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11 de Julio de 2019

Waldo Ponce no cuelga los botines: “Si alguien me quiere de delantero, puedo jugar los últimos cinco minutos”

Emilia Rothen

Nacido en Los Andes, dueño de una pegada formidable, de un sentido de ubicación privilegiado y de una técnica poco común para su puesto, “Waldini”, como fue bautizado a comienzos de su carrera, marcó una época en la selección chilena y en la mayoría de los clubes donde jugó.

Por

Waldo Alonso Ponce Carrizo (36) lleva casi dos años sin jugar un partido profesional. Lo que no quiere decir que esté retirado, como declarará en esta entrevista.

Lo suyo, más bien, obedece a una decisión forzada: un día el mercado de pases se cerró y nadie lo llamó. No hubo ofertas ni negociaciones. Solo ganas de seguir jugando.

La Universidad de Concepción, entonces, quedó escrito como el último club de su trayectoria, que contó con pasos en la “U”, Wolfsburgo (Alemania), Vélez Sarsfield (Argentina), Universidad Católica, Racing de Santander (España) y Cruz Azul (México).

Sin embargo, puede que se asocie mucho más la imagen de Ponce a la selección chilena. Y no a cualquiera, sino a la que dio pie a la denominada Generación Dorada: bajo la dirección de Marcelo Bielsa, se convirtió en el estandarte de la última línea.

No es coincidencia que el propio defensor considere que su mejor momento deportivo fue entre 2010 y 2011. De líbero, con cintillo y pelo rizo. Junto a zagueros jóvenes, de futuro promisorio, como Gary Medel y Arturo Vidal.

—Con Gary compartíamos habitación y nos llevábamos bien. Además, en la cancha era muy obediente, me hacía caso en todo. Arturo era mucho más desordenado, pero cuando yo le decía: “te quiero aquí, hueón, pegadito a mí”, él me respondía: “ya Waldito, sí Waldito”, y volvía a su posición. Había que tener la rienda cortita, pero los cabros me escuchaban—recuerda.

La carrera de Ponce en la selección chilena terminó el 15 noviembre de 2011. Ese día Chile le ganó 2-0 a Paraguay, pero a diez minutos del final, el defensor sintió una molestia en su pie derecho que a la larga se transformaría en una lesión de la que nunca se podría recuperar, como le dijo un médico antes de operar su tendón de Aquiles en España.

La palabra del profesional se cumplió y Ponce, en pleno peak profesional, nunca más defendió a la Roja.

Actualmente, “Waldini” reparte sus días entre fútbol amateur, la venta de zapatillas personalizadas y en una serviteca ubicada en calle San Ignacio con Euclides. Detrás de un escritorio adornado por fotos familiares y un chuncho de peluche, dice que en el fútbol no sirve de mucho situarse en escenarios hipotéticos, más que para quemarse la cabeza.

Y es verdad. Pero algunos siempre nos hemos preguntado: ¿qué habría sido de Waldo, si no se lesionaba?

Te retiraste de la selección con 29 años, de forma inesperada y obligada. Y, finalmente, quedaste sin club en 2017, porque según declaraste en un momento, ningún equipo te llamó.

-Sí, pero no todavía no me retiro, jajaja.

¿Oficialmente no?

-Nunca he querido asumirlo, la verdad. Siempre me preguntan cuándo va a ser la despedida. Pero claro, mi último club fue la U de Conce, donde llegué gracias a Ronald Fuentes, a quien le debo mucho, porque siempre se portó bien conmigo. Hasta zapatos me regalaba. Allí me reencanté con el fútbol.

Pero, en definitiva, para pasar el dato digo yo, ¿sigues disponible para jugar en algún equipo profesional?

-El otro día hablaba con Chupete que, si él está jugando, ¿por qué yo no puedo? Le dije que me consiguiera un club, jajaja. No, pero él se preparó bien, yo tendría que hacer una pretemporada de siete meses para volver. Pero puta, si alguien me quiere de delantero, puedo jugar los últimos cinco minutos.

