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Opinión

19 de Mayo de 2016

Mónica Echeverría: “Tenemos que patear, escupir y vomitar para que se nos quite todo”

Tres años le tomó escribir “¡Háganme Callar!”, una autobiografía que entrelaza su historia con la de ocho jóvenes idealistas de fines de los 60: José J. Brunner, Eugenio Tironi, Enrique Correa, Jaime Estévez, Fernando Flores, Marcelo Schilling, Óscar Guillermo Garretón y Max Marambio, quienes fueron, en su mayoría, amigos de ella y de su marido, el arquitecto, Fernando Castillo Velasco. Hoy, con 95 años, la escritora y actriz los llama “conversos”, y en su libro –donde entrevista algunos– se pregunta qué los hizo cambiar. Acá los repasa con ganas y se declara feliz de que uno de ellos la esté amenazando con querellarse: “Estoy más rebelde que cuando tenía 15 años, fíjate. Ojalá haya más viejos como yo en el mundo”.

Andrea Moletto
Andrea Moletto
Por

Mónica Echeverría

¿Por qué escribiste este libro?
–A Fernando, mi marido, al igual que a mí, nos chocó que ciertas personas que habían sido tan nuestras, tan de izquierda, tan partidarias de Salvador Allende como de la toma de la Universidad Católica, después cambiaran tanto. ¿Qué pasó con ellos? Eran gente muy amiga que nos metió en la política, porque nosotros no éramos seres políticos. Yo estaba preocupada del teatro, de mis clases de castellano y Fernando de la arquitectura. Fue Miguel Ángel Solar, el líder de la toma de la Católica, quien llegó a la casa y nos invitó a participar de la política. Ahí nuestra vida cambió.

¿Cómo fue eso?
–Miguel Ángel Solar tenía la misión que le había encomendado el Cardenal de buscar al nuevo rector de la universidad. Luego de entrevistarse con muchos, el último en la lista era Fernando Castillo Velasco y nunca supimos bien por qué apareció, porque no era políticamente conocido. Fernando era arquitecto, nunca fue a una reunión de la DC. Eduardo Frei, para nombrarlo alcalde, le dijo “te voy a inscribir en la DC”, pero nunca fue un militante verdadero.

Pero ya se sabía de él como alcalde de La Reina, tal vez por eso los jóvenes de la Católica lo buscaron…
–Me imagino que eso fue. Fernando hizo que los pobladores se autoconstruyeran en el terreno más lindo de La Reina de ese entonces. Él hizo la población Villa La Reina y eso nos marcó a todos.

¿Cómo eran esos jóvenes que llegaron a tu casa?
–Eran muy jóvenes, vibrantes, gritones, como son los jóvenes en general. Yo tenía hijos de la edad y sabía cómo eran los jóvenes de 20, rebeldes.

¿Te parecieron muy radicales, te asustaron?
–¡No, los míos eran mucho peores! Cuando Miguel Ángel Solar llegó a la casa con ellos, Fernando no les dijo nada, solo les preguntó “¿qué quieren de la universidad?”. Y los escuchó. Yo creo que por eso lo eligieron también.

–Elegiste ocho personajes: José Joaquín Brunner, Eugenio Tironi, Enrique Correa, Jaime Estévez, Fernando Flores, Marcelo Schilling, Óscar Guillermo Garretón y Max Marambio. ¿Qué te producen ellos ahora?
–Una gran decepción, un desaliento. Por eso a mí me resalta la imagen de Miguel Ángel Solar. A él le ofrecen de todo. Allende le ofrece un ministerio, pero dice que no para terminar la carrera de Medicina. Ya en el exilio, en Venezuela le abren las puertas, pero decide irse al lugar más pobre donde están los enfermos. Es como el extremo opuesto de los otros. Por eso le dedico el libro.

