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Opinión

13 de Marzo de 2019

Las travesuras veraniegas del Tío Mamo

La vuelta a la normalidad luego de la época estival es siempre difícil de asimilar para el chileno medio, y sobre todo cuando este adhiere al “pensamiento” de izquierda. Uniformes escolares, permisos de circulación, tacos y mantenimiento del priministro Chadwick en el ministerio del Interior hacen que marzo sea para el proletariado un dolor de […]

Tío Mamo
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La vuelta a la normalidad luego de la época estival es siempre difícil de asimilar para el chileno medio, y sobre todo cuando este adhiere al “pensamiento” de izquierda. Uniformes escolares, permisos de circulación, tacos y mantenimiento del priministro Chadwick en el ministerio del Interior hacen que marzo sea para el proletariado un dolor de cabeza similar al de una curadera con grapa. Por lo que me han contado.

Yo en cambio estoy muy feliz sobrinos, esto porque mis recuerdos de estas vacaciones son felices, y últimamente lo que más hago en mi diario vivir es eso: Recordar. Sobre todo recuerdo esos 17 años en los que el país se salvó de las fauces del marxismo para dar paso al gobierno militar de transición, cuya obra continúa siendo hasta hoy los cimientos no sólo del Estado, sino que también de la Constitución, de la sociedad y de la fortuna de Ponce LeruLeru. También fueron para las FFAA y para mí días de Gloria. Y no tan sólo de Gloria, sino que también de Isabel, Paulina, Lucía, Adriana y tantas otras cuyos nombres ya no recuerdo.

Mis días de asueto comenzaron (previa instalación de un medidor inteligente en mi morada) arriba de un bus con rumbo a Lago Ranco, ese pedazo de Edén que tiene el sur de Chile. Matías Pérez Cruz, presidente de Gasco y amigo personal (mi General nos presentó hace años, no olviden que fue parte de) me tenía invitado desde hace tiempo a su mediagua a pasar unos días. Al día después de llegar y luego de un almuerzo regado, le pregunto que dónde terminaba su propiedad. “En el lago, posom”, me respondió, orgulloso. “Pero yo vi a unas chiquillas hace un rato tomando sol ¿son amigas tuyas?” Respondí con candidez, «Las voy a ir a echar al tirante mi comandante. Deja que me ponga la polera y voy» replicó.

«Anda así no más, para que te vas a poner polera menso, si total nadie te va a ver» contesté con aún mayor ingenuidad. Al siguiente día estaba sentado en el bus de vuelta en Santiago. “Se me va”, fue la última frase que le oí decir.

Como aún me quedaban varios días de descanso, y como la temperatura de Santiago estaba más ardiente que matrimonio UDI, agarré mis pilchas y me fui al litoral. Cómo saben, mi situación económica no es la de otros tiempos (sino no estaría escribiendo para este pasquín) y no estoy en condiciones de hacer esos viajes a resorts fuera del país, viajes que mantienen a la clase media endeudada el resto del año.

Figuraba yo ahí, con las patitas metidas en las límpidas arenas de El Quisco, escribiendo mis «Contra Poemas» el original subgénero de la poesía que acabo de crear, cuando llega el mismísimo Canciller Ampuero; llega y pone su toalla a mi lado. Lo primero que atino a preguntarle es que cuándo va a renunciar Chadwick, me contesta con su ya conocido tacto político que cuando la U tenga estadio. Yo hago como que le celebro la talla y vuelvo a mis versos.

Minutos más tarde el célebre ministro se para y me dice que va a comprar bebidas. No pasa ni un minuto cuando le suena el celular, es un guazap del presidente Piñera pidiendo urgente una idea “original, nueva y única” para retomar la agenda. Yo me pongo nervioso y le escribo la primera lesera que se me ocurre: «Vaya a la frontera de Venezuela y lleve ayuda humanitaria. Seguro que Maduro le abre las puertas de par en par, y usted va a quedar como el Simón Bolívar de nuestra era», escribo entre carcajadas.

«No creo que sea tan pánfilo como para hacerme caso» pensé.

Días más tarde fui al festival de Viña invitado por la tía Coty (declarada fan de este servidor), me dijo que había una humorista que de seguro iba a triunfar sobre el escenario, una tal Javi Dueñas, familiar de Roberto Dueñas seguramente. Fui a saludarla a su camarín y como no estaba me puse a ver su rutina que estaba tan poco original que decidí hacerle algunos cambios.

Me vine esa misma noche a la capital, un poco por haberla embarrado, otro poco porque quería visitar algunas librerías de la capital. Al día siguiente fui a hacer unos trámites en Recoleta cuando de repente vi una tal librería popular que tenía en vitrina el libro de Alberto Plaza. Entré a preguntar si tenían a Fernando Villegas o Axel Káiser en stock. Me salieron persiguiendo con un martillo y una hoz.

Y bueno sobrinos, llegó marzo, los tacos, las intervenciones visuales de Cathy Barriga, los cobros del medidor inteligente, las marchas feministas… pero lo peor de todo es que el priministro aún no se va.

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