¿Atrás ya no?

-No, ya les dije a mis amigos que yo he correteado delanteros toda mi vida. No quiero ahora que estoy viejo. Gracias.

Oye, imagino que viste la Copa América, que estuvo marcada por la inauguración del VAR en la competencia. ¿Crees que si lo hubieran implementado en tu época, te habría perjudicado? ¿Eras de combos o provocaciones?

– ¿Yo? No, para nada, no era muy sucio. El único combo con ganas se lo pegué a Ezequiel Miralles, de Colo Colo, cuando yo jugaba en Católica. Es que se peinaba mucho, se tocaba el cintillito, se cuidaba la cara linda y todo. Un día me pisó. Le dije: “ten cuidado, hueón”. Me pisó por segunda vez y, a la tercera, lo dejé pasar y le puse un maletero en la nariz. Pero no, no era mi estilo.

Al fin y al cabo, no te pusieron “Waldini” por nada.

-Pero ese sobrenombre no es porque jugaba como el defensa italiano, Paolo Maldini.

¿No?

-No. Me lo puso el profe Walo, un preparador físico de la “U”, porque decía que me parecía a él físicamente. Cáchate, po’, ojos verdes, media facha, cuando yo era un flacuchento nomás. Igual nunca me gustó, quería algo más bacán. “Waldini” es muy rebuscado, fome.

¿En serio? Para mala suerte, te acompaña hasta el día de hoy. Pero ponte un apodo, tenemos la oportunidad.

-Jajaja, no, nunca lo he pensado. Mis amigos me dicen “Crack” o “Capitán”. Esos me gustan, jajaja.

CHIVA

Cuenta la leyenda que Waldo Ponce, antes de ser un experimentado central, fue puntero derecho. ¿Cierto o falso?

-La verdad es que sí, de chico siempre tuve condiciones. Al tiempo después se cambió la forma de jugar en los equipos y se dejaron de utilizar los extremos. De hecho, nunca tuve como referente a algún defensa central, Ronaldo siempre fue mi ídolo. Después me cambiaron de puesto no más, y me quedé ahí, pero siempre jugué arriba.

¿En qué momento pasaste a la defensa?

-Mira, pasé a la defensa porque participamos en un campeonato de escuelas de fútbol en Los Andes, y el mejorcito era yo, que además era un poquito más alto que la media. Como el profe dijo que íbamos a cuidar el cero, me ubicó atrás.

Desde chico le pegué fuerte a la pelota, entonces la agarraba, pasaba la mitad de la cancha y le pegaba al arco. En eso, un profesor que era de San Felipe me vio jugar y me invitó a la ciudad, y como él me conoció de central, quedé ahí por siempre.

Llegaste a la “U” con 15 años y debutaste a los 18. ¿Qué recuerdas de tu primer partido?

-El estadio, los nervios de un debut, de jugar, de cumplir mi primer sueño. Porque, como dicen, lo difícil no es llegar, sino mantenerse.

¿Los nervios abandonan en algún momento al futbolista?

-No, yo creo que están siempre. Siempre. No sé si en los últimos tiempos de la carrera se llaman nervios, pero está esa cosquillita en la guata de entrar a un partido, de jugarlo pronto. Eso es necesario para nosotros, eso sí, porque sirve para estar alerta y consciente de tus responsabilidades.

Cuando llevabas poco tiempo en la la “U”, se habló de un posible traspaso al Ajax de Holanda. Incluso estuviste a prueba y pasaste los exámenes médicos, pero finalmente no se concretó. ¿Por qué se cayó ese fichaje?

-Mira, yo fui con muchas expectativas de quedarme y siento que lo hice muy bien para lo que se necesitaba. Estuve diez días entrenando con el plantel, hicieron un partido amistoso para verme a mí, e hice hasta un gol. O sea, las cosas no me podían salir mejor. Me acuerdo que cuando estaba entrenando no lo podía creer, me salía todo, estaba para quedarme sí o sí.

