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Opinión

27 de Septiembre de 2013

Rafael Gumucio: “Elegí ser feo”

El escritor y columnista de este pasquín acaba de reeditar una versión mejorada de su Historia Personal de Chile y se apronta a estrenar una obra teatral dedicada a su rupturista abuela Marta Rivas. Además, en un arranque de humildad, habla sobre el día en que decidió ser feo. Ahora, se declara, un ex lindo.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
Por

Fotos: Alejandro Olivares

Te han pescado harto las redes sociales.
-Tengo una relación con las redes sociales completamente utilitaria. O sea, cuando me hablan de ellas, me resulta que estoy en contra de todos los avances técnicos, pero después los empiezo a utilizar, lo paso bien, me gustan y no tengo ni un problema.

Qué utilizaste primero ¿Fotolog, Facebook?
-Facebook, porque los degenerados de Álvaro Díaz y Carcavilla me decían que se podían ver muchas mujeres en trajes de baño y en posiciones licenciosas. Así que entré.

¿Y viste mujeres licenciosas?
-Sí, sobre todo mujeres del pasado. No tanto pornografía, sino que pornografía del recuerdo.

También uno se pilla con otras cosas, con fotos de uno mismo cuando joven, pero menos feo y guatón.
-Sí, pero no me veo joven. Tengo la misma edad de hace 15 años. O sea, a los 25 me veía igual que ahora que tengo 43. Quizá me veo más joven, más imberbe, pero no he cambiado mucho. Pero Facebook me cansó.

¿Qué te cansó?
-La sonrisa, la familia y la necesidad de demostrar felicidad. Como que todos se apoyan: “amigo, tengo cáncer”, “ay, qué rico”. “O, amigos, asesiné a una persona”. “Ah, qué bueno”. Esa hueá me cabreó. Y ahí entré a Twitter que tiene una función más política. Es algo más activo, más periodístico y me entretuvo. Y Facebook es demasiado buena onda para mí. Y Twitter es lo contrario: es pretencioso, aspiracional, pero no es buena onda. Incluso, puede ser muy mala onda y eso es lo que me gusta. Eso sí, que me carga el tuiteo literario.

¿Cómo cuál?
-No voy a pelar, pero el tuiteo de esa gente que escribe aforismos. Yo escribo para cagarme a Piñera. Soy un actor político. Y actúo y finjo. El personaje que hago es de un energúmeno político, indignado, pesado y antipático, que no se parece en nada a mí.

¿Te arrepientes de lo que escribes?
-No es que me arrepienta, pero podría decir lo contrario.

Pero ¿cómo qué?
-No sé, pero muchas veces los borro después de tres segundos.

SANTURRÓN.

Me decías que no querías ser como Sor Teresa… ¿es que eres muy santurrón?
-Ponte tú, nunca me he drogado. Muy poco, casi nada. He probado para que no me digan “tú nos has probado la droga”.

¿Y qué has probado?
-Marihuana. Una vez en mi casa, en Madrid, la gente compraba marihuana y hachís pero después les daba miedo tomar el avión y la terminaban dejando en mi casa. Una vez con mi mujer fumamos la marihuana que dejaron.

¿En qué volada te fuiste?
-En ninguna. Escuchaba la música más cerca, pero nada más. Después, como a los 30 años, empecé a tomar por culpa de Pato Fernández que me indujo en el alcoholismo. Y con las mujeres he sido siempre muy tímido, muy santurrón, perdí la virginidad extremadamente tarde.

¿A qué edad?
-A los 25 años.

Bien pasadito.
-Sí, bien pasadito. Así que, efectivamente, he sido muy santurrón.

¿Pero pololeaste en la adolescencia?
-No. No me consideraba apto para eso. Era muy complicado.

Pero eras bonito de adolescente. Te deben haber llovido las pololas…
-Hasta los 13, 14 años, era muy bonito.