Cuentas que Brunner era de los más cercanos a Fernando porque trabajaron juntos en la reforma de la UC, ¿qué te chocó de él?
–Su interés por el poder, desconociendo que en ese momento tenían el poder todos los que rodearon a Pinochet. Cuando fue amigo nuestro, él parecía darle mucha importancia a lo social en la educación, pero después lo abandonó. Es un entendido en educación, pero sin el sentido de la toma de la UC. Es un cambio tan brusco que Fernando ni siquiera lo nombraba. Incluso al final, cuando muchos vinieron a verlo, él nunca apareció. Sabía que estaba contrariando la amistad idealista de su vida, y cambió los ideales por los del poder.

Brunner aceptó reunirse contigo para este libro.
–Vino y yo le dije “nunca más te hemos visto”. Le pareció pésima la idea del libro, lo encontró absurdo, no le gustó el nombre, no respondió nada, pero luego volvió y me respondió el cuestionario.

¿Crees que Brunner siente cierta vergüenza por este cambio, o siente orgullo?
–Yo desearía que tuviera vergüenza, pero no la tiene. Es tan importante para él estar en el poder. De hecho me dijo: “Yo estoy totalmente feliz y realizado hoy día”.

Tironi también te dio una entrevista…
–¡Encantador! Yo llamo a Correa y a Tironi los seductores, porque saben seducir, de ahí el éxito de ellos. Saben ganarte, aunque tú estés pensando lo contrario. Son encantadores, pero no por eso los voy a perdonar.

Cuando le preguntas por qué ha cambiado, Tironi responde que siempre ha luchado “contra el dogmatismo y el fanatismo”. ¿Te está tratando de fanática?
–Yo he sido lo menos fanática que hay. Nunca he militado en ningún partido, soy anarquista, rebelde a dogmas. En cierto sentido yo lo podría comprender, pero lo que no pude comprender es que claudicaran de algo que había sido tan importante para ellos.

Escribes el libro desde una suerte de superioridad moral.
–Sí, totalmente. Yo tengo muy claro cuál es el sentido moral de mi vida.

¿Desde dónde escribes ese libro, qué te da esa superioridad moral?
–Desde los que han sido marginados, los que están en el suelo, tanta gente que todavía nadie se preocupa por ellos. Hay algo en los marginados y en el mundo que me produce demasiada ternura y dolor. No es algo intelectual, es algo de piel, es cuando uno se cruza con un niño en estado de pobreza…

El argumento de Tironi, Correa y de muchos otros, es que este modelo trajo bienestar económico.
–Pero con poca visión. Lo que más me produce horror en Chile es que todo lo que sea pobreza está escondido, para que los ricos no sepan de ella. Los pobladores cerca de La Dehesa no existen, su conciencia es tan especial que prefieren no saber, y a los turistas les hacen creer que no existen.

Este libro te ha traído problemas con Jaime Estévez, ¿quién es él para ti?
–Jaime tuvo menos relación directa con nosotros, pero perteneció a una comunidad nuestra, la Quinta Michita, vivía justo al frente nuestro. En la comunidad todos teníamos relaciones, peleábamos, hacíamos asados, fiestas de Navidad, pero él nunca aparecía. Eso ya era raro. Yo creo que demoró en irse porque esperó a estar más poderoso y tener más dinero para alejarse de todos nosotros. Cuando lo llamé por el libro, tuvo una reacción brusca, de mala educación, rara… Brunner, por ejemplo, me dijo que esto lo encontraba absurdo, pero de una manera simpática. Jaime no sabe dialogar. Trató de convencerme de que no lo hiciera, pero no lo sabe hacer, es de pachotadas y brusquedades verbales: que no grabara, que sí… No como Correa o Tironi, que te dan vuelta, y uno dice “bueno, quizás soy yo la idiota y estoy mal”.

Mandó una carta a la editorial exigiendo una “rectificación”.
–Su señora fue a la editorial y dejó una carta. Es dije ella, pero muy dominada por él, una chica Aguirre, hija de Jorge Aguirre, un arquitecto.

Marcelo Schilling también te hizo el quite.
–Me cortó bruscamente el teléfono. Óscar Guillermo Garretón tampoco quiso nada. Siento que en ellos hay una mala conciencia. ¿Por qué los demás aceptan?

