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Opinión

22 de Mayo de 2013

Gratuidad en educación: la extravagancia de debatir

El ex director de la División de Estudios del Ministerio de Desarrollo Social, Andrés Hernando, respondió la columna que el 15 de mayo pasado, el candidato a diputado por Santiago y ex presidente Feuc, Giorgio Jackson, publicó en The Clinic Online sobre la "extravagancia" que sería implantar educación superior gratuita en Chile. En esta respuesta, Hernando agradece la opción de debatir, refuta los argumentos de Jackson y plantea una nueva pregunta: ¿Dónde debemos dirigir los recursos escasos con que contamos de modo de lograr igualdad de oportunidades, equidad y movilidad social?

Andrés Hernando
Andrés Hernando
Por

*Director de Estudios de Horizontal

Celebro que Giorgio Jackson haya considerado necesario y adecuado responder a mi columna en La Tercera. El debate serio y razonado es la extravagancia que debemos permitirnos si queremos arribar a buen puerto en esta discusión sobre la gratuidad de la educación superior.

Sin embargo, me habría gustado una primera aclaración de su parte que no está presente y que, por lo mismo, me permitiré hacer yo: cuando hablamos de “educación gratuita y de calidad” no significa, lo mismo que hablar de “educación superior gratuita y de calidad”. No podemos permitirnos confundir ambas causas y discutirlas como una sola. Acá estamos hablando de educación superior, no perdamos esa perspectiva.

Comparto con Giorgio Jackson que la expansión de la cobertura que ha experimentado la educación superior en los últimos años en Chile no ha ido acompañada de una preocupación similar por la calidad de la misma. Comparto la preocupación por los altos niveles de deserción y la gran cantidad de graduados que no pueden trabajar en lo que estudiaron y para los cuales su paso por la educación superior (ES) no resulta rentable. Sin embargo, todo este punto es irrelevante para la discusión que tenemos y debemos, por tanto, descartarlo. En efecto, Jackson reconoce esto tácitamente pues ni siquiera intenta argumentar que la gratuidad universal podría solucionar este problema. Más aún, mi sospecha es que podría acrecentarlo. Tengo ideas (algunas que, con poca modestia, incluso considero no tan malas) sobre como solucionar este problema, pero ninguna pasa por la gratuidad. Podemos discutirlas más adelante, si Giorgio lo considera interesante.

A continuación, se me acusa, más por adhesión que por participación de ser conservador. Jackson sostiene que la postura contraria a la gratuidad universal descansa en el supuesto que la composición de quiénes asisten a la educación superior nunca cambiará y, por lo tanto, los más ricos estarán siempre sobrerrepresentados. La verdad es que releo mis argumentos y no veo de dónde deducir eso. Es probable que la gratuidad para sectores de menos recursos (a la que no me opongo) permita aumentar su representación en el sistema de ES. Pero, si tuviera que apostar, diría que los muy necesarios cambios que debemos hacer en el sistema preescolar y escolar tienen muchas más posibilidades de lograr eso. Hasta entonces, ese argumento me suena a volador de luces. Nadie puede, razonablemente, acusarme de no creer en la igualdad de oportunidades.

Jackson, jugando a la falacia del hombre de paja, pretende hacer creer al lector que mi postura sería que los miembros del 20% más rico paguen su educación usando ingresos presentes, propios o de sus padres. Sólo de esa forma se entiende que me acuse, respaldado en un gráfico, de querer que un esforzado joven que vive solo y trabaja sirviendo mesas por un ingreso autónomo de $300 mil mensuales logre el acto de magia de pagar $250 mil de arancel y gastos universitarios y, al mismo tiempo, sobrevivir un mes completo. Eso no es lo que propongo. Por el contrario, creo en algo mucho más despiadado y horrible: que ese joven pague los costos de su carrera con sus ingresos futuros, es decir, que se endeude contra el retorno que obtendrá de su educación. Pero como soy realmente perverso, quiero algo aún peor, quiero que nos hagamos cargo (yo, usted y todos los miembros de la sociedad) de una parte importante del riesgo de su deuda de modo que si este joven (ya sea porque su carrera no fue rentable, tuvo mala suerte o tuvo que desertar) nunca consigue los ingresos tan altos prometidos no tenga que pagar el total de su deuda y nunca pague más del 10% de sus ingresos. Este sistema genera, en la práctica, un esquema de aranceles diferenciados ex post, donde se paga según donde llegamos y no desde donde salimos. Eso es el CAE gracias a la reforma reciente. Maldad pura, evidentemente.

