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Nacional

11 de Abril de 2017

Médicos agredidos: la cruda realidad de los galenos del sector público

El 23 de marzo pasado, en el hospital de Yungay, dos hombres le pusieron una pistola en la cabeza al médico que los atendía, amenazándolo por una supuesta mala atención. La querella interpuesta por el doctor días después, se unió a la de otros dos profesionales de la salud que fueron agredidos esa misma semana. La ministra de Salud se reunió con el gremio para buscar soluciones a un problema que según los doctores se arrastra desde hace años. Distintos protagonistas de las salas de atención relatan cómo la crisis del sistema de salud golpea a los funcionarios de los centros asistenciales más vulnerables del país. “La gente de alguna forma se tiene que desquitar y lo hace contra nosotros”, reflexiona el doctor agredido en Yungay.

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Karl Noack, médico general, está sentado en la sala de descanso del hospital de Yungay, octava región. Son las 4:30 de la madrugada del 23 de marzo, lleva 20 horas trabajando de corrido y aún le quedan otras siete. Una paramédico entra a la sala y le dice que llegó un hombre para ser atendido. Noack camina hacia el box donde espera su paciente. Cuando estaba a pasos de llegar, el guardia del recinto lo detiene de improviso. “Doctor, atiéndalos rápido no más, porque son conflictivos. Así que evítese problemas”, le advierte.

Noack entra al box de atención y se encuentra de frente con Miguel Guiñez y Robinson Uribe, a quien había atendido un par de meses antes. En esa oportunidad no tuvo inconvenientes. Esta vez sería diferente.

El doctor pregunta cuál es el problema. Robinson Uribe tiene un dolor en la rodilla. “Hace días vine al policlínico por lo mismo y no se me ha pasado con la hueá de remedio que me dieron. Nunca me han sanado una enfermedad”, le grita. Noack percibe olor a alcohol en su aliento. Días después, el doctor confirmaría que efectivamente Uribe había sido atendido por la misma causa 48 horas antes.

Noack, tratando de mantener la calma, le dice que tiene que hacerse exámenes.
-Escúchame, conchetumare, si no me atiendes bien, esta pistola está cargada y te voy a disparar- interrumpe Robinson Uribe, mientras saca una pistola de su pantalón.

En los últimos cuatro meses, Karl Noack había escuchado las historias de agresiones a colegas del hospital. Uno recibió bastonazos, a una la empujaron mientras atendía en urgencias y otra después de arrancar la acorralaron y amenazaron con golpearla. Durante los dos años que lleva trabajando en el centro asistencial, nunca había vivido algo similar.

-Te estoy pagando, así que quiero una atención digna- insiste Uribe apuntándole a la cabeza.

Miguel Guiñez, el acompañante del paciente, se para de golpe y empuja al doctor contra un computador. “Vengo de Talcahuano y allá es la misma mierda. A ustedes lo único que les importa es la plata. ¿Cierto que te gusta la plata? ¡Repite que te gusta la plata, conchetumare!”, le grita a Noack, a pocos centímetros de su oído.
El hombre nunca dejó de apuntar al doctor con la pistola durante los casi 30 minutos que duró la atención. Una vez que abandonaron el box, Karl le contó lo sucedido al guardia, quien siguió a los dos hombres mientras llamaba a carabineros. Minutos después Robinson Uribe y Miguel Guiñez fueron detenidos. Portaban una pistola a balines de acero y un cuchillo carnicero.

Seis días después, con la ayuda del Colegio Médico, Karl Noack presentó una querella por “amenazas, secuestro y lesiones graves”. “Yo trabajo en una de las zonas más vulnerables de la población. A veces los pacientes tienen que esperar 3 meses por su medicamento porque no nos abastecen. Hay una crisis del sistema que repercute en la violencia, porque la gente de alguna forma se desquita y lo hacen contra nosotros”, reflexiona hoy el doctor.
El mismo día que Noack presentó la querella criminal en el Juzgado de Garantía de Yungay, a 314 kilómetros de distancia, en Loncoche, una doctora presentó otra querella por “amenazas y lesiones”. Había sido golpeada en el hospital de Loncoche horas después de la agresión a Karl Noack.

Realidad habitual

El viernes 31 de marzo, la ministra de Salud Carmen Castillo, se reunió con integrantes del Colegio Médico, después de que tres graves agresiones a doctores – en Yungay, Loncoche y Marchigüe- se sucedieran en pocos días. El tema central fue cómo solucionar el problema.

