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Opinión

8 de Julio de 2016

Ministro Ottone sale al paso de las críticas: “Si alguien está siempre viendo el vaso medio vacío, bueno, no hay nada que hacer”

Hace poco más de un año, asumió como ministro de Cultura con el cartel de ser uno de los gestores culturales más preparados del país. Y a eso se ha dedicado: a gestionar una institución siempre controvertida, próxima a convertirse –finalmente– en ministerio y con inéditas leyes sectoriales en preparación. Cuando Ernesto Ottone habla de esto, su espíritu parece elevarse a un sideral organigrama de “macro áreas” y “líneas estratégicas” que podría dibujar de memoria, al tiempo que asegura estar escuchando todas las voces –y no sólo las mejor posicionadas– del “ecosistema” cultural. Pero allá afuera está el mundo cruel, y las críticas a su gestión han subido de volumen. Algunas le duelen. Acusa desconocimiento de muchos y mala intención de unos pocos. Defiende su perfil técnico, ni populista ni popular. Acá responde por sus decisiones más cuestionadas –a las que se sumó, al cierre de esta edición, un supuesto caso de censura– y explica cómo se está pensando la cultura desde el Estado.

Daniel Hopenhayn
Daniel Hopenhayn
Por

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Aunque Ernesto Ottone ya había hablado en esta entrevista sobre las controversias mediáticas que hoy conciernen a su gestión, al cierre de esta edición tuvimos que volver a contactarlo ante la aparición de un nuevo frente de batalla: la supuesta censura a la obra “Ideología”, del artista Felipe Rivas San Martín, que iba a ser exhibida en el Centro de Extensión del Consejo de la Cultura en Valparaíso. Obra en video que incluye un acto de masturbación explícito, con eyaculación incluida, sobre una foto de Salvador Allende.

–No tiene nada que ver con censura –explica Ottone al teléfono–, es un problema de línea editorial. Este es un espacio abierto a todo público y una curadora independiente eligió una obra que no se puede exhibir para todo público. Yo vi la obra y me parece muy legítima, pero en ese espacio, que apunta precisamente a crear nuevas audiencias con público familiar, con colegios, no se puede exhibir. Es como si quisieras mostrar eso en televisión abierta, ¡obviamente te lo van a rechazar!

El riesgo es que, como lo iban a exponer, ahora retirarlo pasa por censura.
–Hubo un descriterio de la persona que lo programó, efectivamente. Pero el riesgo más grande es exhibir eso en un espacio familiar adonde estamos llevando colegios. ¿Cómo les explico después a los apoderados? Piensa que esta muestra forma parte de un ciclo sobre género e inclusión: mostrando algo así, no podemos incluir a las comunidades que queremos convocar. Y lo que se le planteó al artista es que presentara otra obra de su autoría que pudiera ser exhibida en esta muestra. No tiene nada que ver con una censura al contenido, es que la forma no da para ese lugar.

***

Cuando lo nombraron ministro, se dijo que, por su trayectoria, era como si llevara años preparándose para este cargo. ¿Qué lo ha sorprendido de todos modos?
–A ver… hay tres cosas. Primero, el poco conocimiento que hay sobre el concepto de “derecho a la cultura”. Hay ideas muy vagas. Me ha impactado darme cuenta de que nosotros, los que trabajamos en el medio cultural, damos por hecho muchas cosas que la ciudadanía no tiene asimiladas. Lo segundo es que, como yo me propuse viajar el primer año por las quince regiones, he podido recorrer muchos territorios desconocidos para mí, y he descubierto que la diversidad cultural que existe en Chile es mucho más profunda y más rica de lo que uno sabe. Porque los medios de comunicación están muy concentrados, y por todo lo que ya sabemos… He aprendido a valorar cosas que no sabía que existían.

¿Cómo qué?
–Por ejemplo, he encontrado artesanos que siguen creando todo un modelo de vida en torno a su trabajo que uno pensaba que era del pasado, y no, sigue presente: viven de eso, educan a sus niños en torno a eso y hacen una artesanía extraordinaria que no es la típica de las ferias de acá. En Melinka, por ejemplo, adonde nos demoramos seis horas en llegar en barco, nos encontramos con una pequeña asociación de artesanos que vive de eso. Hay mucha asociatividad que se está creando, por la expectativa de que finalmente se creen políticas sectoriales. Los artesanos llevan sesenta años peleando para tener una estructura, y hemos avanzado mucho con las mesas para desarrollar una ley sectorial.

