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Opinión

27 de Junio de 2013

Juan Cristóbal Peña, periodista: “En el proyecto de dictador de Pinochet hubo un punto de fuga hacia el delirio”

El autor de La Secreta Vida Literaria de Augusto Pinochet desmenuza los celos, plagios, aspiraciones intelectuales y aficiones literarias secretas del ex dictador, elementos con los que va delineando “un personaje que reúne todas las condiciones del clásico resentido que cree merecer más de lo que tiene y de lo que le reconocen”.

Sitio Predeterminado
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FOTO: alejandro olivares.

A partir de un reportaje que publicó en Ciper donde exploraba la faceta de Pinochet como bibliófilo coleccionista, el periodista Juan Cristóbal Peña se encontró con los libros que el ex dictador escribió y publicó antes y después del ’73 y tuvo la intuición de que ahí había un tema interesante que no había sido bien abordado ni profundizado. “Sobre todo en la formación intelectual de Pinochet, quiénes habían sido sus maestros, de dónde surgía este personaje, a qué contexto obedecía”, explica Peña. El resultado es un ensayo-reportaje que indaga en el perfil literario intelectual de Augusto Pinochet.

¿Tuvo Pinochet realmente una vida literaria?
-Sí. El hecho de ponerle ese título me llevó a una discusión con amigos. Algunos de ellos me reclamaban que la literatura excluía a lo que hizo Pinochet, que son libros de geopolítica y geografía y memorias, principalmente. Yo tengo la impresión de que sí lo incluye, y en parte creo que sí, en la idea amplia del término, Pinochet sí tenía pretensiones literarias, Pinochet sí pretendía ser escritor y, con ayuda de sus amanueses, sus escritores fantasmas, de toda esta corte de aduladores profesionales que giraba en torno a él, se empeñó en construir la figura de un escritor. No hay nada que alimentara más el ego de Pinochet que reunirse con escritores y sentirse un igual ante ellos. Entonces por lo menos en la ficción del personaje sí había un mundo literario, una pretensión de querer pertenecer a un mundo literario de intelectuales, escritores. Más allá de que lo haya logrado, que eso sea discutible, por lo menos hay una pretensión del personaje por incluirse en ese mundo.

Llama la atención el tema de la ambición intelectual de Pinochet. Los plagios que realizó y la acumulación de libros. ¿Qué tanto de realidad y de aspiracionalidad había ahí?
-Tengo la impresión de que en el proyecto de dictador de Pinochet hubo un punto de fuga hacia el delirio. En algún momento él, a partir del 73, cuando se ve sorpresivamente con este poder y lo administra de manera de tener rápidamente el poder absoluto, empieza a convencerse de que efectivamente es un escritor, que sus libros son importantes. Hay un punto en que así como empieza a creerse que es un pequeño rey de este feudo llamado Chile, a quien todos le deben obediencia y veneración, también se convence de que es el hombre de la geopolítica en Chile y que efectivamente es un escritor, un intelectual. Y hay una corte que le da cuerda a ese delirio, una corte consonante que trabaja esa receta porque sabe que eso agrada a ese señor y que ve ventaja en animar esta aspiración intelectual de Pinochet para conseguir ciertos puestos, destinaciones, favores políticos, como ocurre en cualquier corte dictatorial o monarquía.

O círculo literario.
-Claro. Es curioso que en esto participan no sólo políticos y militares, también escritores, algunos no tan malos además, como Emmerich, Iturra, Campos Menéndez. Y Álvaro Puga, que no es un escritor, pero creo que es el caso más excepcional y más temible de todos ellos.