Y bueno, lo que a mí me dijo el representante que me llevó en ese momento, fue que a la persona que tenía que cortar el queque de mi situación, se le había enfermado la hija, y por eso no tuvo la posibilidad de tomar una decisión. Media rebuscada la chiva.

¿Y qué crees que pasó en verdad?

-Que ese representante pidió lo mismo que vale Messi por mi fichaje, y claro, el Ajax le hizo una tapa gigante y no me pude ir.

De todas formas, convengamos que partir al Wolfsburgo con 20 años, fue un buen premio de consuelo.

-Sin duda. Además, haber sido el primer chileno en llegar a la Bundesliga, fue una gran experiencia.

Podríamos decir que le abriste paso a futuras estrellas, como Arturo Vidal, Charles Aránguiz y Eduardo Vargas.

-Sí po’, si me han dado las gracias, jajaja. No, pero en ese tiempo no era muy común que un chileno fuera a Europa de forma directa, la mayoría siempre tenía que tener su paso por Argentina y después partía.

¿Cómo te fue con el idioma?

-Difícil. No aprendí nada. Sabía decir derecha, izquierda, adelante, atrás, y contar del uno al diez. Iba a clases con Andrés D’Alessandro, argentino, pero la profe era mexicana, entonces hablábamos en español todo el rato.

En perspectiva, ¿cómo evalúas tu experiencia en Alemania? ¿Quedaste satisfecho?

-Puedo decir que donde estuve, siempre me entregué por completo. Me costó, sí. Allá no jugué en mi puesto natural, sino de mediocampista, pero el técnico tenía sus prioridades y era difícil confiar en un jugador sudamericano de 20 años. Tuve que volver porque el contrato era por un año, pero no me quedé con la espina clavada. Me habría gustado jugar de nuevo en Alemania, pero no se dio nomás. Qué le vamos a hacer.

¿PA’ DÓNDE VAY?

En tu vuelta a la “U”, en 2005, fuiste protagonista de la final que perdió ante Universidad Católica. Bueno, tú dices que los chilenos siempre nos acordamos de lo malo.

-Sí po’, la gente todavía me recuerda el gol que me perdí contra Honduras en el Mundial de Sudáfrica.

Ya vamos a hablar sobre esa jugada. Pero antes, volviendo a la final…

-Y bueno, también me recuerdan el penal que perdí en la definición contra la UC. La verdad es que yo siempre pateé tiros libres, tomaba como referencia a los rugbistas, y siempre me paraba igual: dos pasos hacia atrás y uno hacia el costado. Pero nunca fui especialista en penales.

Dices que los penales siempre te salían al medio, fuerte, o al palo izquierdo del arquero.

-Claro, le pegaba como Charles Aránguiz, de empeine. Con la diferencia que él la pone al ángulo, jajaja. Pero, esa vez, me salió mordido, despacio, y a la derecha. O sea, más fácil imposible.

De todas formas, siempre digo que en esas instancias hay muchos que no se atreven. A mí me preguntaron: “¿Waldo, pateai?”, y yo dije que sí.

¿Cómo se nota que un jugador no quiere patear?

-Que la contractura, que la dolencia… De todas formas, después me quedé llorando dos horas en el camarín, y salí justo con la gente de Católica. Imagínate cómo agarraron el auto, iba con mi papá. Me quería morir. Pero bueno, la gente tampoco se acuerda que en la semifinal hice un gol de tiro libre, y eso nos permitió jugar la final.

¿Es cierto que en esa final casi te agarras a combos con Manuel Iturra?

