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Opinión

6 de Mayo de 2013

Bolaño en el sillón manco

Imagen: Alén Lauzán El título de este artículo proviene de un breve texto que Bolaño escribió hacia 1977 en su pequeño piso de la calle Tallers Nº 45 de Barcelona. Se trata del final de un modesto y godardiano guión que Roberto sólo alcanzó a “editar” en el instante, único e instantáneo, de su solitaria […]

Bruno Montane Krebs
Bruno Montane Krebs
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Imagen: Alén Lauzán

El título de este artículo proviene de un breve texto que Bolaño escribió hacia 1977 en su pequeño piso de la calle Tallers Nº 45 de Barcelona. Se trata del final de un modesto y godardiano guión que Roberto sólo alcanzó a “editar” en el instante, único e instantáneo, de su solitaria escritura: “El pelo corto y erizado. Durmiendo en el sillón manco”. Así puede leerse ahora en la exposición Archivo Bolaño, una exhibición que, con ocasión de los diez años de su muerte, el Centro de Cultura Contemporánea y los herederos de Bolaño han organizado en Barcelona.

La imagen de un joven escritor que duerme semiapoyado en el vacío retrata a un autor que vivió y luchó conectado con el humor, la voluntad, la compasión, la fuerza y una muy personal y activa melancolía. Una obra como la suya atraviesa un bosque de paradigmas que crean lecturas innumerables y escrituras múltiples, mostrando la indefensión que surge de los peculiares, por no decir en ocasiones risibles, desenfoques y exégesis que le prodigan –o endilgan– el mito y la leyenda. Tanto su poesía como su prosa ponen en juego lo que más de un exégeta cómplice ha llamado ‘la epifanía’, es decir, la manifestación de una deriva existencial que inserta de un modo lúcido y natural detalles autobiográficos que sólo el magma de una prolífica y trabajada escritura nocturna ha sido capaz de magnificar hasta hacer de ellos una reveladora y rupturista materia literaria.

Pero aquí se presenta, desde mi punto de vista, un equívoco fundamental que me recuerda una frase de William Burroughs, autor que fue una de sus influencias en la sombra: “El lenguaje es un virus del espacio exterior”. Se trata de una imagen profundamente metafórica que quisiera aprovechar para explicar el cerco externo que se cierne sobre la obra de Bolaño. El lenguaje –la escritura– desencadena una textura verbal que interpela directamente al lector, desarrollando registros que se expanden y diversifican en la multiplicidad de las tramas, sumergiéndolas en una profundidad poco menos que abisal, de modo que las referencias y los trasuntos quedan atrás, solitarios en el umbral de la fronda bolañeana. Escribir significa, sin lugar a dudas, entrar en otro territorio, un lugar en el que las referencias vitales y el desfile de las máscaras, de los dobles ficticios, generan una realidad capaz de contemplarse en el espejo de una experiencia renovada y que, sin duda, resulta distinta a la genésica cotidianidad; un detalle no menor que a veces olvida la ingenuidad de algunas lecturas.

Me refiero al equívoco que una y otra vez se genera ante una obra que, maniquea y rígidamente, es interpretada como esencialmente autobiográfica. Señalo este aspecto porque, en mi opinión, buena parte de la mitomanía crítica que se despliega en torno a la obra de Bolaño se origina en esta paradoja. Esto sucede de tal modo que la leyenda acaba justificando determinadas interpretaciones que mi conocimiento de la obra y del amigo me hacen juzgar como precipitadas, quizá superficiales. Se trata de una imagen distorsionada, hagiográfica y plagada de un énfasis que, por cierto, en parte el mismo Roberto alimentó, con la fundamental diferencia de que él era el único capaz de construir e interpretar esa imagen, su natural y franca puesta en escena. Una influencia que se muestra pro-teica y generadora de escritura, una obra que, no obstante algún precipitado vaticinio cercano, no deja de dialogar con los lectores y con el futuro. Para seguir su voz en la senda de su más radical representación, no se pierdan la lectura de sus entrevistas.

En este caso, el virus del mito y la leyenda que el autor ya no controla domestica la interpretación de la obra y, al mismo tiempo, proyecta una evidente inseguridad en los modos de negociar su legado. Desde este punto de vista, como ha dicho Ignacio Echevarría, resulta claro que es un error tratar ese legado textual como una mercancía que tiene que seguir compareciendo ad infinitum ante el mercado editorial en lugar de, como sería más fiel y deseable, editarse en las pertinentes ediciones críticas.

Vila-Matas, amigo de Bolaño en los tiempos en que éste ya había salido de la “máquina del anonimato” y de “los tiempos en que se hacía fuerte en el silencio”, afirma en su artículo incluido en el catálogo de la exposición Archivo Bolaño que, en ese período, Roberto sólo se dedicó a la romántica fermentación de su escritura. En este punto hay que aclarar que Roberto llevó a cabo no pocas maniobras previas antes de que la realidad de su inquietante y magnífica escritura se cumpliera o coincidiera con lo que podríamos llamar el cuento de la lotería literaria. Hubo negativas previas que marcaron esos intentos y que, obviamente, le hicieron aún más fuerte en esa etapa que, en la cómoda y cribada perspectiva del tiempo –que, como él mismo escribió, es proclive a machacar la carne real y metafórica– quiere presentarse ahora como una clandestinidad inmaculada, casi hagiográfica. Por ejemplo, aquellas propuestas de publicación fueron frustradas por la negativa de la Agencia Balcells, a la que, extraña y extrapolada contradicción, luego iría a parar su obra póstuma. Son éstos algunos oximorones que marcan la deriva de una biografía que se insiste en contar sesgadamente, en una maniobra de reconstrucción del pasado y el cerco biográfico que, se quiera o no, poco o nada tiene que ver con la literatura; por no mencionar la legión de artículos de algún periodismo cultural que una y otra vez se retroalimentan hasta el cansancio, eludiendo nuevas maneras o estrategias para calar la complejidad de la obra y del autor; es decir, negándose, según sus propias palabras, a “meter la cabeza en el agujero”.

La diferencia entre biografía y ficción otra vez dicta su peculiar y radical desconcierto. Protegido por la potencia y frescura de su obra, oponiéndose al enrarecido ruido de la leyenda y las ubicuas cribas y censuras con que es tratado su legado, un Roberto Bolaño con pelo corto y erizado continuará, solo y alerta, sentado en la vigilia de su sillón manco.

 

*Poeta, uno de los fundadores

del movimiento infrarrealista.

 

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