¿Qué artesanía hacen en Melinka?
–Hacen trabajos con algas marinas, cosas preciosas. Y esas sorpresas también te las llevas en el norte, con compañías de teatro que uno no sabía que existían. Y lo tercero que me ha sorprendido es algo que ya sabía, desde la época en que trabajé en Matucana 100 o la Estación Mapocho: que en un medio tan precario como el de los creadores en Chile, hay algunas voces que tienen mayor oído en los medios y dan por hecho ciertas realidades que no son. Entonces, cuando sale una noticia y hay una voz que te da, que te da, que te da, que te da… finalmente esa voz se establece como una verdad, a lo cual la falta de pluralidad de los medios ayuda mucho. Y en este medio eso es… es doloroso, porque es gente con la que uno ha trabajado. Y tú dices “sí, la libertad de expresión es fantástica, y se luchó mucho para recuperarla”. Pero la gente… bueno, es así.

¿Es falta de pluralidad de los medios, o es que el propio medio cultural es pródigo en vacas sagradas?
–Ambas. Ahora, las vacas sagradas se crean, y los medios ayudan a crear eso. Pero al mismo tiempo, he encontrado gente con la que tienes un debate súper enriquecedor. Por ejemplo, cuando uno se junta con los premios nacionales, te das cuenta de que en la academia –de la Lengua, de las ciencias sociales– hay un mar de conocimiento que no hemos sabido escuchar. Mi asesora en temas patrimoniales es la Sonia Montecino, y las conversaciones más extraordinarias que he tenido en los últimos meses han sido con ella, o Agustín Squella, o Maturana. De verdad uno dice “cómo hacemos para que esto no quede sólo en la academia”.

¿Y cómo se hace?
–Primero, aprovechando mejor los insumos que ya tenemos. Para preparar la indicación sustitutiva de la creación del Ministerio de las Culturas, nosotros partimos por hacer toda la revisión de los últimos 25, 30 años de diagnósticos y debates que se han organizado. ¡Todo eso estaba ahí! Y lo mismo estamos haciendo para discutir la futura ley sectorial de cada ámbito cultural. Ahora, por ejemplo, vienen los coloquios para las artes visuales, y partimos por subir a la red todos los estudios y diálogos que ya se han hecho. Y estamos pidiendo a los participantes de los coloquios que se lean eso antes.

Sobre esa convocatoria, leí una crítica bien dura…
–De Mellado…

Sí, de Justo Pastor, diciendo que ustedes habían convocado a estos coloquios sin compartir los diagnósticos que ya hicieron.
–Él afirma, según entendí, que nosotros ya tendríamos algo. Y eso, de verdad… Justo Pastor no ha entendido cuál es el proceso que hemos llevado a cabo. Lo que hicimos fue recoger lo que venimos debatiendo hace 25 años y ponerlo como marco de referencia, para no partir todo de cero. Efectivamente, ese material se subió un día después de subir las bases, pero es un detalle operativo, hoy está arriba. Y lo mismo estamos haciendo en patrimonio, en artesanía, lo vamos a iniciar el 2017 en diseño y en arquitectura, el 2018 en gastronomía, un área que creamos este año… Pero hay una sensación de que, efectivamente, hay gente que se está imaginando cosas conspirativas que, la verdad, es que no da.

