ser demasiado egoísta de después decir “hay algo que no quise hacer y me lo guardé” y para que después no digan que… Empiezas todo un rollo de culpa, de amor al yo… Y, en ese sentido, el rollo de que eres una especie de embajador de los huevones que están en el público, es súper pertinente. Porque no te planteas culpas de una formación artística o de alguna coherencia o si está bien o mal, sino qué será más entretenido para que vea esta gente, qué agradecerán más, qué será lo más sorprendente.

Todo el rato le estás quitando el poto a la jeringa a la posibilidad de que esto tenga un discurso. Siento que todo lo que estás diciendo es como si sólo fuera un buen show, pero hay algo más. Si tú cantas una canción que dice “esta canción es mala, pero es mía”, o “no ponen sietes por bailar”… yo te puedo decir que más allá de un buen espectáculo, me están transmitiendo algo.
-Sí. Evidentemente. Lo que te quiero decir, es que uno tiene un infinito aprecio por las libertades. Y esa libertad, ¿cómo se manifiesta? Se manifiesta en la libertad de querer ser yo, de que cada uno pueda ser yo, de que cada individuo vea que la vida no es un mero tránsito… O sea, la vida es aburrida, rutinaria, puta, porque es así. Ustedes después van a tener que descasetear esto, yo me iré para la casa, eso es inevitable, pero que el sentido profundo de esto es que tú puedas tener un espacio donde ser tú, eso es impagable. Y significa no tener que decirle al otro cómo debe ser. Significa que hay un valor que realmente uno aprecia mucho y que es ser original, genuino. La idea de los modelos es completamente absurda, la idea de pontificar, de decir “lávate los dientes”, “ordénate la camisa”, pero por qué, si no soy así. La idea de predicar la libertad, pero no una libertad naif, sino que tus sentimientos valen en un país donde la gente cree que sus sentimientos no valen, y decírselo a los niños. Puta, hay un discurso ahí, una misión, pero también la libertad de decir “me cortaron mal el pelo y te van a joder por eso”.

No hacerse el leso.

-Claro. Siempre que hacíamos canciones de 31 Minutos, decíamos “hablemos de un tema, pero démosle un plus”. Por ejemplo, será de una ruedita de una bicicleta. ¿Ya, pero quién la canta? Puta, ese cabro que le sacó la ruedita a su bicicleta es el más bacán de todos. Sacarle la rueda a su bicicleta, lo convierte en el huevón más la raja del mundo, realmente la raja. Si tú ves a Freddy Turbina se te olvida la letra y ves a un tipo extraordinario que tiene un amor por sí mismo tremendo. Y la Regla Primordial trata de un huevón al que están poniendo a prueba en su barrio que, es tan la raja, que no va a aceptar a cualquier huevón.

Llevémoslo a la política. ¿Te parece a ti que una invitación que vale hacer es “sé quien tienes ganas de ser”?
-Si hubiera un mundo de izquierda real en Chile- y aquí me comprometo, porque es el país que a mí me gusta y que es extraordinario- yo votaría por el que apoye al The Clinic, el que esté en el Liguria y el que vea 31 Minutos. Porque es el mundo al que pertenezco y del que pueden caerme mal un montón de personajes, pero representan un mundo donde hay libertad, autenticidad, un mundo genuino, donde van todos los huevones que no le dicen a nadie cómo deben ser o comportarse. Donde la libertad se entiende como un cuento donde a nadie le vamos a escupir en la cara, y si el tipo es buena onda, puta, tiene una silla. 31 Minutos pertenece a ese país de todas maneras. Es el Chile más atractivo, sin dudas. Uno pertenece a esa realidad y se sube a los carros de ese mundo. O sea, uno se sube al carro de los estudiantes, porque le parece que esa cosa es fantástica.

Ustedes subieron un guanaco a la Quinta. ¿Qué intención había detrás?
-Un chiste. Los guanacos son parte del paisaje. Y qué más chistoso que se suba arriba un guanaco. Pero si le das la carga política, de que queremos ver la represión de los estudiantes, no, eso es una mierda, eso no sirve para nada. No. Todo el mundo lo pifió. Y no es más que eso. Pero si alguien lo toma de otra manera, es lo más amargado que hay. Yo sabía que si aparecía un guanaco, lo iban a matar a pifias, porque es como un malo de pacotilla. Un monstruo. Un chiste. Y yo también creo que los pacos se cagan de la risa cuando ven esos guanacos. Nunca nadie es tan grave. Me imagino a un general de Carabineros cagado de la risa viendo eso.

¿Te gusta el Chile en el que aparece este espectáculo?

