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Nacional

9 de Diciembre de 2013

Serie de Reportajes: Niños y jóvenes asesinos

En nuestro país, los homicidios los cometen adolescentes de todas las clases sociales porque, explica el defensor penal juvenil Rodrigo Torres, se está ante menores de edad "en condiciones sociológicas de vulnerabilidad –exposición a las drogas en las clases sociales más bajas o abandono y desidia en las más altas-, que presentan conductas violentas de validación ante sus amigos” y que además tienen poca empatía y respeto por la vida del otro. The Clinic Online investigó cinco historias que reflejan las condiciones sociales y humanas de los niños que matan y de los jóvenes que, como El Nenuco, la víctima de nuestro primer caso, dejan de improviso las canchas de fútbol y el carrete y pasan a ser recordados en muros y animitas.

Ivonne Toro Agurto
Ivonne Toro Agurto
Por

La madrugada del 14 de agosto de 2011 en Puente Alto, el Nenuco se desplomó en la intersección de las calles Euskadi y Cerro Grande mientras intentaba con ambas manos cerrar un corte de 15 centímetros que su vecino de la población El Nocedal II , Juan Pedro (16), le hizo con un cuchillo cocinero en el tórax y por donde se le escaparon más de dos litros de sangre y la vida misma.

La riña que terminó con el Nenuco desangrado –y que se explica por celos o “miradas feas”, dependiendo de quien cuente la historia- se inició en una fiesta en Euskadi 0301. Allí Juan Pedro llegó acompañado de la pareja del Nenuco, Paula.

Según declaró la joven, en algún minuto ambos muchachos, por razones que no se precisan, discutieron en el living. El diálogo, que consta en la carpeta de investigación, habría sido así.

Nenuco:¡No! Si yo no estoy ni ahí con pelear contigo. Tú soy muy chico pa´mi, no me voy a rebajar a pelear contigo.
Juan Pedro: ¡Qué! si yo soy choro, yo salgo a robar y yo te pego cuando quiero.

Tras ello, Juan Pedro se dirigió al baño y antes de entrar, de improviso, recibió un palmetazo en la cara del Nenuco. Molesto, se fue a la cocina del inmueble y le comentó a un amigo “calmao nomás, si afuera vamos a cobrar. Tu tranquilo nomás si afuera vamos a cobrar” y se escondió el cuchillo más grande que encontró entre la ropa. Horas después, cumplió su palabra.

El Nenuco salió a la calle y se encontró de frente con Juan Pedro. Dicen que la música de la fiesta todavía sonaba cuando los dos muchachos se abrazaron, como bailando un lento, y que, segundos después de la extraña danza entre dos borrachos, el grito del Nenuco sonó claro “como cuando a coro cantan un gol” en las casas de la cuadra; que su polera quedó con un tajo por donde podría haber pasado un niño de hasta tres años porque estaba “como partida por la mitad”; que el charco de sangre que dejó en el cemento era más grande que su sombra; que mientras su asesino huía, cuchillo en mano, tropezando a veces, el Nenuco alcanzó a decir “me muero, conchetumadre” y que luego lo subieron a un auto para trasladarlo a una urgencia, pero que ya ni gemía. “Cuentan que mi hermano no lloró, pero yo no sé si será cierta esa huevá o nos dicen eso para que estemos tranquilos”, relata Braulio (17), uno de los seis hermanos de Javier López Bobadilla, “El Nenuco”, quien es calificado por un vendedor de mote con huesillo del sector como el “mejor futbolista no profesional que ha tenido la villa y quizás todo Puente Alto y si me apura, todo Santiago”.

MATAR EN PUENTE ALTO O EN LAS CONDES

En la esquina exacta donde El Nenuco cayó muerto, sus amigos intentaron plantar un rosal. Pero en la Población Nocedal II el sol rebota implacable contra el concreto y quema en días cualquier brote verde. Sólo sobreviven, explica Braulio, las plantas “carneperro”, aquellas que pueden soportar temperaturas extremas y siguen ahí, insolentes, quién sabe por qué.

Así es que en memoria del Nenuco no hay rosal alguno, pero sí una gigante animita con su foto y un par de medallas y un grafitti donde aparece con el rostro triste. Braulio ve el monumento sin flores –en la populosa comuna del sur de Santiago hay 1,8 metros cuadrado de áreas verdes por habitante, frente a los 18,3 metros cuadrados que hay en Vitacura- todos los días al salir del pasaje porque a Javier lo asesinó alguien del barrio a un par de metros de su casa.

