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Opinión

10 de Septiembre de 2013

El relato de Julio Stuardo, el ex Intendente en la UP

Este lunes murió Julio Stuardo, el ex Intendente de Salvador Allende. Hoy recordamos su relato sobre el golpe del 73 que escribió para The Clinic Online.

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El golpe se estaba anunciando desde un año antes, desde un mes antes, desde una semana antes, iba tomando forma poco a poco, y se sabía que las fuerzas más retardatarias del país estaban dispuestas a un golpe sanguinario: el propósito era simplemente eliminar a la inteligencia del país y sustituirla por un grupo de asaltantes fascistas del poder, eso es más o menos lo que se venía venir.

Así era el clima existente en esos días, hay incluso algunos testimonios que indican que el día viernes 7 de septiembre de 1973 trataron de detenerme. Uno de los agentes encargados para perpetrar el hecho justificó su incapacidad de cometer la acción diciendo que el Intendente no estaba en su casa, lo cual es falso, porque yo si estaba… pero estaba custodiado por un grupo de voluntarios de la Juventud Socialista, que nunca dejaron de hacer guardia cerca de mi casa; y eso Carabineros en servicio activo e inteligencia de Carabineros lo sabía, de tal manera que el oficial, que estaba con el grupo de conspiradores y que fue enviado el día viernes a detenerme, sabía muy bien muchos de mis movimientos, y la excusa que dio (que yo no estaba), fue simplemente una salida política, porque la otra opción – entrar y detenerme – seguramente me habría convertido en el primer detenido o muerto del golpe. Al parecer era una situación demasiado fuerte y que este oficial de carabineros, con mucha inteligencia, sorteó diciendo simplemente “no está”.

Después vino el día domingo lleno de rumores, el día lunes otros tantos.

El lunes 10 por la tarde me encontraba en la Provincia de San Antonio – que dependía de la Intendencia de Santiago- porque había muchos reportes de barricadas, desplome de árboles sobre la carretera, etc., aún así era una situación tranquila, porque no se veía acción militar de ningún tipo.

Al regresar a Santiago, alrededor de las 6 o 7 de la tarde, me llamó la atención que, además de los rumores, había fuerzas militares, con soldados de uniformes que no me eran familiares, instalados en un campamento ocasional, en el recinto de la FISA en Maipú, después supe que eran del Regimiento de los Andes o San Felipe.

Inmediatamente me dirigí a la oficina del General Brady, que era el Comandante en Jefe de las Fuerzas Militares en Santiago, yo tenía una buena relación, incluso amistosa con Brady, y le manifesté mi preocupación por estas fuerzas. Brady, que era un hombre de gran astucia – espero que todavía la conserve- y de un trato muy respetuoso ( seguramente porque en estado de sitio, según la constitución del 25, el mando policial y militar lo tenía el Intendente), me contesta: “Pero Señor Stuardo, si usted mismo me pidió vigilar los centros de abastecimientos de petróleo, esos piquetes están cuidando todas las refinerías y depósitos de petróleo que hay en Cerrillos, de tal manera que como no había tanto contingente para abarcar todo, se trajo a este”.

La verdad era otra, ellos formaban parte del Golpe, habían tenido ya hechos luctuosos a la salida de San Felipe y los Andes; por lo demás, Brady estaba entre los generales golpistas, incluso fue Ministro de la Dictadura. Años después, estando yo libre y trabajando en la resistencia me lo encontré, me saludo muy amable pero a la distancia, y yo – que iba hacer- me encogí de hombros. En el año 1975 era fácil cruzarse en Santiago, uno se topaba no sólo con él, sino con mucha gente, gente buena y mala.

Ese lunes llegué por la noche a mi casa y llamé a Payita para comunicarle lo visto, manifestándole el clima de inquietud y de incertidumbre existente, y sobre todo, informarle a través de ella al Presidente Allende de este reducto “curioso” de militares en Cerrillos. Payita me respondió que ya estaban informados y que el Presidente estaba tomando medidas desde su casa de Tomás Moro, dónde estaba reunido con jefes policiales, militares y colaboradores, porque ya se sabía que la situación estaba muy complicada. Le respondí a Payita que estaba esperando instrucciones, ella me contestó que las instrucciones eran quedarse en casa.