-Puta, este es un país completamente desigual y voy a caer en un montón de lugares comunes para los que no tengo mucha solución. Es un país injusto, que los grandes cambios no los puedes hacer porque tienes un poder político que no los quiere hacer. Y uno trata de contribuir a que más gente despierte y tome conciencia de que es parte de esta historia y que no tiene por qué soportar que otros hagan y deshagan lo que quieran. Para mí, hacer 31 Minutos estimula a que uno esté más vivo y cuando uno está más vivo, te haces más preguntas. Y, por otro lado, Chile es un país curioso. Un país de muchas libertades.

¿En serio?

-Es raro. Yo siempre decía cuando trabajaba en The Clinic que podía colocar la portada que quería y nadie decía nada. Pero yo sé que si la pongo en Colombia o en México andaría cagado de miedo, porque llega un huevón y te mete un balazo. Pero en Chile está la cosa del ninguneo, que es mayor. Si tú molestas a alguien, ese huevón no te pone publicidad, no te financia el show, pero jamás va a ir a matarte con matones.

¿Tú sientes que estamos en un lugar espantoso, en el que hay que hacer todo de nuevo?
-Voy a dar una respuesta terrible. Siento que vivo en un país la raja, un país la raja, al menos para mí. Para mí, porque soy un beneficiado.

¿Por qué Chile es la raja? ¿Qué tiene la raja?
-Puedo desarrollar todo lo que se me ocurre sin muchos problemas. Y tengo pares para esa huevá. No tengo grandes trabas para eso. He podido hacer una carrera bastante feliz y no puedo quejarme ni de apoyo ni de nada. Vivo en una casa buenísima a 20 minutos del centro. O sea, desde detalles domésticos hasta que me gusta Chile y recorrerlo entero. Siento que para un beneficiado como yo, es un país increíble… Es un país tan chico, de clases sociales, que si quiero acceder a Sebastián Piñera, no me demoraría mucho en acceder. No encuentro que sea imposible. Para que un grupito enano como nosotros viva así, hay un montón de gente al que todos los días de su vida le están repitiendo que no tienen ningún futuro. Y si uno no tiene ese conciencia hoy , mañana ese grupo se va a enojar, y espero que así sea, y esta huevá va a arder por los cuatro costados. Y espero que se acabe esta especie de primavera económica, de falsa alegría. Este es un país donde se ha fomentado la ignorancia de manera atroz, que da vergüenza. El nivel de destrucción de la educación uno no se da cuenta hasta cuando ve cómo hablan y escriben los hueones. Es muy dramático. Y, puta, yo miro mi contexto y es otra hueá.

¿Qué cosas te gustarían a ti que pasaran?
-No sé si será una percepción, pero diré una cosa bien de vieja, pero tú te das cuenta lo sucio que es Chile, lo sucia que es la gente, estos tipos que rayan las piedras, está lleno de basura.

¿Más que antes o menos?
-Es más. Y me da la sensación que es porque les importa una raja. Pero no sé si sea así en todas partes. A lo mejor es sucio porque no hay alcantarillados, pero no tengo la sensación de que en Brasil sea igual. Los desplazados, me imagino, reaccionan como diciendo “me cago en esta huevá, total, no tengo espacio en este lugar”. Y cuando ves las candidaturas, aquí la idea de una educación gratuita parece una locura, pero no debería ser así. La idea de un sistema político democrático no debería ser una locura. Debería ser lo más normal.

Pero parece que ya no es una locura lo de la educación.
-Me habría encantado que hubiese llegado Velasco y hubiese dicho “voy por la educación gratuita”. Yo hubiese dicho “me da lo mismo que seai cuico, pero la raja, vamos para allá”. Pero no veo eso. Veo discursos que van por el lado del pleno empleo, que son como ideas de taxistas. Puta, el triunfo personal por sobre lo colectivo. Eso es muy fuerte.

¿Tienes esperanza de cómo se va moviendo la cosa o ves negra la posibilidad de evolución?
-Al contrario. Pueden haber muy buenas intenciones, gente muy inteligente, pero hay que tener más cojones para enfrentarlas. Al final, ¿qué es lo que se opone para que Chile sea más igualitario, sin lucro en la educación? Son tres o cuatro huevones con negocios tremendos y que no están dispuestos a ceder ni un pelo. A uno le encantaría, así como lo hicieron los estudiantes que salieron a la calle a decir estas cosas que parecían imposibles, que saliera alguien que tomara esa bandera sin parecer loco ni extremo.

LAS CAMPAÑAS
Si tuvieras que hacer una campaña para quien sea, ¿cómo tratarías de vender al personaje en cuestión?
-Haría todo lo contrario a lo que se hace ahora, que es vender historias personales.