¿Y qué tan bonito eras?
-Era bonito como para actuar en películas. ¿Cachai al director Gaspar Noé que hizo Irreversible? Bueno, cuando yo estaba en la escuela, hizo una película y yo actuaba en esa película. Y después actué en varias películas de alumnos en la escuela de cine. También posaba para fotos de navidad, de feliz navidad, cosas así. Tuve mi vida de estrella.

Siempre hay niñas persiguiendo a niños bonitos…
-Cuando era niño me perseguían las niñas, pero no me interesaban porque no tenía nada, no me la podía, no tenía órgano genital con el cual aprovechar. Y me acostumbré. Y cuando llegué a la adolescencia, nunca me acostumbré a conquistarlas. Para mí siempre era natural estar rodeado de mujeres muy guapas. Y hasta el día de hoy es así. Pero tengo la misma relación de cuando niño. A mí me basta con seducirlas, tenerlas ahí cerca, pero no sé muy qué hacer más allá. Sé que si estoy en una fiesta y hay cinco mujeres, las más guapas de la fiesta, sé que puedo lograr con nada que se sienten en la mesa y se rían. Pero sé que no voy a lograr acostarme con ninguna.

¿Pero por qué?
-No sé. Es un tema… es que sigo viviendo como cuando tenía cuatro o cinco años.

¿Cómo eras a esa edad?
-Un niño muy atormentado, con mucha sensación de ser el elegido y de tener un destino…

Como una especie de mesías…
-No tanto. Pero era muy traumado por diversas razones, entre las cuales estaba el golpe de Estado y todo lo que siguió, pero no era distinto a lo que soy yo ahora.

¿Qué te atormenta ahora?
-Me sigue atormentando lo mismo que en esa época. A los cuatro años, tuve una sensación muy clara de que la muerte existía, la humillación, el poder y el atropello. Y nunca logré olvidar eso. Luego, la vida ha sido bien dulce conmigo de lo que fue en un principio. Y ha compensado en alguna medida, pero sigue la sensación de base… Cuando tienes una experiencia con la muerte, es cuando tú empezaste a nacer como persona, cuando te transformas en adulto. Hay gente que se transforma en adulto a los 20 años, a los 40, a los 50, pero cuando te transformas en adulto a los cuatro o cinco años te transforma todo. Si te digo que a los 15 años no tenía novia, es porque no tenía 15 años…

¿Y cuánto tenías?
-Entre 90 años y cuatro años. Era muy viejo en algunas cosas y muy niño en otras. Siempre he sido así. Ahora con el tiempo he logrado fingir al menos cierta normalidad.

¿Cómo finges la normalidad?
-La vida adulta es más permisiva, más tolerante, en ese sentido. A los niños se les obliga a ser niños, a los adolescentes se les obliga a ser adolescentes, a los viejos no le queda más que ser viejos. Y los adultos no saben muy bien qué son. Hay obligaciones muy claras de la vida adulta, pero generalmente es más permisiva. Y yo puedo fingir. Y hablo de política, hablo de literatura. Y tengo ambiciones y me relaciono con el mundo y ahí logro fingir un nivel de normalidad, pero es fingido.

¿Y cómo eres cuando no finges?
-Cuando escribo, finjo menos.

¿Y ahora estás fingiendo?
-Sí, te estoy contando un discurso.

¿Pero no te aburre contar un discurso?
-Sí, pero estoy acostumbrado. Y es evidente que hay una especie de costra para no ser herido demasiado fácil.

SU ABUELA

Rafael Gumucio está a punto de estrenar la obra “La Grabación” inspirada en su abuela Marta Rivas que murió en 2008 y que era una mujer rupturista para su época: entretenida, desprejuiciada, loca, medio care raja, pachanguera, imprudente, incorrecta, atrevida. Erudita, lectora de Proust, izquierdista pije.

¿Tu abuela habría tenido Twitter?
-No. Era muy vieja y tenía los dedos gordos. A ella no le gustaba opinar en público. No tenía ninguna ambición de ser un personaje público.