También hay una desconfianza, antigua pero creciente, ante cada nombramiento que se hace en la institucionalidad cultural: “por qué está ese está ahí”. En ese mismo artículo Justo Pastor le pegaba bien fuerte a Camilo Yáñez por su rol en este proceso, y en general hay voces muy alertas en el mundo de la cultura a la posición que ocupan sus pares en el Estado.
–Sí. Pero a mí hay cosas que me impresionan. Estamos hablando de personas que trabajaron en el gobierno anterior. Justo trabajó en el Consejo, después estuvo a cargo del Parque Cultural de Valparaíso. Y nunca ese tema fue debate durante el período en que a ellos les tocó asumir responsabilidades, nunca. Ahí no hubo concurso. Desde que yo llegué, ante cada renuncia que hemos recibido desde corporaciones que reciben subvención directa del Consejo, se ha pedido un concurso público: GAM, una vez que renunció la Ale [Wood], Balmaceda Arte Joven, el Museo Violeta Parra, que está en proceso, y el Parque Cultural de Valparaíso. Se contrata a una empresa, sale el ganador y se cuestiona al ganador. Pero da lo mismo cuál sea el resultado: igual se cuestiona. Y dentro del Consejo, todos los cargos, para que tú sepas, se están concursando. Ahora, ¿qué pasa? Camilo Yáñez no es funcionario público. Es igual que la Sonia Montecino: son académicos a los que se contrata para una tarea en particular, que en este caso es levantar políticas sectoriales.

La política para las artes visuales quedó salpicada además por el anuncio del Centro Nacional de Arte Contemporáneo en Cerrillos, muy cuestionado.
–Pero ¿qué es lo que pasó? Sucede que por esas cosas de la vida, nos ofrecen un espacio extraordinario financiado por otro ministerio [el Minvu]. Nos dicen “tenemos este espacio, vayan a verlo”. Y cuando estamos pensando cómo lo vamos a llevar a cabo, se nos abre la posibilidad de dar vuelta lo que se ha estado haciendo, que es lo que yo planteo: cuando las cosas no funcionan de un modo, hay que innovar y tomar riesgos. Y ese riesgo es asumir ese espacio como parte del Estado –no pasarlo a una corporación, como se ha hecho hasta ahora– y transformarlo en un laboratorio –no en museo– desde donde se desarrolle una política nacional, y por eso se le pone “centro nacional”. Lo que aquí estamos haciendo, para que se entienda, es crear todas estas Macro Áreas, que no existían cuando yo llegué. Las artes visuales están muy desmenuzadas. Si no impulsábamos esto nosotros, nunca íbamos a juntar en una mesa a fotógrafos publicitarios, de prensa, artísticos, artistas visuales, artistas digitales, de nuevos medios, etc. Entonces después me cuestionan que por qué en Cerrillos. ¡El aeródromo está en Cerrillos, qué quieren que le haga! Para mí es fantástico.

La objeción ha sido por qué el Consejo se gasta un supuesto dineral en ese proyecto y no en otros.

–¡El Consejo ha gastado cero peso, cero! Y el año próximo, lo que se va a hacer es reasignar fondos que ya existen. Pero además, hay mucho desconocimiento. Cuando dicen “hay museos que se dejan de lado”. ¡El Consejo Nacional de la Cultura no puede meterse en museos! Para eso hay una institución que se llama DIBAM, que pertenece al ministerio de Educación. Lo que sí hemos hecho es un esfuerzo para apoyar –sobre todo en regiones, donde ha estado nuestro foco– espacios que son museales pero están administrados por corporaciones, lo que nos permite apoyarlas. Desde el año pasado estamos apoyando al MAC de Chiloé, al MAC de Valdivia y también al MAC de Santiago, que eso no ha salido en ningún lado en la prensa. El MAC efectivamente está recibiendo apoyo. Pese a lo que nos dice la ley, uno ha hecho el camino para poder apoyar, y eso es importante: te pueden atacar y todo, pero uno no deja de hacer lo que tiene que hacer, porque tiene un mandato y, sobre todo, una definición de que el tema cultural es de Estado.

La meta de sacar el ministerio durante este gobierno va bien encaminada, ¿no?
–Sí, vamos rápido. Ya pasamos la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, cosa que ya es un avance sideral con respecto al proyecto del 2013, que no había llegado a esa etapa. Lo bueno es que el apoyo ha sido transversal, de todas las bancadas. Ya nadie cuestiona la necesidad de crear el ministerio de las Culturas.

