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Entrevistas

14 de Noviembre de 2018

Leyla Nash: “Nos estamos muriendo sin verdad, ni justicia, ni consuelo”

Ana Sáez, como muchas mujeres de su época, era mano derecha en el negocio de su marido y se desvivía por sus hijos, especialmente por el mayor, Michel, un apuesto mozuelo de 19 años de gran carácter y carisma, que en marzo de 1973 comenzó el Servicio Militar. Su asesinato en la brutal primavera de ese año cambió su vida y la de toda su familia para siempre. Ana se aferró a la vida y sobrevivió a terribles accidentes y enfermedades porque no quería morir sin encontrarlo. Leyla Nash, su hija, esparció hace pocos días sus cenizas frente a la costa de Pisagua, con la esperanza de que así ella pueda reencontrarse con su hijo desaparecido.

Por

Leyla Nash nos concede esta entrevista el viernes 25 de octubre, en los mismos momentos en que se conocía el fallecimiento de Ana González, integrante histórica de la agrupación de detenidos desaparecidos. Mientras se asegura de llevar en su equipaje las fotos familiares de su hermano, Michel Nash, y la ánfora con las cenizas de su madre, Ana Sáez, Leyla se detiene unos minutos para enviar condolencias a esa otra familia, cuya matriarca murió esperando noticias de su hijo, marido y nuera embarazada. Está nerviosa y algo angustiada, reconoce, porque esa misma tarde viajará a Iquique y desde allí, por tierra, a Pisagua, con el objetivo de esparcir sus cenizas en el mar, frente a la caleta que fue campo de prisioneros y donde su hermano fue ejecutado en un falso intento de fuga.

Michel Nash, a los 19 años, hacía el servicio militar en Iquique cuando lo sorprendió el golpe de Estado. Militante de las Juventudes Comunistas, se negó a disparar a los habitantes de la ciudad nortina durante la ocupación militar de esa ciudad y pidió a sus superiores que lo dieran de baja. Esa solicitud la presentó acompañado de Juan Neno, un amigo que se anotó un año adelantado al Servicio solo por estar con él. Las autoridades les concedieron lo solicitado, pero en la puerta del regimiento los detuvieron y los trasladaron a Pisagua con decenas de otros prisioneros. Allí, Michel fue torturado y tratado como un traidor. De acuerdo con numerosos testimonios y evidencias judiciales, fue ejecutado en un supuesto intento de fuga y luego sepultado junto a una veintena de otros prisioneros en una fosa cavada en el desierto. En 1990, un testigo permitió encontrar esa sepultura clandestina y el retorno a la democracia se inauguró con la imagen de esos cuerpos conservados por el sol y la sal, todavía con la expresión de sus últimos minutos, intacta. Todos sabían que Michel Nash había sido sepultado ahí también, pero su cuerpo no apareció. Junto a otros tres prisioneros, fue retirado en la operación denominada “retiro de televisores”, que el Ejército realizó en los años 80, para impedir que las víctimas fueran halladas. La esperanza de Ana se esfumó y tuvo que seguir buscando.

“Mi mamá siempre dijo que no quería morirse hasta encontrar a su hijo. Esa era el ancla que tenía para quedarse en este mundo. Nosotros creíamos que no se iba a morir nunca, porque le pasaron muchas cosas: tuvo un accidente vascular cerebral muy grave, la atropelló una micro, tuvo un infarto, le pusieron un by-pass y a todo sobrevivió. Nosotros le hacíamos bromas con eso. Le decíamos: ‘Tú eres inmortal’. Y ella respondía: ‘Yo no me muero hasta que encuentre a mi hijo’”.

Cuando le diagnosticaron cáncer grado 4, hace un año, Ana Sáez ya lo tenía repartido por todo el cuerpo. A la familia le dijeron que le quedaban unos meses de vida, pero ella se las arregló para sobrevivir mucho más allá de las expectativas y se negó a dejar el departamento donde vivía sola. Pero al final, el cáncer venció y ella aceptó quedarse en la casa de su hija para pasar sus últimos días. Por teléfono, la doctora Carla Pellegrini le dio instrucciones a Leyla sobre cómo aliviar sus dolores.

