Opinión
10 de Enero de 2019Productora y discípula del CIEM: “Sí, era una secta”
Marcela Muñoz conoció a Humberto Baeza, conocido con su nombre artístico “Tito Fernánez”, a mediados de los 90, como su productora en un programa radial. Años más tarde, buscando alivio espiritual para sus penurias, llegó al Centro Integral de Estudios Metafísicos, CIEM, que Baeza dirigía en pleno centro de Santiago. Fue iniciada en la Logia Libertad y, aunque no fue invitada a formar parte de Tallis, sí se dio cuenta de la existencia de un subgrupo de mujeres jóvenes y sumisas, que tenía una relación distinta con el maestro. “Da vergüenza y duele darte cuenta de lo que pasaba”, dice. Esta es su historia.
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Marcela Muñoz fue productora radial en Radio Nacional a mediados de los años 90. “Yo tenía 19 o 20 años. Llegué por un contacto que conseguí con un periodista de La Cuarta. El dueño me pidió que lo ayudara con el programa: “Nunca es tarde”, que no tenía ni pies ni cabeza, en que participaban Gina Zuanic, Tito Fernández y Carlos Vásquez, cantante de tangos. Era caótico porque cada uno hablaba de lo que quería y no tenía orden”.
En ese momento comenzó la crisis en la radio y el programa se redujo solo a la figura de Tito Fernández, quien inició un programa que se llamó “Lo nacional en la Nacional”. “Invitaba a Illapu, gente del medio artístico”, recuerda Marcela. Marcela continuó como productora un tiempo más, hasta que en una segunda fase de la crisis, Tito Fernández quedó como conductor de una especie de matinal con su esposa, la cantante Lú Rivera.
En ese tiempo, dice la exproductora, el cantautor no revelaba sus convicciones esotéricas, salvo por el hecho de que citaba a la radio personas que querían alguno de sus libros de autoayuda que él audoeditaba, para entregárselos autografiados. “Me regaló algunos, pero sin darme ninguna sugerencia más. Estuve unos 9 meses en la radio, en 1995, trabajando con él y cuando me dijeron que no había recursos para que siguiera, me fui y no volví a verlo hasta el 2011”.
Ese año, dice Marcela, ella estaba pasando por un período difícil en su vida. “Me había casado y mi esposo tenía una enfermedad terminal de la que murió ese año. Me sentía muy frágil y estaba buscando algo espiritual. Yo no tengo color político, ni religión, y me acordé de él. Empecé a buscarlo y encontré el Centro Integral de Estudios Metafísicos, el CIEM. Le escribí un correo muy formal porque no sabía si me iba a responder él, pero sí me contestó y me instruyó para que me contactara con la señora Albina Abarca, que era la directora del centro”.
Marcela guardó esos correos:
“Hola! Si decides probar con nosotros (Seguramente te va a tocar reunión los martes) diles que yo te invité a que te quedaras a la reunión, así nos conoces mejor. Me llamo Tito Fernández y también voy a estar ahí”, le escribió Humberto Baeza.
Marcela concurrió a uno de los encuentros de los miércoles, que eran abiertos a cualquier persona que quisiera asistir. “Había mucha gente, hombres y mujeres, pero más mujeres. Había un ambiente de mucho respeto al maestro. Nadie hablaba y fue una sorpresa para mí descubrir esta onda mística del Tito. Él me ignoró. No hizo ningún gesto que revelara que nos conocíamos desde antes”.
Marcela tomó nota de todas las lecciones del tiempo que estuvo en el CIEM en cuadernos que comparte con The Clinic. En esa primera clase del 29 de noviembre de 2011, anotó un punteo de lo que dijo ese día Humberto Baeza: Por ejemplo, en el tema maternidad-paternidad, que “los niños no quieren a sus padres. Sólo empatizan para lograr cosas de la madre. Es una imitación del amor”. Como actividad, les recomendó realizar un rito frente a un espejo y mirar hacia el entrecejo de la propia imagen, con un incienso y una vela encendidos a cada costado. Debían esperar a que algunas cosas se proyectaran en el espejo. “Debes dominar tu bestia”, escribió Marcela junto a la descripción del ejercicio que nunca hizo, porque, dice, le daba miedo.
Como estaba en el nivel más bajo, a Marcela se le permitió ir a las clases de los martes, que daba la mano derecha de Tito Fernández, la maestra R.M.C. En enero de 2012, Marcela anotó una lectura de lo que significa CIEM distinta a la que se conocía públicamente. En realidad, la sigla del centro era CIEN, por “Control”, “Inteligente” de la “Energía” de la “Naturaleza”.
La discípula continuó asistiendo y aprendió que toda energía es sexual, que existen siete principios de la naturaleza y que el principal es que “la realidad no existe”, pues el universo “es mente”.