Tampoco aceptó Fernando Flores…
–Pero porque Flores no existe. Llamé a la secretaria, le mandé las preguntas, volví a llamar y ella me dijo “señora, me ha causado usted un gran trastorno: después que le dije que bueno, me despidieron”.

¿Por tu llamado?
–Sí, la pobrecita perdió su pega por culpa mía.

¿Qué es tener “mala conciencia”?
–No enfrentar un diálogo. Se dieron vueltas de carnero y la conciencia les pega por las noches y ellos prefieren no hacerle frente. Brunner, Correa y Tironi me hacen frente, pero los otros ni se plantean la posibilidad de estar equivocados. ¿Te das cuenta la diferencia? Correa es una maravilla para contestar.

Es tu favorito.
–Seductor, convincente, el número uno. El dos es Tironi. Yo lo pasé regio con Correa, me mandó a buscar, me mandó a dejar, me mostró toda la oficina. “Sigue nomás, no te preocupes”, me decía, cuando uno sabe que no tiene mucho tiempo, si está metido en tanta cosa…

¿Nunca lo viste alerta con tus preguntas?
–No, para nada. “Quédate más rato, hazme otras preguntas”… Y sabía de qué se iba a tratar el libro.

¿A ninguno le encuentras sentido cuando explican sus cambios? ¿Por qué cambiaron?
–Todos me dicen que la esperanza fue una utopía. Dicen cosas muy dramáticas de la UP, sobre cómo ellos se dejaron llevar por esta locura, que era una cosa imposible. Ellos consideran que se equivocaron. ¡Todos nos equivocamos! Allende, en cambio, yo creo que siempre supo que su destino iba a ser ese, pero el resto estábamos embaucados. Yo también caí.

¿En qué caíste?
–En la euforia de la UP, caí redonda. Allende no nos dio importancia a las mujeres, pero el hecho de sentir la vibración… Ahí ya pisamos el palito, sentir ese entusiasmo, la euforia. Yo trabajaba en poblaciones y sentí que los pobladores también sentían lo mismo, estaban metidos. Creía que Chile podía ser distinto. Pero luego vino el Golpe y ese silencio y ese horror de los marginados chilenos, que siguen en su hoyo…

El sueño de esa izquierda se derrumbó en todo el mundo. ¿Cuál es la diferencia entre tú y estos personajes?
–Yo todavía creo y tengo una esperanza. Pertenezco a la Teología de la Liberación, por eso estuve en un charla en la Católica con Mariano Puga y José Aldunate, haciendo mis últimas intervenciones públicas. Porque sigo creyendo que es posible y que debemos seguir luchando por esta causa.

¿Cuál es la causa?
–El respeto, abrir camino, dar esperanza. Nos está faltando sujetar, detenernos. Hay muchos idealistas que no ven que haya otros seres humanos en el mundo en lo mismo, creen que no tienen a qué sujetarse. Eso les ha sucedido a los marxistas, porque se los quiso borrar, aniquilar, lo mismo que ha pasado con la Teología de la Liberación. Pero está la esencia, y ese germen está todavía moviéndose y espero morirme con una cierta esperanza de que va a haber un resurgimiento, diferente, donde los protagonistas sean los marginados del mundo.

¿Hablas de un estallido social, una rebelión violenta?
–No, yo creo que va a ser el fracaso del capitalismo, que no les va a dar la felicidad que ellos creen. Y eso ya comenzó, lo estoy sintiendo. No le está dando a la gente lo que aspiraba y de ahí puede surgir un movimiento.

¿Crees que las personas de las que hablas en tu libro son felices?
–Toda esa gente es feliz. Pero cuando se den cuenta que han dejado marginada a tanta gente, no sé hasta dónde van a poder ser felices.

