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Opinión

14 de Junio de 2019

Alexandra Kohan: “Los discursos supuestamente emancipatorios nos están llenando de nuevos preceptos: cómo hay que coger, amar y sentir”

“Acostarse con un boludo no es violencia” es el título de la entrevista a la psicoanalista y escritora argentina Alexandra Kohan que hizo explotar otra vez el debate respecto de erótica, política y feminismo. Generando una crispación similar a la del manifiesto de las intelectuales francesas en 2018 contra el metoo.

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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Alexandra Kohan es autora del libro, recién publicado, Psicoanálisis: por una erótica contra natura (Ed. Indielibros); entrevistada por el mismo, habló, entre otras cosas, de la ficción de poder domesticar el deseo, y sobre su sospecha de lo que llama la policía afectiva de algunos discursos feministas. Razón suficiente para que algunas voces en redes sociales llamaran a “cancelarla” (incluso al medio que la entrevistó), que es algo así como el destierro moderno. Como no silenciamos a nadie por sus ideas, sino que debatimos, acá la entrevistamos.

¿Qué crees que pasó con tu entrevista?, no sólo se viralizó porque a mucha gente le hizo sentido, sino que también despertó una furia desconcertante.
-A partir de una entrevista que me hizo Agustina Escobar, y que me resultó sumamente valiosa, lo que hice fue abrir una discusión sobre ciertas maneras de pensar el amor, el deseo y los modos de relacionarse que imperan hoy en día. Según parece hay sectores del feminismo que lo piensan como un espacio propio del que se sienten dueñas. Reaccionaron con la virulencia de quien supone que una propiedad privada está siendo invadida. Por el tipo de reacción que se suscitó parece que he tocado ciertos dogmas que algunas están dispuestas a defender aún con violencia. Me interesa interrogar las fórmulas fijas, vaciadas, los nuevos estereotipos, las doxas, los moralismos. Pero interrogarlos implica sin dudas hacer vacilar certezas y es ahí que supongo que aparecen las reacciones.

Si bien aparecieron respuestas a tu entrevista, sensatas y trabajadas, como la de Magdalena López en Latfem, quien debatió con tus ideas con relación al erotismo y el poder, hubo otras que derechamente hicieron una lectura delirante, incluso con amenazas. Esto último parece ser un fenómeno en sí mismo.
-Amenazas hubo, sí. Se habló hasta de sacarme la matrícula. Y no es el primer caso en que una disidencia conceptual se castiga amenazando el trabajo. Lamentablemente es habitual. En cuanto a tergiversaciones, francamente me preocupa la manera en que en muchos casos no funcionan la lectura y la comprensión de texto más elementales y como se anteponen los prejuicios que impiden leer. Muy rápidamente las réplicas empezaron a plantearse contra cosas que, sencillamente, yo no había dicho. Me encontré de pronto señalada como defensora de violadores, como haciendo culpables a las mujeres del maltrato que reciben, que revictimizo a las víctimas, que soy machista, misógina y patriarcal. Todo sin el más mínimo respaldo ni en lo que dije en la entrevista, en esta o en las otras tres que circulan, ni en lo que escribí en el libro.

Hubo de todos modos una reacción de pensadoras feministas muy interesadas positivamente en tu trabajo. Abriste por fin un debate que en el mundo virtual ha estado secuestrado por el miedo.
-Por supuesto que hay otros feminismos que trascienden estos debates y que son los que tienen verdadera vocación emancipatoria y esos son los feminismos con los que me interesa construir una interlocución que tenga las consecuencias políticas que buscamos.

Una feminista “cancelada”

Se te acusó, obviamente, de no ser feminista. ¿Qué piensas de que otras mujeres definan quién es o no feminista?
-Lo que intenté plantear en el texto es la relación, no siempre interrogada, entre la euforia identitaria (esto excede al feminismo) y las prácticas. No me desvela tener que definirme como feminista porque no me interesa la declamación. Sí me interesa cuestionar ciertas prácticas, revisarlas, pensarlas y el ejercicio gratificante de pensar con otros estos debates que resultan fundamentales.

Rita Segato, antropóloga feminista, estuvo hace poco en Chile y, entre otras cosas, propuso que en Latinoamérica no emulemos el punitivismo y puritanismo del movimiento norteamericano, del metoo.
-Coincido absolutamente con su postura, punto por punto. De hecho, muchas de las cosas que dije en las entrevistas ya las había dicho ella, la he citado. Estoy totalmente en contra del punitivismo y a favor de que se incluyan los varones en la lucha que estamos llevando adelante.