Pero tú la has llevado a la palestra en tus libros y ahora en la obra “La Grabación”.
-Sí. Pero no le habría gustado lo que he hecho con ella. Ahora la obra no es ella, es una creación a partir de ella. Pero, en general, si se manifestaba con tanta libertad era porque lo hacía en privado, porque no tenía ningún interés de hacerlo en público. Daba muchas entrevistas, sobre todo cuando vieja, muy divertidas y más o menos sinceras. Pero sólo publicó un libro universitario sobre Proust. No tenía ninguna gana de ser parte de un salón literario. Yo creo que todo esto le parecía una rotería. Hay una cuestión de clase. Todo eso era un poco rebajarse. Querer ser alguien era como un error. Yo no tuve esa suerte. Crecí con la idea de que si no hacía cosas, iba a desaparecer.

¿Cómo fue tu relación con tu abuela?
-Buena. Una amistad más que una relación de nieto-abuela.

¿Era muy metiche?
-No, pero poderosa. Lo que decía ella, era verdad y era lo que había que hacer. Si tú no lo hacías, te iba mal.

¿Tú le obedecías?
-Al final, cada vez menos y me fue mal.

¿Te hacía leer a Proust?
-Fue una historia muy bonita. Ella era fanática de Proust y nunca le daba a nadie a leer a Proust. Ni a sus hijos ni a sus nietos. Generalmente, nunca hacía proselitismo. Yo debo haber sido el único de sus nietos al que se lo dio para leerlo.

¿Por qué te eligió a ti?
-Porque una vez me fue mal en un concurso literario con una memoria que escribí cuando tenía 16 años. Y cuando escribí Memorias Prematuras, a los 30 años, una patudez muy grande, era mi segundo intento. Y, bueno, había escrito estas memorias, las mandé al concurso y el jurado me demolió. Me deprimí, quedé muy triste y mi abuela me mandó a leer a Proust.

¿Por qué quería que leyeras a Proust?
-Es que para ella, era él escritor que tenía que leer si quería ser escritor.

Para ella los escritores eran como sus amigos. Hablaba de Proust como si fueran íntimos.
-Es que ella hablaba de todo el mundo como si fueran sus amigos. Te hablaba de Luis XIV, la Nena Barros, de Allende y de mi tío Juan. Y todos eran para ella la misma categoría. Esa era la gracia de conversar con ella. Ella no tenía ningún complejo de nada. Se sentía en la última aristocracia chilena, o sea qué, mundial, porque nadie estaba por encima de ella y tampoco nadie estaba muy por debajo. Ella era muy clasista, pero era un clasismo medio paradójico.

¿Cómo?
-Odiaba a los pobres, que eran los rotos, porque eran pobres. Pero también los odiaba porque eran indignos, porque se humillaban. O sea, odiaba a su empleada porque ella era la jefa y la dominaba, pero al mismo tiempo las odiaba porque se dejaban dominar. Entonces, era muy difícil el trato con ella. Porque si le contestaban de igual a igual, las mataba. Y si eran humildes o sibilinas, esta cosa chilena, como “sí, señora” también las odiaba.

Una vieja complicada…
-Sí. También con uno era así. Ella era muy horizontal, entonces, conversaba contigo de igual a igual. Por eso, era muy difícil cuando uno era niño, porque no tenía conversaciones con niños. Hablaba lo mismo que hablaba con adultos.

