La química está en todas partes… ¿por qué nos asusta tanto entonces? Realmente disfruto de mi trabajo: soy un químico en el círculo académico. Puedo revolcarme en el fascinante mundo de la investigación científica y luego transmitirle mi pasión a mentes jóvenes. Y es incluso mejor que eso: soy un académico al que dejan salir […]
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La química está en todas partes… ¿por qué nos asusta tanto entonces?
Realmente disfruto de mi trabajo: soy un químico en el círculo académico. Puedo revolcarme en el fascinante mundo de la investigación científica y luego transmitirle mi pasión a mentes jóvenes.
Y es incluso mejor que eso: soy un académico al que dejan salir de la torre de marfil e ir a colegios, centros comerciales y festivales a presentar la química más entretenida.
Echo nitrógeno líquido por todas partes, enciendo bombas de hidrógeno como si fueran mini Hindenburgs y lanzo cohetes impulsados por etanol.
La química es entretenida.
Siendo así, ¿por qué le tememos a los químicos?
La mera palabra “químico” a menudo es sinónimo de toxinas o veneno. Usamos frases como “está lleno de químicos” para decir que algo es artificial y, por ende, malo.
Etiquetas sin sentido, como “sin químicos”, se ven en productos que venden en las tiendas de alimentos sanos. A nadie parece importarle: cuando puse una queja ante la autoridad de estándares de publicidad británica me respondieron que los consumidores entienden que eso significa “libre de químicos sintéticos”.
Yo, por mi parte, no entiendo la distinción. ¿Por qué son peores los químicos sintéticos que los naturales? ¿Por qué el aditivo sintético E300 es considerado malo mientras que la vitamina C que le añaden a su jugo de naranja, buena? (A pesar de que son la misma cosa).
La química es fascinante precisamente porque se puede usar para sintetizar nuevas cosas. Es como un Lego molecular. El que todo esté hecho de poco más de 100 componentes básicos es extraordinario.
Sólo con echar químicos en una olla de la manera indicada se puede construir el mundo que nos rodea.
Reputación terrible
Entonces, ¿por qué la química es la chica mala de las ciencias? ¿De dónde viene esa ‘quimifobia’?
La biología no tiene una mala reputación, todo lo contrario. La biología tiene animales y plantas asombrosas, el proyecto del genoma humano y a David Attenborough. Es natural y buena.
¿Y la física? Todas las estrellas, rayos láser y la máquina más impresionante que se haya construido jamás: el Gran Colisionador de Hadrones. Y esas maravillas del Universo son presentadas por Brian Cox (que además de físico, solía ser rockero)… ¡difícil ser más atractivo que eso!
Y luego está la química que, por reputación, tiene polución, veneno y armas tan terribles que justifican la existencia de una organización galardonada con el Premio Nobel para controlarlas. Lo más cercano a una celebridad con lo que cuenta viene de la serie “Breaking Bad”, en la que Walter White -un profesor de química que se convierte en un capo del mundo de las drogas- usa sus conocimientos enciclopédicos de química para sintetizar drogas, envenenar a sus enemigos y disolver los cuerpos de sus víctimas.
Realmente no hace mucho para combatir la quimifobia.
En defensa de la química
Para mí, la mala reputación de la química es algo muy raro.
Considere las estimadas 1.300 muertes en Siria víctimas de un ataque con gas sarín. Fueron, por supuesto, absolutamente terribles. Sin embargo, ¿por qué son peores que las estimadas 100.000 muertes causadas por armas físicas convencionales?
Y más cerca de casa, ¿cuál es la causa más probable de lesiones o enfermedades? Estoy dispuesto a apostar que si tuvo que quedarse en cama recientemente fue debido a algún bicho biológico o herida física, no a algún envenenamiento relacionado con químicos.
¿Y qué se toma para aliviar los síntomas de ese resfrío “natural”, torcedura de tobillo o dolor de cabeza? Algún analgésico químico, por supuesto.
Considere
Es cierto que los químicos pueden ser peligrosos. Mi abuelo, que era horticulturista me lo enseñó. Tenía un laboratorio en el que con los años acumuló lo necesario para experimentar con sus plantas. Para un niño de 10 años, loco por la química, era como la cueva de Aladino.
Algunos abuelos le dan a los nietos dulces. El mío no. Cuando nos portábamos bien, sacaba su sodio metálico y con sus largas pinzas lo metía en un balde de agua: ¡FIZZZZ, BANG!
Usted quizás tuvo un profesor de química al que también le gustaba ese truco. Créame, mi abuelo lo hacía más grande y mejor.
Así que mi abuelo me enseñó que los químicos pueden ser peligrosos y, si algo terrible hubiera pasado en su laboratorio improvisado, sin duda los diarios habrían reportado el papel que jugó la química. Pero si mi abuelo no hubiera mantenido bien las rejas de su balcón y alguien se hubiera caído, ¿habrían mencionado el papel que jugó la física dado que la gravedad fue la que hizo que su caída se acelerara a 9,8m por segundo?
Mea culpa
Finalmente entonces, ¿quién es culpable de que la gente le tema a la química?
Yo.
Es mi culpa. Y la de mi abuelo.
¿Por qué?
El truco con el sodio de mi abuelo ciertamente alimentó mi entusiasmo por la química pero no lo despertó. Y despertar interés es lo que deberíamos hacer.
Atizar las brasas del entusiasmo es fácil, especialmente cuando se trata de química. El teatro es fácil también… las explosiones, las llamas, los silbidos, el humo y los cohetes son fabulosamente entretenidos. Me encantan, y adoro los ‘¡uuus!’ y ‘¡ooos!’ y el aplauso de la audiencia.
Pero al final, ¿qué recuerdan los espectadores? Sólo esos “PUMS”, y nada de química. Las demostraciones explosivas no muestran lo que la química puede hacer y destacan todo lo que puede destruir. Y, en el proceso, sofocan cualquier soplo de interés por esa ciencia y lo remplazan con temor.
En vez de prestarle atención a los chicos que claman por más explosiones, debía prestarle atención a la niña que está atrás, tapándose los oídos.
Sin explosiones
Debí mostrarle cuán fácil es hacer cosas maravillosas con la química que no son peligrosas.
Meter un poquito de repollo rojo en agua para hacer un poderoso indicador de pH que cambia de color milagrosamente cuando uno le añade vinagre.
O mezclar bicarbonato de sodio con papel aluminio para limpiar químicamente las cucharas de plata.
Tomar unos lápices, juntarlos con una pila de 9v y ponerlos en un vaso de agua, para ver cómo se forman burbujas en el grafito: hidrógeno en un lápiz y oxígeno en el otro. Y si uno recoge esas burbujas, tendría dos veces más de hidrógeno que de oxígeno, la prueba de la fórmula del agua, H2O.
También debía contarles algunas de esas historias entretejidas en la saga de la química.
Como cuando Georgy de Hevesy quería esconder de los nazis las medallas de oro del Premio Nobel de sus amigos Max von Laue y James Franck y las disolvió en aqua regia -ácido nítrico y ácido hidroclórico-. Las puso en la repisa del laboratorio y los nazis nunca las encontraron.
Luego de que los nazis fueran vencidos, en 1945, volvió a valerse de la química para recuperar el oro y se lo mandó al comité del premio Nobel para que volvieran a acuñar las medallas y se las entregaran a sus dueños.
Esos son los trucos que despiertan la imaginación y alimentan el amor por la química. Esas son historias que pueden curar la quimifobia.