“Mi mamá conservó la lucidez hasta el final, aunque por momentos la perdía. Una de las últimas cosas que me dijo fue: ‘Leyla, ¿me voy a morir?’. ‘Sí mamá’, le dije yo, ‘te vas a morir, pero te vas a encontrar con mi hermano’. Después me fui a bañar y cuando bajé, había fallecido. Su rostro se veía tan plácido, casi con una sonrisa. Yo me di cuenta altiro de que ya no estaba ahí”.

¿Le dijiste eso para que se pudiera ir?

-Llorando le dije que sí se iba a morir, porque sentí que tenía que hacerlo, para que se enfrentara a lo que venía. Aunque no creo en dioses, le dije que se reencontraría con mi hermano porque sí creo que hay otro estado, un lugar donde uno sigue, en que él se va a encontrar con ella.

EL DIFÍCIL LUGAR DE LA HERMANA

Leyla tenía 13 años cuando su hermano desapareció. Todavía no abandonaba completamente la infancia y vio transformarse a su padre y a su madre por el dolor. En ese tiempo, el matrimonio estaba separado. El padre de familia tenía otra pareja y dos hijos pequeños, pero aún vivía en la casa con Ana, Michel y Leyla. Siguiendo la costumbre de la cultura árabe, Michel ocupaba un lugar preponderante, porque era el primogénito y varón.

-Mi hermano era muy maduro para su edad. A los 16 años formó un núcleo de apoyo a la Unidad Popular, con profesionales del barrio, mucho mayores que él. Y luego promovió la destitución de la directiva de la Junta de Vecinos porque le parecía ineficiente.

Con su estampa juvenil y unos llamativos ojos de color pardo, que parecían cambiar según la intensidad de la luz, arengó a los vecinos y se salió con la suya, no sin conflicto, porque el sector en que vivían en Recoleta era predominantemente árabe y con una fuerte adhesión a la derecha.

-Mi papá, un primo y yo estábamos ahí. Yo, de puro copuchenta,  porque era una pioja chica de diez años. La gente gritaba: ¡Qué se han creído, upelientos! Entonces mi hermano se subió al proscenio, levantó los brazos y habló. Era un cabro chico, largo y flaco y los hizo callar: “Yo fui el que armó esto. Yo los cité, por esto y esto”. Quedó la pelotera. Cuento corto: hubo gente que se fue, pero quedó más de la mitad y con eso se formó una nueva directiva. Crearon la JAP y empezó a funcionar todo en torno a los planes que estaba instaurando el gobierno. Después, formó una brigada para hacer propaganda a los alcaldes y diputados allendistas.

Y fuera de la política ¿Qué le gustaba?

-Las mujeres -, responde sonriendo. -Le gustaba conversar, sabía muchísimo de Historia, de contextos políticos, históricos, económicos. Tú podías hablar del país que quisieras y te conversaba. Sabía de la Segunda Guerra Mundial, de la revolución francesa, de la revolución mexicana, de la revolución rusa. No le gustaba el colegio, pero le encantaba leer.

¿Tú cómo te relacionabas con él?

-Mi papá se sentaba a la cabecera de la mesa, yo me sentaba a la derecha y él a la izquierda y me pegaba patadas por debajo de la mesa. Yo lloraba y él me hacía burla: “Esta cabra es muy llorona”,. Cuando salía a jugar, me tenía que llevar. Era muy machista y decía que el hombre puede pololear, pero la mujer, no. Una vez le dijo a mi mamá: “Si pillo a la flaca pololeando, le saco la cresta a ese huevón ¡Que la pille y me la llevo de las trenzas para la casa!” Mi mamá estaba muy feliz con su hijo, era su adoración. Su desaparición fue una tragedia para mí, porque yo tenía 13 años y tenía una vida en colores, con una mamá siempre sonriendo y un hermano al que adoraba, y de un día para otro ese mundo se volvió en blanco y negro y mi mamá se convirtió en otra persona. Nunca fue muy cariñosa o expresiva conmigo,. A toda la gente le hablaba de mí: que yo era muy inteligente, que era esto o aquello, pero conmigo era ruda y me señalaba mis errores, constantemente. Era como que si hubiera querido poner una distancia entre las dos. Ahora pienso que lo hacía para protegerme del sufrimiento si le pasaba algo.

