Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

5 de Mayo de 2014

José Rubilar (67), el “Tío Pepe”, garzón del restorán La Terraza: “Me han dicho que parezco actor de cine”

Es uno de los garzones más antiguos de Santiago. Este año cumple 40 años, más de la mitad de su vida, sirviendo a la antigua: se sabe los pedidos de memoria, usa humita y el pelo engominado.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
Por


“Desde los 24 años que soy garzón. Empecé trabajando acá, a la vuelta, en el Baquedano donde estuve cuatro años. Llegué a La Terraza cuando tenía 28 años, estaba recién casado, era dictadura y había toque de queda. Y no me fui nunca más. En esos años se tomaba harto. Había harta vida nocturna. Más que ahora. Y eso que había restricciones de horario. Incluso, la gente se amanecía y al mediodía había que cerrar para poder limpiar aquí dentro. Ahora la cosa es distinta. Además de la ley de alcoholes, ya no se puede fumar dentro. Todos quieren estar afuera, lo que es bueno para mí, porque trabajo afuera y sobran los clientes.

Mi trabajo consiste en atender al público de la mejor forma posible. En la mañana tengo que limpiar mis herramientas, que son las alcuzas, las que limpio dos veces en la semana. El secreto para ser un buen garzón, es atender bien y ser responsable. Yo no soy de hablar. Hablo lo justo y necesario. Uno sólo contesta cuando le preguntan algo. Un buen garzón habla poco, sabe poner una mesa, sirve rápido. Esa es toda la ciencia de esta profesión.

Es entretenido ser garzón. Lo paso bien. Una vez me tocó trabajar en una película sobre vendedor de autos, algo así, donde actué de mí mismo. Me maquillaron y yo servía en la película. Me gustó la experiencia. Haber salido en la tele. Hay algunos que me han dicho que parezco actor de cine. Dicen que me parezco a un actor y un cantante español. No sé cómo se llaman. Siempre me dicen que me parezco a alguien.

Acá los clientes son buenos. No son de tratar mal. A veces llegan con copete y tratan mal, pero uno tiene que aguantar, nomás. Pocas veces me han hecho perro muerto. A otros compañeros, sí. Pero uno ya cacha cuando no le van a pagar, porque andan con mala cara. Son tantos años que uno ya se da cuenta. Acá viene harta gente conocida. Viene uno que se llama Juan y da las noticias en la noche. Los de la radio Bío-Bío, también. Políticos vienen muy pocos. Viene este gallo comunista que se presentó hace poco: Arrate. Es muy simpático y deja buena propina.

Los hijos de Pinochet venían para acá. Augustito con sus amigos. Y esta chica, la flaca, que está en Santiago, la Tohá, también. Es re simpática. Me entretiene el público, los jóvenes que te dicen “Tío Pepe”. Todos me saben el nombre. Y eso que no uso tifa. Yo tengo a mi hijo, José, trabajando acá sábado y domingo. Él estudia informática biomédica. Yo les he pagado los estudios a mis tres hijos gracias a este trabajo. La del medio, la Karina, que tiene 28, es asistente social. La mayor, de 38, la Jazmín es secretaria. Todos son profesionales y no le piden un peso a nadie. Se han recibido y reciben su sueldo líquido. Todos son estudiosos. A todos les pague la educación al chinchín, nada de becas, con el fruto de mi trabajo y el de mi señora que hasta hace poco era colectivera. El esfuerzo ha sido grande, pero he tenido recompensa.

Los garzones antiguos tenemos fama de ser malas pulgas, pero no sé por qué. Acá dicen que soy pesado, pero uno no puede agradarle a todo el mundo. Unos me encontrarán pesado, otros no. Uno hace su pega y así es la vida. Y yo me llevo bien con la clientela. Uno se va haciendo amigos de los clientes que llevan más tiempo viniendo. Aquí, sobre todo en los almuerzos, los clientes son siempre los mismos. Uno los conoce. Sabe qué bebida te va a tomar y ya no te piden carta, nada. Se sientan y listo. Es gente que ha llegado joven, se ha casado, tienen hijos y después vienen los hijos con sus parejas, luego se casan, y aparecen con los hijos, y así. Uno ya los ve como parte de la familia.

También son clientes que le cuentan a uno sus secretos. Muchos se han conocido acá con sus parejas, se han casado, han vuelto con familia y luego han venido con la patas negras, je, je, je. Pero uno se mete en eso. Son secretos.

Mi esposa se queja porque trabajo tanto. Yo me he perdido fechas importantes. Los cumpleaños, por ejemplo. Y cuando lo celebran tiene que ser el fin de semana. Yo nunca dejo de trabajar. Cuando se muere alguien, tiene que morirse el fin de semana para yo poder ir, je, je, je. Por ejemplo, mi suegra decía ojalá me muriera el fin de semana para que Pepe pudiera estar ahí. ¡Y se murió un sábado! Así que pude ir a su velorio. Mi esposa se enoja cuando salgo tarde. Pero uno anda trabajando. A veces uno no puede salir de acá porque llega bastante público y no puedo dejar al compañero solo. Y yo estoy aquí más que en la casa. Me cuesta imaginarme no estar acá. En mi casa me aburro. Y yo estoy acostumbrado a caminar todo el día llevando pedidos y en la casa, además, a uno lo atienden. Es otra cosa, ¿me entiende?

Son cuarenta años acá, ¿hartos años, cierto? Pero los años pasan y uno no se da cuenta cuando van pasando uno, cinco, diez, quince, veinte, treinta años, ¡cuarenta años! Es que en este trabajo no me aburro ni me canso nunca. Uno se acostumbra a la rutina de todos los días. Yo trabajo de lunes a sábado, de diez de la mañana a una de la madrugada, y nunca falto. A veces se me hinchan las rodillas, pero igual trabajo. Y me he dado cuenta que caminando se me pasan los dolores.

Nunca me han dado ganas de renunciar. A veces uno se cabrea y dan ganas de mandar todo a la cresta. Pero hay que aguantarse. Me chorea a veces los pedidos que no salen, porque la gente te exige y uno tiene que ser rápido. Yo ya jubilé hace rato, pero no me alcanza para estar en mi casa. La pensión es muy baja. Alcanza para la micro, nomás. Además que me aburriría en la casa después de tantos años haciendo lo mismo. Y soy de la idea de que la casa envejece a las personas”.

Notas relacionadas