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Mundo

5 de Febrero de 2015

Estado Islámico: La nueva tierra prometida

Por Sergio Marras, desde Londres y Muscat. Cuando todavía el ruido seco y poderoso de las Khalashnikovs, segadoras de la redacción de Charlie Hebdo, resuena en los oídos de millones de ciudadanos, Europa contiene el aliento. ¿Me podrá tocar a mí en Picadilly Circus, en la Gare du Nord, en la Grand Place o en […]

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Bombardeos Estado Islámico

Por Sergio Marras, desde Londres y Muscat.

Cuando todavía el ruido seco y poderoso de las Khalashnikovs, segadoras de la redacción de Charlie Hebdo, resuena en los oídos de millones de ciudadanos, Europa contiene el aliento. ¿Me podrá tocar a mí en Picadilly Circus, en la Gare du Nord, en la Grand Place o en la galería del Santiago Bernabéu?

El terror campea en Londres, París, Bruselas y Madrid; en el metro, en las paradas de autobuses, en los aeropuertos. La policía nerviosa, en alerta terrorista máxima, carga metralletas enormes, inútiles para repeler un atentado de nuevo cuño.

Los barrios de Whitechapel en Londres, Belleville en París, Scharebeek en Bruselas y El Príncipe en la ciudad autónoma de Ceuta en el África española, se han transformado en un semillero de militantes del Estado Islámico (EI), aquella secuela despreciada por Al Qaeda que no solo quiere venganza contra Occidente e Israel, sino instaurar un Estado sin más valores y leyes que los suyos. No todos los guerrilleros europeos provienen de familias de origen musulmán. Algunos se convirtieron por amor, la mayoría porque en sus vidas cotidianas ya no hay cabida para el entusiasmo, son marginales en unas sociedades donde solo les espera una vida precaria. A cambio, el EI les ofrece una vida sublime, justiciera, dictada por un dios bueno y sabio que les indicará cómo lavar los pecados del mundo y reparar las injusticias que cometen los demás.

Internet se ha convertido en una fuente de enganche especialmente eficiente con jóvenes que, de navegar pudorosos por páginas de encuentro sentimental, porno o de videojuegos, de pronto son elevados a protagonistas de una revolución real cuya gloria comienza en la Tierra y la recompensa es infinita en el reino de los cielos. Chicas holandesas, españolas, británicas, francesas y alemanas, que apenas superan los dieciocho años, se han entregado sin límites a maridos que las han sometido a una verdadera esclavitud sexual con el argumento de que deben servir a una supuesta yihad y dar hijos para la causa. Algunas han vuelto para contarlo.

UN ESTADO A LA CARTA

Para los expertos en el tema, llegó la hora de estudiar en profundidad qué puede llevar a dos jóvenes franceses, perfectamente integrados, según sus profesores, a mutilar sus vidas en un atentado insensato contra Charlie Hebdo.

¿Es la discriminación, el racismo en casa? ¿Es la ocupación impune israelí de Palestina? ¿Son las torturas del Ejército norteamericano en Abu Ghraib? ¿Son las satrapías árabes protegidas por las potencias occidentales, como Arabia Saudita, que “legalmente” el año pasado decapitó a 19 personas sin que nadie en Occidente se escandalizara?

Para la antropóloga norteamericana Susan Buck-Morss, miembro de la Academia de la Latinidad y entrevistada por The Clinic en Muscat, no se trata de un problema entre musulmanes y Occidente: es un problema político de las potencias occidentales y del Medio Oriente. El Estado Islámico tiene solo una visión instrumental de la religión y se aprovecha justamente de los problemas que los sistemas políticos de las potencias y los países árabes no han sabido resolver. Estado Islámico, según ella, les entrega a los jóvenes una solución metafísica ante la falta de perspectiva en sus vidas y la rabia acumulada producida por injusticias o abusos que nadie intenta solucionar ni explicar.

Para el experto islamista de la misma Academia, el brasileño Paulo Hilu Pinto, cuyo país tiene una de las mayores poblaciones musulmanas de América Latina, la clave está en la integración, en la no discriminación y en que haya una perspectiva de vida atractiva para los jóvenes. Los musulmanes no pueden seguir siendo exóticos y sospechosos, dice. Hay que tener en cuenta que mayoritariamente es gente trabajadora y orientada a la familia. La lógica de la radicalización surge del racismo, de la marginación y de políticas y apoyos internacionales irracionales. Por ejemplo, durante mucho tiempo desde las potencias occidentales se insistió en que los comerciantes musulmanes de la Triple Frontera –entre Paraguay, Argentina y Brasil– financiaban a Hamas y Hezbolá, lo que resultó completamente falso, después de dolorosas investigaciones.

UNA HISTORIA DE PODER

El Estado Islámico nació en 2002 liderado por el jordano Abu Musab al-Zarqawi, quien, tras unirse en 2004 a la estrategia de Osama Bin Laden, se convirtió durante años en la pesadilla del ejército norteamericano y de los grupos chiitas, aquella rama del islamismo que los sunitas radicales no consideran como pares por no descender su doctrina directamente de Mahoma sino de su yerno Alí.
En 2006, Al Zarqawi fue hecho cenizas por un avión norteamericano junto a varios de sus lugartenientes. Entonces el grupo se debilitó y estuvo a punto de ser exterminado por la milicias chiitas.

