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Opinión

12 de Abril de 2017

Columna de José Bengoa: Los inmortales

Hoy puede ser un mal día, cantaría al revés de los Serrat y compañía. La sensación de muchos de mi edad quizá es de que el 10 de abril de 2017, se ha terminado un tiempo, un ciclo se ha acabado con la renuncia de Ricardo Lagos Escobar a ser candidato a la Presidencia de […]

José Bengoa
José Bengoa
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Hoy puede ser un mal día, cantaría al revés de los Serrat y compañía. La sensación de muchos de mi edad quizá es de que el 10 de abril de 2017, se ha terminado un tiempo, un ciclo se ha acabado con la renuncia de Ricardo Lagos Escobar a ser candidato a la Presidencia de la República. No es solamente su renuncia, es y ha sido en estas horas que recién pasan, la renuncia de toda una generación. No es que estuviese siquiera seguro de votar por él, pero su persona, sin duda insigne, se ha visto trajinada. Con la renuncia de Lagos, se acaba un tiempo y hay que consignarlo.

El 10 de diciembre de 1983 un grupo, no muy grande, de compañeros, así nos denominábamos, viajamos por tierra a Buenos Aires a la toma del mando de Alfonsín. Ese día en la Plaza de Mayo veíamos los carteles con las siluetas ennegrecidas de los desaparecidos de ese país, los homenajes, los gritos y la multitud que esa noche iba a la cárcel de Villa Devoto a sacar a los presos políticos. Quienes habíamos vivido en Buenos Aires 10 años antes y habíamos pasado momentos peligrosos, solo se nos apretaba la garganta y llorábamos al ver las masas marchar con sus pancartas y gritos por la Avenida de Mayo. Hacía unos meses, en mayo de ese mismo año, que en Chile habían comenzado las masivas protestas y recién a menos de un mes, el 18 de noviembre de ese mismo año, nos habíamos juntado medio millón de chilenos en el Parque O’Higgins y habíamos escuchado a Gabriel Valdés el Presidente en ese momento de la Alianza Democrática. Lagos, porque pasará a la Historia así, Lagos a secas, lo había sucedido y su primer discurso había sido realizado ante una multitud en el Estadio Alejo Barrios de Playa Ancha en Valparaíso donde saludó a la abogada Laura Soto en ese entonces un ícono de la lucha contra la dictadura de Pinochet en el Puerto Principal.

Pensábamos, quizá ingenuamente, que cayendo la dictadura argentina se produciría un juego de dominó en que caería también la chilena y las otras del continente. No fue así. Hubo que esperar largos siete años hasta que en un acuerdo que hoy vemos enrevesado salió y no salió Pinochet de la arena política. Pero ese día del 83 nos encontramos varios compañeros, así se les decía reitero, en la misma Plaza de Mayo. Muchos no sabíamos de los otros, no los habíamos siquiera visto en esos años dispersos y compartimentados. Alguien dijo: “esta noche a las nueve en Los Inmortales”. Para quien no lo sabe, se trata de uno de los más famosos, bueno, barato y “bundante”, las tres be de nuestro culto vocabulario, restoranes de carne de Buenos Aires. Sus paredes están tapizadas de fotografías de Los Inmortales: Gardel por cierto, Lepera, evidente, Santos Discépolo, del Carril, Libertad Lamarque, Pichuco, aferrado a su bandoneón, el Polaco, en fin, la mayor parte de ellos comiendo, esto es “morfando” en ese mismo lugar. En blanco y negro por cierto.

Pasaron muchos años. El día que Lagos mostró su dedo a las cámaras y Raquel Correa, la afamada periodista, le decía que se callara, se convirtió en el dirigente máximo de la oposición a Pinochet y el artífice de la Transición, con todo lo bueno que fue salir de esa Dictadura, lo excelente que sin duda ocurrió, y también lo malo, sobre todo lo condescendiente a los tiempos que vivíamos. Hoy día en esta noche de tristeza y recuerdos pienso que Lagos será recordado por ello en la Historia, como a muy pocos.

Esa noche del 83 éramos una larga mesa en Los Inmortales. Me da susto no recordarme de todos ellos, por eso omito los nombres. Bebimos y comimos en un espacio de libertad emocionante. Lagos presidía junto a su mujer Luisa Durán. No sé quien lo dijo, o lo insinuó pero en un momento proclamamos a Lagos “Presidente de Chile”. “Se siente, se siente…” Era el candidato “natural” de nuestra generación. No había que ponerse siquiera de acuerdo. Lagos debe haber dicho algo que no recuerdo. Cantamos por cierto a voz en cuello y llenos de emoción la Canción Nacional y nos paramos antes de entonar la segunda estrofa. El restorán quedaba y creo que queda en Corrientes y Paraná, y nos fuimos disgregando por Corrientes y Callao, hacia el Hotel, “con un melón en la cabeza” y cantando despacito: “no ves que estoy piantado, piantado”.

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