¿Qué te hablaba?
-Nunca decía estas cosas como “entonces, llegó el viejo pascuero y bla bla bla”, pero tampoco hablaba como adulto, porque también te contaba la revolución francesa como un cuento. Nunca te contaba un cuento de hadas, pero todo era como un cuento de hadas. Si le decías “a ver, abuela, explíqueme la filosofía alemana”, te respondía “bueno, tú sabes que Kant era un hueón muy pelotudo” y ahí te contaba todo. “A ver, abuela, el marxismo”. “Carl Marx era un tipo muy simpático, pero tenía una verruga muy grande en el culo que no se podía sentar y lalalalá y estaba casado con una mujer de muy buena familia, pero tenía un hijo y lalalalá”. Contaba todo así. Entonces, claro, no tenía un discurso para niños ni para adultos, sino que tenía un discurso perpetuo para todos. Y hacía clases en la universidad y todos quedaban fascinados. Con el tiempo he llegado a la conclusión de que la visión de las cosas de mi abuela, era la verdadera, que así son las cosas, como un gran cuento en el que se mezclan el cómo cagaba alguien, con cómo pensaba, con las estructuras macroeconómicas. Era una visión realista de las cosas.

Ella era rupturista para su época. Era chora. Se tiraba peos delante de Frei padre. Y le daba lo mismo.
-Era una mujer con pantalones, que hablaba a garabatos y que decía lo que pensaba, pero tenía unas ideas muy conservadoras de la realidad también relacionadas al clan, la tribu, la clase.

Tu abuela hablaba de la caca. Siempre terminaba llegando a ella.
-Sí, mucho. Mi abuela hablaba así. Ahora, la gente habla de vagina, pero no de caca. Yo hablo mucho de caca. Bueno, Pato Fernández habla mucho de caca. A mí la caca me interesa. Es rico. Es interesante.

En tus escritos, cuentas que ella estuvo refugiada en la embajada de Venezuela para el Golpe y lo había pasado regio, que había quedado estupenda porque había bajado diez kilos.
-Siempre contaba las cosas así. Odiaba el llanterío. Era rara. Todo esto del exilio se lo tomaba con mucha entereza, pero si te hablaba de su vida en el internado, cuando estaba en el colegio, decía que lo había pasado pésimo.

¿Por qué el exilio lo tomó mejor?
-Pensó que no tenía derecho a estar mal. Había tanta gente que estaba peor, que había sufrido muchas cosas peores que ella, que no se permitía estar mal. En la obra, logro que ella admita el miedo, el horror, que nunca logré que admitiera en la vida real. Ella estaba muerta de miedo. Pero no lo decía.

Una vez que los milicos entraron a la fuerza a su casa, ella los trató como sus empleados. Les dijo que no pisaran el piso recién encerado y los obligó a que le sacaran el polvo de una estantería alta. Los roteó.
-Bueno, esa es la gracia y la desgracia de ese mundo que cuento en la obra y en el libro que escribiré después de la aristocracia de izquierda que tiene una contradicción profunda. Porque no puedes tener esta situación de pertenencia de clases, de pertenecer a una clase superior o de sentir que el país es tuyo, y al mismo tiempo sentir que eres de izquierda. Están peleando porque el país es de nadie o es de todos y todos tienen igual derecho. Es una contradicción esencial, pero situaciones como los golpes militares o como la historia de Chile misma, hacen que esta historia de izquierda encuentre su sentido, su razón de ser: que Chile es tan horriblemente clasista que hasta para ser de izquierda tienes que ser aristócrata.

¿Por qué?
-Mi abuela frente a los milicos encontró su fuerza de flaqueza. Y la fuerza que encontró, fue su sentimiento de clase, en esto de “qué se creen estos milicos culiaos que vienen a…”. Y los roteó. Y Allende de otra forma totalmente distinta, también, con esa nobleza de suicida, que se entrega. La sensación de pertenecer a una clase elegida, que es dueña del país o dueño de su poder simbólico, es muy fuerte. Y le ha dado a esta aristocracia de izquierda tanto poder simbólico. Uno mira la contribución de la idea, la trayectoria de la izquierda, en el imaginario cultural latinoamericano, que es una invención básicamente chilena, y es muy fuerte: la Isabel Allende, la Marcela Serrano, todos estos personajes, esta gran señora de ideas avanzadas. Mi abuela era el original, los otros eran copias cada vez más devaluadas. Por ejemplo, Isabel Allende fue alumna de mi abuela y es una copia con falda. Mi abuela no usaba falda. Detestaba la femineidad, la cursilería femenina, los enamoramientos, las calenturas. Odiaba la siutiquería. De seguro que le gustaba el sexo, pero siempre hablaba del mal del sexo. Odiaba el redondeo sentimental.

