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Opinión

18 de Abril de 2013

Platanote

En realidad, Maduro perdió. Yo estuve en Caracas para la muerte de Chávez. Vi su cara adentro del cajón, como uno más de los cientos de miles de fieles que llegaron a darle el último adiós. El Paseo de los Próceres se convirtió en un mar de deudos para quienes el muerto era mucho más […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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En realidad, Maduro perdió. Yo estuve en Caracas para la muerte de Chávez. Vi su cara adentro del cajón, como uno más de los cientos de miles de fieles que llegaron a darle el último adiós. El Paseo de los Próceres se convirtió en un mar de deudos para quienes el muerto era mucho más que un hombre. Los pobres de Venezuela adoraban al comandante. Votarían por Maduro, porque Él se los había ordenado. Ni el opositor más recalcitrante imaginaba la posibilidad de contrarrestar ese mensaje. Durante aquella segunda semana de marzo, más de cincuenta representaciones internacionales, nuestro presidente y ministro del Interior entre ellos, se apersonaron para darle el pésame a la nación venezolana. Fue la muerte del año. Era, así a muchos les pese, un tremendo personaje. La oposición -que dicho sea de paso, no es precisamente derechista, sino más bien social demócrata, como buena parte de la izquierda chilena- no hallaba palabras para expresar su desamparo.

Consideraban que Chávez, la revolución bolivariana, los boliburgueses y la corrupción tenían a su país cayendo por un despeñadero. En Caracas hay gente que apenas se aleja de sus barrios, por miedo a terminar baleada. No reinaba, sin embargo, la pena lastimera. Mal que mal son caribeños. Capriles se resistía a dar declaraciones, hasta que los funerales se convirtieron en un gran primer acto de campaña. Maduro apenas se movía de al lado del féretro, y citaba las palabras de Chávez incluso para preguntar por el baño. Asumió la presidencia interina de Venezuela, pasando por alto lo que indicaba la Constitución, pero eso poco importaba ahí, porque el Líder, meses antes, había señalado por televisión que sería tarea de Nicolás Maduro (sentado junto a él), continuar la obra revolucionaria, en caso de sucederle algo. Capriles estuvo a un tris de no presentarse como candidato para las elecciones. Todo parecía tan impropio, que imaginar cualquier competencia tenía un aire de alucinación. Algunos pensaban que así deslegitimarían el proceso, mientras a otros no les cabía dudas que de hacerse tal cosa, el chavismo se encargaría de comprar un contrincante. En sus lugares de encuentro, los intelectuales de oposición hablaban más de los problemas internos del oficialismo, de sus fracturas y su frágil cohesión, del hecho de que sólo los mantenía unidos la irradiación sobrenatural de Chávez, que de sus posibles estrategias para derrotarlo. Lo consideraban imposible, pero llegaron al borde del milagro. Capriles fue candidato y por cerca de 200.000 votos que no le ganó al ungido. Las campañas fueron de antología. Maduro aseguró que gracias a los consejos de Chávez, Dios optó por un Papa latinoamericano. Quizás se lo dijo en pajarístico. “En cualquier momento convoca una constituyente en el cielo para cambiar la Iglesia en el mundo, y que sea el puro pueblo de Cristo el que gobierne”, agregó.

Capriles Radonski le llamaba “mentiritas”, “enchufado mayor”, “Platanote”. Lo tonteaba todo el tiempo. Maduro le respondía: “Caprichito”, “Burguesito” o “nazi”, a sabiendas de que es judío. El nuevo presidente, quien sostiene que no es Chávez, sino “hijo de Chávez”, deberá gobernar un país polarizado y dividido en partes prácticamente iguales. El padre lo ha dejado solo. Sus aliados por interés hoy lo miran sin el respeto del tiempo de las exequias. Mientras festejaban la victoria, entre sus cercanos no reinaba la algarabía. Se distinguían caras derrotadas entre muchos victoriosos. Los militares son parte de su alianza política. Se trata de un gobierno cívico militar. Ojalá no caigan en la tentación de los golpes de Estado. Maduro acusa a Capriles de estar llevando a cabo uno, pero no hay golpes sin ejércitos. Crear excusas para realizarlos en serio no cuesta mucho. En las últimas horas han muerto varios manifestantes. La oposición aún se resiste a reconocer la derrota. Exigen un nuevo conteo. Hasta las palomas sienten la tensión en el aire. La revolución bolivariana continúa en pie, aunque cojea. Vaya uno a saber con qué piedras tropiece, y a dónde diablos se dirija.

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