-Con el “Colocho”, sí po, y eso que somos bien amigos, nos íbamos de vacaciones juntos. Lo que pasó fue que en el entretiempo me acerqué a él y a Christian Martínez, y de forma no muy suave, les dije que estaban todos cagados, que pegaran una patada por lo menos. Y el “Colocho”, como también es mechita corta, me pegó unos pechazos y nos pegamos unos cortitos por abajo. Ahí apareció Johnny Herrera y nos separó. Antes de salir a la cancha, el Johnny, que era como el papá de nosotros, nos dijo: “ya, pero cómo van a estar peleando, si ustedes son amigos. Dense un abrazo”. Y nos arreglamos.

Bueno, ese mismo año, pero por la fase regular del campeonato, se jugó un clásico que terminó con una tremenda pelea justamente entre Johnny Herrera y Jorge Valdivia. Al final, expulsaron a cinco jugadores, entre ellos, tú. ¿Por qué te echaron?

-Todavía no sé, no pegué ni un combo. Si me hubiera llevado algo, ya, me habría ido tranquilo y contento. Recuerdo que Johnny se agarró con Valdivia y se metió Moisés Villarroel a defender al “Mago”. Y yo, en vez de meterme a pelear, agarré a Villarroel y lo empujé para sacarlo. De verdad, si hubiera pegado un combito, bueno, ya, está bien, pero ni siquiera eso.

Igual le tenías mala a Valdivia. Hay una jugada muy recordada entre ustedes. Un encontrón verbal, más bien.

-Sí, es bien recordada esa historia. A mí me caía mal el “Mago” porque siempre se burlaba del rival. Y bueno, en un clásico, se produce un contragolpe de Colo-Colo y yo fui con todo por detrás, le saqué la pelota y lo di vuelta. Ahí le dije: “¿¡Pa’ dónde vay, conchetumare!? No sé quién se habrá dado cuenta de lo que dije, o si se vio en cámara, no tengo idea, pero mucha gente lo recuerda.

También me acuerdo que cuando venía encarando con la pelota, yo le decía: “ven po’, pásame, ¿a ver? Pásame”. Y ahí lo agarraba: “sale de aquí”. Pasábamos peleando en los clásicos, me daban ganas de matarlo, pero en la selección siempre tuvimos buena relación, aunque nunca fuimos amigos. Es que el “Mago” es especial, para mí es uno de los mayores talentos con los que pude jugar, junto con Arturo, Alexis o Marcelo Salas, quien hizo el gol que más grité en mi vida, en Wembley.

EL GLUCOSA

Sin ir más lejos, Valdivia fue clave para que marcaras el gol más importante de tu carrera, contra Colombia, cuando Chile clasificó al mundial de Sudáfrica. Te puso un centro en la cabeza. O en el hombro.

-Sí po’. Jorge tiró un centro espectacular y yo quise… Es que venía la pelota al área y yo ya tenía pensado qué hacer. Le quise meter el frentazo con todo y me pegó entre mi oreja y el hombro. Gol. O sea, igual, yo creo que si hubiera cabeceado la pelota, el arquero me la atajaba, jajaja.

En otra entrevista contaste que en ese tiro libre decidiste desobedecer las instrucciones de Marcelo Bielsa.

-Marcelo trabajaba mucho el balón detenido, y nosotros sabíamos que teníamos que ir a buscar el centro dependiendo de dónde se cobraba la falta. Había que hacerle caso al profe Bielsa y a Luis María Bonini, que nos decía: “vengan de atrás, corriendo, no se queden parados”. Pero ese día me quedé parado. Dije: “puta, no, me voy a quedar acá, no voy a hacer caso”, y me ubiqué en el área, al borde del fuera de juego.

¿Por qué crees que te ganaste la confianza de Bielsa? Te transformaste en titular inamovible durante casi todo su ciclo en la selección.

-Bueno, esa confianza había que responderla con rendimiento. Él nunca se casó con nombres. O sea, no porque tú eras tal persona, ibas a ser titular indiscutido, se basaba mucho en el presente de cada uno en su club. Yo andaba bien y pude retribuirle su confianza.

Se habla mucho del esquema de Bielsa de la mitad hacia arriba, pero muy poco sobre la defensa…

-No te preocupes, es normal, jajaja.

