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Mundo

25 de Julio de 2018

La cola del comedor

Al final del congreso, al parecer, los delegados se felicitaron por el éxito de sus deliberaciones, y regresaron a sus redacciones para informar a sus colegas que ahora sí, que esta vez va a ser distinto, que Cuba está cambiando de verdad, y que pronto van a poder hacer tanto periodismo crítico y de investigación como quieran, Watergates cubanos sobre malvados taxistas, viles carniceros y despiadados vendedores de cebolla y ají.

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Se ha celebrado en La Habana la semana pasada un nuevo congreso de la Unión de Periodistas de Cuba, una curiosa organización que, a pesar de su título, no se propone unir nada, y acepta entre sus miembros numerosos individuos que nadie podría sensatamente describir como periodistas. Debe decirse, sin embargo, que entre los delegados de ese congreso hubo algunos periodistas de verdad, incluso tres o cuatro que podrían ser calificados de excelentes, que no siempre han escrito, o no exactamente, lo que les han mandado a escribir, y que hacen cada día malabares para no mentir, o no mentir demasiado, algo, mentir a medias, que sería reprensible en cualquier otro lugar, pero en Cuba es una proeza. También había entre los delegados algunos dichosos que escriben de arte o deportes, y casi siempre, nadie diría que no hay excepciones, pueden decir lo que piensan, los Industriales son una vergüenza, “En fin, el mar” no hay quien la vea. En un congreso de la UPEC, sin embargo, como en la redacción de cualquier periódico de Cuba o en la del Noticiero Nacional de Televisión, es peligroso lucir inteligente, no se espera que nadie tenga opiniones demasiado arriesgadas u originales, se acepta y se aplaude la medianía, la habilidad para mezclar tímidas críticas y humildísimas sugerencias con cantos de lealtad a algo que todavía en esos cenáculos llaman “la Revolución”. Aunque el idioma oficial de esos congresos es el español, la mayoría de las intervenciones de los delegados, como los mismos periódicos en los que ellos escriben, son ininteligibles.

Los congresos de la UPEC son aún más insufribles que los de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la docilidad es genuina, no está siquiera enmascarada, como entre los escritores, con resignación y cinismo, y no aparece nunca un chiquillo excéntrico o un viejo loco que incinere la promesa o los restos de su carrera en un herético, inútil exabrupto. En un congreso de la UPEC todos los delegados están a la altura de las circunstancias, en el plenario y en la cola del comedor. Al final del congreso, invariablemente, los delegados regresan a sus redacciones con la promesa de los gobernantes del país de que se les permitirá realizar un periodismo “crítico”, aunque haya discrepancias sobre lo que tal cosa significa, los periodistas creen que les han dado permiso para realizar profundas, devastadoras investigaciones sobre las terribles fechorías de panaderos, carniceros y taxistas, pero lo que los gobernantes del país realmente esperan es que sus escribas dirijan sus críticas contra la causa de todos los males de Cuba, el imperialismo. Este malentendido se repite congreso tras congreso, pero nadie se queja de que haya que volver a discutir el tema cada cuatro o cinco años, porque la comida en el Palacio de las Convenciones es bastante buena.

Aunque los congresos de la UPEC son tristemente predecibles, este ha tenido algunas novedades. Miguel Díaz-Canel asistió, y Raúl Castro no, lo cual da una idea de la importancia del evento. El presidente de Cuba pronunció un discursillo tan inmemorable e hipócrita como los que pronunciaron Fidel y Raúl en congresos anteriores, pero a diferencia de sus antecesores, para probar que en Cuba se ha iniciado realmente una nueva época, no usó citas de Martí, Mella o siquiera el Ché, sino de M.H. Lagarde, y quién no sepa quién es Lagarde, que no averigüe. Díaz-Canel prometió que “antes de diciembre” estará en Twitter, lo cual causó cierta confusión entre algunos delegados, porque el jefe del Estado dio la impresión de creer que es tan difícil y toma tanto tiempo abrir una cuenta en Twitter como ir en tren de La Habana a Santiago. No se sabe qué tremendos obstáculos tendrán que ser eliminados antes de que Díaz-Canel pueda empezar a tuitear sus opiniones sobre la telenovela de turno, ¿logrará Griselda superar la adversidad y derrotar a sus enemigos?, ¿se llevará Teresa su merecido?, y videos de gatos tocando piano, pero es seguro que cuando logre abrir una cuenta, algo que incluso Donald Trump ha logrado hacer por sí mismo, todos los miembros de la UPEC, y los de la UNEAC también, serán sus entusiastas seguidores, no se puede permitir que el presidente de Cuba tenga menos seguidores en Twitter que cualquier alcalde de una aldea de Andorra. La novedad más excitante del congreso, sin embargo, no fue la próxima batalla entre Díaz-Canel, Trump y Cristiano Ronaldo por la atención del mundo, sino una misteriosa “Política de Comunicación Social”, al parecer ya aprobada por el Buró Político del Partido Comunista, que, a juzgar por el entusiasmo de los delegados, va a dar a los periodistas cubanos tan gozosas libertades que hasta Reporteros Sin Fronteras, que ha puesto a Cuba este año en el sitio 172 de su índice mundial de la libertad de prensa, tendrá, mal que le pese, que ponerla por encima de Noruega, el número uno.