No fue hasta 2010, cuando Estados Unidos decidió desestabilizar al presidente sirio Bashar al Asad, que apareció su nuevo líder, Abu Bakr al-Baghdadi, un tímido predicador bueno para la pelota –el Messi, le decían– y reconstruyó el EI uniendo a las milicias de Irak y Siria bajo el nombre de Estado Islámico de Irak y el Levante, para unirse, en 2013, a Al Nusra, el frente de la rebelión contra Basher Al Assad armado por Estados Unidos.

Sin embargo, al líder de Al Nusra, Abu Mohamad al Jawlani, no le gustó el intruso en su territorio y le pidió al jefe de Al Qaeda, el emir Ayman al Zawahiri, que lo obligara a salir de Siria. Al Baghdadi no solo no le hizo caso al emir sino que le levantó a Al Nusra el 80% de los combatientes extranjeros, incluidos chechenos y chinos de la provincia de Xinjiang.

Con ellos, en enero de 2014 tomó Raqqa, capital yihadista en Siria, matando a miles de hombres de Al Jawlani. Entretanto sus soldados lograron capturar muchos pueblos y ciudades que los han dejado a las puertas de Bagdad. También tomaron Mosul, la segunda ciudad de Irak y donde se encuentran los pozos petrolíferos del país.

En junio del año pasado, Al Baghdadi proclamó el Califato, autodeclarándose califa, jefe máximo religioso de los musulmanes, provocando la irritación de muchos teólogos del mundo árabe.

La novedad y el atractivo del proyecto del EI para sus jóvenes seguidores es que, a diferencia de Al Qaeda, su objetivo es la construcción de un Estado distinto, lejos del concepto ilustrado de Estado-nación, donde ya no importan la raza, el idioma, la clase social o la idiosincrasia, sino una visión homogénea y religiosa de la vida y la sociedad, en un territorio clave: Siria, donde Mahoma profetizó que se dará la lucha final a partir de la cual se establecerá el último Califato en el mundo, una nueva tierra prometida para instaurar un Estado solo para su credo.

Para asentar este proyecto obviamente no basta con un ejército de guerrilleros, ni vehementes imanes. También se necesita un ejército de profesionales que organice servicios de todo tipo: sanidad, construcción de carreteras y colegios y, por supuesto, estrategas militares convencidos, entrenados en el uso de artillería pesada, tanques, lanzacohetes y baterías antiaéreas, los que Al Baghdadi ha conseguido fundamentalmente en Irak. La mayoría de ellos fueron marginados de la reconstrucción iraquí por Paul Bremen, el miope administrador norteamericano de la invasión de Irak, en 2004, por estar ligados al gobierno de Saddam Hussein.

En este momento el Estado Islámico controla unos 60 mil kilómetros cuadrados, equivalentes al territorio de Bélgica y Holanda juntos. Más de diez millones de sirios e iraquíes están bajo su control.

EL FIN DE LOS TIEMPOS

Para financiar este proyecto, el Estado Islámico cuenta con una caja de dos mil millones de dólares. Su financiamiento proviene del petróleo y el gas iraquí que es comprado por traficantes a través de Turquía, país donde también tiene una red de empresas con la complicidad de los islamistas radicales de allí. A su vez, el gobierno turco tolera estas empresas como negociación para que no hagan atentados en su territorio y no se detenga el flujo de turistas occidentales. A esto hay que sumar millones de dólares que encontraron a uno de los hijos de Saddam Hussein, robados por él del Banco Central de Irak; también los pagos provenientes de rescates de secuestrados europeos y del oro del tesoro iraquí hallado en Mosul y de muchos lugares de culto y museos con el que han fundido sus propias monedas.

Para el ministro de Asuntos Religiosos de Omán, jeque Abdulah bin Mohamed Al Salmi, entrevistado por The Clinic en la capital Muscat, la emergencia de los grupos radicales se está gestando al menos desde hace un par de décadas por inmensos errores políticos cometidos por los países occidentales e islámicos. Aboga por una reforma que revise y transforme las relaciones con Occidente y entre los países musulmanes. El multiculturalismo para él es fundamental. No se debe confundir la política ni lo estatal con la religión, afirma. La religión no puede ser coercitiva y la estabilidad política es esencial. Hay que buscar soluciones múltiples para un problema que tiene causas múltiples. El mundo es bastante más grande que el Islam y Occidente, las soluciones debemos buscarlas entre todos y tienen que incluir, además de lo religioso y lo político, los problemas económicos de la gente y la falta de perspectivas para la juventud, concluye.

La caja de Pandora se ha abierto y la población europea se pregunta cómo se llegó a esta situación extrema sin que los gobiernos de Occidente se dieran cuenta. Hoy los yihadistas europeos están volviendo a sus ciudades preparados militarmente. Legalmente no hay cómo atajar su regreso.

Los gobiernos, en caliente, han despachado en tres días proyectos de medidas para controlar internet, pinchar teléfonos sin autorización judicial, sepultar el acuerdo de Schengen que permite la libre circulación entre países europeos. Todas esas medidas, según los expertos, son inútiles ante esta nueva forma de terrorismo. Se calcula que para vigilar a un solo sospechoso se necesitan alrededor de cincuenta policías.

Para el disidente de Al Qaeda, Aimen Dean, hoy parte de los servicios de inteligencia británicos, la despreocupación por las causas políticas del yihadismo puede terminar en una gran tragedia. No le cabe duda de que si el Estado Islámico logra conseguir armas nucleares o químicas, no vacilará un segundo en usarlas en el centro de Occidente.

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