El siguiente punto me lo tomo más personalmente. Indirectamente se me acusa de ser un mal economista. Puede que Giorgio tenga razón, pero le agradecería que presente mejor evidencia porque la exhibida es bastante deficiente. Me explico. Según Jackson el argumento de que los retornos a la educación son fundamentalmente privados es falso puesto que cada profesional (supongo que incluso los economistas) aportamos algo a la sociedad y a los demás. La segunda parte es evidentemente correcta, en un mundo sin intercambios forzosos cualquiera que me pague por mi trabajo es porque obtiene de él algún excedente. El punto es que mi salario también me produce excedentes (no le cuenten a mis jefes, pero yo haría mi trabajo por un sueldo menor) y, cómo estos excedentes se distribuyen entre contratante y contratado, depende del poder negociador de cada uno.

El ejemplo del único veterinario en un pueblo que lo necesita es particularmente desafortunado. Al final, como decía un profesor mío en la Universidad de Chile, todos queremos ser monopolistas, precisamente porque nos permite obtener una fracción mayor de los excedentes que generamos. Jackson olvida que la pregunta no es si se generan o no excedentes gracias al trabajo de los profesionales sino quién captura la parte del león de dichos excedentes (además, claro está, de la diferencia de salarios entre haberse educado y no haberlo hecho).

Los tres argumentos a favor de la reforma tributaria son curiosos porque resultan contradictorios entre sí. Lo primero es que los economistas tenemos un lenguaje bastante específico y en este la expresión “bien público” significa algo bien preciso (que el bien o servicio es no rival en el consumo y no excluible, es decir, que el que una persona lo use no previene que otro lo haga y que no es viable impedir que alguien lo use). La ES no cumple con ninguna de estas condiciones. No es un bien público. Un alumno en un aula impide que otro asista y las universidades son bastante buenas manteniendo fuera del sistema (al menos del sistema formal) a quienes no pagan por sus servicios.

La condición de bien público no es ideológica o concedida por ley, es una característica del bien. No tiene sentido decir que la educación superior “debiera ser el más público de los bienes” ni se puede comparar la regresividad de su provisión gratuita a la que acompañaría a los que si son bienes públicos.

La educación (sin apellidos) tiene externalidades obvias y por ello creo que es mejor una sociedad (ligeramente) sobreeducada que una subeducada, pero lo cierto es que estas externalidades son mucho más altas en educación escolar y pre escolar que en la educación superior. Por otra parte, la obligatoriedad de la educación escolar es argumento suficiente para justificar la existencia de una educación básica y media pública, gratuita y de calidad. Indudablemente, en este punto estamos, como sociedad, al debe.

No creo que la educación sea un gasto. Coincido plenamente con Giorgio Jackson en considerarla una inversión. Pero, si el hecho que sea una inversión basta para justificar que el Estado la financie para todos deberíamos preguntarnos porqué detenernos ahí. ¿Por qué no financia el Estado cualquier forma de inversión y luego recupera los recursos cobrando más impuestos a los empresarios exitosos? Si se hace bien la combinación de financiar inversión para empresarios relativamente ricos y recaudar impuestos desde ellos puede ser “progresiva” en el sentido de la “dependencia aritmética” (esto debería, de paso, convencernos que la famosa “dependencia aritmética” no es, en realidad, un argumento). Lo importante es que siempre debería elegirse el proyecto socialmente más rentable y no está demostrado que éste sea la educación superior.

En Horizontal coincidimos plenamente con mi contradictor en la importancia de todo el proceso preescolar y escolar, celebramos este acuerdo. La evidencia dice que la inversión que se realiza en estos niveles es mucho más rentable para conseguir la igualdad de oportunidades que el financiamiento de la educación superior.

En cuánto al último argumento, no pretendo privar a un joven de 18 años de la posibilidad de financiar su ES si es que sus padres no están disponibles para ello. Creo que este joven debe tener derecho a becas o gratuidad si su condición socioeconómica lo amerita. De no serlo, la alternativa del endeudamiento y el arancel diferenciado ex post vía CAE debiera estar disponible para él completamente.

No sé si agradecer que se me suponga el “privilegio” de pertenecer a un “pequeño grupo de técnicos ideologizados” capaz de bloquear una política pública que sería deseada por el 70% de los chilenos. Sinceramente, no creo pertenecer a ninguna élite, menos a esa en particular. Sí agradezco la posibilidad de tener una discusión con argumentos lo que siempre resulta sano. Los adjetivos (de conservador o de ideologizado) deben juzgarse a la luz de los mismos. Me parece que los presentados por Giorgio Jackson son incompletos por cuanto la discusión y la evaluación de alternativas no puede hacerse sólo en términos de los beneficios que se generarían. Debemos, reconocer su costo en términos del uso alternativo de los recursos necesarios. Este elemento sigue lastimosamente fuera de la exposición de Jackson, por lo mismo, sus planteamientos no abordan la pregunta principal: ¿Dónde debemos dirigir los recursos escasos con que contamos de modo de lograr igualdad de oportunidades, equidad y movilidad social?

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