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Nacional

31 de Enero de 2019

Verano en zona de sacrificio: Una noche de piscolas en Puchuncaví

Mientras Quintero clama por veraneantes, a pocos kilómetros de allí, en Puchuncaví, la noche no tiene fondo. Piscolas, jales en tarjetas Banco Estado y el improbable concierto de una estrella del trap componen el contraste con la vecina zona de sacrificio.

Por

Por Florencia Limonado Fotos André Ocares

La fiesta empieza a las 22.50 y promete. Tiene barra abierta de cerveza y de vodka hasta las 1:30 -o hasta agotar stock-, y cuenta con un invitado especial: la última estrella del trap chileno, DrefQuila.

Nos asomamos alrededor de las 23.30 y el carrete aún no prende. Por un lado entran los hombres, por otro las mujeres. Un guardia nos pide el carnet de identidad y nos revisa de pies a cabeza. Seguridad ante todo. Tolerancia cero a las drogas…

No bien entramos, una mujer que promociona una marca de cerveza nos da una lata a cada uno. Cerveza en mano iniciamos el ritual de identificar la disco y sus concurrentes. Mal que mal somos los nuevos, los forasteros. La hora avanza y ya bien entrada la noche llegan mujeres muy bien vestidas, de zapatos altos y un bronceado fascinante. También hombres con polerones anchos, pelo largo y jockey. Son de Santiago y están pasando sus vacaciones en Maitencillo, Marbella, Laguna, Cachagua y Zapallar. No tienen, en promedio, más de 25 años.

“La promo -de pisco con una botella de Coca Cola- vale 35 mil pesos, perro”, nos contestan cuatro amigos que la toman con devoción.

Afuera, en la terraza, suena música tech house, un estilo de música electrónica, mientras varios jóvenes juegan algo parecido a los dardos para ganar tragos de vodka en diferentes versiones. Un hombre nos pregunta de dónde venimos. Le respondimos que de Santiago, pero la respuesta parece no ser precisa para él, porque quiere saber en qué comuna. “Yo soy de vitacumbia, hermano”, nos dijo antes que nada. Sobrio como pocos, nuestro nuevo amigo vitacumbiano no toma alcohol y eso lo hace merecedor de un título que nadie quiere: conductor designado para el traslado de sus amigos.

Entramos a bailar inspirados por el reguetón de Daddy Yankee. Todos corean “llora nena, llora, llora, las maracas se quedan solas”. La disco ya está en llamas y damos por cumplida la promesa de la entrada.

Un corte de música anuncia al cantante de trap y todos se abalanzan hacia el escenario. Nosotros también. Con la canción Demasiao’ DrefQuila comienza su presentación. Nos cuesta explicar la forma en la que se baila. Sólo diremos que su canción “Exhibicionista” nos perece muy poco feminista. Pero es una fiesta y lo importante es que la gente baila y lo da todo. Una lluvia de copete nos deja pegoteados.

Luego de media hora de show, el artista abandona el escenario y la música caribeña vuelve a encender el ambiente. Vamos con el perreo. Con más alcohol en la sangre que antes, el baile no para y hasta tenemos nuevos amigos, incluso uno que está de cumpleaños. Y lo felicitamos y le regalamos una piscola. También tenemos una nueva amiga que nos confiesa que estuvo internada ocho meses en una clínica psiquiátrica, “porque la vida de nosotros también es dura”.

A la conversación se une un amigo preocupado por lo que nos trajo hasta acá, que es el reporteo de las vacaciones en una zona de sacrificio. A diferencia de la gente con la que hablamos anteriormente del tema, él está informado y señala que “es brígido, pero sin esas hueás estaría el pico en el país. La única forma de tener todo es destruyendo el planeta tierra y esa huea es como el hoyo. Somos una especie culiá y estamos arrasando con el mundo”.

Son casi las cuatro de la mañana y es hora de ir al baño. Preguntamos por pastis -como nos dicen que debemos decir- y nos ofrecieron jales faenados entre una tarjeta de crédito y una cuenta rut. Pasamos. Pa qué.

Salimos a la terraza y volvemos a hablar con nuestro amigo con conciencia social. Le contamos lo de la merca y él nos vuelve a ilustrar: “Esta wea es pura droga, hay hueones que tienen autos enfermos, inalcanzables para muchos, y que lo tienen todo cuando quieren. Tampoco podemos culpar tanto a los cuicos. Los hueones han nacido en esto”, sentencia con la sabiduría de un piscolero.

Volvemos a la pista. Hay menos gente. El carrete decae pero el amigo cumpleañero y su polola se nos acercan para bailar. Y eso hacemos hasta que encienden las luces y la luz cae como arena sobre nuestros ojos. Eso no se hace. Por altoparlante nos piden con gentileza que abandonemos el jovial recinto. Son las cinco de la mañana.

Afuera todos esperan sus Ubers y nosotros no nos quedamos atrás. Nos vamos con olor a alcohol y con un carrete de alto bailoteo, en el que sus asistentes y nosotros bailamos como si nada pasara una playa más allá.

Revisa un video con un resumen de la noche:

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