La tragedia de las desapariciones siempre se enfoca en las madres. Los padres y hermanos pasan a segundo plano. ¿Cómo fue para ti? ¿Tuviste que autopostergarte?

-Sí, en el fondo quedas en segundo plano. De hecho, mis papás siempre hablaban de su único hijo. En la Agrupación de Ejecutados, de la cual fue fundador, mi papá decía de que le habían matado a su único hijo y mi mamá hablaba de su hijo, de su niño. Yo no existía. Cuando pasó el tiempo y mi papá estuvo preso en el año 87, me integré a la Agrupación, cuando funcionaba en la Vicaría. Un día fui a buscar a mi papá y me quedaron mirando: “Pero, si Michel no tenía hermanos ¡Era hijo único!”, me dijeron. “No poh, si soy su hermana ¡Yo existo!”.

En la Agrupación de Ejecutados, de la cual fue fundador, mi papá decía de que le habían matado a su único hijo y mi mamá hablaba de su hijo, de su niño. Yo no existía. Cuando pasó el tiempo y mi papá estuvo preso en el año 87, me integré a la Agrupación. Un día fui a buscar a mi papá y me quedaron mirando: “Pero, si Michel no tenía hermanos ¡Era hijo único!”, me dijeron. “No poh, si soy su hermana ¡Yo existo!”

¿Te dolió?

-Más o menos me lo esperaba, pero de todos modos es impactante tener que discutir: “Yo soy y yo estoy”. Te da rabia, un poco, con los papás, porque pucha ¿Qué les pasa? De todos modos, entendiendo cómo era la cosa, a qué apuntaban.

Me imagino que en la cultura árabe el único hijo varón tiene un lugar prominente en las familias.

-Tiene otro significado, exactamente.

¿Y resolviste ese tema con ellos, después?

-Yo le alegaba a mi papá y él me decía que lo que quería decir es que era el único hijo hombre, pero yo, como adolescente, estaba enojada.

¿Y cómo lo resolviste? Porque podrías haberte negado a acompañarlos en la búsqueda.

-Es que estaba enojada con mis papás, pero no con mi hermano.

¿Cómo vivieron las tensiones de la búsqueda constante? Me decías que hubo gente que dejó de saludarlos ¿Implicó quiebres familiares, con amigos?

-Para casi toda la gente era como que uno apestaba. A mi papá lo tomaron preso dos veces, una vez, porque estaba estaba mandando los antecedentes a la OEA, que se reunió en Chile (en 1975) y estuvo desaparecido como una semana y lo encontramos. Un vecino que era de la DINA le dijo a mi mamá donde estaba y lo fuimos a buscar. Mi tía Carmen, hermana de mi papá, era de derecha y, con un abogado, logró que lo soltaran. Mi papá llegó a la casa con los tobillos hinchadísimos y adelgazados en la parte donde le habían puesto las esposas. Lo torturaron en los estacionamientos que hay debajo de La Moneda. Después en 1987, lo arrestaron durante la Operación Albania. Se lo llevaron y nosotras no sabíamos si lo habían matado. Yo lo encontré en Investigaciones. Me lo negaron y me dijeron que no lo tenían, pero había unos papeles encima y cuando el tira se dio vuelta, los levanté y leí en una lista el nombre de mi papá. Le dije: “Aquí está mi papá. Acabo de leerlo y no me voy hasta que me dejen verlo”. El tipo me retó, pero tuvo que reconocer que lo tenían.

Y todo eso encima de  la desaparición de tu hermano.

-Claro. Te joden la vida. Cada vez que  arrestaban a mi papá, allanaban la casa. A mí me seguían en forma impúdica, para que me diera cuenta, para que me diera miedo.