¿Qué piensas sobre los escraches (funas)? Hay quienes plantean que los de redes sociales, no tienen nada que ver con la herramienta política usada en dictadura, sino que se trata de linchamientos sádicos.
-Me parece que, a diferencia de lo que implica la visibilización de conductas o modos abusivos, los escraches encuentran su goce en el abuso de poder, la violencia y el maltrato que es, paradójicamente aquello contra lo que se supone que estamos luchando. Los escraches silencian e intimidan, eliminan y expulsan: que yo sepa, eso es segregación. Va en la lógica de anular al otro, de impedirle tomar la palabra, de arrasar con su singularidad y con su posición de sujeto. Es una práctica de masa que termina arrasando con el otro y despojándolo de casi todo. Sé que existe un planteo según el cual las mujeres, habiendo padecido tan largamente dominación y sometimiento, tenemos derecho ahora a dominar y someter. Pero yo pienso el feminismo como un cambio de paradigma, un cambio de valores y no como la habilitación de la venganza.

Moral sexual y feminismo

“Responsabilidad afectiva”, según entiendo, es un concepto para referirse, a algo así como hacerse cargo de las consecuencias de lo que provocamos afectivamente en el otro: enamorarlo, insegurizarlo, incomodarlo. Fue uno de los asuntos que discutiste en tu entrevista. ¿Es posible en el encuentro erótico manejar esas variables?
-La cuestión para mí pasa por el tipo de sujeto que se presupone en ese enfoque: voluntarista y transparente. El descubrimiento freudiano tira por la borda la voluntad y la transparencia, justamente. Por lo demás no puedo decir mucho acerca de ese “concepto” porque tampoco nadie termina de definir bien qué es.

Entiendo que este concepto pretende desmontar la asimetría amorosa tan recurrente entre hombres y mujeres heterosexuales. Donde muchas veces, son las mujeres, las que padecen una servidumbre sentimental hacia sus parejas.
-No me consta que la queja esté más presente en las mujeres. Por otra parte, yo diría que la asimetría amorosa no es entre hombre y mujer (yo no hice referencia en la entrevista a las parejas heterosexuales exclusivamente porque no pienso en esos términos), sino entre posiciones de sujeto: el amante, el amado; el deseante, el deseado. Es que pienso en términos de posiciones subjetivas y no desde las anatomías. Si se le asigna siempre y necesariamente a las mujeres ese quedar a merced de las manipulaciones de los varones (no estoy diciendo que no haya mujeres a merced de la manipulación de los varones), paradójicamente se ratifica ese lugar débil y pasivo que les reserva el patriarcado. Y ese gesto proviene muchas veces de las mujeres mismas.

Judith Butler habla de ética sexual, precisamente para indicar que en toda relación erótica hay relaciones de poder, y que, frente a esto, nos queda la ética, es decir, tomar posición. Porque no se le puede llamar a toda asimetría abuso.
-Por supuesto que lo insoluble de la asimetría no implica admitir las relaciones de abuso porque el abuso involucra no solo la asimetría (propia de todas las relaciones) sino el abuso del poder que esa asimetría otorga. Porque el problema no es el poder sino su abuso. Decir esto me parece una obviedad, pero según parece se reclaman obviedades. Entonces cumplo y declaro: estoy en contra de los abusos.
Me parece que el problema, en relación a cómo se resuelve, es no mezclar –esto enseña el psicoanalista Juan Ritvo- el plano de las reivindicaciones públicas con el plano del erotismo. Las reivindicaciones públicas “se resuelven” por la vía de política y, por supuesto, no sin ética. En cambio, suponer que podemos fiscalizar el erotismo, implica moralismo y disciplinamiento. Hay un problema cuando las consignas políticas empiezan a ser prescripciones sobre los modos de relación. Y eso está ocurriendo: son los propios pares, ahora, los que fiscalizan las relaciones y los que dictaminan la moral sexual, se convierten en policías morales de los cuerpos de sus pares.

¿El amor se ha vuelto una zona de pánico?
-Una cosa que terminé de notar por los efectos de la entrevista es que se perciben todas las relaciones con el maltrato en el horizonte, el abuso o el maltrato están ahí, acechando y ya no se pueden concebir relaciones por fuera de ese marco. El problema, entonces, es que el otro es potencialmente peligroso. Por eso no se pudo leer la entrevista en el marco de las relaciones sexoafectivas del día a día, sin introducir esa variable. Las consecuencias de esa lectura consisten en pretender un amor sin pathos. ¿Esto quiere decir que estoy a favor del maltrato? No. Me refiero a la pretensión de eliminar cualquier afección por parte del otro. Todas las épocas suponen una moral acerca de Eros. El punto máximo del actual moralismo autoritario y disciplinador es, sin dudas, el que recae sobre Eros.