“La energía vital para la vida es Eros/Erotismo. Es la fuerza para unir al hombre y mujer”, escribió el 9 de octubre.
“El 6 de noviembre de 2012, se hizo la ceremonia de iniciación de mi grupo. Nos citaron sin explicarnos lo que iba a suceder. Nos dejaron sentados un rato, nos vendaron los ojos y nos dieron vueltas, para que nos desorientáramos. Como la venda estaba suelta, pude ver que en la ceremonia acompañaban a Tito Fernández la maestra R.M.C. y algunas discípulas (entre ellas, A., una de las mujeres que lo denunció por abuso sexual y violación en el reportaje de The Clinic). Ellas estaban vestidas con túnicas de distintos colores: celeste, rosado, amarillo. Y él, de blanco, portaba una espada que parecía medieval, y un caliz enorme. Nos hizo repetir un juramento que hablaba de impecabilidad, respeto y obediencia al maestro. Teníamos que besar su mano y él nos tocaba con la espada en los hombros. Nos dijo que nada de eso podíamos contárselo a otros, ni anotarlo en nuestros cuadernos”.
“Fue rara la iniciación. Me dio cierto resquemor. Por lo poco que yo sabía, me pareció que esto se parecía a la masonería, me sonaba a secta. Yo misma acallé esas voces críticas internas, diciéndome que eran cosas simbólicas no más”, relata.
Baeza les hizo la señal de la cruz en la frente a los aspirantes, “gesto con el cual, según mis compañeros, nos cerró el tercer ojo, cosa en la que yo no creía porque soy escéptica. Se nos dijo que nacíamos a una nueva vida y que ya no podíamos acceder al conocimiento sino era a través del maestro y nos entregaron una llavecita que colgaba de una cadena, que usábamos como símbolo de nuestra pertenencia a la logia Libertad”.
Para dejar constancia del momento, Marcela anotó un par de frases que le recordaran ese bautizo, pero sin violar el secreto al que se había comprometido: “Ceremonia de iniciación (recibí la llave del conocimiento)”; “ya nada es igual, todo será como debe ser”; “Jamás temeré. De ahora en adelante y siempre, así sea. Kadoch”.
Kadoch era una expresión que Humberto Baeza usaba con frecuencia, según describe Marcela y también las denunciantes entrevistadas en diciembre por The Clinic, como una forma de decir “amén”, pero también de invocar a una divinidad que supuestamente protegía al CIEM y sus discípulos. Aunque Baeza no lo aclaró del todo, sus seguidoras más avanzadas pensaban que Kadoch era él mismo.
Después de la iniciación, que a Marcela le tomó un año “merecer”, pasó a formar parte de las sesiones de los miércoles, que dirigía el propio Baeza. “Pasar a ese nivel era lo que todos queríamos”, cuenta.
“Siempre se nos decía que éramos todos hermanos e iguales, pero en esos encuentros de los miércoles empecé a percibir que había algunas chicas que cumplían funciones especiales y que había una cierta complicidad entre ellas y el maestro. Ellas se sentaban siempre en los mismos puestos y se ubicaban en un lugar preciso en la cadena de oración que hacíamos al final. También me di cuenta de que cuando estábamos solo los iniciados en la logia, él ponía un paño en forma de ajedrez en el medio y que si había ‘profanos’, gente de afuera, no lo usaba. Ese paño era supuestamente un portal a otras dimensiones”.
En las clases siguientes a esa iniciación, Fernández les enseñó a sus discípulos que el hombre es “el polo positivo, el emisor, el sembrador. El hombre siembra la semilla en terreno fértil. Actúa desde la cabeza, pues allí reside su poder, y opera desde el centro institivo”. La mujer, en cambio, según los apuntes de Marcela, “corresponde al polo negativo (receptor). Recibe toda semilla. Ella concibe, opera desde el centro del corazón (útero es físico y síquico). La mujer es la naturaleza”.
“La fuerza sexual = la fuerza que dirige la vida”.
“Después de eso, nos pidieron una foto, que después entendí era para hacer algo con magia. Un día cualquiera, Tito dice: ‘Marcelita, mi niña linda. Párate aquí’ y me puso al centro de la sala. Ahí me dijo que me ascendía a ‘estudiante de grado 3’. Nunca entendí lo que significaba, pero yo estaba feliz. Me preguntaba qué hice yo para merecer esto. Lo encontraba bacán”.
El 20 de marzo de 2013, Marcela anotó a un costado de su cuaderno: “Andrés Yáñez, CIDH”. “Tito me dio su nombre para que le pidiera un descuento a su nombre. Estudié un año en el CIDH en forma paralela al CIEM, pero no me dieron el descuento. En algunas ocasiones me encontré con Tito Fernández allí, porque hacía clases. Eran todos amigos: El Tito, Billy Campbell, Andres Yáñez, Rodrigo Fuenzalida. Recuerdo que el Tito encontraba muy capo al Rodrigo Fuenzalida en hipnosis”.