“Lo mató el Juan Pedro, porque andaban compartiendo a la mina, la Paula”, interrumpe Mónica, una conocida del Nenuco mientras sostiene con una mano temblorosa a su hija, de siete años, e intenta ocultar los rastros de una rehabilitación en curso para dejar de ser “angustiá”, el término que usa la mujer –que parece de 40 años y tiene apenas 28- para decir que ella consume pasta base de cocaína. Y viceversa.

El homicida, Juan Pedro, tiene hoy 18 años y cumple una condena de tres en un centro cerrado del Sename. Cuando asesinó al Nenuco vivía con sus abuelos –su mamá siempre fue pastabasera y dejó la calle por un centro de internación recién hace un par de meses- a menos de 300 pasos, contados, de su víctima y eran amigos, o algo semejante. En la investigación sobre el caso afirmó que “le pegué un punzazo porque me miraba feo”. Así de escueto.

-Ellos se llevaban bien, hasta que se llevaron mal-, resume Braulio.

Juan Pedro estudiaba en la Escuela Villa Independencia -un establecimiento municipal del sector que según el registro del Sistema de Medición de Calidad Escolar (Simce) del país registra en octavo básico 248 puntos en lenguaje y 268 en matemáticas, semejante al promedio nacional-, pero decidió no continuar en el colegio porque, explica Gladys Hidalgo, una tía de “Juanpi”, “el Independencia no tiene educación media y no había nada igual de bueno cerca, entonces él dijo que no sacaba nada de machacarse la cabeza si no le iba alcanzar para postular ni pa’ bombero”. Y tiene razón: en la Prueba de Selección Universitaria (PSU) de 2012 la educación pública de Puente Alto alcanzó 432,9 puntos. Y el mínimo para postular a las universidades en Chile es de 450.

No es el único récord de la ciudad donde habitan más 700 mil personas. Según la encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN) de 2009 el ingreso por grupo familiar (más de cuatro personas por vivienda) aquí –incluyendo subsidios estatales- es de $ 591 mil, $400 mil menos que el nivel regional y $200 mil abajo del piso nacional. La pobreza no indigente es la más alta de la capital -12,37%- y la obesidad, que en Chile es característica de los grupos socieconómicos más bajos, es de 16,2%, cuatro puntos porcentuales más que la región y 2 puntos más que el país.

Aquí, además, se concentran gran parte de los crímenes cometidos por adolescentes.

Desde 2009 a la fecha, según estadísticas del ministerio público, en total 790 jóvenes menores de 18 años han asesinado y de ellos 125, el 15%, viven en la zona sur de la capital.

-Puente Alto destaca porque hay mayor acceso a armas, sobre todo de fuego-, recalca el defensor penal juvenil Rodrigo Torres, quien lleva cinco años representando a jóvenes imputados.

Sólo el año en que murió “Nenuco”, fallecieron otras 162 personas, en su mayoría jóvenes, a manos de niños. Y aunque el sector sur de la capital aventaja al resto en homicidios, Torres precisa que este tipo de delito es transversal: Si bien muchos de los niños asesinos y sus víctimas provienen de hogares vulnerables de comunas pobres y estudian en colegios públicos que a duras penas cumplen con estándares de calidad, otros son de clase media o acomodada y han matado porque han podido. Es decir, en Chile los niños matan en Puente Alto y en Las Condes –uno de los enclaves de mayores ingresos del país- y el denominador común, explica Torres es el desprecio por la vida del otro y la falta de contención de su entorno familiar.

-A los jóvenes en general no les importa el otro, el raciocinio de que la muerte es relevante y significativa no es algo que les llegue. En un primer momento tras el crimen uno los entrevista y ellos te dicen: ‘Pero si me garabateó’. Y para ellos eso es una causa válida. Cuando logran sentirse mal por el crimen en general es por la consecuencia en su familia, no por el joven al que mataron. Quienes cometen homicidio son chicos en condiciones sociológicas de vulnerabilidad –exposición a las drogas en las clases sociales más bajas o abandono y desidia en las más altas-, que presentan conductas violentas de validación ante sus amigos.

El CABRO CHORO QUE SE PITIÓ AL NENUCO

“¿Sabe lo que pasa? Lo que pasa es que los cabros ahora no son como nosotros, como los que nos criamos con la dictadura. Como había miedo, uno igual era temeroso con todo. Y se dejaba pasar a llevar. Los de ahora no, son paraos de raja, son choros y cuando uno vive aquí ser choro significa que mata o que muere”, relata Gladys, la tía de Juan Pedro, mientras vende hierbas medicinales y aliños un viernes en la feria callejera que se toma la calle Nocedal, una de las principales avenidas del sector y que le da el nombre a tres poblaciones de Puente Alto idénticas en tamaño y miserias.