Los tres profesionales agredidos pertenecían a la agrupación de Médicos Generales de Zona, una organización que agrupa a 2.100 doctores de todo Chile, que trabajan en sectores con grandes necesidades en salud, principalmente en zonas rurales. “Aunque las agresiones son un fenómeno que lleva años, se ha intentado bajar el perfil”, asegura Jorge Vilches, presidente nacional de la organización, que estuvo en la reunión con la ministra.

Según una encuesta realizada a 1290 doctores de la agrupación, a fines de marzo de este año, el 76% aseguró haber sufrido algún tipo de agresión, ya sea verbal, física o ambas. Todos los profesionales que respondieron la encuesta trabajan en instituciones públicas, principalmente consultorios.

Izkya Siches, presidenta del regional Santiago del Colegio Médico, cree que esta es una realidad mucho más habitual de lo que aparece en la prensa. Dice que las agresiones se han vuelto cotidianas y que muchos casos no se denuncian. “Los directores a veces prefieren no ventilar estos problemas en la prensa. Esto pasa porque a veces la violencia es respuesta a 12 horas de espera, porque no había personal suficiente, o porque tenía que estar un carabinero de punto fijo y no estaba”, afirma.

Desde el 2013 a la fecha, la Fundación de Asistencia Legal del Colegio Médico, ha presentado diez querellas por agresiones físicas a médicos. Sólo una de ellas terminó con el agresor condenado a 541 días de cárcel, tras fracturarle el tabique nasal de un golpe de puño al doctor Hugo Hernández en noviembre de 2013. Fue la primera vez que la Fundación se querelló por algo así.

La doctora de Loncoche, que prefiere mantener su identidad en anonimato, agredida un día después que Karl Noack, se salvó por poco de una lesión similar a la de Hugo Hernández.

A las 20 horas del 24 de marzo, llegó hasta el hospital de Loncoche Ruth Avilés, 59 años, con un dolor torácico. La doctora que estaba de turno en urgencias, era la encargada de atenderla. Comenzaron suministrarle el tratamiento para estabilizarla. A las 21:35 la paciente presentó un paro cardiorrespiratorio y a las 22:40 falleció.

La doctora sale del box y le informa la noticia a la hija de Ruth Avilés. “¡Me estai webiando!”, responde exaltada la mujer. Al instante se le abalanza, la agarra del pelo y la tira al suelo pateándola con fuerza. Carabineros que estaba en el lugar logra separarlas. La doctora mientras escapa por los pasillos del hospital, es seguida por otro hijo de la fallecida. “¡Te voy a matar!”, le grita corriendo tras ella. La profesional logra entrar a una pieza cerrando la puerta rápidamente con llave. En la Hoja de Atención de Urgencias en que aparece la constatación de lesiones de la doctora, dice: policontusa, herida en la cara, en estado angustioso, con dolor a la palpitación en cuero cabelludo.

“No podemos aceptar que los funcionarios tengan algún riesgo por hacer el trabajo que le corresponde”, aseguró la ministra de Salud Carmen Castillo, en la reunión con el Colegio Médico del 31 de marzo.

Según varios asistentes, en la conversación con Castillo se hablaron tres puntos principales para solucionar el problema: que serían ellos (los médicos) los que se querellarían en los casos de agresiones; trabajar en conjunto con la comunidad, jefaturas y Carabineros para prevenir la violencia y actuar rápido en cuanto suceda. En este punto, la ministra aseguró que trabajarían en colocar más cámaras de seguridad, diseñar un sistema para avisar rápido a Carabineros y que en las zonas conflictivas exista custodia de policías las 24 horas. También prometió materializar un proyecto de ley archivado en la cámara de diputados que pretende aumentar en un grado la pena contra quienes agredan a funcionarios de la salud.

El autor de ese proyecto fue el diputado Felipe Letelier (PPD), quien lo presentó en la Cámara el 22 de enero de 2015. El parlamentario asegura que la idea nació producto de muchas conversaciones con funcionarios de centros asistenciales que le pedían hacer algo con las constantes agresiones que sufrían trabajando. “En esa época el ejecutivo consideró que el proyecto no tenía prioridad y privilegió avanzar con otros temas”, asegura. La iniciativa jamás se debatió.

El 23 de enero, un día después de la presentación del proyecto, Carmen Castillo asumía el ministerio de Salud, tras la polémica salida de Helia Molina. La iniciativa presentada por Letelier, en ese entonces, no fue prioridad para la recién asumida ministra.