Yo sabía que esto iba a ser un asunto de quién llegaba primero a La Moneda, porque habíamos presenciado este ensayo de golpe frustrado el 29 de junio de 1973, conocido como “El Tancazo”: El Presidente arribó a La Moneda primero que varias autoridades, entre otros, que el Intendente, porque llegó el presidente y yo llegué un minuto después.

Entonces, para mí era muy importante estar antes Allende, aunque sea un minuto antes, si es que había un nuevo conato.
El Martes 11 de septiembre, a las 6 de la mañana me llama mi hermana Ximena, que hasta el día de hoy vive al lado de mi casa, y me dice: “están tocando marchas militares en todas las radios”, de inmediato llamé a mi chofer y le dije que tenía que ir a buscarme de manera urgente porque la cosa había empezado; llegó en dos minutos.

Me despedí de Lila, mi mujer, le dije que no sabía cuando nos íbamos a ver, porque todo se veía muy complicado, pero que había que mantener las cosas cómo estaban en la medida de lo posible, fue una despedida muy rápida.

El chofer, que era experto en viajes suicidas, creo que demoró 3 o 4 minutos en llegar desde mi casa (Bellavista) a la Intendencia: el Presidente llegó al rato – no podría precisar si fue 15 o 20 minutos después- así que al menos cumplí con mi obligación moral de llegar antes que el Compañero Allende.

A la hora de mi llegada, cómo a las 6:30 de la mañana, ya había que entrar a la Intendencia recovequeando al medio de un par de tanques que estaban en Moneda con Morandé, a pesar de esto, no hubo ningún intento de parar mi auto, más bien nos observaban.

Al ingresar por la puerta de la Intendencia, el sub oficial de guardia me saludó como si no pasara nada. Subí a mi oficina, y ya estaban en sus puestos algunas personas que formaban parte de la administración de este organismo.
Una media hora después de mi llegada empezaron los tiros, la balacera era hacia y desde La Moneda. Planté mi oficina en el balcón, como corresponde, para ver la situación, y me quedé de pié ahí, esperando que las balas locas no me alcanzaran; la balacera era importante pero no tanto como para tirarse al suelo, había tiros aislados, y la cosa fue in crescendo.

Alguna gente conocida empezó a pasar, como por ejemplo Aníbal Palma y un grupo de Gap que fueron detenidos a la entrada, en la puerta de la Intendencia, yo comencé a gritar: “Suelte al Ministro… Suelte al Ministro “, y, para mi sorpresa, lo soltaron; Aníbal fue derecho a La Moneda y entró al palacio presidencial, así como varios otros compañeros cercanos, partidarios y amigos del Presidente Allende.

Noté entonces que los carabineros y militares estaban en la misma situación de incertidumbre que nosotros y que, según les ordenaba, me obedecían. Estoy hablando de militares y carabineros que eran de la fuerza de los insurgentes. Esto se hizo más evidente cuando llegó una camioneta en que venía gente del GAP, y exclamé al verlos, “suéltenlos, son asistentes de la Intendencia y de la Presidencia de la República”, y en vez de obedecerme, los llevaron al garaje del Ministerio de Obras Públicas, en todo caso, el balcón no permitía ver que pasaba, lo importante es que los militares reaccionaban a mis órdenes, sea para obedecer o no.

Es necesario aclarar que todavía se confunde el estacionamiento de Obras Públicas con el subterráneo o el patio de la Intendencia. Estoy diciendo que a la gente que detuvieron en La Moneda – en un lapso de tres horas más o menos- empezaron a llevarla a los estacionamientos del MOP, y en algunos casos, posteriormente a la evacuación que hicimos nosotros de la Intendencia – y no antes – se llevó gente detenida en el subterráneo de este edificio.

Desde la Intendencia traté de comunicarme con el Presidente, y no lo conseguí, sin embargo, mi orden era resistir. Si bien no había planes preestablecidos, y el único plan era la resistencia armada, nunca llegaron armas al recinto, incluso uno de los compañeros que estaba conmigo me consultó si reventábamos el lugar, le dije que no., dinamitarlo estaba demás, era mucho mejor sacar a la gente con vida.

En resumen, y dado que no tenía armas para implementar una resistencia armada, tenía que resistir políticamente, normalmente en toda guerra o batalla, el elemento político es el más importante. Aún así, andaba con mi arma de servicio y la iba a usar, defensas no teníamos, pero teníamos el escritorio de Benjamín Vicuña Mackenna, que fue a parar al suelo y quedó de trinchera improvisada.