¿Cómo delineas los celos intelectuales de Pinochet?
-Lo voy armando a partir de la relación de ciertos hechos. Por ejemplo, que haya plagiado a su profesor, va dando cuenta de una personalidad que raya entre la perversión y el delirio. Que haya negado al padre de la Geopolítica en Chile que es Ramón Cañas y que lo haya desconocido, y es más, que se haya empeñado en borrarlo de la memoria: cambiarle el nombre a la cordillera que llevaba su nombre, cancelar el concurso literario en su memoria. Eso va construyendo una personalidad que pretende ser absoluta. El caso Prats es el más ejemplar de ellos. El crimen de Prats siempre se ha visto, históricamente, como un crimen político, como si el problema fuera únicamente sacar del camino a alguien que le podría hacer sombra políticamente a Pinochet o podría amenazar su poder, pero hay que reconocer que también influye el factor pasional en esa escisión. Pinochet se siente como marido engañado ante este Prats que es más dotado intelectualmente, por lo tanto va despertando una pasión vengativa que deriva en este crimen. A partir de esos elementos voy viendo a un personaje que reune todas las condiciones del clásico resentido que cree merecer más de lo que tiene y de lo que le reconocen, y que en definitiva termina acumulando un ánimo de venganza similar a como ocurrió con el emperador Tiberio, que termina vengándose incluso con su propia familia.

¿Qué leía Pinochet?
-Eso solamente puede ser deducible a partir de lo que coleccionaba. En su primer libro de memorias “El día decisivo” dice que durante veinte años se dedicó a estudiar el marxismo, lo que no significa que haya sido así. Cuando se hace del poder absoluto se convierte en un coleccionista compulsivo de textos de ciencia social y de marxismo. Textos de Gramsci, de Lenin, etcétera. Incluso algunos los empastaba en cuero. Yo tengo dudas de que haya sido un estudioso de teorías marxistas o de lo que tiene que ver con pensamiento de izquierda, pero sí había una inquietud y una curiosidad. Creo que el personaje tenía la curiosidad por aprender, yo no sé cuánto leía, pero era una obsesión. Lo que sí creo que más leía y más conocía era historia de Chile, tenía sus gustos y predilecciones claras, sus períodos preferentes, curiosamente tenía admiración por los gobiernos liberales y de modo no curioso tenía admiracion por la figura de Diego Portales y de O’Higgins. Este afán por coleccionar textos de historia y sobre todo primeras ediciones de los grandes libros de historiadores chilenos no es tan fingida como en el caso del marxismo. Me parece que ahí sí leía, o por lo menos leyó en su momento, en su época de profesor de la Academia de Guerra.

En una entrevista al nieto de Pinochet en The Clinic, decía que su abuelo había leído “Las enseñanzas de Don Juan”, de Castaneda. Días después salió que era el libro de cabecera de Antares de la Luz. Carlos Castaneda inspirando a los grandes psicópatas del país.
-Qué maravilloso. Hay una línea mística de Pinochet que yo no pude desarrollar porque no encontré mucha evidencia, pero que es interesante. La suprerchería que tenía, la cual pude constatar con algunos libros baratos sobre magia y misticismo, pero de un modo muy aislado, que no me dieron para elaborar algo que no fuera más que algo despectivo.

Con tu libro se explican un poco las consecuencias culturales y en materia del libro que quedaron para el país. ¿Cuáles son las consecuencias culturales para Chile, desde la quema de libros al impuesto, que permanecen?
-Todo eso está construido por dos bandos, los gremialistas y los nacionalistas. Los nacionalistas postulaban usar la estrutura del Estado como órganos propagandisticos, pero a la vez coincidian con varias idas que los sectores más liberales o más progresistas postulan sobre rebaja del Iva del libro o la inexistencia del Iva, o una politica más centralista de apoyo a la producción literaria. En ese sentido los que ganan en esa discusion son los gremialistas, logrando que se imponga el impuesto al libro y que se venda la editorial Gabriela Mistral, antigua Quimantú, por tanto, ahí obviamente hay una de las primeras señales de que el proyecto gremialista se impone en cultura. Pero obviamente Pinochet tiene una carta bajo la manga, porque tiene esta otra editorial que es semipública, Andrés Bello, él se encarga de que esta editorial publique sus libros, de nutrirse de una corte de editores y escritores fantasmas que se los publican y a la vez lo nutren de nuevas publicaciones que aparecen en los ‘70 y ‘80.

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