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24 de Noviembre de 2014

Hugo Bravo López, la historia del hombre que sabía demasiado

De niño le temía a los temblores y soñaba con ser ingeniero comercial. De adulto, su vida estuvo ligada a Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, pese a los altos cargos que ocupó en Penta, siempre se sintió un empleado de “los Carlos”, amenazado por los ejecutivos más jóvenes y brillantes. Callado, sin vida social, era el primero en llegar y el último irse de la oficina. No tomaba vacaciones y conocía todos los secretos del holding, los mismos que decidió no llevarse a la tumba.

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-Algún día voy a crear una santa en su honor-, le dijo una vez a su madre el ex director de Penta Hugo Bravo López.

Sarella López Bravo, quien era abogada y que vivió más de 100 años, había sido una figura gravitante en la vida del ingeniero comercial. Bravo se reía con la ocurrencia y pensaba que el nombre Sarella era tan poco común, que la única manera que tenía de cumplir con la promesa era a través del Diario Oficial. Fue así como el 10 de enero de 1989, dos años después de comenzar a trabajar en la Compañía de Seguros Generales junto a sus ex empleadores Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, constituyó en la notaría de Ricardo San Martín Urrejola la sociedad “Administración e Inversiones Santa Sarella S.A.” con su esposa Paulina Restovic Montero, su madre y su hermana mayor María Sarella Bravo.

Las dos sociedades con las que Bravo operaba sus inversiones estaban íntimamente ligadas a su madre. La otra, “Inversiones y Asesorías Challico Limitada”, también la bautizó por ella: “Challico” era como su padre, el arquitecto Hugo Bravo Scherdel, le había puesto a su esposa en la intimidad de la casa donde vivía la familia en el Barrio Yungay.

A sus compañeros universitarios los unía la práctica del fútbol, pero “Hugolín”, como le decían, prefería estudiar y excepcionalmente discutir sobre política en los patios de la PUC. Le atraía mucho más conversar sobre negocios. “Era conservador y de derecha, en tiempos en que en esa universidad la mayoría de los alumnos nos dividíamos entre ser de derecha o democratacristianos”, comenta un ex compañero.

En esa amplia y centenaria construcción, que aún existe, Bravo pasó sus primeros 13 años de vida jugando en los dos patios que tenía el caserón junto a sus amigos del barrio y sus primos. En esos tiempos nunca se le pasó por la mente que 56 años después, su apellido ocuparía titulares en los medios de comunicación y los nombres de las dos sociedades a las que tanto cariño les tenía, terminarían implicadas en la investigación del perseguidor de la Fiscalía Oriente, Carlos Gajardo Pinto, por delitos tributarios en el llamado caso Fraude al FUT, en que fue denunciado por el Servicio de Impuestos Internos luego de obtener devoluciones ilegales por 260 millones a través de Santa Sarella y Challico.

AVENIDA HUGO BRAVO
La familia de Hugo Bravo vivió en el centro de Santiago por varios años. Primero en una casa del barrio Yungay y luego en un departamento de la calle Riquelme, cercano al barrio Brasil. Su padre fue Director de Obras Públicas en Curacaví y en la Municipalidad de Maipú, donde estuvo 20 años. Según un decreto de la época, se jubiló en 1976. Hugo Bravo, el arquitecto, es recordado como un hombre recto y un buen compañero. Un cartógrafo maipucino que trabajó con él cuenta que le gustaba organizar almuerzos y viajar con sus subalternos al puerto de San Antonio.

El arquitecto fue uno de los testigos del proceso de urbanización de Maipú y participó en los planes maestros que delimitaron las áreas industriales de la comuna. Prueba de ello es un documento que lleva su firma y que aprobó el Plan Regulador y la ordenanza para construir y urbanizar Maipú el 28 de septiembre de 1965. Años después de su retiro, en Maipú se decidiría bautizar una de las arterias más importantes con su nombre.

