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3 de Febrero de 2024

Retrato de un narcisista: tres mujeres cuentan cómo fue tener como pareja a un hombre narciso

Narcisista Ilustración: Camila Cruz

Aires de grandiosidad, el convencimiento de que todo se debe hacer como ellos piensan, carencia de empatía, monopolización de la agenda moral de la relación y una lucha interna por mostrar una imagen de éxito y control son algunos de los rasgos narcisistas que, dependiendo de cuán acentuados estén, pueden generar grandes daños en una relación de pareja. “Todo lo hacíamos como él quería, tenía siempre miedo a que él se enojara, terminé durmiendo en el suelo de mi propia casa y me echó estando embarazada”, cuenta Claudia. Estadísticamente, tres de cada cuatro personas con trastorno narcisista de la personalidad son hombres.

Por Paula Domínguez Sarno

“Te dicen: ‘Todas las parejas tienen problemas, todas las parejas discuten’. Yo tenía las señales desde muy al principio, pero no quería abrir los ojos, iba por mi sueño de ser mamá, formar una familia, tener casa, tener un perro”, cuenta Claudia (50), sobre el principio de la relación con su exesposo que terminó siendo un hombre narcisista. Tenía 38 años y era uno de los mejores amigos de la pareja de su mejor amiga: los presentaron en una fiesta y comenzaron a salir. “Todo lo hacíamos como él quería, tenía siempre miedo a que él se enojara, terminé durmiendo en el suelo de mi propia casa y me echó estando embarazada. Me separaré y ahora estoy tranquila con mi hija de 10 años, pero hasta el día de hoy me envía correos con instrucciones de cómo debo hacer las cosas”.

“El trastorno narcisista de la personalidad se da mucho más en hombres. De cada cuatro, tres son hombres”, comenta Rodrigo Mandiola, psicólogo clínico existencial. Sin embargo, explica que es diferente el trastorno de los “rasgos”. “Todos tenemos rasgos narcisistas, necesidades de admiración, que nos quieran, que nos apapachen, por decirlo de alguna manera. Pero cuando estamos en una relación de pareja, una ‘persona común’ también tiene la capacidad de entregarlo. El narcisista no”.

Claudia

“Cuando me empecé a quedar en su casa, no podía pisar esa cosa que hay en el suelo cuando uno sale de la ducha, porque se lo mojaba; no me podía lavar el pelo, porque no le gustaba el sonido del secador; tampoco podía cocinar, porque no le gustaba el olor a ajo. El baño tenía una luz que tú abrías la puerta y daba a la cama y, embarazada, tenía que levantarme así a hurtadillas. Me pegaba con las piernas en la cama, pensando: ‘Pucha, no se vaya a despertar, no se vaya a levantar’, Porque se levantaba de súper mal humor, se enojaba”, cuenta. Luego de unos meses se fueron a vivir juntos y en lo que tuvo que ver con las actividades diarias, fue Claudia quien se acomodó a la forma de vivir de él. “Eran reglas y yo me las tragaba”, dice.

“En el vínculo codependiente de una mujer con un varón narcisista, diría, en primer lugar, que es él quien tiende a funcionar como la agencia moral de ambos. O sea, es él quien define lo que está bien y está mal”, explica Luciano Lutereau, psicoanalista y escritor argentino. Además, advierte que no siempre es consciente o encarnado en un conflicto. “Es mucho más complejo. Alcanza con que la mujer, en un determinado momento, quiera hacer algo y diga: ¿Qué va a pensar él si yo hago esto? Alcanza con empezar a conseguir autolimitaciones en la mujer. En segundo lugar, está la invalidación del deseo que vaya más allá de la pareja. Y el tercer aspecto tiene que ver con la competencia o rivalidad implícita con cualquier otro vínculo (familiares, amigas)”.

“‘Oye, anda a hacerme la revisión técnica’ u ‘Oye, mi mamá necesita tal remedio, anda a comprárselo’, me decía”, cuenta Claudia. “Al principio pensaba: ‘Oh, qué rico, me quiere incorporar en su vida, soy importante para él, esto es lo que necesitaba, este sentimiento como de familia’”. Solía ir a ver a sus padres, pero según recuerda, él siempre ponía problemas. “Inventaba panoramas y decía como: ‘Ah, verdad que no podemos ir porque vas donde tus papás’ o ‘Ah, supongo que esta vez podemos salir y que no vas a ir donde tus papás, como todos los fines de semana’. Y yo cedía”.

