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Mundo

8 de Abril de 2016

Confesión: Pasé el casting de Masterchef cocinando con basura

"Fue brillante la idea de coger comida semipodrida y presentarla con todo tu arte en un concurso de mindundis que quieren llegar a ser jodidos chefs con estrellas Michelin y todo ese rollo, superarles y hacerlo con algo sacado no de un noble y ecológico Veritas, sino de la basura de cualquier otro supermercado cutre y roñoso en el que el concepto "comida orgánica" es tierra ignota", relata la persona.l

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comidachinaYT

En medio de la opulencia y el despilfarro de consumismo que se observa a diario en cualquier rincón del mundo, hay personas que literalmente deben hurgar en la basura para conseguir algo que acaso debería estar garantizado para todos… el sustento diario, la comida.

Al parecer esa fue la motivación ética que llevó a un participante del conocido programa Masterchef (versión española), cita Vice.com, a presentarse al casting elaborando un plato con restos que se arrojan en la parte de atrás de los supermercados.

“Cuando me tocó ir a buscar la “materia prima” encontré una montonera de verduras (acelgas, puerros, minipimientos de distintos colores…), un par de bandejas de pollo (una de las cuales olía a sudor de anciano), pan de molde, yogures… Mi incursión carroñera había sido bastante exitosa porque todo aquello tenía, más o menos, muy buena pinta. Quizás fuese el día del mes que sacaban esas “ecodelicatessen”, pero en fin, mi objetivo era el pescado y la verdura así que me llevé toda la colección de minipimientos y ¡BINGO! una bandeja de setas boletus (las setas de toda la vida vamos), el eje central de mi plato. A eso le sumé el bacalao que me trajo mi madre de su última visita y ya lo tenía todo. Iba a entrar al casting con un plato low cost”, cuenta la persona que reconoce que “antes que reivindicativo soy pobre”.

“El casting se hizo eterno. Mientras emplataba humildemente mis lomos de bacalao confitado en mi bonito y barato plato de IKEA, mis compañeros no estaban para hostias y preparaban filetes ahumados sobre platos de pizarra, puré de calabacín de cuatro sabores (amargo, dulce, ácido y salado) con ceniza por encima o una sopa de pescado emplatada en un menaje rococó. Para más inri, estaba totalmente prohibido llevar nada que pudiese calentar la comida y todo tenía que poder comerse bien frío porque el objetivo de la prueba era “evaluar la puesta en escena”. Obviamente, me las vi canutas, ¿cómo iba a ganar mi plato sueco de dos euros a una vajilla del siglo XVIII? La verdad es que no tenía ni idea de cómo hacerlo y sigo sin tener ni idea de cómo lo hice pero el caso es que gané —bueno, no exactamente porque a la chica del menaje rococó también la eligieron, pero ya me entendéis, la victoria importante es la moral— y entré por la puerta grande a los últimos castings”, relata.

Agrega en su historia que “si me lo permitís, creo que fue brillante la idea de coger comida semipodrida y presentarla con todo tu arte en un concurso de mindundis que quieren llegar a ser jodidos chefs con estrellas Michelin y todo ese rollo, superarles y hacerlo con algo sacado no de un noble y ecológico Veritas, sino de la basura de cualquier otro supermercado cutre y roñoso en el que el concepto “comida orgánica” es tierra ignota. Y no solo eso, plantárselo a un tipo que en teoría tiene que saber de esto, que se lo coma y que me felicite. A esa gente se suponía que tenía que darles lo mejor, canela en rama… Pues toma: juego, set y partido”.

Leer el artículo original acá.

 

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