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Opinión

1 de Abril de 2014

Stanley Clarke, ícono del jazz de los 70: “No debería comer tantas empanadas, pero las amo”

A sus 62 años es uno de los sobrevivientes de la gran saga de jazzistas marcada por una afición a la heroína que pocos lograron superar. Amigo íntimo de Jaco Pastorius, Herbie Hancock, Chick Corea y muchos otros, se presentó la semana pasada en Chile en las Sesiones de Tolerancia y habló con The Clinic sobre su vida en el jazz, su mujer chilena y una espectacular amistad con las empanadas locales.

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Cuando miras hacia atrás, al comienzo de tu carrera ¿cómo te sientes sobre los cambios que has experimentado?
Me siento bien, mi vida tuvo mucho que ver con lo milagroso. Honestamente, jamás pensé que algún día tocaría para un público, mucho menos como bajista. La función del bajo en la música está orientada al servicio, como la batería, tocas detrás de un cantante o de un pianista. Generalmente se trata de un tipo en la parte de atrás del escenario que se encarga de que todo esté bien. Pero algo hermoso que ha pasado durante los últimos 35 años es que los músicos se han puesto más progresivos, es lo que hice yo y por eso le digo a los músicos jóvenes que nunca deberían definirse por su instrumento.

Jean Paul Sartre comparó una vez el flujo de la existencia humana con el flujo en el que el jazz tenía lugar. Él pensaba que la improvisación en el jazz tenía la capacidad de llevar al ser humano al presente. ¿Consideras que estuvo en lo correcto?
Para improvisar bien tienes que estar en el ahora. Improvisar desde el pasado es imposible, puedes ocupar referencias del pasado, pero cuando improvisas es como volar. No hay música realmente, no puede ser pensada, son ideas que aparecen en ti. Aquí y ahora es la fortaleza máxima del hombre y del artista, el resto son preocupaciones que no tienen que ver con el arte, debilidades. Si escuchas a Coltrane te puedes dar cuenta de eso, es entretenido.

Vienes de una tierra que vio nacer a grandes músicos ¿Qué opinas de los ídolos juveniles que han hecho tanto ruido hoy? Justin Bieber y Hanna Montanna, por ejemplo.
El pop no está en un buen momento. Pero el problema no es la falta de talento, el negocio se ha apoderado de los músicos. La compañía les da una imagen, un productor, un diseño… Se hace mucha parte del trabajo de manera electrónica, se sacan las cosas malas y se afinan las voces de los cantantes, tú y yo podríamos hacer lo mismo, tengo el equipo necesario para hacerlo en mi estudio en Los Ángeles –ríe-. Pero este tipo de música sólo puede durar un momento determinado, como un Gobierno que trata mal a la gente, eventualmente la gente dirá “esto tiene que cambiar”, es parte de la naturaleza, sólo puedes golpear a un hombre hasta cierto punto antes que se rebele –ríe-.

¿Qué tan profunda crees que es tu labor en el jazz?
No pienso mucho en mí, es algo muy peligroso. Mientras más viejo te pones piensas menos en ti. Quizás cuando eres joven es bueno estar consciente de ti mismo, para crecer y encontrar tu potencial en lo que quieras hacer, pero una vez que logras ciertas metas es bueno pensar en otras cosas. Cuando era joven me concentré en mí mismo, tenía cosas que demostrar, quería ser bueno, quería cambiar la manera en que el mundo veía el bajo. Y cuando eso pasó, empecé a concentrarme en otros músicos, quería tener mi propia banda, etc. Con mi esposa que es chilena –Sofía Espinoza- empezamos fundaciones para ayudar a otras personas, hay que hacerlo.