Tus medio hermanos ¿Se involucraron en la búsqueda de Michel también?

-Mi papá le cambió el nombre a mi medio hermano y le puso Michel, pero trató de protegerlos manteniéndolos al margen. Michel chico se ha vinculado con los años, aunque con cierta distancia.

¿Qué pasó con el amigo de tu hermano?

-Él sobrevivió. Creo que habló con mis padres cuando lo liberaron, pero después no supe más. Pienso que no debe haber quedado muy bien después de toda la tortura que sufrió. Además, era hijo de una familia de extrema derecha. Cuando ellos todavía estaban presos, vivíamos cerca. Yo iba a la peluquería de barrio, porque yo me alisaba el pelo, y cuando me la encontraba me decía que por culpa de mi hermano su hijo estaba preso. Imagínate lo que era eso para mí, que era una niña de 13 años.  Ahora la podría enfrentar, pero en ese tiempo me quedaba callada. Después, cuando liberaron a Juan y a mi hermano ya lo habían fusilado, me dijo que ella había puesto una vela a la virgen del porte de Juan, “agradeciendo que no se lo hubieran llevado junto con tu hermano”. Tenía la sensibilidad de una piedra esa mujer y así, como ella, conocí a muchas personas. En esos años, no les podíamos decir nada. Una tenía que estar en silencio.

LA CRUEL BÚSQUEDA

Leyla relata que la información de la suerte que corrió Michel en Pisagua siempre fue ambigua y contradictoria. Si bien los diarios locales informaron tempranamente sobre su muerte como un supuesto intento de fuga, la familia no tuvo un reconocimiento oficial de los militares, ni recibieron un cuerpo. En los primeros años de la dictadura oían rumores, gente diciendo que lo había visto vivo, que por un cierto pago o pasajes, podrían viajar a Santiago a entregar los detalles.

¿Y pagaban?

-Algunas veces, sí.

A pesar de que Ana Sáez se endureció en la búsqueda, presentando querellas, buscando osamentas, exigiendo justicia, nunca pudo hablar de su hijo sin llorar.

-Me acuerdo una vez, en un documental sobre los desaparecidos del norte, que mi mamá se enoja cuando vuelven a escarbar en sus sentimientos y ella exclama, llorando: “¿Hasta cuándo me preguntan? ¡Para qué!” Ella sentía el cansancio de tener que revivir ese sufrimiento una y otra vez, sin que se transformara en las respuestas que esperaba. Te preguntan, lloras, la gente se entera ¿Y qué pasa? Nada. No encuentras el cuerpo, no hay justicia, no hay reparación moral. Nada. Yo le decía: “Mami, tú tienes que escribir la historia que recuerdas de Michel, porque hay cosas que yo no conozco, porque era chica”. A mi papá también. Pero nunca lo hicieron y hay cosas que se llevaron a la tumba, personas con las que conversaron cosas de las que nunca me enteré. Hace muy pocos años, conocí al señor Echeverría, que fue compañero de celda de mi hermano y me contó la historia que Michel le había relatado cuando estaban en la celda juntos, en Pisagua. ¡Pasaron más de 40 años antes de que yo supiera esa historia!

“Ella sentía el cansancio de tener que revivir ese sufrimiento una y otra vez, sin que se transformara en las respuestas que esperaba. Te preguntan, lloras, la gente se entera ¿Y qué pasa? Nada. No encuentras el cuerpo, no hay justicia, no hay reparación moral. Nada”.

¿Qué te dijo?