¿Ese ministerio se encarga de pensar sobre la cultura del país, sobre los cambios culturales en curso, o se podría llamar simplemente ministerio de Gestión Cultural?
–No, por eso este ministerio es tan importante. Cuando articulamos con la Nivia Palma la indicación sustitutiva, aseguramos algo que para nosotros era fundamental: que los consejos de representación de la sociedad civil –de la Música, del Libro, el Directorio Nacional, etc.– no desaparezcan jamás. Y eso no fue fácil, porque el Estado no está acostumbrado a tener consejos asesores, que en este caso van a pensar políticas de cinco años plazo, es decir, más allá de los gobiernos de turno. Este va a ser el primer ministerio con una voz tan presente de la sociedad civil. Porque ahí habrá miembros que no representan a gremios, sino a medios; o sea, en la literatura, tienes a los bibliotecarios, al Colegio de Profesores, a la SECH… Está gran parte del ecosistema reflejado, y ahí es donde hay que reflexionar qué significa la cultura en la sociedad de aquí a 5, 10, 20 años. Por eso de repente sorprende que aparezcan corporaciones que se arrogan la potestad de hacer ellas políticas públicas… Si para eso se crearon por ley estas instituciones. Claro, la ley habla de la asociación que reúne más miembros de cada ámbito, y en algunos de ellos, como el Libro, se han creado estructuras paralelas. El punto es que las políticas de Estado tienen que ser participativas pero con TODO el ecosistema, no sólo con la gente reconocida –tú dijiste “vaca sagrada”, no yo– como “las personas que han trabajado en esos ámbitos”. Por eso te digo: recorrer el territorio y las comunidades, ¡pucha que ayuda! Algo que yo hice a las dos semanas que llegué fue crear el Departamento de Pueblos Originarios, porque la consulta a los pueblos originarios nos dio llegada a comunidades donde el Consejo nunca había podido entrar. Y hoy tenemos ese Departamento, dirigido por José Ancán, que trabaja en las líneas propias del Consejo pero con las comunidades, porque tienen un trato distinto, otras formas de acercar… Pero claro, si tú tienes a alguien que siempre está viendo el vaso medio vacío, bueno, no hay nada que hacer. O sea, ¿qué voy a hacer? Ahora, las puertas han estado abiertas siempre. Y yo trato de que estos debates se produzcan en Valparaíso o en Santiago, y nunca por los medios, porque no creo que sea constructivo.

Igual nomás le han hecho el cartel de ser un ministro que hace mucho pero escucha poco. Es recurrente ese reclamo: “no nos escucharon”.
–Se escucha a todo el mundo. Pero una cosa es que no te escuchen y otra cosa es imponer tu voluntad, son cosas distintas. Entonces, claro, pasa lo mismo que cuando alguien alega porque no se gana un fondo concursable: obviamente, tiene frustración. Los fondos han crecido en 3500% desde que se crearon y el nivel de frustración sigue siendo el mismo, porque Chile es un gran productor de creadores y la gente sigue postulando. Nuestra tarea es cómo hacer transparente el proceso, y cómo apoyar a los creadores para evitar que los fondos se los gane el que sabe postular y no el que tiene una idea brillante, como a veces pasa. Aquí el problema de fondo es que nosotros hemos avanzado mucho en herramientas, pero nos falta en políticas públicas. Y una política pública es para que llegue a todos los ciudadanos, y no a algunos, como ocurre hoy. Por eso estamos proponiendo, por ejemplo, que al Sistema Nacional de Museos y al de Bibliotecas puedan ingresar también las entidades privadas. ¿Por qué? Porque al final, son espacios de dominio público. Cuando uno habla de acceso a la cultura, lo que quiere es que vaya más gente a los museos, que haya más apreciación del arte. Si el espacio es del Consejo, de la Universidad de Chile o de una fundación privada, o si tiene o no fines de lucro, la verdad es que a la gente no le interesa.

LA DIBAM, EL CANAL CULTURAL
El paro de la DIBAM no alarmó a la ciudadanía. Para quien impulsa el proyecto contra el cual la DIBAM se fue a paro, ¿fue una victoria política y a la vez una derrota cultural que doliera tan poco tener los museos cerrados?
–A mí, primero, me afectó profundamente, porque llevábamos siete meses trabajando con la asociación de funcionarios. Y seguimos trabajando con ellos, entendiendo que la DIBAM no está hoy al alero del Consejo. Ellos tenían distintas problemáticas y una sola tenía que ver con el proyecto de ley, las otras eran temas internos. Y sobre el proyecto de ley, era una divergencia muy específica, que ellos mantienen, con respecto al servicio.