“Si duele, no es amor” es la consigna hoy. Si bien, su propósito político es prevenir la violencia de género, ¿podría ser que se haya vuelto una aspiración general a que las cosas del amor no nos hagan sufrir?
-El slogan “somos la generación a la que el amor tiene que dejar de dolerle” o “si duele, no es amor” no hace sino producir culpas, frustraciones y angustias. Por otra parte, se pretende que se puede saber qué es el amor y dictaminar cómo debe ser. Lo que el psicoanálisis viene a plantear es que amor y saber son dos instancias en disyunción. De eso me ocupo bastante en el libro: el problema no es cómo cada quien vive el amor, sino el modo en que los Ideales van produciendo mandatos e imperativos. La cruzada contra el amor romántico encuentra su reverso en un nuevo Ideal, el que dicta: si duele, no es amor. En definitiva, se trata de una enunciación prescriptiva, un moralismo aplastante, un instructivo de usos y costumbres que está impregnándolo todo: los discursos supuestamente emancipatorios nos están llenando de nuevos preceptos: cómo hay que coger, cómo hay que amar, cómo hay que sentir. De todas esas cuestiones me ocupé en el libro.

En el libro hablas de que el amor es algo que nunca marcha del todo, por más educación sentimental, conservadora o progresista, que apliquemos.
-Lo que desarrollo en el libro es, justamente, cómo el descubrimiento freudiano muestra que el amor, el deseo y la satisfacción pulsional son tres instancias, tres cosas bien distintas una de otra. Amar, desear y coger no se hacen del mismo modo ni pretenden lo mismo. En las tres hay algo que no anda, que no marcha; porque la sexualidad, en el sujeto humano, no es natural. Cada cual ensaya una respuesta a eso que no marcha.

Deseo, política e inconsciente

Entre el psicoanálisis y el feminismo hay tensiones. Pienso que una teoría política que no contemple lo inconsciente para entender la condición humana, es tan ingenua como un psicoanálisis que no contemple la dimensión social y política. ¿Cómo lo ves tú?
-Si el psicoanálisis es una máquina de lectura, su potencia radica en desarmar esencialismos, ir en contra de la doxa, desnaturalizar. Y un aspecto fundamental del patriarcado consiste en un repertorio de esencialización de las mujeres (y de paso, de los hombres también). Lo que pasa es que ante formulaciones del tipo “las pibas no mienten” y otras parecidas, se cae nuevamente en esencializaciones. El contenido puede ser otro pero el gesto sigue siendo el mismo. Si bien fue necesario hacerle lugar a la voz de las mujeres que antes eran tratadas de locas mentirosas, no hagamos de eso una sacralización y supongamos entonces que, a partir de ahora las mujeres ya no mentimos y que hay que creernos SIEMPRE solo por ser mujeres.
El feminismo nos interpela a muchos psicoanalistas pero no a todos. En el inicio incipiente del movimiento hubo, aunque quizás haya aún hoy, psicoanalistas que, erigidos en sus posiciones de saber y de poder, rechazaban de cuajo cualquier cosa que cayera en esa enorme bolsa llamada “feminismo”. Lo rechazaban y sin privarse, en ocasiones, del gesto obsceno de ver allí una tan sólo una euforia histérica. En cambio, somos muchísimos los que nos encontramos pensando, y repensando qué relación posible podría construirse.

Hay quienes dicen que hoy la consigna “lo personal es político” se ha vuelto un discurso individualista, donde lo que importa, antes que lo político, es validarse en la experiencia personal.
-Sí, de acuerdo. Incluso creo que, en algunos casos, se invierte la consigna y lo político termina siendo reducido a lo personal. Es el caso en que se pretende luchar a partir sólo de las propias experiencias, de lo que “a mí me pasó”. O, como dije anteriormente, cuando las consignas que se piensan como demandas al Estado, terminan siendo normativas que se trasladan a las relaciones sexoafectivas.

En tu libro dices que hoy pensamos como si no tuviéramos inconsciente, como si fuéramos totalmente transparentes a nosotros mismos. ¿Qué consecuencias tiene eso?
-El rechazo al inconsciente tiene consecuencias nefastas. Se presuponen puros sujetos de la voluntad y se arenga un imperativo voluntarista, el que es más propio de la autoayuda: “querer es poder”. Lo que abordo en el libro es cómo se fue forjando ese puro voluntarismo que no quiere saber nada de la opacidad del lenguaje, del cuerpo, ni de la pulsión. El problema, a mi entender, son los efectos de ese rechazo: la construcción de un otro cada vez más temible. Porque aquello que se rechaza de lo propio, retorna como ajenidad. En ese sentido, hay cada vez más cuerpos anestesiados en la certeza de que el otro es malo y yo soy bueno, en una división pueril del mundo entre buenos y malos y ni la hostilidad, ni el odio, ni la violencia me conciernen nunca a mí. Estas son las cuestiones que planteo en el libro.

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