Como Golborne.
-Y Velasco también, con lo de los pololitos para el día de San Valentín cuando salió en la revista Caras. La honestidad es el gran valor que hay que vender. Si un huevón tiene dos o tres ideas buenas que puede ponerlas adelante y que convoquen, eso habría que mostrar… Y si el huevón es fome, es fome. Si tiene amantes o no, me importa una raja. Espero que tenga para que su vida sea más entretenida, pero me interesa que sea coherente y que me explique sus objetivos. Es la idea más conservadora en términos de campaña. Pero esta idea de vender personas, no. Frei, en ese sentido, que no es nada de huevón, cuando se presentó las dos veces, como candidato, siempre lograba que él fuera una deducción.

A ver…
-“Oye, ¿y si fuera Frei?”. No sé cómo cresta se ponía ahí para que fuera una deducción de otro. En cambio, ahora hay una generación de puros “yo quiero ser”. Y eso es penca. Porque ése que quería ser presidente de curso, nunca te caía muy bien. En cambio, si hay uno callado al final de la sala, uno dice “me gustaría que fueras tú” y te dice “ya, bueno, me voy a presentar”. Y te aseguro que ese huevón tiene tantas ganas como el que levanta las manos. Hay algo un poco triste en el que en su casa, solo, levanta la mano. Y reforzar esa idea, es más triste aún. Son como aventuras personales. De Bachelet para atrás, incluso Piñera, conseguían que los nominaran. Para qué hablar de Lagos, que es mi presidente, el maestro. Los otros se pueden mandar las cagadas, pero a Lagos se le perdona todo.

¿Por qué te gusta Lagos?
-Pero cómo, si construyó este país. Cómo no lo voy a querer. Soy un admirador de Lagos-persona.

¿Lo conociste?
-Sí. Encantador. Y tiene una cosa que esperas de los presidentes, que es cierta presidenciabilidad en su pensamiento. Es como un Maradona.

Y fue el presidente de los empresarios…
-No digo que eso no sea así. Pero es una estrella. Y sí, es el presidente de los empresarios, puso la primera piedra del Costanera Center, toda la huevá. Estoy consciente que el Transantiago es una pésima idea y que puede haber sido una obsesión del hueón, pero puta tenía la obsesión de mejorar lo que había, que era pésimo, y sacar esas micros amarillas asquerosas… Le gustaban las carreteras, quería edificios grandes, y ¿de dónde sale la plata? De los empresarios. ¿Pero de qué se trata la política?

¿Cómo ves a Bachelet?
-Los laguistas no éramos bacheletistas. Ella me cae increíble. Pero entra en una especie de desorden, de jipismo, dentro del gobierno, que a uno le produce un poco de mono. Entonces, claro, al final cae bien y se impone. Pero nunca la he visto como alguien que vaya a transformar un país. No se me ocurriría nunca. Sí puede hacer cambios a través de la cosa emotiva, del amor, pero que ella diga “vamos a agarrar los tanques y nos vamos a tomar los colegios”, no. La veo muy doméstica, lo que la vuelve encantadora, pero no me genera esperanzas.

BASTIÁN, TULIO Y BODOQUE
¿Qué te pareció la actuación de Bastián?
-No lo vi en Viña porque estaba celebrando. Pero creo que el peor daño que le pueden hacer es ponerlo, como alguien puso por ahí, como un número de la Teletón dentro del Festival de Viña. Yo lo vi en unos videos y era bien gracioso. Ahora, quién está detrás, cómo se mueve ese negocio, no tengo idea. Pero era curiosamente gracioso, tiene una onda medio desprejuiciado, tira chistes sin filtro. Lo único que vi fue que estaba llorando. Cuando se pone a llorar, no es justo.

Pero un niño enfermo, cualquiera sea su enfermedad, según esta lógica que estamos hablando de que cada cual se exprese como se exprese, puede subir a un escenario y que se rían de él y que él disfrute mientras se ríen de él?

-La verdad es que no sé. Desconozco qué enfermedad tiene, qué nivel de decisión toma respecto a su carrera artística. Quizá no es ni tan joven. A mí una vez me llamaron para hacer un disco con Christell. 31 minutos y Christell, y dije eso no puede ser, el trabajo infantil. Me parece que a Christell hay que dejarla tranquila. Y me dijeron “ah, entonces no dejas que los niños desarrollen su talento”. Sí, pero para que un niño desarrolle su talento no lo sacrifiques delante de un público ni trates de hacer plata, para algo existen los derechos de los niños. Ahora, no tengo idea qué edad tiene Bastián. Puede que tenga 25 años. No sé. Quizá está feliz arriba y tiene 40 años. No tengo idea.

¿Hay algo tras bambalinas que quieras contar de Viña?
-Es bien fome en general. No difiere mucho de las otras veces que tocas en vivo en shows grandes. Estás metido en tu camarín dos horas antes, nervioso, no puedes tomar mucho, te pondrías a tomar una botella de whisky, pero no puedes hacerlo. Y en el caso de Viña no ves mucho. Sí hay harto tránsito de ballet y esas cosas. Es choro.

