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Opinión

22 de Abril de 2014

¿No hay más hombres?

“No hay más hombres”…es un rumor que circula por los rincones de la ciudad de boca de no pocas féminas. ¿Qué oculta esta queja demográfica? Por cierto, falaz, ya que evidentemente hombres hay. Habría que acotar que este lloriqueo se refiere al fracaso en la consecución de un hombre para el amor, de acuerdo a […]

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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“No hay más hombres”…es un rumor que circula por los rincones de la ciudad de boca de no pocas féminas. ¿Qué oculta esta queja demográfica? Por cierto, falaz, ya que evidentemente hombres hay. Habría que acotar que este lloriqueo se refiere al fracaso en la consecución de un hombre para el amor, de acuerdo a como muchas mujeres conciben esto último. Cuestión que no tiene nada de nuevo.

Para la mayoría de nosotras, el amor ocupa un lugar casi constitutivo. Si no somos amadas, sufrimos de una especie de fracaso existencial; sería equivalente a lo que representa el éxito laboral para un hombre. Por eso los temas amorosos ocupan el centro de nuestras conversaciones y el núcleo de nuestros padecimientos, aún cuando, hoy debamos disimularlo para sostener una imagen pública de chica moderna. Soy capaz de aseverar que alrededor del noventa por ciento de las consultas psicológicas femeninas, el tema que las convoca es el del mercado de la carne. Ahí donde un hombre “está” solo, las mujeres “son” solas, por eso suelen sufrir más del mal de amor.

Para muchas, “hombre” es el nombre que lleva todo malestar: “no me quiere”, “no se compromete”, “no me quiere como yo lo quiero”. Y pide a su pareja todo, incluso que taponee sus dramas más profundos. Frente a esta demanda es que los hombres salen corriendo, ya que se sienten más requeridos que re queridos. Huyen con justa razón, ya que se le pide lo imposible; más terrorífico aún cuando es bajo el disfraz del “yo te doy todo”. Nada más demandante que creer que se da todo, cuando en realidad se está pidiendo todo de vuelta.

Los hombres siempre se han defendido de esta voracidad femenina. Incluso cuando están enamorados, tienen esos retornos de orgullo donde se ponen duros e insensibles. O sea cuando se ponen hueones o nos dejan en ridículo con sus amigos congéneres.

El tratamiento de esta incesante queja y demanda femenina -al igual que conseguir que los gordos adelgacen- es lograr que las mujeres se distraigan, cambiar el tema, para que ellos dejen de huir de nuestro lado.
Entonces si la relación insaciable de las mujeres al amor no es nueva, ¿por qué muchas tienen la sensación de que la escasez de machos es contemporánea? Posiblemente esto se deba a dos fenómenos. El primero, es la emergencia del hombre vagina. El segundo, la llamada ética del soltero.

Vamos con el primero. Muchas veces somos las mismas mujeres las que creamos al hombre vagina. Ese que hoy se ve junto a sus mujeres en cursos de destape de chakras. Ese que deja a sus amigos del club de la cerveza para que su chica no se enoje. Ese que se declara “embarazado” en señal de apoyo a la futura madre. Ese que en vez de afilarse los dientes al ver a su mujer en pelota frente al espejo, la empuja para mirarse él.

El hombre posmoderno vive muchas veces su masculinidad con cierta culpa y la guarda en el clóset para no ser acusado de machista retrógrado. El mal negocio de cierto feminismo generalizado, es la castración de la masculinidad, llevándonos a otra queja: “¡Eres poco hombre!” “¡Ponte los pantalones!” “¡Mamón!”. Si se destruye la diferencia, se aniquila también el interés por el otro, ya que el deseo humano busca siempre lo que no domina, lo que no tiene. Sea cual sea la anatomía de la pareja – hombre-mujer, hombre-hombre, mujer-mujer, hombre-oveja – debe haber un femenino y un masculino en la erótica.

El segundo fenómeno que puede ser responsable de la queja femenina que nos convoca, es la llamada ética del soltero o bien del manfinflero. Hablo de aquellos que eligieron jugar solos y ahorrarse todas las dificultas y malentendidos del encuentro amoroso. Hay machos que están cansados y no quieren hacer honor a su nombre. Varón viene del latín vir: viga. Hay algunos que ya no quieren sostener (en ningún sentido).

En psicoanálisis se habla de la promoción del niño generalizado por la oferta de felicidad neoliberal: si necesita energía, cómprelo embotellado; si tiene pena, vaya a la farmacia; si le teme a la performance sexual, tome la pastilla azul. Los gadgets no piden nada y dan satisfacción programada. Mucho más fácil que bancarse a otro. Estos machos son los que descolocan muchas veces a las mujeres, ya que no responden a las viejas artimañas femeninas. Les damos lata.

Así, ya sea por desgaste, aburrimiento o por feminización del varón, aparecen nuevos desencuentros. El malentendido del amor ha existido siempre, el problema es que hoy para muchas mujeres se llama soledad y para ellos es solo desinterés.

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