¿Cómo conociste a Sofía?
En el aeropuerto de Santiago, ella estaba muy bien vestida, Channel y cosas así. La miré completa y me di cuenta que sus zapatos eran como esas botas de boxeador retro, la miro directo a sus zapatos y le pregunto “¿Por qué?”. Ahí, delante de todo el mundo me empezó a insultar en español, me encantó. Le dije al productor que estaba conmigo “qué mujer más increíble, tenía unos zapatos horrorosos, pero era muy linda”, y él me contestó “es amiga mía”. Tuvimos una comida esa noche y el productor de sorpresa invitó a Sofía. Ella estaba casada y yo también, pero años después nos encontramos de nuevo y ocurrió, fue una reunión extraña y estamos juntos desde entonces.

¿Le escribes canciones de amor?
Sí, muchas de las canciones del nuevo álbum son para ella, quizás le ponga su nombre. Aún no lo sé.

¿Viajas a Chile con frecuencia para ver a su familia?
Sí, pero son viajes de bajo perfil. El año pasado pasamos Navidad y Año Nuevo en Huilo Huilo, me encanta ese lugar, voy a volver este año de nuevo.

¿Qué es lo que más te gusta?
No debería comer tantas empanadas, pero las amo. Por mucho tiempo tuve un profundo conflicto tratando de decidir si eran mejores las empanadas argentinas o las chilenas… Creo que las chilenas ganan, por el tamaño principalmente.

Su amistad con otro genio del jazz
Tú y Jaco Pastorius fueron muy amigos ¿Lo recuerdas con frecuencia?
Tengo excelentes recuerdos de él, tenía muy buen sentido del humor, similar al mío. Cuando venía a Los Ángeles salíamos juntos a la calle, entrábamos a bares donde había gente tocando, nos reconocían y terminábamos tocando nosotros. Una vez entramos al Roxy Theatre en el Sunset Boulevard, estaba tocando una banda recién estrenada en Estados Unidos, un grupo japonés que se llamaba Hiroshima. Todo el público era japonés y si sabes algo de los japoneses entenderás que todos andaban con cámaras de foto, las aman. Entramos y nos reconocieron de inmediato, yo tenía un afro gigante y Jaco el pelo despeinado para todos lados, de pronto todas las cámaras nos apuntaban y sacaban fotos. Esa noche fue una locura.

¿Tuviste una vida loca como Jaco? Él estuvo muy metido en el mundo de las drogas y la heroína era moneda frecuente en el mundo del jazz.
Cuando yo tenía 20 años, Jaco todavía no estaba presente en la escena del jazz, aunque teníamos casi la misma edad, pero su vida ocurrió después. Yo hice todas esas cosas antes, y trataba de ayudar a Jaco a controlarlo, le decía “no lo hagas amigo, no lo hagas más”. A él le gustaba estar conmigo porque creo que me veía como una persona un poco mayor, lo que era una idea suya porque teníamos la misma edad, pero yo tenía más experiencia.

¿Cómo escapaste de esa vida de drogas?
Cuando llegué por primera vez a Nueva York, noté que muchos músicos estaban buscando maneras de inspirarse, consumimos mucha heroína, las drogas siempre fueron una opción para inspirarse. Otros después se refugiaron en la religión; Herbie Hancock se metió en budismo, Chick Corea me introdujo a la cientología… Creo que si Jaco hubiese aguantado un poco más, hoy estaría bien. Él no murió por las drogas sino por el efecto de ellas. Fue a un bar de noche, dijo algo y golpeó a alguien… tenía mucha fuerza. Los dos tenemos mucha fuerza en las manos, es uno de los efectos de tocar bajo tanto tiempo. Jugábamos a darnos la mano muy fuerte hasta que alguno de los dos se rendía, era muy gracioso. Jaco tenía un temperamento muy fuerte. Si hubiese estado con él esa noche, estaría vivo.

Luc Havan, el guardia de un bar, le pegó hasta dejarlo en coma, ¿no?
Sí, el estúpido guardia, no puedes hacerle eso a una persona.

¿Lo echas de menos?
Sí. Sería una gran época para el jazz si él estuviera vivo. Alguna vez tocamos a dueto y teníamos el proyecto de hacer el primer tour de dos bajos, siempre hablamos de hacerlo, incluso nos juntamos e hicimos un par de ensayos al respecto. Era nuestro plan, hubiese sido alucinante…

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