“Un narcisista espera o cree merecer cosas por sobre los otros. Y los otros están complaciendo estas necesidades”, dice Rodrigo Mandiola. “Hay que entender que las relaciones son recíprocas, de dos. Es decir, ‘yo doy, tú das’. En cambio, ellos no son capaces de ver tus necesidades o tus dolores, por ende, mediante la manipulación logran que tú pases a segundo plano”.

“A él no le gustaba el contacto corporal, era de ese tipo de personas que tienen mucho calor siempre. Y una noche me dijo: ‘Te quería pedir algo’”, cuenta. “Me dijo: ‘A ver, cómo te lo digo. Me gustaría dormir aquí en la cama… pero no contigo’. Y yo dije: ‘Ya, pucha, pero ¿cómo?’. Y me dijo: ‘Ya, mira, yo puedo traer unos cojines grandes que están allá y tú te acuestas aquí. Esta noche, solo esta noche’”, cuenta Claudia que le dijo mientras apuntaba el suelo de la habitación. “¡Y yo dije que sí! Acepté dormir en el suelo. Al lado de mi cama. Aguanté eso”, dice con énfasis. “Me siento tan estúpida de haber aguantado tanto. Tengo muchos ejemplos, era pura sumisión, aguantar, hacer lo que me pidieran. A lo mejor, lo hacía con el afán de que no se fuera, de que se sintiera cómodo”.

Mandiola hace énfasis en que quienes han atravesado por una relación con una persona narcisista son víctimas. “Y es súper importante esa parte”, enfatiza el psicólogo existencialista. “Porque muchas mujeres salen de esas relaciones con muy baja autoestima, sienten culpa. Y ellas no tienen culpa”.

Un día, después de una ecografía, él le dijo a Claudia que sacara todas las cosas de su casa, ya que no quería vivir más con ella. “Todos esos días habíamos estado peleando”, recuerda. “Era al principio del embarazo, cuando tú estás súper cansada, siempre con sueño y tenía que barrer, hacer el aseo, la cocina, lavarme el pelo… todo antes de que él llegara, para que no le molestara el ruido. Tenía como 12 semanas y me tuve que ir. Me fui al otro día. No sé cómo, me fui a la casa de mi hermana esa noche, me conseguí un camión de mudanza y al otro día eché todo. Nunca lo cuestioné, pensé que iba a estar siempre en esa relación. Hasta que él me dio la clave, me dijo: ‘Ándate’”.

“Después me decía que yo era una vieja, que la niña me iba a salir con síndrome de Down. Me decía que lo pillé volando bajo, que nadie se iba a fijar en mí, que me juntara con otras madres solteras, igual que yo. A él lo único que le importaba era que la guagua tuviera todos los dedos”, narra sobre las semanas que vinieron después de que se fue de la casa. “Me amenazaba con que me iba a quitar a nuestra hija. Y yo, en ese tiempo, pensaba que sí era posible”.

Él tenía una imagen muy grandiosa de sí mismo, describe Claudia, rasgo de un narcisista. “Por ejemplo, en una ocasión, compramos una casa en remate, la arreglamos un poco y la vendimos. Y él decía: ‘Oye, pero soy brillante, a esto me voy a dedicar’. Le gustaba el fútbol y se jactaba que sabía más que todos los demás en esos temas”, recuerda. Pero esto no lo decía en público, solo en la intimidad. “Él es amable, mi mamá, hasta el día de hoy, lo quiere. Era amable en temas que sabía que le importaban a ella: que le preguntara por su salud, que fuera simpático”.

“Ahora me relaciono con él solo por correo electrónico, todo por escrito. A veces, estoy duchándome, y pienso: ‘Maldigo el día en que lo conocí’. Pero después pienso que no tendría a mi hija”, reflexiona. “Pero el dolor, lo pasé muy mal”.

Andrea

Un día, Andrea Henríquez (40) ve que su esposo se levanta de la sobremesa y va a la cocina, donde estaba su madre, después de que no se había mostrado de acuerdo con algo que él había dicho. De pronto, Henríquez escucha una discusión y, al acercarse, escucha a su madre alzar la voz: “Tú tienes doble cara”. “No sé qué le habrá dicho, de hecho, yo estaba media enojada con mi mamá. ¿Pero cómo se lo habrá dicho?”, cuenta. “Me llamó la atención que su cara se descolocó, como si lo hubiesen descubierto”.