Marcela no recibió invitación para sumarse a Tallis, pero sí se encontró con el maestro reunido en algún restaurante cercano al centro, con un subgrupo de las discípulas, un grupo de mujeres jóvenes. “Las mujeres en su entorno eran muy sumisas, parecían ‘trabajás’”, dice. “A él no le gustaban las personas que hacían preguntas. El que más pregunta es el que menos aprende, decía. Yo era medio rebelde. No seguía sus consejos ni los ejercicios que nos daba al pie de la letra. No era ni tan obediente, ni tan impecable, como a él le gustada”, dice.
“Mi techo fue ser estudiante de tercer grado (en la estructura piramidal que divulgaba el CIEM, ese era un nivel intermedio por sobre los aspirantes y los estudiantes de grado 1 y 2, y por debajo de los hermanos ordinarios, oficiales de la Alianza de clave mayor, vigilantes, sacerdotisas, instructor y el maestro). Estuve muy cerca del círculo de preferidas, que eran las mujeres más jóvenes del centro y que ahora descubro tenían esa secta Tallis, pero creo que por la enfermedad de mi esposo o porque lo conocía de antes, tal vez Tito Fernández decidió no invitarme. Una vez le pregunté por qué se hacía el que no me conocía y me dijo que ahí él era el maestro y no podía demostrar preferencias por nadie. Sí participé en las comidas de fin de año y en la celebración de su cumpleaños, fiestas en a las que, además de las cuarenta personas del CIEM, llegaban otros personajes, sabios del tarot, profesores de no se qué, que se sentaban a su lado. En total, éramos como 60 personas”.
En sus clases, Baeza les advertía a sus discípulos qué libros “no leer”. Los prevenía de los riesgos de acceder a textos de magia negra, “pero era como una invitación invertida. Nos despertaba la curiosidad por saber de qué se trataban”.
En 2015, Marcela le comenzó una fibromialgia que le impedía moverse y andaba con muletas. Cuando le informó a Baeza, para justificar sus inasistencias, él le respondió que su padecimiento se debía a rabia acumulada. “Cuando le dije, afirmó que mi estado era consecuencia de la ‘rabia’ y demostró cero empatía con lo que yo estaba sufriendo”. Marcela decidió alejarse del CIEM centro, hasta que en mayo de 2018 en que, por insistencia de un compañero, volvió. A esas alturas, las tres denunciantes entrevistadas por The Clinic ya habían abandonado el centro y varios otros discípulos se habían alejado.
“Me sorprendió que había bajado mucho la cantidad de gente que iba. De 30 a 40 personas que iban antes, quedaban 12. Él divagaba mucho. Recuerdo que el día de mi regreso habló de la Cruz Egipcia. Lo vi muy viejo, algo perdido. Hablaba de sus clases en el CIDH, que sabía de astrología y que daba talleres de hipnosis. Nos contaba de sus aventuras, que había sido torturado y de que estuvo en la Fach, y repetía historias que ya me sabía de memoria: que la depresión de su mujer, de sus hijos. Daba pena y yo sentía que estaba perdiendo el tiempo, que podría destinarlo a estar con mi hijo”.
Marcela dice que cuando se enteró de las denuncias en contra de Tito Fernández, a fines del año pasado, se sintió golpeada. “Los que éramos más cercanos, nos contactamos. Yo le creo a las víctimas, pero entiendo a mis compañeros que dudan. Es muy fuerte darse cuenta de lo que pasaba. A fin de cuentas, todos estábamos ahí porque queríamos ser mejores personas y confiábamos en ese maestro, en ese abuelito sabio. Para mi papá fue un orgullo saber que yo trabajaba con él, porque lo admiraban como músico. Es muy impactante darte cuenta de que pasaste años bajo el liderazgo de una persona que jugó con tu fe, tu tiempo, tus creencias. Te sientes estafado. Duele y da vergüenza enterarse de lo que fuiste parte. Que esa no era una escuela, que era una secta. En todo caso me alegro de abrir los ojos y darme cuenta, aunque sea tarde y aunque duela”.
El 7 de diciembre, dos días después de la publicación del reportaje sobre Tallis, unos 20 integrantes del CIEM, entre los que había profesionales, abogados, contadores, se reunieron en la Hacienda Gaucha con la directora de la Escuela, Albina Abarca, una mujer mayor que, según las denunciantes, no estaba al tanto de la existencia de Tallis (Ella declinó dar una entrevista a The Clinic). Esa noche, los convocados decidieron despedirse y dar por cerrado el CIEM para siempre.
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