La madre de Hugo Bravo era abogada y contadora y durante años se desempeñó como oontadora jefe de la Intendencia de Santiago.

La familia Bravo López dividía las vacaciones entre Constitución, un fundo en San Clemente y en Molina, lugar al que Bravo hijo llamaba Far West. Sus padres eran ordenados y ambos hermanos tenían rutinas inquebrantables: había una hora para llegar, para almorzar, comer y dormir.

A Bravo no le gustaba el deporte y desde muy niño sufrió con el sobrepeso. Sus padres lo habían advertido a muy temprana edad cuando cruzaban los patios del Instituto Alonso de Ercilla para dejarlo en la sala. Había ingresado al establecimiento con cinco años recién cumplidos y egresó a los 16. Su promedio general en el colegio fue de 4,8 y tenía un 5,0 en Educación Física.

El ingeniero no hacía mucha vida social, algo que luego se profundizaría por la diabetes que comenzó a padecer en 1970 y que no cuidó. Iba a fiestas, pero sufría con los ritmos rápidos porque tenía mal oído y, por el temor a hacer el rídiculo bailando, prefería la música lenta.

Cuando estaba en el colegio ya había definido que quería ser ingeniero comercial y soñaba con trabajar en grandes empresas. Con la ayuda de sus padres, ingresó a la Universidad Católica a los 16 años. Era el más chico de su generación y sus amigos siempre fueron mayores que él. Como Carlos Eugenio Lavín, uno de los actuales controladores de Penta, a quien conoció en su época universitaria.

Al senador UDI, Iván Moreira, lo conoció hace al menos un lustro y le comentó que lo admiraba “por el apoyo leal a Pinochet y porque había salido de abajo”. Hace unos meses, antes del escándalo, Bravo le escribió a Moreira criticando la reforma tributaria de Michelle Bachelet. Le comentó que la Mandataria “estaba haciendo puras leseras”.

Un compañero de ese tiempo lo recuerda así: Gordo, formal para vestirse -casi siempre de chaqueta, pantalón y camisa- y peinado con gomina. Tal como ha lucido ahora en las escasas imágenes que hay de él cada vez que visita al fiscal Gajardo para prestar declaración.

No era de muchos amigos. A sus compañeros universitarios los unía la práctica del fútbol, pero “Hugolín”, como le decían, prefería estudiar y excepcionalmente discutir sobre política en los patios de la PUC. Le atraía mucho más conversar sobre negocios. “Era conservador y de derecha, en tiempos en que en esa universidad la mayoría de los alumnos nos dividíamos entre ser de derecha o democratacristianos”, comenta un ex compañero que prefiere que se omita su nombre. Un cercano a Bravo contrasta esa información y dice que nunca le interesó la contigencia. “En las elecciones de 1970, por ejemplo, cuando ganó Salvador Allende, no votó”, comenta.

Si en esa época estaba distanciado de la política, en los últimos años era marcadamente derechista. Al senador UDI, Iván Moreira, lo conoció hace al menos un lustro y le comentó que lo admiraba “por el apoyo leal a Pinochet y porque había salido de abajo”. Hace unos meses, antes del escándalo, Bravo le escribió a Moreira criticando la reforma tributaria de Michelle Bachelet. Le comentó que la Mandataria “estaba haciendo puras leseras”.

En la universidad, Bravo no era tan expresivo. Un ex compañero dice que era estudioso y de buenas calificaciones. Del curso de Bravo egresó la mitad y él era uno de ellos. Hugolín “no era muy bullicioso, pero sí muy agudo y sarcástico. Cuando un compañero comentaba algo en clases que no correspondía, él tenía respuestas hirientes. Era de un humor bien negro”, relata.

“En la UC había compañeros muy pepepatos (cuicos) y otros normales. Hugo y yo éramos de los normales. Él era callado, reservado, inteligente, bueno para comer. Hace unos años me encontré con él y ya en esa época estaba muy mal por la diabetes. Creo que le habían amputado o le iban a amputar algún dedo”, recuerda otro compañero de generación.