-Que cuando mi hermano llegó a Pisagua, los prisioneros que ya estaban ahí sabían que era milico y desconfiaron de él. No lo pescaban, lo tenían aislado, hasta que un día después de que llegó de un interrogatorio, bastante maltrecho, lo vieron llorando y se acercaron. Ahí él les contó que había pedido la baja del servicio militar porque no estaba de acuerdo con allanar casas ni dispararles a quienes se opusieran al régimen, como le habían ordenado. Que dijo: “Yo no disparo porque juré por la bandera defenderlos. No les voy a disparar”. Y que les contaba de nosotros, de la mamá, del papá, de mí, que nos echaba de menos y que tenía claro que lo iban a matar. Me contó que hicieron un tablero de damas, que jugaban y apostaban cigarros, que mi hermano se picaba -siempre fue picota para jugar- y que como estaban hacinados y mi hermano era muy flaco, colgaron una red de pesca entre los barrotes y la  reja de la puerta y él dormía ahí. Que el día en que fueron a buscar a unos supuestos voluntarios para un trabajo todos levantaron la mano, porque salir a hacer trabajos significaba sacarse un día en que no te van a sacar la cresta, un día que no vas a estar encerrado… pero que a mi hermano y a otros cinco prisioneros los llamaron con nombre y apellido. De hecho, uno de los prisioneros no había salido al patio porque estaba enfermo y se lo llevaron igual. Que se los llevaron a la otra punta de Pisagua y que allá los hicieron correr y los mataron por la espalda. Los ensacaron y los pusieron en la fosa. Como ellos fueron los primeros, quedaron al fondo y encima fueron poniendo después a los prisioneros que mataron después.

Abogados de la Vicaría de la Solidaridad, el juez de Pozo Almonte Nelson Muñoz y el doctor Alberto Neumann, un médico que estuvo preso y a quien los militares le pidieron certificar las muertes, iniciaron una búsqueda secreta a comienzos de los años 90 que permitió ubicar la fosa donde habían sido sepultados más de veinte prisioneros.

En junio de ese año, los familiares de las víctimas se trasladaron a Iquique a esperar el resultado de las diligencias. Ana Sáez, entre ellas, porque según los testimonios, entre ellos, el del propio Neumann, había sido sepultado allí.

La foto de la apertura de la fosa se publicó en El Fortín Mapocho y muchas personas le dijeron a Ana Sáez que ese primer cuerpo, que tenía los ojos vendados y parecía estar gritando, era su  hijo. Ella fue al Servicio Médico Legal con los demás familiares y dijo que no, que no tenía la misma dentadura de Michel, ni su estructura ósea, que ella lo conocía y que ese cuerpo no era él. En la época, algunos la criticaron pensando que se negaba a aceptar lo obvio. Después de supo que ella estaba en lo correcto. La víctima de la foto icónica era Manuel Sanhueza Mellado, conocido como “El choño Sanhueza”. María Maluenda, la madre de José Manuel Parada, lo reconoció porque había militado con él y lo reconoció. Las pericias lo confirmaron después.

Todavía hay gente que cree que tu mamá se negó a reconocer a su hijo…

-El Fortín Mapocho publicó esa foto el mismo día en que yo fui a hacer la declaración en el Informe Rettig. Imagínate cómo llegué a la casa, después de ver una foto que se parecía a mi hermano. Pero no era. El “Choño” era mayor que mi hermano, tenía bastantes años más, y eso se notaba y fue establecido fehacientemente por los especialistas. No es que mi mamá no lo haya querido reconocer, lo que pasa es que como la gente no lo conocía, opinaba sin saber.

LA BOLSA 20

Junto con la apertura de la fosa, los familiares detenidos desaparecidos descubrieron que en la operación retiro de televisores, ordenada por el régimen en los años 80, se había excavado uno de los extremos de la fosa. Sacaron al menos tres cuerpos, entre ellos, el de Michel. Al fondo, quedaron algunos restos: un pie y una mano que parecían haber sido calcinados, y fragmentos óseos sueltos. Los especialistas que los recuperaron los pusieron en una bolsa y quedaron catalogados como la “bolsa 20”: era el número que seguía a la contabilidad de los 19 cuerpos rescatados.

Mi mamá y mi papá creían que si el cuerpo de mi hermano había sido removido, algo tendría que haber quedado y debía estar en la bolsa 20. Supimos que los forenses trataron de hidratar el pulgar de la mano que encontraron para tratar de identificar sus huellas, pero luego nunca devolvieron la evidencia y la muestra se perdió. También se perdió el pie.

¿Cómo lo descubrieron?

