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Opinión

19 de Enero de 2019

Columna de W. Jones | Cuatro gordos hablando de fútbol

"De allí que hemos sido reducidos al plano rol de consumidores. Ni siquiera es necesario acudir al estadio, cooptado por barrabravas que hacen la convivencia imposible; mejor quedarse en casa, apoltronarse en el sofá que aún no se ha pagado, y mirar insanamente, mientras se consumen alimentos fritos mirando televisión de suscripción un espectáculo vacío, soso, sin pasión, juegos que apuestan a la optimización de la inversión más que al riesgo", dice W. Jones en esta columna.

W. Jones
W. Jones
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¿Se ha degradado nuestra relación con las distracciones? La vida moderna impone la búsqueda de satisfacciones rápidas a fin de suplir un tedio que solo aumenta. Como todo exige ser hecho con rapidez, también lo son las actividades recreativas. De allí a que hemos cedido a entretenciones que están más cerca de ser un producto en serie.

Una de ellas, el fútbol. En la época del Corfismo y el modelo ISI, tal como como a punta de mutuales se construyeron habitaciones para obreros de oficios modestos que hoy para un profesional de universidad estatal sería inalcanzable e impensadamente amplia, y con las que no pocos se dieron pensiones que hoy hacen llorar de impotencia a los que cuentan los días para cerrar los ojos para siempre, también se construyeron equipos de fútbol. Una relación de pertenencia que involucraba pagar las cuotas y sentirse responsable de la sostenibilidad económica del proyecto; de poder decirle a ese obrero del carbón que descubrió que tenía talento para la pelota que se dedicara a entrenar en la semana y no a llenarse los pulmones de tizne, que para eso estaban los socios.

El fin de semana se llegaba a un rato de distensión para ver jugar a los deportistas y sentir como propias derrotas y victorias. Mal que mal, se había colocado algo más que tiempo en ello. En las poblaciones de obreros se levantaron estadios y se vio jugar equipos; del demolido estadio Independencia, donde por algún momento la calle Olivos vio cambiado su nombre en un vano esfuerzo de homenaje, al estadio de Chilectra, o las canchas de barrio donde se organizaban pequeñas pichangas amateur; sí, esa misma donde se filmó el viejo comercial del CDF con Álvaro Henríquez cantando “no seái pelota, mejor juega a la pelota”

Eso, omitiendo, claro, todas las taras que hay detrás; que esos fondos podrían haberse ido a algo más provechoso. Pero si esas taras podían ser en mayor o menor medida disculpables, en la modernidad.

Todo ello se agravó cuando se cayó el modelo ISI y de paso todas las mutuales. Allí donde se acumula dinero hay avaricia; y entre los deseos de mayor competitividad y los oportunistas que se hacían pagar enormes salarios por sus dudosos trabajos —cuando no, descaradamente comenzaban el expolio —se terminaron cargando los clubes. Como empresa, en cambio, el expolio estaría pactado de antemano. Y a reglas claras, no hay rencores. Dicen.

De allí que hemos sido reducidos al plano rol de consumidores. Ni siquiera es necesario acudir al estadio, cooptado por barrabravas que hacen la convivencia imposible; mejor quedarse en casa, apoltronarse en el sofá que aún no se ha pagado, y mirar insanamente, mientras se consumen alimentos fritos mirando televisión de suscripción un espectáculo vacío, soso, sin pasión, juegos que apuestan a la optimización de la inversión más que al riesgo.

¿Y en tanto? Los que a fuerza de talento siguen resistiendo, se ven ante enormes barreras de entrada. Pagar millones de dólares solo por pertenecer al fútbol profesional es una discriminación inaceptable.

¿Es la ANFP una asociación ilícita? Mal que mal, desde los cuestionables arqueos económicos, a las severas injusticias que protegen, hasta las cuestionables decisiones de los árbitros que no son objeto de revisión alguna, bien podrían hacernos responder afirmativamente esa pregunta. Pero lo que resulta aún más frustrante es que, por más evidente sea la injusticia, el Estado tiene miles de incentivos para no intervenirla. Si la disolución de CEMA fue difícil y requirió que cayera más de un monolito a fin que se concretara, intervenir a la ANFP podría generar un descalabro. Conocido es el rechazo de FIFA a la intervención de tribunales nacionales en sus asuntos; la sanción con la que siempre se amenaza si ello se concretara es la desafiliación, o la suspensión de participación en torneos internacionales, y si no fuera suficiente, siempre está el recurso a las patentes de propiedad intelectual con tal de hacer del país rebelde un paria internacional futbolístico. Más aún, que el Estado se arriesgue a asumir dichas consecuencias por mor a la justicia podría generar rechazo en la población, que verá a su país excluido por motivos extrafutbolístico y ello es un riesgo que ningún político, siempre cortoplacista y miedoso, querrá correr.

Y por ello hemos de conformarnos a mirar fútbol en departamentos que llaman minimalistas y acogedores por no decirles estrechos, a observar cómo las poblaciones obreras son demolidas para construir carreteras, a apoltronarnos en el sillón antes que lo embarguen, para mirar superestrellas jugar en equipos plásticos y sin gracia sumar números para la estadística.

 

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