La tal “Política de Comunicación”, que no es la ley de prensa que muchos periodistas cubanos han reclamado por años, tiene la misma credibilidad que tendría una “Política de Seguridad Ciudadana” que una banda de ladrones hubiera clavado en la puerta de cada casa de La Habana. Nadie saldría de su casa si los ladrones del barrio prometieran que no van a robar más, y que no les interesa apoderarse del televisor y la olla arrocera de nadie. Por alguna inexplicable razón, los delegados del congreso de la UPEC aparentaron estar muy contentos con esta nueva “Política de Comunicación”, como si el Buró Político no fuera lo que es, y no fueran sus miembros quienes son, y fuera su ocupación principal repartir libertades y no cancelarlas. Presuntamente, la “Política” dará a los medios de comunicación cubanos mayor autonomía, aunque nadie ha dejado claro los límites de lo que podrán hacer y lo que no, en qué punto termina la autonomía y comienza la subversión, algo que sin duda los comisarios del Partido y los agentes de la Seguridad del Estado explicarán a su debido tiempo a aquellos despistados que crucen la raya entre una cosa y la otra. Al parecer, se permitirá a los directores de los medios de comunicación publicar “noticias de impacto”, como el accidente de aviación que ocurrió en La Habana dos meses atrás, sin esperar el permiso del tenebroso Departamento Ideológico del Comité Central. Los delegados del congreso parecieron aceptar con agrado esta presunta concesión del Partido a sus escribas como otra prueba de que Cuba está cambiando, al menos en comparación con los tiempos en que, si se caía un avión del cielo, los periódicos y la televisión no podían dar la noticia hasta que los inspectores del gobierno terminaran de recopilar las pruebas que inexorablemente implicaban al imperialismo en la catástrofe. Quedan dudas sobre cuánto “impacto” tiene una noticia que causar para que un director de periódico se arriesgue a publicarla sin obtener autorización del Departamento Ideológico del Partido. ¿Tienen que morir 110 personas en el accidente, o son, digamos, cincuenta, suficientes? ¿Y si son diez? ¿Si el plan de zafra se incumple en un 30%, puede Granma dar la noticia antes de que la dé Díaz-Canel, o uno de sus adláteres, o tendría que ser el incumplimiento superior al 50% para que ese permiso sea innecesario? ¿Si a otro Ariel Ruiz Urquiola lo condenaran a un año de cárcel por supuesto desacato, podría Juventud Rebelde reportar su encarcelamiento, y entrevistarlo en su celda, sin que el Departamento Ideológico tuviera que ser consultado, o solo podrían hacerlo si la condena fuera de quince años, o quizás veinte? ¿Cuánta gente tienen que matar Daniel Ortega y su mujer para que el Noticiero Nacional de Televisión diga lo que está pasando realmente en Nicaragua? ¿Cuán grande, evidente, rabiosa tiene que ser la verdad para que el director de un periódico de Cuba crea que no puede ser disimulada, demorada, partida, y la publique en el acto, sin permiso, manchada de sangre?