Juan Pedro fumaba marihuana desde los 13 años, calcula Gladys – “aunque en una de esas podría haber empezado antes”- y desde esa edad bebía también en las fiestas del barrio. “Cuando tomaba se ponía chúcaro”, dice la mujer, que asegura que en esas ocasiones solía pelear a golpes si alguien lo irritaba. Pero Braulio, el hermano de Nenuco, asegura que con o sin trago el muchacho era violento.

-Una tarde siguió a mi hermano menor, el Bryan, con un palo porque le tiró una talla. Era mecha corta-, reseña.

Los dos testimonios coinciden en que, más allá de estas características, era muy apegado a sus abuelos y en que pese a la amplia oferta de pasta base “no le hacía a eso”.

A Juan Pedro le gustaba el reggaeton y la cumbia y luego de su dejar el colegio, colaboraba  con sus abuelos en las labores de la feria, donde venden hasta hoy hierbas medicinales y productos de aseo. Braulio y Gladys confirman además que el ver a su mamá tirada en la calle producto del consumo de pastabase –la familia la rescataba y ella volvía a escapar- lo había vuelto una persona dura. Gladys afirma que la última vez que lo vio llorar, él tenía cinco años y que podía pasar por el lado de su mamá sin detenerse a mirarla. Sólo ahora, con ella en rehabilitación y él preso, han generado una relación afectiva.

Braulio y Gladys difieren en otros aspectos del joven. Según Braulio, en los días en que no trabajaba con sus abuelos, Juan Pedro se dedicaba a robar en otras poblaciones “por eso tenía la maña de usar el cuchillo”. Según Gladys, se quedaba en casa tranquilo fumándose un par de pitos.

“Era su único vicio” dice la mujer que tiene cerca de cuarenta años y suda profusamente ante una temperatura que, a finales de noviembre, es de cerca de 32 grados en el resto de la Región Metropolitana, pero que en Puente Alto, casi sin árboles, llega a 36 y se siente como de 40. “Acá es el infierno, mijita”, comenta Gladys y uno no distingue si se refiere sólo al clima.

Según Gladys, su sobrino ha cambiado y planea no retornar a estos barrios de jardines secos.

-Ahora Juanpi está bien, más tranquilo. En el Sename le hicieron terminar el cuarto medio, y hace cosas con cueros ¿Ve esa carterita? Me la hizo él. Cuando salga, mi papi lo va a poner a manejarle la camioneta de la feria, porque acá todos somos feriantes, gente trabajadora. La familia del Nenuco –sus papás y hermanos- también son buenas personas. Están muy enojados, eso sí. A mí me han venido dos veces a botar el puesto, porque tienen rabia y yo los entiendo. Mis viejos pa evitar problemas se fueron a la Santa Julia en Ñuñoa, porque decían capaz que alguien se emborrachara y con trago fuera a cobrárselas…

La casa en Valle Central 0332 donde creció Juan Pedro, a menos de 300 pasos contados de la vivienda de Nenuco, permanece cerrada con un candado y ni siquiera las plantas carneperro se asoman en el lugar. Vecinos cuentan, pidiendo reserva de nombres, que los abuelos de Juan Pedro se fueron no por el temor a una eventual locura por ebriedad de los padres del Nenuco, “que son gente tranquila”, sino para evitar un enfrentamiento con los tíos del prometedor futbolista amateur “que están todos metidos en la droga y manejan uno de los principales carteles de la población Venezuela. Por eso nadie tampoco la arrienda, porque capaz que se confundan si ven gente en la casa, así es que lo mejor es irse lejos y no andar metiéndose en huevás”.

Cuando le pregunto a Braulio si es cierto que sus tíos son narcos, se molesta:

-No ande sapeando.

Luego sonríe y muestra la imagen de su hermano mayor en la animita.

-Vamos a poner un vidrio y a cambiar esa foto, que está desteñida… Yo no sé por qué lo mató el Juan Pedro. También han matado a gente de mi colegio o del barrio, pero estaban metidos en cosas raras. El Nenuco, no. Era tranquilo, tallero, trabajador. Si alguna vez habla con el Juan Pedro dígale que es mejor que no vuelva. Que se vaya lejos, que no se asome por acá.

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