Tienes 95 años y escribes este libro desde la rabia, dices que tienes “ganas de vomitar”, que estás “descompuesta”, hablas de “basura humana”… Uno cree que con la vejez viene la resignación, la conformidad.
–Para nada, yo estoy más rebelde que cuando tenía 15 años, fíjate. Y ojalá haya más viejos como yo en el mundo. Clotario Blest fue un viejo rebelde y yo lo admiré tanto, José Aldunate… Yo atraigo mucho a los jóvenes, cuando fui profesora tenía tumultos que me seguían para allá y para acá. Tengo diálogo con los que se han tomado la universidad, esos vienen para acá. Saltándonos a los de entre 35 y 65 años, tenemos diálogo. Entre los viejos y los jóvenes vamos a tener que aniquilarlos a todos ustedes entremedio. A los que creen estar muy felices y satisfechos, que necesitan de la droga para sentirse más contentos, porque sin la droga no tienen ni siquiera buen sexo, vamos a demostrarles que son unos mal paridos, egoístas y prepotentes.

El desprecio es un sentimiento fuerte, ¿cómo te manejas con él?
–Escribiendo estos libros. Ya tengo hasta una amenaza de querella y ojalá vengan más. Cuando estoy con un juicio estoy feliz, ahí me tomo un trago, ja, ja, ja. Cuando hice esa charla en la UC, sentí que había tantos jóvenes y por ahí está la cosa. Vamos a tener que hacer callar y demostrar que toda esta generación que hoy maneja el mundo ha fracasado, no ha dado ninguna felicidad real. Y estos pocos viejos y los jóvenes juntos vamos a tener que dar una salida más optimista, de hermandad, de fraternidad, de gritos de alegría. Tenemos que patear, escupir y vomitar para que se nos quite todo, todas las falsedades que nos fueron metiendo.

En el libro hablas de Lagos, “uno más de estos idealistas que cambiaron la piel, el vestuario y la estatura”.
–No voy a votar por él por ningún motivo. No representa ni los ideales de una revolución verdadera ni un futuro posible, creo que está totalmente pasado, acabado. Igual hago una diferencia: Luisa Durán hizo una labor increíble, con mucha fuerza y fui muy amiga de ella.

¿Y Michelle Bachelet?
–¿Sabes que Michelle fue empleada mía? En la época de la dictadura yo trabajaba en un grupo PIDEE, Fundación de Protección a la Infancia Dañada por los Estados de Emergencia, donde nos preocupábamos por los niños que quedaban sin padres y madres. Y me dicen “llegó una pediatra joven y la hemos contratado”. Era totalmente distinta, una cosita flaquita con un pelo castaño oscuro largo. Bailaba, cantaba, salía todas las noches, no te lo puedo asegurar, pero le interesaba mucho el sexo, la farándula, el baile y el canto y de repente llegaba atrasada… “ven, dejaste abandonado a tal niño, no sigas farreando tanto”. Ella pasaba las noches en fiestunga, en bailes, en cantos… Muy buena para la fiesta, debe haber sido salvaje.

Pero ser buena para la fiesta es algo bueno, ¿no?
–Estupendo, cómo no lo voy a encontrar bueno. Era muy simpática, muy alegre.

¿Ella también sería una conversa?
–No, yo creo que interiormente y como ser humano, no, para nada. A la pobrecita le ha costado tomar el ritmo, hacer frente, ha sufrido mucho y ha sido demasiado doloroso todo lo que le pasó.

Michelle no te da ganas de vomitar ni te descompone…
–No, pero me deja un poquitito indiferente. Siento que no es la persona adecuada en este momento. Si pudiese decirle algo le diría “patea, grita más, haz lo que hay que hacer”. La siento poco rebelde, poco definida, aplastada, también por lo familiar, se le juntó todo. Siento que ella es pura, deseosa, pero que le faltan esa vibración y esos nervios. Le pondría vitalidad, rebeldía. Yo creo que si quiere realmente terminar bien, tiene que dar un grito.

Háganme Callar

¡Háganme Callar!
Mónica Echeverría Yáñez
CEIBO Editores, 2016, 196 páginas
Presentación: Jueves 19 de mayo a las 19:00 horas en el Salón de Honor de la Casa Central de la Universidad de Chile.

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