Karl Noack, el médico agredido en Yungay, dice que aunque las agresiones se vivan semana a semana, es peligroso que se normalicen. “En nuestro centro asistencial no damos abasto para ayudar a la población. Acá sólo un enfermero se encarga del turno de noche y debe hacerse cargo de urgencias. Si llega un paciente crítico debe dejar botado a 30 pacientes”, relata.

El doctor asegura que sus agresores se encuentran en libertad, que no los volvió a ver y que regresará a trabajar al mismo hospital, tras cumplir una licencia siquiátrica de 27 días iniciada tras el incidente.

La frustración

Los últimos dos días de marzo el Colegio Médico tuvo su asamblea nacional en Pucón y fue un tema ineludible tratar las agresiones recientemente vividas por médicos colegiados. “Esta vez sí se pensó en las causas del problema y en lo violento que es el sistema, no solo con el personal de salud, sino que también con los pacientes”, asegura Izkya Siches.

Una visión parecida tiene Jorge Vilches, presidente de la agrupación de Médicos Generales de Zona, quien asegura que “se ha ido precarizando el sistema de salud pública. Si bien nosotros ponemos lo mejor de nosotros, faltan implementos, personal, infraestructura”.

Siches sostiene que las autoridades directas de la salud, como los directores de servicio, deberían asumir el problema.“Las agresiones recientes deberían ser eventos centinelas para los directores, que los lleven a concluir que estamos en un nivel de crisis tal del sistema que la gente está dispuesta a agredir a su propio médico y personal de salud”.

El doctor del hospital de Yungay, Karl Noack, asegura que hay veces que pacientes esperan tres meses por un medicamento en su establecimiento, porque no los abastecen. “Si uno va a exigir al servicio que se solucione el problema responden que no hay plata. Se recorta el presupuesto de salud por otras cosas, pero no se soluciona la crisis de base”, complementa.

-¿Sobre quién recae todo el peso?-, se pregunta, tras analizar su situación. Luego se responde el mismo: “Sobre los que atendemos”.

La Fundación de Asistencia Legal del Colegio Médico, ha hecho un seguimiento a los casos de agresiones. Son los encargados de, por ejemplo, querellarse contra los responsables de los golpes a doctores. Sergio Rojas, médico con 25 años de trayectoria, es su presidente. “En general, las agresiones no son producto de delincuentes, sino que de personas comunes y corrientes. Los niveles tensionales que hay en los servicios de urgencia son extremos. Atendemos a gente con alto grado de insatisfacción”, precisa.

Rojas asegura que la tensión que se vive en las salas de espera es tremenda. Personas entrando con balazos, sangre a la vista, malos olores, esperas eternas son escenas habituales en un centro asistencial público promedio.

Izkya Siches cree que la desigualdad es un factor fundamental para entender la frustración. Asegura que quienes tienen mayor poder adquisitivo acceden a una salud mucho mejor, mientras el resto de la población mira eso de lejos. “Cuando la gente se ve limitada por costos o por la burocracia del sector público, crea una rabia en el paciente promedio, que se siente más indigno esperando cuatro o seis horas. Los pacientes ya no toleran eso con la misma humildad de antes”.

Todos los profesionales de la salud consultados reconocen que como gremio deben hacer una autocrítica: concuerdan en que les falta desarrollar habilidades blandas para atender a los pacientes. “Ellos deben comprender que el funcionamiento actual está dentro de la capacidad que tiene el sistema. Estamos absolutamente superados. Si no hay escáner o sólo un médico de turno, no es culpa nuestra. Muchas veces hemos exigido esas mejoras. Nosotros no somos los malos de la película, solo la cara visible”, reflexiona Izkya Siches.

Cuando David Ramos llegó hasta la urgencia de la Clínica San José de Arica, el viernes 2 de diciembre del año pasado, Carlos Muñoz era el doctor de turno. Ramos entró a la sala de atención a las 6:30 de la mañana. Muñoz lo saludó, como a cualquier otra persona.El médico buscó a Ramos en el sistema para revisar su historial. “Sin mediar motivo ni provocación alguna, de pronto se abalanzó sobre mí y me agredió con golpes de puño en mi cabeza y brazo izquierdo”, se lee en la declaración que hizo el profesional en la querella presentada días después en el juzgado de garantía de Arica.

Tras terminar la golpiza, David Ramos huyó de la clínica. El médico quedó hospitalizado en el mismo centro asistencial con un tec cerrado y diversas contusiones en la cabeza y brazos. Al día siguiente, el 3 de diciembre, Carlos Muñoz junto a los miles de doctores de todo Chile celebrarían el día internacional del médico. Una ironía que contrastaba con los oscuros moretones que cubrían su cuerpo.

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