La ex directora del ISP, Ingrid Heitmann, reveló que funcionarios encontraron y luego incineraron dos cajas con toxinas botulínicas, sin informar al gobierno o a la Justicia.
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El dictador Augusto Pinochet (1973-1990) tuvo en su poder armas químicas capaces de eliminar a miles de personas, reveló a The Clinic la ex directora del Instituto de Salud Pública (ISP), Ingrid Heitmann, quien ordenó su destrucción recién en 2008 sin avisar al gobierno o la justicia chilena. “Ese año hicimos una enorme limpieza en los freezers del subterráneo del ISP, donde encontramos gran cantidad de material, incluidas toxinas botulínicas”, explica la microbióloga.
Las toxinas, provenientes de un laboratorio estatal de Brasil, estuvieron en poder del régimen castrense desde la década de 1980, según prueba el testimonio de Heitmann e investigaciones judiciales actuales. En esos años, la dictadura chilena enfrentaba precarias relaciones con Argentina, Perú y Bolivia, además de marchas de estudiantes y trabajadores por la crisis económica que azotó Chile y América Latina.
Los químicos, que permanecieron 27 años escondidos en el ISP, al lado del Estadio Nacional, fueron descubiertos por casualidad, cuenta la doctora Heitmann. De hecho, desde el retorno a la democracia, varias misiones de la policía civil ingresaron al ISP en busca de evidencias que confirmaran las sospechas de que la dictadura militar utilizó químicos en sus operaciones de exterminio. “Pero nunca revisaron el subterráneo”, aclara la ex directora del ISP. Es por esta razón que las investigaciones judiciales sólo dejaron los relatos de los funcionarios que admitían la presencia de agentes de la dictadura en el ISP.
Entre ellos, el más destacado fue siempre el químico Eugenio Berríos, ligado a las muertes del diplomático español Carmelo Soria en 1976 y del ex presidente Eduardo Frei en 1982.
“Los funcionarios más antiguos dicen que se paseaba como Pedro por su casa”, denuncia la microbióloga.
UN HALLAZGO QUE ESPANTA
Todo cambió en 2008, cuando por orden de Heitmman varios funcionarios limpiaron los freezers del abandonado subterráneo del ISP y encontraron toxinas botulínicas. “Eran dos cajas llenas de ampollas, suficientes para matar a la mitad de Santiago”, explica la profesional, quien luego precisa: “se podía matar a muchísimos, pero no sé cuántos”.
Si un adulto de 70 kilos fuese inyectado con apenas 0,15 picogramos de la toxina -equivalente a una billónesima parte de un gramo- su muerte era inminente.
Pero no fue el único hallazgo. “En ese proceso, ubicamos gran cantidad de materiales, como sangre y bacterias”, agrega Heitmann. No obstante, a juicio de la profesional, la presencia de bacterias, como las de la difteria y el tétano, se explica porque el ISP produjo vacunas contra esas infecciones hasta el año 2002. No así, añade la doctora, el almacenamiento de las toxinas. “No había justificación para que estuvieran allí, son armas químicas”, subraya.
EL ORIGEN
En estos últimos años investigaciones judiciales -ligadas al envenenamiento de presos políticos en la Cárcel Pública y a la muerte del ex presidente demócrata Eduardo Frei- detectaron documentos que corroboran el ingreso de toxinas provenientes de Brasil.
Hasta ahora, sin embargo, su destino era desconocido y se creía que una vez llegadas a Chile habían entrado al laboratorio bacteriológico del Ejército.
Heitmann relata que las ampollas estaban rotuladas con la fecha de elaboración, pero que ella jamás tuvo a la vista un documento que aclarara su origen. El arribo de los químicos a Chile, según la investigación que encabeza el juez Alejandro Madrid por la muerte de Frei, fue gestionada ante las autoridades del ISP por el médico Eduardo Arriagada Rehren.
Arriagada, aún vivo, era director del entonces desconocido laboratorio de guerra bacteriológica del Ejército, ubicado en pleno centro de Santiago, en calle Carmen, sede actual del Archivo Judicial.
Las toxinas llegaron finalmente a Chile por valija diplomática, donde su pista fue extraviada. Hasta hoy, al menos públicamente.
RAZONES DE UNA DECISIÓN
La doctora Heitmann, quien en los albores de la dictadura fue detenida y torturada dos veces por los equipos represivos, confesó a The Clinic que quedó impactada cuando sus subalternos encontraron las armas químicas. “Me espanté”, sinceró.
“No pensé que pudieran ser importantes para un proceso judicial, no se sabía lo de Frei en 2008”, sostuvo respecto de la decisión de incinerar las toxinas junto a todos los demás materiales hallados, pese a que faltaban algunas ampollas, lo que hacía presumir su uso contra civiles. La doctora explica su decisión por todos los años que pasó en el exilio.
“Recordé todo lo que había vivido en las torturas, porque sabía que algún día debería declararlo, como lo hice ante la Comisión Rettig, tras el retorno a la democracia”, recuerda.
A partir de entonces, tras años de profunda tristeza, la doctora Heitmann decidió someterse a un tratamiento sicológico y comenzó a olvidar paulatinamente los horrores vividos.
“Quizá por ello, cuando vi las toxinas, pensé ‘Otra más de los milicos’ y seguí hacia adelante”, argumenta.
¿ARMAS QUÍMICAS PARA QUÉ?
Diversos juicios por violaciones a los derechos humanos recogen testimonios y evidencias de que los equipos represivos utilizaron la toxina botulínica, el gas sarín y el talio. En un libro del agente Eugenio Berríos, incluso, aparecen varias anotaciones sobre estos químicos.
Berríos, cercano al movimiento nacionalista Patria y Libertad durante el gobierno del depuesto presidente socialista Salvador Allende, fue un hombre clave en varios crímenes.
Debido a ello, y a su creciente adicción al alcohol, que supuestamente lo hacía hablar más de lo conveniente, fue sacado de Chile por militares en 1991.
La operación, coordinada con equipos represivos de Argentina y Uruguay, fue realizada cuando el país ya había recuperado la democracia, pero Pinochet seguía al mando del Ejército. Berríos, buscado esos años por la Justicia chilena, apareció finalmente muerto en Uruguay en 1995, luego de estar bajo vigilancia y secuestro por militares de ese país, como acreditaron los tribunales chilenos.
¿Pero qué era tan grave para ser ocultado por 27 años en el subterráneo de ISP e inducir el secuestro y asesinato de Berríos? Por ahora gran parte de la respuesta está en las investigaciones que el juez Madrid realiza sobre la muerte de Frei y el envenenamiento con toxina botulínica de presos políticos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en la demolida Cárcel Pública. Ambos casos están en etapas finales y pueden ser fallados por el juez en los próximos meses, con consecuencias actuales para los militares.
Hasta ahora varias preguntas de tinte político rondan el caso: ¿fue el envenenamiento en la Cárcel Pública un ensayo para el asesinato de Frei? ¿Pedirá disculpas el Ejército al país y la familia Frei por la muerte del ex presidente? ¿Es cierto que las toxinas eran de cepa estadounidense? ¿De ser así, cuál fue el papel de la CIA en el crimen?
Como es sabido, Frei, al igual que el premio Nobel de Literatura Pablo Neruda, falleció en el cuarto piso de la Clínica Santa María. La Justicia chilena investiga hoy sus decesos, ante la sospecha de que ambos fueron envenenados.
Una parte de la verdad quizás fue incinerada en 2008.
“Con lo que había se podía matar a la mitad de Santiago”, cuenta la microbióloga.