-Cuando se descubren los errores en las identificaciones (en 2006) y se empiezan a hacer los ADN. Gracias a la intransigencia de  mi mamá, porque ella tomó como una bandera propia de lucha que se hicieran los peritajes a la bolsa 20. Escribió una carta pública a Michelle Bachelet y Patricio Bustos, director del SML,  mandó a hacer las pericias fuera de Chile. Nos informaron que el resultado fue que algunos de esos fragmentos no eran de humanos y que los otros eran de muy anterior data, pero, la verdad es que nunca nos convenció la explicación. Yo no dudo de Bustos, pero sí del trayecto de esas osamentas.

¿Piensas que hubo manipulación de las muestras?

-Faltaba el pulgar que originalmente se intentó hidratar. El pie desapareció, entonces qué vamos a pensar. Habían pasado más de 12 años. Mi mamá siempre quedó con esa duda de si había algo de mi hermano en esa bolsa. Cuando encontraron la fosa de Pisagua, nos produjo la alegría de pensar: “Michel va a volver a casa”, pero después el sentimiento se fue agriando, porque no aparecía, no aparecía y no apareció. Hasta en la actualización del Informe Rettig se dice que lo encontraron. ¡Es una estupidez tan grande! Yo no sé con quién tengo que hablar para que arreglen eso, porque a veces me dicen: “Oye, pero si tu hermano apareció ¡El Informe Rettig lo dice”. Y no es verdad.

Un golpe más…

-Otro golpe más que te dan a la esperanza, porque no está. Después, escarbaron no sé en cuántas partes más en Pisagua. Y luego (ya en los años 2000) aparece un testimonio de una persona que cuenta que sacaron los cuerpos, los quemaron y los tiraron al mar. Salió en portada del diario La Nación, lo escribió Jorge Escalante y para nosotros fue como si nos cayeran piedras sobre piedras. Y así mi mamá quedó sin encontrarlo, mi papá sin encontrarlo.

Cuando encontraron la fosa de Pisagua, nos produjo la alegría de pensar: “Michel va a volver a casa”, pero después el sentimiento se fue agriando, porque no aparecía, no aparecía y no apareció. Hasta en la actualización del Informe Rettig se dice que lo encontraron. ¡Es una estupidez tan grande! Yo no sé con quién tengo que hablar para que arreglen eso, porque a veces me dicen: “Oye, pero si tu hermano apareció ¡El Informe Rettig lo dice”. Y no es verdad.

CENIZAS AL MAR

Un día estábamos conversando a la hora de almuerzo con mi mamá y le dije: “Quiero que me cremen cuando me muera. No quiero tumba, porque es puro negocio. Quiero que me cremen y que mi cenizas vayan a Pisagua”. Al tiempo después, ella me dijo que también quería que la cremaran.

¿Y en qué momento empezaron a pensar en esparcir sus cenizas en Pisagua?

-Eso fue idea mía, basándome en lo que yo pienso hacer conmigo. Cuando ella me dijo: “Me voy a morir” y yo le respondí: “Te vas a encontrar con mi hermano”, pensé: “Bueno, que se encuentre con él”. Si es efectivo que lo quemaron y lo tiraron al agua en Pisagua, bueno, que estén allá juntos. Es una forma simbólica de buscar consuelo.

¿Cuál es tu mirada hoy? Justo cuando estamos haciendo esta entrevista muere Ana González.

-Es tan penca. Se están muriendo las viejitas. Yo ya estoy adulta, bien adulta. Ya no soy la niñita de 13 años, pero cada vez que me duele vuelvo a ser esa niña, con ese dolor de ver que las mamás, las abuelas, se están yendo…¡La justicia por la mierda, la justicia!… Se van ni con un remedo de justicia, ni con un cuerpo que llorar… Por último, si hubiera una justicia real, te podrías consolar, en parte, por no tener el cuerpo, porque sabes qué hicieron y el que lo hizo va a estar preso. Pero indigna que se paseen y carcajeen, que se burlen con esa maldad que tienen. No tiene sentido vivir toda una vida buscando y morirse sin nada. Porque, cuando a una mujer le matan a un hijo, matan una parte de esa mujer, de ese padre, de esa hermana. Y como no hay justicia, el dolor sigue ahí.