Ya en esos tiempos Bravo le había dicho a quien quisiera escucharlo, que llegaría a ser gerente con mayúscula.

LA ÉPOCA DORADA Y SU AMIGO MARTILLERO
choclo
Luego de salir de la universidad, Bravo dio sus primeros pasos laborales. Trabajó en Esso y fue asesor en el rubro agrícola en La Rosa Sofruco. Así comenzó a cimentar su carrera y fortuna. Sin embargo, sus éxitos profesionales siempre estuvieron acompañados de problemas de salud. Producto de la diabetes sufrió daños irreparables a su vista y una neuropatía diabética le provocó artropía de Charcot. La enfermedad hacía que el ex director de Penta no se diera cuenta cuando se lesionaba. Se fracturó los dos tobillos y después de décadas se operó de una diabetes Mellitus tipo I, la misma que le provocó la muerte a su abuelo paterno en 1918.

En 1986 hubo dos eventos significativos en su vida: “los Carlos” adquirieron la Compañía de Seguros Generales e invitaron a Bravo a trabajar con ellos; y se casó, pasado los 40 con Paulina Restovic Montero con quiene tiene 14 años de diferencia. A Restovic la conoció en el trabajo y lo deslumbró a primera vista. Quienes los conocieron en aquella época afirman que ella no dejaba a nadie indiferente y eso a Bravo muchas veces lo atormentaba.

Trabajó con Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, los dueños de Penta, por más de 30 años. Primero en el Grupo Cruzat, en el Consorcio Nacional de Seguros. Lavín era gerente general, Délano era el gerente comercial y Bravo era el gerente de Administración y Finanzas. En 1981 estuvieron en Provida ocupando los mismos cargos y pasaron a ser directores de las Compañías de Vida y Generales del Consorcio Nacional de Seguros. En 1986 hubo dos eventos significativos en su vida: “los Carlos” adquirieron la Compañía de Seguros Generales e invitaron a Bravo a trabajar con ellos; y se casó, pasado los 40 con Paulina Restovic Montero con quiene tiene 14 años de diferencia. A Restovic la conoció en el trabajo y lo deslumbró a primera vista. Quienes los conocieron en aquella época afirman que ella no dejaba a nadie indiferente y eso a Bravo muchas veces lo atormentaba.

En 1987 fue contratado por la dupla Délano Lavín y ocho años después, en 1995, se transformaría en el gerente general de las empresas Penta. “En la UC todos querían al salir ser gerentes de finanzas, como mínimo, todo lo demás era mal visto. Yo asumí como contador y era el pato feo del curso. Hugo siempre fue un empleado de los Penta, así lo veía yo al menos. Alguien que estaba con ellos, pero no era como ellos”, explica un ex compañero de generación. Sobre esa época, Bravo ha dicho a sus amigos que los sueños eran baratos: tener un auto y una casa lo era todo. La ambición llegó después.

En 1988 conoció a Jorge Valdivia, el martillero, uno de los personajes más enigmáticos del caso que lleva el fiscal Gajardo. Bravo supo de su existencia en la Aseguradora General de Consorcios gracias a un funcionario llamado Francisco Astorga. Con los años, el martillero Valdivia estrecharía lazos con Bravo.

La investigación de la Fiscalía Oriente determinó que fue Valdivia quien le presentó al funcionario de Impuestos Internos Iván Álvarez que a su vez le ayudó en las rectificaciones millonarias en las devoluciones de impuestos. El ex director de Penta le entregó al martillero una empresa, Espartaco S.A., con la que Valdivia generaría más devoluciones. Fuentes que conocen la investigación dicen que Bravo tenía una relación de dependencia con Valdivia por la información que éste le entregaba sobre su esposa. Valdivia ejercía también cierto control en la empresa. Según una ex funcionaria, les regalaba a las secretarias relojes de marca que eran imitaciones y con ese nexo se mantenía informado de lo que ocurría en su interior.