Sabíamos que bombardearían el sector, ya se había avisado, pero entre las 8 de la mañana – que son los hechos que estoy relatando – y las 11 y algo de la mañana que fue el bombardeo, estuvo lleno de incidentes como “mira dónde va fulano”, “suéltelo”, “tráigalo”, “obedezca”, “¡prefecto que está pasando!, ¡ordeno sumario respecto de todos los rebeldes!”, etc., etc., etc.

Por cierto que tuve comunicación con los Jefes Cívicos Militares leales con Allende que estaban en La Moneda, les informé lo que estaba haciendo: cerrar las puertas, darle orden a los carabineros- los leales, que los había- de no dispararle a nadie, menos a los tanques, porque eso constituía una provocación, y que íbamos a resistir hasta el final.

Lo importante era defender el lugar, y sobre todo, no tener bajas, porque lo fundamental era salvar las vidas de los compañeros. En vista que no teníamos elementos militares para defendernos, de alguna manera los convencíamos con las exhortaciones que hicimos dentro de la Intendencia, al menos así parecía ya que las fuerzas policiales que invadieron la intendencia en un primer momento se retiraron y no regresaron.

Cómo a las 10 o 10:30 entró un nuevo piquete de carabineros- esto viene relatado desde el punto de vista de un oficial Golpista, un señor De La Fuente, que se publicó un año más tarde en el diario La Tercera y que se llamó “Como los carabineros nos tomamos la intendencia”, esta “crónica”, avalada por la credibilidad oficial de la dictadura, sostuvo que ese día no hubo bajas en el recinto de la Intendencia. Claro que no las hubo, la verdad es que los combates dentro de esta fueron la exposición de las ideas democráticas del gobierno popular. Con posterioridad, por la tarde del día 11, el edifico fue ocupado como campo de batalla bajo la responsabilidad de la dictadura, registrándose el paso de algunos héroes cuya memoria se consigna en una placa conmemorativa, que fue erigida recién el 2008, 35 años después del Golpe.

¿Pero cómo tomaron en verdad la Intendencia?, simplemente carabineros entró en tropel, muy azorados, muy preocupados de la misión que tenían. Al verlos ingresar les dije cómo orden: “No voy a tolerar ningún acto de indisciplina aquí” y un suboficial gritó, a manera de respuesta: “Hay que matar a todos los civiles ahora, ahora hay que matarlos, no se les puede dejar vivos”. Alcé la voz más fuerte que el soldado y dije: “Tenga cuidado con lo que dice, porque yo mismo le voy a sacar las charreteras en la plaza mañana después del Consejo de Guerra que le vamos a hacer”.

Fueron todas bravuconadas: del lado de ellos y del lado nuestro, debe haber sido una media hora de esta guerrilla verbal – que era muy favorable para nosotros por cierto- que se desarrolló en el subterráneo del edificio.

Pero era claro que ya no se veía solución, los aviones iban a bombardear, y tenía que sacar a toda la gente de allí.
Comencé a insistir mucho en que los aviones no iban a distinguir entre un edifico y otro, en el caso que sólo quisieran bombardear La Moneda; que eran aviones grandes, B29, con bombas de alto tonelaje y que iban a hacer polvo la Intendencia, no iba a quedar nadie vivo: los que mueran primero tendrán que esperar a que los asesinos mueran al rato; repetí esto varias veces.

Tenía plena conciencia que debía que sacar a los compañeros y funcionarios que estaban conmigo del lugar, así que planteé que la solución que teníamos todos era salir de la Intendencia, y dirigirnos al Ministerio de Defensa, para que allí se nos informara lo que estaba pasando, esta salida fue acogida por los carabineros: creían que tenían ganada la pelea en Defensa, y para mi sorpresa, accedieron.

Puse como condición además que nuestras armas de servicio no las tocara nadie, y que no íbamos a salir con los brazos en alto porque no estábamos rendidos… y carabineros tampoco. De esta forma, carabineros quedaba como nuestra escolta y veríamos en el Ministerio de Defensa que sucedía.

La idea era darnos a todos los civiles un espacio de vida de dos cuadra, y en esas cuadras teníamos que zafar de esta situación y salvar las vidas de todos, porque entre los civiles había gente de la Unidad Popular, pero también, a lo menos la mitad, era gente de gobiernos anteriores: Alessandristas, Ibañiztas, y varios más.