“El narcisista está enamorado de su imagen, no de sí mismo”, afirma el psicoanalista Luciano Lutereau. Tiene tan poco amor por sí mismo, que se busca todo el tiempo en la imagen. Una situación muy típica en la discusión, por ejemplo, o en el vínculo con una persona narcisista, es que la persona nunca va a tolerar el conflicto en la conversación, porque todo el tiempo está disputando la imagen de sí mismo”.

“Él era el portavoz en una movilización social, un tema con las mineras, con el medio ambiente”, explica. Henríquez conoció a su esposo a sus 30 años, luego se casaron y tuvieron dos hijos. Ambos eran informáticos, tenían en común su carrera y sus intereses sociales. “Yo quise ayudar desde mi carrera, investigaba mucho y empecé a hacer mucho. Él tenía siempre más liderazgo social que yo y me decía: ‘Sí, tú vas a lograr esto, de verdad’. Al principio me hizo sentir muy bacán. Hasta que llegó un día en que cambió. Me empezó a decir cosas como: ‘¿Pero para qué lo haces, si la gente no te quiere escuchar?’. Y yo dije: ‘¿Chuta, estará estresado?’”.

“Pero todos esos comentarios me los hacía en privado”, afirma. De haberlo comentado en su momento, hubieran sido pocas las personas que le creerían, ya que no era del tipo de personas que mostrara una personalidad conflictiva. “Es de los que ayudan en la calle. A alguien se le cae un papel y él lo recoge, pero en la casa no recogía nada. Para el resto era una persona ejemplar, pero cuando estaba enferma no me llevaba ni un té. Se enojaba”, cuenta Andrea mientras hace memoria. “Era muy chocante”.

Tenían problemas económicos y les costaba llegar a fin de mes, pero Andrea recuerda que esto no parecía un problema para él. “Pero cuando conseguí un trabajo con un buen sueldo, automáticamente, al otro mes, consiguió que se lo subieran. Pero su mayor violencia fue que no me escuchara durante mucho tiempo”, cuenta. “Yo le decía algo y no me movía ni la cara, ni un gesto, ni que esté escuchando, que esté ahí. Era como que yo no existía”, relata sobre los últimos años de una relación que duró casi diez. “Empecé a hablarle por WhatsApp, no estábamos enojados necesariamente y tampoco me contestaba. Después le mandaba correos y no sabía si había recibido el mensaje, si había podido comprar pan o cualquier cosa… porque no tenía respuesta”, relata aún confundida.

“Imagínate que no te escuchen en tu casa, te ignoren completamente. O sea, tú dices: ‘Soy cero atractiva para todo, ¿cachai?’”. Desde que terminó su relación, las cosas dieron una vuelta en 180 grados. “¿Sabes lo que me llamó la atención en un principio, cuando salía a trabajar? Que sentí que seguía estando vigente, seguía siendo simpática, que a la gente le agradaba hablar conmigo, que me saludaba, que se reía. Entonces a mí eso fue lo clave para volver a decir: me ven”.

“Pensemos un ejemplo típico, que el varón que desvaloriza a la mujer en su trabajo, ¿cuál es el miedo implícito?”, pregunta Luciano Lutereau. “Que si ella se dedica más al trabajo le saca el vínculo”, responde el escritor argentino sobre aquel rasgo narcisista que muchas veces se camufla. Sin embargo, aclara que el diagnóstico de trastorno narcisista se ha generalizado. “Y con varones se trabaja esto. También es importante tener esta perspectiva, porque si uno no criminaliza, facilita que los varones puedan consultar por esto”.

Constanza

“Ya, pero no grites”, recuerda que fue lo que le dijo su pareja en medio de una tranquila conversación mientras caminaban por la calle. Se lo dijo con calma, justo cuando iba pasando una mujer mayor. “No estoy gritando, ¿qué pasó?”, le dijo ella. Él no continuaba la conversación, sino que seguía haciendo énfasis en que “no hiciera un show en la calle”, siempre sereno. “Y yo, por dentro como ‘¡No estoy gritando!’”, recuerda con frustración. “Era como una tortura psicológica, porque yo me agarraba la cabeza y era una impotencia brígida. Y claro, la señora que iba pasando y lo escuchó diciéndome que no gritara, debió haber dicho: ‘Uy, ella debe ser complicada‘”.