Según informó La Segunda, Valdivia, que se ufanaba de haber colaborado para la Central Nacional de Informaciones (CNI), fue quien antes de morir, el 28 de julio de 2014, confesó todo lo que sabía de las rectificaciones por las cuales está acusado el ex ejecutivo: metió en el saco a Iván Álvarez, Hugo Bravo y a Penta.

NO ES LUGAR PARA VIEJOS
carlos gajardo
Antes del escándalo, Bravo partía su jornada en Penta a las 08:00 de la mañana y era uno de los últimos en salir. Muchas veces se quedaba solo trabajando cuando ya no estaban las secretarias. Era una rutina que se había creado desde que comenzó a trabajar con sus dos ex jefes. No tomaba vacaciones, vecinos de su casa de veraneo en Cantagua recuerdan que siempre su esposa estaba sola.

Era de pocos amigos en el trabajo y su vida social prácticamente había desaparecido. En su trabajo hasta hoy comentan que a Bravo le gustaba ostentar. Le encantaba que le piropearan su Porsche: “no participaba en eventos sociales y aunque compraba cosas caras, no tenía buen gusto”, explican.

Se lamentaba, producto de la diabetes y de su lesión en los tobillos, por no participar de las jornadas de padre e hijo que organizaban en el colegio donde compartían un asado y un partido de fútbol. ¿Qué podía hacer yo ahí?, se preguntaba en aquel tiempo.

En un test sicológico llamado “Persona bajo la lluvia”, que se realiza generalmente para evidenciar maltratos y estados de ansiedad que podrían llevar a situaciones extremas, se le reconoce una baja autoestima y una “irregular capacidad para interactuar con los otros”. En ese test, Bravo siente temor de ser abandonado y postergado. Una imagen de él lejana a su época dorada en Penta, cuando se enfrentaba a los ejecutivos jóvenes que tanto despreció en tiempos que aún poseía un poder que estaba por sobre las superestructuras de la empresa.

La llegada de esos ejecutivos jóvenes le trajo más de algún conflicto. Hasta que comenzó a sentirse desplazado. “Bravo no era brillante, era un buen administrador, o eso se pensaba. Cuando llegaron otros gerentes con ideas nuevas, mucho más preparados, él se resintió. Cada vez que Marco Comparini (ejecutivo), por ejemplo, tenía alguna idea de inversión, él se encargaba de ir a ver a Délano y Lavín a solas y le decía ‘eso es una pésima idea, no lo hagan’. Sentía que su imperio se caía”, comenta una fuente al interior de Penta.

Sus detractores creen que la envidia hacia los “Carlos” fue siempre una constante en su vida. “Nunca formó parte del círculo social, era un buen funcionario y ya. Era ostentador y esa característica no es un muy apreciada entre nuestra gente. Yo creo que siempre tuvo cierto resentimiento”, explica la misma fuente y agrega: “Bravo nunca se conformó con el nivel de acceso que tenía a la vida social de sus jefes. Era resentido y creía que se había ganado un lugar porque se inició con ellos cuando todavía no eran ricos. Él sentía que había sido una pieza fundamental para construir esa fortuna. En su cabeza nunca dejó de ser un empleado más allá de los altos cargos que ocupó y de las decisiones importantes en las que había participado”.

De esa época a Bravo lo recuerdan caminando desafiante y en silencio por los pasillos del edificio de El Bosque Norte vestido con un abrigo largo y oscuro. De carácter ermitaño, no compartía ascensor con nadie cuando subía al piso 15 donde estaba su oficina y la de los “Carlos”. Esta característica se acentuó cuando hace unos años lo operaron por la diabetes y debió usar silla de ruedas por casi un año.

Los controladores de Penta, según fuentes de la empresa, nunca se preguntaron cómo Hugo Bravo hizo su patrimonio avaluado en 20 millones de dólares. Siempre lo desconocieron hasta que reventó el caso en la Fiscalía. Después de que se hicieron públicos los hechos, Bravo salió de la compañía en medio de felicitaciones y agradecimientos, pero la relación con sus exempleadores se fue deteriorando.