¿En algún periodo dijeron: “Vamos a dejar estos temas de lado, seguiremos con nuestras vidas”?

-Tú vives la vida igual: pololeas, te casas, te descasas, pero esto está ahí, al lado tuyo, siempre. No puedes decir: “A partir de hoy, voy a dejar de pensar en esto”, porque no tienes la verdad, ni la justicia, ni el consuelo. Ninguna de las tres cosas. Llevar las cenizas de mi mamá a Pisagua, es una forma de encontrar un poco de consuelo para mí. En el fondo es eso.

¿Tus hijas también heredan ese pena?

-Yo hice lo mismo que hizo mi papá con el Michel chico: les puse una cúpula protectora. Intenté aislarlas, pero es inevitable. Se van enterando igual. Mi hija menor (de 18 años), por ejemplo. Hace poco le estaba comentando sobre la bolsa 20 y se enojó tanto. Me decía: “¿Por qué chucha no investigaron la bolsa y la escondieron?”. Todavía no puede dimensionar toda la maldad que tenían estas personas.

¿El Estado hizo todo lo que podía hacer para buscar los cuerpos? ¿Lo está haciendo ahora?

-No. Hay una indolencia, una falta de empatía tan grande. Les importa calentar el asiento y que arda Troya ¡Son todos unos Nerones! Es lo que siento respecto de la mayoría de los sectores políticos. Hay personas individuales, hay mucha gente muy buena que está ahí, que  ves que dan la pelean. Hay una cosa que no se dice mucho, porque siempre esperamos que las personas sean perfectas. No existe la gente perfecta. Puedes hacer muchas cosas buenas y te mandas un cagazo por un lado. Hay mucha gente que ha hecho cosas buenas y cosas malas y uno tiene que sopesar su valor con todo en la balanza.

¿En funciones estatales?

-Sí.

¿Y en la organización?

-También. En todas partes donde haya una cuota de poder, sucede. Hay gente buena y gente que no es tan buena.

¿Esas ambiciones han perjudicado la causa de los derechos humanos?

-Perjudican, porque repercuten en las decisiones que se toman y los resultados que se obtienen. Ese transar a puerta cerrada, esos negociados, eso de mis víctimas y dos más y el resto no importa. Recuerdo en los tiempos de Aylwin cuando hablaron de justicia solo para los casos emblemáticos. ¡Por favor! ¿Hay un Juan Pérez que vale más que Pedro González? Él nunca debió ser Presidente.

¿Y después? ¿Bachelet, Lagos?

-Ricardo Lagos, cuando fue candidato a senador, nos invitó a participar por la organización de ejecutados políticos. Nos abrazó, nos dijo: “Tiene que haber justicia y blá, blá, blá” Y después se olvidó. Cuando fue Presidente, yo lo veía y me preguntaba: ¿Este es el mismo que me sobó la espalda? Eso te desencanta.

¿No reconoces los militares y ex agentes condenados y presos como una respuesta valiosa de la justicia?

-Cuando la justicia tarda tanto, no es justicia. Cuando no se juzga a todos los responsables y  se eximen responsabilidades, cuando no hay proporción entre la condena y los deleznables delitos, cuando la impunidad campea, es porque no hay justicia.

Horas antes de viajar a Iquique, Leyla Nash fue sorprendida por tres amigas de sus mejores amigas que decidieron comprar pasajes y acompañarla. También lo hicieron dos de sus tres hijas (la tercera vive en el extranjero). Dos lanchas se internaron en el mar frente a Pisagua para dejar allí las cenizas de Ana Sáez, el mismo domingo que en Santiago se realizaba el funeal de Ana González.

Fue un acto simbólico que pretende llenar en parte el vacío de estos 45 años sin mi hermano”, dijo Leyla al volver, conmovida por las expresiones de cariño de las decenas de personas que la acompañaron. “Fue una forma de cerrar, en parte, el ciclo del duelo, porque hasta eso nos negaron”.

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