Ella estuvo siempre con tu abuelo. ¿Tuvo amantes?
-Muchos. Ella lo encontraba absolutamente normal. Ella me enseñó desde chico que uno no podía tener a un solo hombre en la cama. La única persona que lo había logrado, según ella, era Eduardo Frei Montalva que era fiel a la Maruja. Ella hacía una lista de jerarcas de la Democracia Cristiana que habían tenido infidelidades. Y tenía los medios listados.

¿Y se metía en tus relaciones de pareja?
-Bueno, me casé cuando ella estaba demente, así que no podría haber dicho nada. Pero tenía juicios sobre todas las mujeres.

Era media bruja para sus cosas.
-Sí. Una vez me llamó por teléfono y me dijo “soñé con tu novia, soñé que se había ahogado en un lago”. Le dije “pero no pasó eso, abuelita”. “Pucha, qué pena, debería serlo”. Generalmente, a ella no le gustaban las mujeres. Las encontraba tontas, siúticas, cursis.

¿Y estaba a favor del aborto?
-Sí. Era muy anticatólica. Había tenido una mala relación con la religión. Cuando estaba en el hospital una vez en la Católica, había un crucifijo encima de la cama y mandó a que se lo quitaran porque no le gustaba tener gente desnuda encima de la gente. O lo visten, dijo, o lo sacan de aquí. Entonces, llegó un diácono y le dijo “pero bueno él sufrió mucho”. “Pero si estoy yo, para qué va a sufrir otra persona más”. Entonces, el diácono empezó a decirle “usted a lo mejor no cree en Dios, pero piense en lo que dijo Platón”. “No, es que Platón era un maricón y no me hablen de maricones acá”. “Entonces, San Agustín”. “No, ese era ladrón”. Y así. De Laurita Vicuña decía que era una santurrona que se había hecho monja para no culear. Antes, cuando joven, era más cristiana pero con el tiempo se fue cabreando de estar rodeada de tanta beatería. Lo que pasa es que ella no era beata.

¿Y tú?
-No soy beato, no voy a misa y odio la beatería. La beatería es como el amor, una cosa imprecisa. Pero ahora soy católico, apostólico y romano.

¿Y te juntas con otros católicos?
-Vivo en un mundo liberal. Yo creo que muchos de mis amigos son católicos y no se dan cuenta. Mi amigo Álvaro Díaz no es católico, pero es de valores muy cristianos. Peirano no es católico pero me hizo a leer a Chesterton, un gran pensador cristiano. Y Pato es un cura. Por lo menos, escribe prédicas todas las semanas.

¿Y te hubiese gustado ser cura?
-No. Hay cosas agradables, como escuchar gente todos los domingos, lo que me habría gustado. El sueldo también. Lo único que me alejó de la religión fue el voto de obediencia. Tener que obedecerle al Papa, sobre todo que mi juventud me tocó a Juan Pablo II, un ser abominable, no lo habría aguantado. La iglesia que me tocó es muy fea. Muy celeste, mucho payasito, mucha huevada.

¿Ni siquiera te habría gustado ser un cura buena onda?
-Había sido uno mala onda. Me cargan los curas buena onda. No me gustan los hueones buena onda y me van a gustar los curas buena onda.

