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Opinión

6 de Mayo de 2019

Relato de Elena Pantoja: Me tienes que respetar porque soy hombre

(Imagen referencial) En una actividad que me tocó coordinar por trabajo, llegó un sujeto intentando entrar con una entrada para otra fecha. Le doy el beneficio de la duda de que no era un chanta tratando de colarse y que solo era un pobre tipo que compró la entrada para un día que no deseaba, […]

Elena Pantoja
Elena Pantoja
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(Imagen referencial)

En una actividad que me tocó coordinar por trabajo, llegó un sujeto intentando entrar con una entrada para otra fecha. Le doy el beneficio de la duda de que no era un chanta tratando de colarse y que solo era un pobre tipo que compró la entrada para un día que no deseaba, porque comprar online a alguna gente muy adulta se le va en collera y le cuesta ver la letra, sumado a la poca comprensión lectora nacional (que no les permite diferenciar entre un sábado o un domingo), o simplemente se equivocó como cualquier humano y todo eso, pero la función a la que quería asistir estaba completamente agotada.

Ese no hubiera sido un drama, salvo que el pobre sujeto era esa clase de chileno promedio que queremos modificar genéticamente para que deje de darnos vergüenza ajena. Primero intentó cuentear –con una papa en la boca inexistente- con la vieja historia de “mi invitada viene de región y no puede otro día…”, “yo conozco al productor, pero no quiero llamarlo porque está ocupado”, y comenzó a vociferar en la entrada que el sistema con el que compró el ticket se equivocó y que le tenían que “arreglar la situación”. Le explicamos que el único problema era que compró una entrada para otra fecha y que no habían butacas extra, pero que si por alguna razón, al final del ingreso quedaban butacas vacías porque alguien no asistió, quizás lo podíamos acomodar, pero que debía esperar a que ingresaran los que si tenían entrada para el día y hora señalada, como indicaba el ticket.

Pero como este pobre chileno promedio, que debe creer en su cabecita que hasta los lagos le pertenecen, decidió arreglar su situación como patrón de fundo y hacer justicia a la injusticia imaginaria que sufría por no saber leer correctamente al comprar la entrada: se coló, sin importarle la muchacha que estaba a cargo de validar entradas, ni a la gente que trabajaba en la producción.

Mientras, estaba acomodando a personas en la sala -que pese a todas las dificultades inexistentes que declamaba, habían comprado entradas hasta agotarlas- lo encuentro muy sentado con su acompañante. Me sorprendió verlo. A veces, una supone que gente que parece ilustrada puede entender instrucciones y comprender que no se puede colar a una actividad sin entrada y que si dice “válido para el día y la hora indicada”, lo entenderá.

Por supuesto lo invité a regresar a la entrada para resolver la situación, pero se hizo el ofendido, gritándome que no lo podía tratar así, que se estaba molestando, que iba a reclamar por esta agresión y todo el discurso que grita un colado descubierto con las manos en la masa, hasta que se manda la frase del siglo: “a mi me tienes que respetar porque soy hombre”.

Quedé helada porque me costó creer lo que estaba escuchando. O estaba tarareando erróneamente “Corazones Rojos” de Los Prisioneros, o tenía los cables pelados. En un año en que más de 400 mil mujeres salimos a la calle exigiendo igualdad, en que se denuncian acosos laborales repugnantes y humillaciones de género, este pobre tipo todavía cree que sus genitales le dan algo de respeto y superioridad. ¡Solo porque en el sorteo de cromosomas en el par 23 le salió un XY!

También, en un momento, me puse en sus zapatos y fui ese hombre maduro criado a la antigua por mujeres que lo servían, sin terapia ni herramientas para enfrentar la frustración y que justo le tocó -para su desgracia y nuestra fortuna- una época de cambios sociales importantes. Quizás su mamá le dijo que ninguna mujer lo podía contradecir en público y yo estaba, sin quererlo, insultándolo en su esencia más profunda, porque la humanidad evolucionó y él no.

Ese pensamiento me duró poco. Me da lo mismo que sea hombre, mujer o guarén. No acepto colados y prepotentes más encima.

Dentro de todo su barullo, empezó a decir que se iba a ir ofendido y que no quería entrar. Lo acompañé a la puerta. Después de semejante argumento, con gente así no hay nada que hablar. Quizás lo ofendí de nuevo, porque esperaba que le suplicara que se quedara colado sin pagar a la función.

Desde la entrada, preguntó gritando cómo me llamaba. Le dije, con nombre y apellido. Para despedirnos, me tiró una de esas amenazas antiguas: “vas a aparecer en los diarios por esto”.

Es en lo único que tenía razón.

Aquí estoy, en el diario.

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