Un narcisista suele mantener el control en situaciones en las que su pareja se muestra vulnerable, no solo porque su imagen pública es importante para ellos, sino que no se sienten mal al presenciar un enojo o llanto, a veces es todo lo contrario. “Mantener la calma, en sus mentes, los sitúa a ellos en una posición superior”, explica Rodrigo Mandiola, psicólogo clínico existencial.

Constanza Reyes (30) lo conoció cuando fue su jefe en una pequeña área en un trabajo momentáneo que tuvo en una empresa de contabilidad. “No era ni cagando un alto mando, pero era como el de mejor rango, mejor sueldo de los que estaban ahí. Se sacaba la mugre trabajando”, cuenta. Él comenzó a modificar sus tareas, la subió progresiva y rápidamente de puesto, coincidiendo cada vez más en tiempo y espacio en la oficina, y le daba días libres cuando nadie tenía libres. “Siempre se mostraba que él era seco y que el resto todos mediocres, ninguneaba a todo el mundo. Lo comentaba harto, no con todos, igual sabía con quién podía hacerlo”. Solo había una excepción a este “mundo de mediocres”, según él, y esa excepción era ella. O, al menos, eso le decía al principio.

Cuando comenzaron a salir, había un problema: él estaba pololeando. “Eran como diez años juntos”, cuenta con decepción. “Ella le habría pagado la carrera, le había facilitado la vida completa y luego la traicionó así”. Reyes le dijo que para que pudieran tener una relación debía terminar la anterior, a lo que él accedió. Así, comenzaron un pololeo que llegó a durar un poco más de un año. “Si discutíamos, yo era muy sensible. Él siempre tenía la razón. Invalidaba completamente mis emociones”.

“Un día le dije: ‘Oye, quiero conocer tu mamá’. Y empezó con las excusas: ‘No, pero es que mi mamá es una bruja, mi mamá no sé qué’. Ahí empecé como a cachar que algo no iba bien y dije: ‘Si no me presentas a tu mamá, terminamos’”, recuerda sobre los últimos meses de la relación. En casi un año de relación, no conocer a su familia le hacía ruido. Entre dudas que comenzaron a escalar, un día subió una historia a Instagram con él y le dijo que la compartiera. “Siempre había una excusa: que se le había apagado el celular, que no tenía batería… Nunca lo hizo. Ahí pasaron dos días y me habló esta galla”, relata con sorpresa. Era “su otra polola”, con la que llevaba diez años cuando recién empezaron. “Se enteró que yo estaba con él y ellos nunca habían terminado. Llevaba toda nuestra relación viviendo con ella”.

“Ella me empezó a mandar pantallazos de ellos conversando cuando yo estaba con él. Estaba al lado de él y me llegaban los mensajes que se enviaban, lo veía ahí, en el sillón, con el celular mientras le escribía: ‘Te amo’”, narra con una risa nerviosa.

“Él nunca me admitió. A pesar de que yo tenía las fotos. Tenía todo. Pero él tenía su historia paralela. Me decía: ‘No, en verdad sí terminé, no fue tan así como ella te dijo’. Y yo le decía: ‘Tengo las pruebas’. Pero aun así insistía en que las cosas no fueron tan así”, cuenta. “Yo creo que él lo hacía porque le inflaba el ego tener dos mujeres. Podía. Y eso lo hacía sentir bien. Nunca vi en él una señal, ni un cargo de conciencia, ni culpa. Siempre tenía todo bajo control”.

Difícilmente un narcisista pide perdón, explica el psicólogo clínico Rodrigo Mandiola. “O si lo hace es para conseguir algo, no porque lo sienta”. Por esto, muchas veces traspasan la culpa o la evitan cuando cometen un error. “Lo más difícil de tratar a una persona con trastorno de personalidad narcisista es que ellos no van al psicólogo”, plantea.

Él intentó que fueran igual a un viaje que tenían planeado para unas semanas después de que Constanza se enteró de todo y terminó con él, pero después de un tiempo dejó de intentar volver. Ante la pregunta de si él decidió durante o después de su relación ver a un psicólogo, Reyes suelta una risa e intenta contenerla, como si fuera lo más ridículo que había escuchado: “Olvídate que él iba a ir a terapia”.

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