LOS FEOS

No te gusta la belleza. De hecho, hace tiempo escribiste un breve libro en contra de ella.
-Ahí decía que era lindo cuando chico. En el mismo nivel que la ecología, el amor, el sexo, la pasión, que son cosas que evitan hablar de las cosas, así es la belleza. Tú dices que algo es bello pero luego no tienes nada más que decir y se acabó el problema. Pero bello por qué, qué significa ser bello. Y, generalmente, los totalitarismos, los fascismos, usan esta idea como para infiltrarse en la cabeza de la gente. El patrimonio de lo bello es un término, básicamente, impreciso, tramposo y se basa en un tipo de atracción. La belleza es acrítica, te calienta. Yo soy muy adicto a la belleza y muy víctima de la belleza. Me atraen las cosas bellas, las mujeres bellas, todo lo bello, pero me chanto porque sino voy a terminar hecho mermelada.

Recién hablábamos de cuando eras lindo, ¿cuándo te pusiste feo?
-Es que elegí ser feo.

Nadie elige ser feo.
-No quería ser bello. Mi modelo de vida eran escritores, filósofos, pensadores, gente fea, despeinada, por lo mismo porque habían escogido no pertenecer al fascismo que la belleza implica. Siempre sentí que la belleza y el fascismo eran dos cosas que tenían una profunda relación. Entonces, preferí alejarme de la belleza. Y conforme a eso cuando llegué a la adolescencia, me afeé.

¿Cómo fue el camino para afearte?
-Bueno, tú me ves. No me preocupé ni de mi ropa ni de mi aspecto. Escogí siempre colores no vistosos. Me resistí al encanto posible. El material mío era bastante bueno, habiendo comido un poco más, habría sido más alto… quizás podría haber hecho gimnasia y habría llegado bastante bien. Pero no quise. Había cierto orgullo en andar manchado, en hablar mal, en hablar rápido.

¿Y cumpliste con ser feo? ¿te sientes feo?
-Es que no soy feo, soy ex lindo, que es distinto. El problema fue con las mujeres, que no entendían ese cambio de querer ser feo. Las lindas siempre terminan con los más feos. Pero con los feos de verdad, no con los ex lindos. El ex lindo es una posición política, es como una rebeldía, estoy exagerando mucho, pero es una como forma de decirle a las mujeres “oye, lo que ustedes son, seres bellos, yo me resisto y me niego”. Como nunca logré ser demasiado coherente, lo que me pasaba es que me sentía atraído por la belleza de las mujeres, lograba estar en su órbita, llegaba a este sol quemante y me negaba. O ellas se negaban, porque yo estaba peleado con ese algo.

Te habías peleado con tu lindura…
-Es bastante estúpido lo que estamos hablando.

¿No echas de menos ser lindo?
-No. La gente escucha una canción muy linda, pero la letra dicen maten a los judíos, pero la canción es muy linda, todos lloran con la canción, pero luego matan a los judíos. Eso pasó con Richard Wagner. Alguien tiene que de repente frenarse.

Sacrificarse…
-Claro. Si soy muy adicto a las canciones lindas o la belleza, me tengo que frenar. Recuerdo perfectamente, pero una vez tenía un poco de miedo en caer en la homosexualidad, pero viendo las películas de Visconti, que era un director muy refinado, me gustaba lo refinado, las cosas bonitas, preciosas, pero de repente había algo que me decía frena esto. Lo que me ha ayudado a frenar eso, es el humor que no tiene nada de belleza. La belleza odia el humor. La belleza es solemne.

¿Todavía escuchas Arjona?
-No me gusta, pero es entretenido.

Para ti es como el Lou Reed de las dueñas de casa.
-Sí. Me parece mejor que Joaquín Sabina. Me parece muy injusto porque a Sabina lo tienen como un dios, como un gran letrista, y Arjona es más ridículo pero más divertido. Ninguna canción de Sabina se me queda pegada. Pero me sé versos enteros de Arjona.

¿Te acuerdas de alguno?
-Me acuerdo de uno tan raro que dice “es como jalarle el pelo a una botella”. Nadie ha hecho una obra como esa. Me resulta de una osadía destacable que nadie más que él podría hacer.


Historia Personal de Chile. Los Platos Rotos.
Rafael Gumucio
Editorial Hueders
213 páginas.

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