El propio Bravo dijo: “los viejos no tienen espacio… el mundo no está hecho para los viejos”. Su faceta oculta de dibujante de caricaturas ya no lo acompaña producto de su enfermedad. También ha reconocido que tuvo una caída por “tonto” porque no lo necesitaba. Sufre ataques de angustia y crisis de pánico en las madrugadas. Tiene miedo a estar preso porque no soportaría la presión social que caería sobre él y su familia. Según la sicóloga que lo vio, tiene el “síndrome del condenado a muerte”.

El mayor problema habría ocurrido cuando Bravo pagó más de 1.000 millones en la tesorería General de la República, a sólo semanas que el Servicio de Impuestos Internos lo denunciara en la Fiscalía Oriente por delito tributario. Bravo comenzó a solicitar con insistencia dinero a sus ex empleadores y éstos optaron por no responderle. Es cuando, según distintas versiones, se produjo el quiebre con Penta.

El ex senador Carlos Bombal, asesor de la firma, lo acusó de amenazas. Primero a través de su secretaria y luego con una carta. “Dígale a Carlos (Bombal) que sus amigos me paguen lo que me deben, porque estoy sin plata y voy a tener que sacar de otra parte”. “Y dígale a parabanbimbombal (sic) que si no me devuelve las llamadas lo voy a amarrar con el fiscal”.

En la carta, Bravo reclama por las supuestas promesas que le hicieron: “Carlos, como has ignorado todas mis llamadas y tus amigos CAD (Délano) y CEL (Lavín) no cumplieron ninguna de sus promesas y contratos, es por eso que necesito la plata del edificio y antes entrar en contacto con tus cuñados espero que me llames y te pongas al día. No tengo ébola ni nada que se le parezca pero sí mucha información. Por favor sé caballero como te imaginaba y contéstame”.

A esas alturas Bravo había decidido a relatar en la Fiscalía la valiosa información con la que contaba. De ahí se desprende, hasta ahora, que habría sido él quien desató la arista política del caso al involucrar a una lista de políticos que habrían recibido supuestos aportes ilegales de campaña de parte de Penta y que tiene a la UDI como el foco principal de las denuncias.

En medio de las extensas declaraciones por el caso Pentagate, Bravo ha enfrentado en paralelo otras batallas legales como la millonaria demanda laboral en contra de sus exjefes. En ella, se adjunta un informe pericial sicológico que retrata cómo se siente en la actualidad. Se les describe como alguien que cree que está acabado. El propio Bravo dijo: “los viejos no tienen espacio… el mundo no está hecho para los viejos”. Su faceta oculta de dibujante de caricaturas ya no lo acompaña producto de su enfermedad. También ha reconocido que tuvo una caída por “tonto” porque no lo necesitaba. Sufre ataques de angustia y crisis de pánico en las madrugadas. Tiene miedo a estar preso porque no soportaría la presión social que caería sobre él y su familia. Según la sicóloga que lo vio, tiene el “síndrome del condenado a muerte”.

Las rutinas de Bravo han variado desde su época dorada en Penta cuando mostraba orgulloso una reliquia que tenía en su oficina: una máquina registradora antigua. Hoy, alejado del mundo de las empresas con las que fantaseaba en su juventud y de su escritorio, mata el tiempo mirando series de televisión y pasa horas en el computador.

Pero hay algo que en Bravo no ha cambiado: su temor a los temblores, su innata reacción de pánico ante un posible derrumbe. Sus recuerdos de niño son de la vieja casona del Barrio Yungay que se movía con los vaivenes de la tierra. Ahora es él quien ha hecho crujir el sistema político con sus revelaciones, motivadas por su terror a la cárcel. “No soportaría estar preso, me da miedo la morbosidad de la gente”, ha dicho.

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