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Opinión

18 de Febrero de 2018

Columna de Laura Albornoz: Balances y perspectivas

“Si hay que reconvertir o cambiar o decirle adiós a ciertos elementos, de nivel cupular o de base, hay que hacerlo. Sin miedo, sin llorar. Vale la pena si lo hacemos en pro de diecisiete millones de personas”

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Todas las fuerzas antidictadura, de izquierda y derecha, nos concertamos para reimplantar en Chile la democracia. Los partidos se mostraban cohesionados y abrazados. El tema es que ya olvidamos por qué nos habíamos amado tanto, y por eso no entendemos por qué dejamos de querernos… Muchos, obviamente, armaron sus maletas y se fueron a su casa o a otra tienda, a veces más hacia la derecha.

Los objetivos de la Concertación eran, además, recuperar el país del aislamiento diplomático y sus derivados, hacer crecer la economía, disminuir la pobreza y asumir la deuda con los Derechos Humanos. La reconciliación a que la institucionalidad responsablemente invitaba, no era deseada por las personas, que aún mantenían irresponsablemente sus heridas de diverso tipo.

Las primeras metas transicionales se iban cumpliendo, el sistema político se veía normalizado -a pesar de algunos corcoveos insurrectos- y la gente se acostumbraba a plantear sus desacuerdos, a veces iconoclastas. Señal de que íbamos bien, Sancho… Claro que algunos esperaban un contentamiento social absoluto y permanente.

Algunas autoridades se sintieron ofendidas en su solemnidad y nos reprendían. Pero esos retos no hacían mella en el proceso de crecimiento ciudadano. Más bien levantaron burlas y enojo. Se criticaba la elección de Honorables con no más de media docena de votos, y también que se acostumbraran a trabajar de honorables por siempre; se denunciaban además, las intentonas de algunas iglesias por querer dominar el debate político y que el Estado les hiciera concesiones, como también la lentitud para clavar algunas banderas con las que se habían convocado grandes apoyos.
El tema fue que eso también envalentonó a la derecha, y los vestigios pinochetistas comenzaron a pararse de entre sus cenizas. Y como la humillación fortalece las reacciones, endurecieron sus posiciones.

El mapa cambió, llega Michelle Bachelet montada en una Concertación venida a menos pero con la fuerza de las mujeres. Ella es el blanco preciso para la derecha, puesto que ya no habla de transición y quiere hacer reformas profundas… y parecía que la apoyarían todos en eso. Los estudiantes le exigen… porque además se puede. Ella les habla y le contestan desde la calle. La derecha se sube al carro y dispara para lado y lado y todo se ve feo. Se forman nuevos colectivos políticos. Más que antes.

Y aunque todos la quieren, el electorado prueba con el candidato de centro-derecha. No les gusta y vuelven a Bachelet. Pero al primer inconveniente es crucificada. Ella, resiliente como nadie, llega impoluta al fin de su período. No fue posible ensuciarla.

Todo esto ha venido ocurriendo ante la terquedad de los partidos, unos cambiando ideologías por encuestas; otros, idearios por más poder. Son partidos impermeables a críticas y demandas de militantes que no quieren colectividades-máquinas electorales, ni pago de lealtades porque eso no es moral política. Son partidos que insistieron en no incorporar mujeres en forma equiparada, que insistieron en no formar cuadros de recambio y en no facilitar el desarrollo de la militancia ni los vínculos con las bases, olvidando qué significa constituir como individuos la base o fundamentos de un partido.

Así, vimos a personas -de distintos colores partidarios- elegidas para representar intereses de la ciudadanía en las instituciones republicanas, hacerlo apenas en la medida de lo posible, y postularse una y otra vez, en lugar de haber formado nuevos liderazgos cívico-políticos. Por otra parte, los privilegios de la labor parlamentaria hacen a la gente común sentirse burlada; esto, por no hablar de las componendas y acuerdos espurios entre protagonistas de la actividad legislativa, y entre estos y las grandes empresas, lo que aleja a votantes y desanima la participación en general, disminuyendo la masa crítica y provocando elecciones de menos legitimidad ciudadana.

Este daño ha desembocado en los resultados de hoy: el regreso de la derecha y centroderecha a decidir sobre el destino de los sectores no privilegiados de nuestro país, de gente que ha perdido la esperanza a punta de desengaños. Desengaño frente a las instituciones y quienes las manejaron a su antojo, desengaño frente a la llamada clase política y en especial, defraudados por quienes más ofrecían igualdad de derechos y oportunidades.

Hoy en Chile, las fuerzas políticas continúan rearticulándose de acuerdo a idearios postergados ante la necesaria unidad antipinochetista. Nuevas articulaciones están en camino… Más que antes.

Chile es un país donde actos corruptos que antes se mantenían bajo la alfombra, ahora se transparentan y uno que otro se castiga. Hoy somos una nación donde la ciudadanía es más informada y exigente. Somos un país donde las mujeres saben que tienen derechos y saben cómo defenderlos, aunque resulte espinoso por lo contracultural. Más que antes. Esta será la línea de base para construir más democracia, más bienestar y prosperidad compartida. Esto es lo que partidos, movimientos y organizaciones con fines democráticos deben defender. Si hay que reconvertir o cambiar o decirle adiós a ciertos elementos, de nivel cupular o de base, hay que hacerlo. Sin miedo, sin llorar. Vale la pena si lo hacemos en pro de diecisiete millones de personas.

*Exministra del Sernam durante el primer gobierno de Bachelet.

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