No quieren ser un servicio que gestiona, subordinado a una subsecretaría que planifica.
–A ver, la propia DIBAM, sus actuales funcionarios, son los que van integrar la subsecretaría. Lo que pasa es que ellos, al ver que el modelo del Consejo de Fomento no tiene ese servicio, porque históricamente nació sin él, querían una cosa similar. Lamentablemente, hay que ser realista, y yo en eso voy a ser súper claro: cuando un servicio tiene más de 70 años, uno tiene que buscar pasos moderados de transformación. No puedes pedirle que de la noche a la mañana cambie su lógica y se transforme en otra cosa. Son procesos. Ahora, sobre tu pregunta, claro, a uno le da como dolor de guata, a uno le afecta, porque es usuario de los museos, yo voy a los museos con mis hijos…
¿Pero le sorprendió que no pasara nada, que los museos cerrados no fueran un elemento de presión para usted mismo?
–No es que no pasara nada, yo creo que hubo debate público. Ahora, no es lo mismo que el Registro Civil, no… Y eso tiene que ver, otra vez, con el poco conocimiento sobre la importancia de la cultura. Y te lo voy a decir así, más claro: cuando en este país tenemos una hora y media de educación artística en los colegios, y eso a nadie le choca salvo a nosotros, es porque algo está mal. Y yo lo digo así y lo hemos hablado con la ministra de Educación ahora que la reforma educacional está en proceso. A mí me tocó, por mi vida, estar 17 años con mis padres en el exilio, viví en nueve países distintos, y en todos los colegios pasé por todos los procesos artísticos que te puedas imaginar. No había una semana en que no fuéramos a actividades culturales: pasabas del teatro al museo, a la ópera… Claro, yo tengo a mi niñita en un colegio privado y tienen acceso a eso, pero en el colegio del frente no tienen ningún acceso. Eso es lo que me sigue chocando. Aun en colegios públicos de las afueras de París, yo tenía seis horas de actividades artísticas. Y mis padres, que estudiaron en los años 50, me hablan de un Chile de colegios públicos con un desarrollo artístico mucho más presente. Entonces, bueno, ¿qué pasó en esa sociedad? Le seguimos achacando a la dictadura todo ese corte de cuajo al espacio cultural, pero ya han pasado 25 años.

El canal cultural de TV abierta, pensado para llegar a jóvenes y niños, ¿no llega un poco tarde, cuando ese público se está yendo a otra parte?
–Mira, cuando la presidenta anuncia el proyecto del canal educativo cultural, queda muy claro qué parte se trabaja en qué ministerio. Y a nosotros nos tocó entregar elementos editoriales para contenidos. Buscar los instrumentos técnicos y financieros, cayó en manos de Segegob. Ahora, hablar hoy de televisión cultural obviamente implica usar las plataformas conexas, distintos formatos para distintos públicos. Nosotros en septiembre lanzamos el Canal Abierto, un mini canal que recoge todos los materiales que se han desarrollado al alero del Consejo en los últimos 20 años, cosa que no existía. Y empezamos a descubrir que para llegar, por ejemplo, a este gran producto audiovisual que es la “Historia de un Oso”, el Consejo sí había hecho un tránsito muy largo de apoyo a la animación, pero no estaba el acceso al resultado. Y ahí está el punto. ¿Por qué un canal cultural? Porque hoy, los que vemos televisión chilena, no nos sentimos reflejados por ella –por lo menos eso me pasa a mí, con mis niñas– a nivel de contenidos culturales. Por lo tanto, si eso no se logra con la cuota de horas que hay que producir, hay que buscar otros mecanismos. Pero en el tema técnico, nosotros no tuvimos que ver…

O sea, no me sirve preguntarle si es necesario que ese canal no tenga publicidad. Hacer buena tele es caro…
–Ja, ja, sí. Lo que pasa es lo siguiente: cuando uno llega a estos cargos, su opinión personal muere. Después la puedo reflejar, cuando termine el gobierno. Pero la presidenta fue súper clara al plantear que la propuesta de gobierno era sin publicidad y de acceso libre.