Se organizó entonces una columna con unos 25 o 30 carabineros delante y otro grupo similar cerrando la retaguardia, y los civiles al medio. Esta columna salió del edificio, dejándolo totalmente vació, porque no quedaron ni los pacos, nos enfilamos marchando por la calle Moneda contra en tránsito, y luego hasta la calle Bandera, también contra el transito en medio del sonido ensordecedor de la balacera. En la mitad de la cuadra veo un espacio para poder disolvernos, así que le grité al Capitán que estaba a cargo del piquete – de la manera más teatral que pude- : “Repita la orden del Señor prefecto: los civiles se retiren a sus hogares”, ante mi estupor, porque el más sorprendido fui yo, el Capitán se levanta la visera y grita, “los civiles se van para la casa”. Les advierto a todos que se protejan porque es posible que nos disparen por la espalda, (el rito de la operación fuga), empezamos a dispersarnos, y no nos dispararon. Resultó ser que ese Capitán era un compañero socialista, que nos salvó la vida a todos. No recuerdo el nombre, creo que el bloqueo mental para olvidar todo nombre para no delatar a nadie en la tortura aún lo mantengo.

En medio de los demás, caminé hasta que me encontré en Alameda, en medio de un tiroteo cruzado, rastros de sangre, ropa abandonada, gente esperando detrás de la Universidad de Chile sin saber que hacer, yo gritaba, “retírense a sus hogares” para salvarlos, porque era una carnicería.

Llegué, protegiéndome lo mejor posible, por la Alameda hasta Mac- Iver, y me conseguí un teléfono (en esa época no había celulares), llamé a Lila, le dije que ahora si que no sabía cuando nos veríamos, ella me respondió: “Cuídate”.
Ese día logré esconderme en Merced frente al Parque Forestal: era el departamento de mi gran amigo y compañero Héctor Mellado, que de manera heroica no sólo me protegió esa noche, sino que me escondió por unos dos o tres días, mientras duraba el toque de queda. Posteriormente, a Héctor lo delataron, lo capturaron y lo torturaron salvajemente en el Ministerio de Defensa.

Pasé por varios escondrijos los días que siguieron, intentando cumplir mi tarea: rehacer los grupos paramilitares del partido, pero recién 5 o 6 días después del 11 logré hacer algo de contacto. Aún así, siempre estuve contactado con el equipo de periodistas del partido, que operaban clandestinos, gracias a ellos siempre estuve informado de lo que estaba sucediendo.

Así estuve hasta el 27 de septiembre de 1973, ese día me escondí en una casa que supuse, estaba protegida porque en la cuadra se realizaba el velorio de un General que había fallecido. Pensé que estaba libre de allanamientos, por respeto a la memoria del difunto, pero fue peor, me detuvieron en medio de un operativo que cubrió toda la cuadra.
Ese día me llevaron a la Escuela Militar, dónde me pasearon a patadas por todo el pasillo del recinto, y ví a varios compañeros ahí, algunos muy torturados.

Hasta el 20 de diciembre de 1973 me mantuvieron preso y torturado en la Escuela Militar, luego fui trasladado a la Isla Dawson junto a otros compañeros colaboradores del Gobierno de la Unidad Popular, Luis Corvalán, Anselmo Sule, Camilo Salvo, Pedro Felipe Ramírez, entre otros.

Permanecí en la Isla hasta Marzo de 1974 en que me trasladaron hasta el Regimiento Pudeto de Punta Arenas, dónde permanecí 15 días.

Tras esto fui llevado al Estadio Chile, para luego terminar en Cárcel Pública de Santiago. Desde este recinto, y gracias a una serie de recursos judiciales, salí en la libertad, pero sólo logré un par de pasos en la calle, la DINA me esperaba, me detuvo nuevamente y me encerraron en la Penitenciaría durante dos días, para luego ser llevado directamente a Tres Álamos.

Desde Tres Álamos soy transferido a Ritoque, en este lugar me reencuentro con los compañeros de prisión de Dawson.
Después de un tiempo me regresan a Tres Álamos, es ahí dónde me dan finalmente la libertad. Sorprendentemente, soy liberado sin decreto para irme al exilio. Salgo de Tres Álamos con un souvenir bajo el brazo: un certificado de libertad por no existir cargos en mi contra, firmado por el Coronel Espinoza.

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