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Opinión

31 de Enero de 2016

Columna: New Fiction Way

Percibo desde la ficción que la judicialización de la política funciona como dispositivo de ajustes de cuenta de la ciudadanía con la clase política. Hay pocas oportunidades en que el área judicial cumple una función revolucionaria, por llamar así al rol que están cumpliendo. La comunidad hacía rato que denunciaba el actuar delictual de los […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Orpis A1
Percibo desde la ficción que la judicialización de la política funciona como dispositivo de ajustes de cuenta de la ciudadanía con la clase política. Hay pocas oportunidades en que el área judicial cumple una función revolucionaria, por llamar así al rol que están cumpliendo. La comunidad hacía rato que denunciaba el actuar delictual de los agentes políticos, tanto municipales, como regionales, tanto del parlamento, como del ejecutivo, pero los resultados de ello, cuando interviene el power judicial, se hace mucho más brutal y supera el nihilismo de la comunidad. La imagen de un Orpis catatónico, irremediablemente culpable (y esperamos que sigan los otros) es fundamental para dar la sensación de que la justicia funciona, de que ese mito de la igualdad ante la ley es palpable, como ocurrió con Délano. Además, si tenemos que buscar las razones de una proliferación delictual, es obvio que la UDI y sus colegas corporativos la llevan; no le carguemos de más la responsabilidad al flaiterío, que los tiene a ellos como modelo.

Antes fue el nivel de lo social, también la economía, alguna vez fue la cultura; pero cuando es el derecho el protagonista de la construcción del nuevo imaginario político es porque todo se fue la chucha, eso me dijo al menos un amigo abogado que se ocupa de temas de ciencias políticas, y volvemos a los orígenes de la huevada. Es decir, a la afirmación de algo elemental, la república y el orden que la rige (de ahí lo de la Asamblea Constituyente). El protagonismo de fiscales y jueces tiene que ver con eso: ellos son nuestros héroes que nos pueden salvar. Lo que estaba claro es que debía haber algún nivel dentro de nuestro ordenamiento administrativo y simbólico que se hiciera cargo de esta asimetría sicótica entre autoridades políticas y ciudadanía.

Ahora, la pregunta es obvia, será visible esto en las próximas elecciones municipales y en las parlamentarias, y en las presidenciales, más allá de la gente que decidirá no votar. Con lo legalistas que son los chilenos, esto solo será posible si las ofertas que aparezcan, demuestran o dan la sensación, al menos, que poseen capacidad de gestión (fuera del duopolio, por supuesto). De lo contrario la política delictiva institucional puede consolidarse con un mínimo de representatividad. Ojo, ellos quieren sobrevivir al temporal y decirnos que no es algo generalizado, sino solo producto de algunos que hacen malas prácticas, cuando la evidencia apunta a que la criminalización de la política es estructural al régimen impuesto en la post dictadura.

Esperamos que la ciudadanía los haga pico en las urnas (en todas las elecciones que vengan en este periodo), si es que confiamos en una continuidad estadística. El goce de la venganza los quiere derrumbados y fracasados, mordiendo el polvo de la derrota estratégica. Todo depende de una comunidad organizada y no de movidas micro partidarias mesiánicas, por eso es clave desarrollar políticas de alianzas con sistemas partidarios alternativos al duopolio. Se trata de una tarea ética, mis perrito(a)s culiado(a)s, en donde el vecindario es fundamental.

Yo, como soy fóbico, solo me interesa la política en la medida en que sea un correlato de la subjetividad epocal, como insumo para mi trabajo ficcional. Es decir, la política debe servir para escribirla como registro de la podredumbre que disputa lugares (para no hablar de luchas de poder). Lo concreto es que las municipales deben ser el principio del fin de un estatuto del poder político y la CTM, y mi máximo cívico placer es ser testigo de eso.
Quiero puro irme a veranear a una montaña, junto a un río serpenteante y jugar a la memoria y al olvido, junto a un pedazo de carne bien jugoso. Nunca me ha resultado ser vegetariano.

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