Otra aparente novedad de la “Política” es que se permitirá a los medios de comunicación hacer algo de dinero a través de la venta de espacio para publicidad y otros servicios y productos, aunque no es fácil imaginar qué podrían vender Tribuna de La Habana o Adelante o Venceremos, como no sea sus propios periodistas, a quien dé algo por ellos. Sería verdaderamente asombroso, y muy divertido, ver anuncios de paladares y casas particulares entrecruzándose en Granma con reportes sobre la mejoría del transporte público en Bayamo, la inauguración de un taller de ladrillos en Sandino, y la visita a Cuba de una delegación de mujeres de Vietnam, aunque probablemente el Departamento Ideológico no dejará que Granma se corrompa con esos devaneos capitalistas. Más extraño aún sería que los mejores restaurantes y hoteles de La Habana, estatales, privados o semiextranjeros, quieran comprar espacio de publicidad en Granma, los clientes de esos establecimientos no leen el periódico del Partido para enterarse de las aventuras de unas vietnamitas en Cuba. Pero si no Granma, otros periódicos cubanos podrían admitir, cuando menos, clasificados, “Ernesto, plomero, atiendo a cualquier hora”, “Adelina, peluquera en el Cotorro, todos los estilos”, y al lado, una noticia sobre el encuentro de la delegación vietnamita con las federadas de este u otro municipio, las de Diez de Octubre, o las de La Lisa, que son todavía más destacadas. Nadie se va a leer el artículo sobre las pobres vietnamitas de todas maneras, pero quizás los negocios de Ernesto y Adelina prosperen, ambos se lo merecen.

Una última innovación sería la creación de un instituto encargado, aparentemente, de ayudar a los periodistas de la isla a conseguir información de esos obstinados funcionarios que se niegan rotundamente a proporcionarla, y en algunos casos, también a hablar español. Cómo este instituto funcionará, el congreso no lo dijo, aunque quizás sí lo discutieron los delegados y Granma no lo reportó, una prueba de que hay cosas en Cuba que nunca van a cambiar. Este instituto sería único en el mundo, no hay una institución similar en ninguna parte, ni siquiera en Noruega, algo que Reporteros sin Fronteras debería tener en cuenta cuando elabore el índice de libertad de prensa del 2019. Los delegados del congreso de la UPEC insistieron en que no quieren copiar lo que llamaron “el modelo de prensa capitalista”, y prometieron que el de Cuba sería especial, diferente, mejor que el de todos los demás países, incluso el de Noruega. La mayoría de las intervenciones de los delegados estuvieron encuadradas rígidamente en un ingenuo excepcionalismo cubano, la presunción de que Cuba tiene la oportunidad de ser distinta, y superior al resto de los países, en todo lo que importa, su ordenamiento político, su economía, sus periódicos, una teoría que ha sido ampliamente probada, Cuba ya es convincentemente distinta de los demás países, aunque muchos dirían que en cada aspecto, política, economía, y en particular periodismo, es bastante peor ya no que Noruega, sino que muchos otros países, salvo, quizás, Corea del Norte y un puñado de satrapías árabes, exsoviéticas y africanas. Ese excepcionalismo no es una novedad, Fidel se pasó sesenta años diciéndoles a los cubanos lo especiales que eran, aunque en realidad él no creía que fueran nada especiales, el especial, en su opinión, era él. La Cuba que Fidel creó fue una copia de los estados del socialismo real europeo, y el periodismo cubano es, todavía hoy, estructural e ideológicamente, en lo fundamental, semejante al de la Unión Soviética en el ocaso brezhneviano, pre-glasnost, aunque ahora con Internet, con control monopólico del Partido sobre los medios, sus contenidos, sus direcciones, sus plantillas, y la educación de los periodistas, un principio que los delegados del congreso no disputaron en absoluto, sino que, fervorosamente, ratificaron, aunque lo enmascararan con malabarismos verbales, citas de Julio García Luis, ¡ay, Julio!, y palabrejas aprendidas en cursos y manuales de Teoría de la Comunicación, “transversalidad”, “democracia digital”, “ecosistema comunicativo”, que no significan casi nada, o quizás sí, pero en Noruega.

Al final del congreso, al parecer, los delegados se felicitaron por el éxito de sus deliberaciones, y regresaron a sus redacciones para informar a sus colegas que ahora sí, que esta vez va a ser distinto, que Cuba está cambiando de verdad, y que pronto van a poder hacer tanto periodismo crítico y de investigación como quieran, Watergates cubanos sobre malvados taxistas, viles carniceros y despiadados vendedores de cebolla y ají. “¿Y cuándo van a subir los salarios?”, preguntó algún despistado, quizás pensando en el precio de la cebolla, y en el del ají. También, pronto. De verdad, eso viene. Sin dudas. Está al caer. Algunos delegados, veteranos de estos eventos, tuvieron la precaución antes de irse del Palacio de las Convenciones de marcar en la cola del comedor para el próximo congreso, que debe ser en 2022 o 2023, cuando todos estos interesantes temas volverán a discutirse. Es bueno ser de los primeros, la comida en el Palacio de las Convenciones siempre alcanza pero a veces se acaba el postre.

*Este texto fue publicado originalmente en Revista Estornudo y escrito Juan Orlando Pérez

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