Lo que está diciendo es “ese paquete ya lo encontré envuelto”…
–No, no: fue una propuesta de la presidenta y yo lo comparto. Hoy.

EL GAM Y LAS ENCUESTAS
Dejó muchos heridos lo que pasó en el GAM, y una pregunta: por qué el ministro puso la mira en uno de los centros culturales que mejor funcionaba.
–No, lo vuelvo a repetir: hubo primero un reconocimiento por lo que fue la instalación del GAM a todo el equipo. Porque los espacios culturales no son una persona, es un equipo completo el que trabaja, y eso sí hay que dejarlo bien claro. Hubo un trabajo de audiencias extraordinario, se instaló al GAM como un espacio de encuentro y de vanguardia y todo eso se dijo. Pero lo que se refleja en los medios es la parte negativa, y la parte negativa tenía que ver con algo que me parecía un exceso y que traspasé al directorio, en relación a un sueldo de financiamiento público. Y eso es todo. Y luego el directorio tomó las decisiones. Ahora, las personas que han llevado adelante ese proyecto tienen una gran valoración por parte mía del trabajo que realizaron y se los hice saber personalmente. Me quedo con eso.

Usted tiene la imagen de un ministro que llegó a ordenar, pero quizás no se ha proyectado tanto a la opinión pública a ordenar para qué. ¿Cree que el Consejo ha logrado proyectar una mirada convocante sobre la cultura en Chile?
–Creo que eso hemos tratado de hacer. Y los que podrán evaluar eso, aparte de la presidenta que me evalúa todos los días, será la ciudadanía cuando termine este gobierno. Ahora, cuál es el gran tema. Yo soy de los pocos ministros independientes, nunca milité en un partido, y en el ámbito político eso obviamente tiene ventajas y desventajas. Además, la subdirectora que acaba de asumir también es independiente. Eso no había pasado nunca en ninguna institución del Estado, y me parece súper sano. Eso no quiere decir que uno no sea de la Nueva Mayoría, uno está acá porque cree en la presidenta y en este gobierno. Pero lo que te quiero decir es que, para poder figurar, uno tiene que salir activamente en la prensa diciendo y haciendo cosas que yo no voy a hacer. Y las voces disidentes van a existir siempre, pero yo no vine a hacerme amigos. Yo vengo a desarrollar lo que efectivamente estudié, que son políticas culturales y gestión cultural, y a armar los mejores equipos posibles para desarrollar políticas, planes y programas. Fuera de eso, no hay mayores pretensiones. No llegué acá con pretensiones de algo.

Quiere decir que le faltan redes políticas que hagan la pega de subirle la espumita…
–Es que yo no lo voy a hacer, yo no lo voy a hacer… Cuando me preguntan “oiga, usted”, no sé, encuesta Adimark, “está estancado en 30, ¿le preocupa?”. Me preocuparía si estuviera en 10, pero no me preocupa. ¿Quiero llegar al 40 pa que digan “sí, es bueno”? No, es que yo no vine acá por un concurso de popularidad. Mi ámbito ha sido la gestión de espacios culturales, pero yo no trabajé como rostro en teleseries, no fui presidente de asociaciones o sindicatos, no soy escritor, como lo fueron los otros ministros. No es mi virtud.

¿Y el futuro ministerio tendrá resguardos suficientes ante las suspicacias de que el mundo de la cultura está lleno de camarillas?
–Eso te lo puedo asegurar. Ninguna posibilidad. Es más, hoy en día, en el Consejo, todos los cargos se hacen concursables, salvo los de confianza que en total, para que sepas, son cinco. De hecho, que hagan un test de blancura para ver: yo nunca he elegido a nadie por el color político. En las direcciones regionales llevo ocho cambios y todos han respondido a perfiles técnicos.

Pese a la sensación ambiente de que hay un enjambre burocrático afín a la Nueva Mayoría…

–Trata de buscarlo. Y eso es mal intencionado, porque las mismas personas que dicen eso son personas con las que yo trabajé, tanto en el sector privado como en el sector público, y me conocen hace muchos años. Entonces… pfff, qué le vamos a hacer.

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