¿Algunos chupan antes de salir?
-Sí, todos nos pegamos un pencazo antes de salir para templarnos.

¿Dices cosas por Bodoque que no dirías siendo tú?

-Claro.

¿Cuáles?

-Tiene que ver más con el trato, la confianza con las minas, por ejemplo. Bodoque las invita a la pieza del hotel. Todas las cosas que no puedes hacer tú, las puedes hacer en una conferencia con Bodoque. Les pregunta dónde están alojando. Total, es un conejo rojo. Y tiene un sex-appeal impactante. Las minas enloquecen.

¿Lo envidias?

-Igual sufre. No es fácil. Ninguno de los dos papeles es fácil.

¿Pero tú conoces los sufrimientos de Bodoque? ¿Él los tuyos? ¿Son distintos sufrimientos?

-Son distintos. En el fondo cada uno elabora un personaje que se parece a quien le gustaría ser. Él es un jugador, mujeriego, que no tiene preocupaciones por el futuro. A uno le encantaría ser ese tipo pero gracias a Dios no lo es, porque esos hueones lo pasan pésimo en la vida…

Así dicen…
-La pasan mal a la larga. Es mucho mejor ser un hombre de familia. Bodoque no envejece. Siempre va a tener esa edad. Ver envejecer a Bodoque sería atroz. Un jugador a los cincuenta empieza a ser un lastre, a menos que tenga plata.

¿Qué más tiene Bodoque distinto de ti?

-Ya lo dije. Tiene una vida licenciosa.

Pero el Bodoque público. ¿tiene ideología? ¿cree en algo?

-No, en nada. Es un nihilista.

Pero defiende las causas medioambientales.

-Claro. En ese sentido se parece mucho a mí. Por un asunto de realismo. Porque se da cuenta, por sentido común, que no tiene sentido contaminar un río, cuál es el costo y quién lo paga. Pero se lo pregunta desde el sentido común. No es que sea un medioambientalista. Y está haciendo esa pega porque necesita pagar deudas. De hecho, en la conferencia de prensa en Viña le preguntaron por el cigarro, qué le parecía. Y dijo “algunos dicen que el cigarro mata; yo digo que acompaña hasta la muerte”. Está fumando. No está obsesionado con el tema. Se da el lujo de hacer esas cosas. Puedes ser contradictorio. Es un montón de libertades infantiles.

Cuando estás preocupado del espectáculo, estás preocupado de estar conectado con un público. La percepción de la realidad tiene que ser correcta porque si no, el espectáculo fracasa. ¿O no?

-Una vez estaba viendo en la tele Actor’s studio y estaba Tom Hanks contando que había ganado millones, pero que cambiaría todos esos millones con tal de hacer reír de nuevo. Puedes creerle o no, pero me pareció que si lo has hecho, tiene sentido, porque es tan la raja hacer reír a la gente, dice, que lo otro es plata no más. Es que vivimos del aplauso. Además, dice, yo he sido pobre, he estado durmiendo en un auto en Los Ángeles esperando una oportunidad y nunca me dejo de acordar de ese día. Yo cada vez que me gano algo, un Oscar, dice, me acuerdo del día en que nadie me llamaba y todos encontraban que era fome y yo estaba en un auto culeado durmiendo en la calle esperando una oportunidad. Claro, si has sido pobre, vuelves a eso, no es tan atroz. Y en comerciales, cambio, y estaba Gloria Benavides en ese programa que hacía Andrea Tessa, y decía exactamente lo mismo que Tom Hanks, con la misma convicción. La vieja vivió lo mismo que Hanks y que todos los que han estado ahí. Voy a decir algo.

¿Qué?

-A mí me impactó mucho haber tocado en Lollapalooza. Yo terminé muy mal después de Lollapallooza, porque sentía que lo que había recibido ahí no lo iba a poder recibir nunca más, que es lo mismo que siente un futbolista cuando mete un gol. La energía que había ahí era algo que me había perdido durante cuarenta años, pero por otro lado llegó a los 39 o a los 40, para bien o para mal, pero llegó. Sentía por un lado la culpa de que fuera tarde, pero por otro, la satisfacción de haber hecho un camino que te permitiera estar ahí y que además tenía ese nivel de intensidad justo porque había hecho ese camino y no otro. Y efectivamente, después, el vacío que te queda es tan grande, que quieres volver a hacerlo. Y después vuelves a hacerlo y ya no es la misma sensación, pero sientes que la energía está ahí. Y te conviertes en uno más arriba del escenario. Un huevón que lo pasa la raja.

Eso que estás diciendo es la descripción de la droga, también.
-Exactamente. El escenario es una droga. Y lo que recibe el tipo ahí arriba es como la droga, el alcohol. No lo cuestionan, lo aplauden, concentra las miradas. Es un hueón bien atroz, también. No todos pueden ser ese huevón.

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