¿Alguna vez se exasperó por tu insistencia de salir jugando y no reventar la pelota?

-No, de hecho, creo que por eso me elegía, porque jugaba tranquilo y trataba de no reventar mucho los balones, de salir jugando, de buscar siempre a un compañero. Y por eso te digo también que había que responder a su confianza, porque no era fácil cumplir con la exigencia que él ponía en todo sentido: los entrenamientos, el peso.

¿Te complicó mantener ordenada la defensa, cuando jugaste con Gary Medel y Arturo Vidal de stoppers?

-Sí, jajaja. El Gary me hacía más caso, es bien táctico, pero Arturo era desordenado. Tenía que estar calmándolo a cada rato: “Arturo, acá, al lado mío, hueón”. En ese tiempo me hacían caso, ahora me mandan a la cresta, jajaja.

Vidal te reemplazó en el histórico partido que Chile le ganó a Argentina por 1-0, cuando faltaban tres minutos para el final. Se dice que esa victoria fue la primera muestra de que el equipo podía lograr cosas que antes eran impensadas. A tu juicio, ¿cuál fue el cambio más importante con relación a procesos anteriores?

-Yo creo que el convencimiento de que nosotros teníamos la capacidad. Claro, Bielsa siempre decía que él no inventaba nada, que todas las cosas que hacíamos las sacaba de situaciones de juego, en nuestros clubes o en el entrenamiento.

En eso, ayudó mucho la calidad que tenían los jugadores de ese momento, que eran jóvenes y tenían toda el hambre del mundo, que querían jugar y ganar en todos lados.

Hablaste de Bonini. ¿Qué recuerdos te quedan de él?

-Muy lindos recuerdos. Cuando hablo de él, siento la emoción de que haya partido. Era súper querendón con todos, una gran persona que siempre estaba pendiente de nosotros. Era el nexo entre el plantel y el cuerpo técnico.

¿Lo pudiste ir a ver a la clínica, cuando estuvo internado?

-Fui, pero no quise entrar. Estuve con su pareja, su hija, pero no entré. Me quise quedar con el recuerdo de él estando bien, sano, con la vitalidad que lo caracterizaba, con la talla a flor de labio.

La verdad es que dejó varias anécdotas, sobre todo porque estaba atento a muchas cosas, como nuestro peso y el traslado a las concentraciones. En Argentina, yo a veces terminaba de jugar los domingos en la noche, y me tenía que venir en el primer vuelo del lunes.

Una vez me comí un parte porque justo me llamó por teléfono cuando iba pasando por un peaje en la carretera, y el oficial me dijo que tenía que colgar. “No puedo, me está llamando la selección de Chile. Estoy hablando con Bonini”, le dije yo. “¿Ah, sí?”, preguntó el policía, y me pasó una infracción. Bueno, al final no, porque le pasé 200 pesos y se fue feliz para la casa.

¿Y, personalmente, te costaba mantener el peso que te exigían?

-Sí po’, si soy bueno para el dulce. Por eso Valdivia me decía “el Glucosa” Ponce, porque siempre andaba con dulces. Cada vez que íbamos a alguna competición, o a alguna parte, andaba con chocolates. Los jugadores decían: “permiso, vengo al kiosko”, y entraban a mi pieza y sacaban algo. No soy bueno para el pan, pero sí para lo dulce.

¿TRICAMPEÓN?

Ahora sí, Waldo, vamos a la famosa jugada contra Honduras en el Mundial de 2010. Te agachaste para realizar una “palomita” cuando lo más fácil era pegarle con el pie. ¿Qué pasó?

-Pasó que otra cosa es con guitarra, po’. Es fácil con el diario del lunes, como dice el refrán futbolístico. Cuando Arturo la pivotea y la baja, siempre pensé en cabecear, nunca en otra cosa. No pensé en bajarla, a pesar de que sí tenía la posibilidad o el espacio para hacerlo, o de pegarle con el pie. Tuve la mala suerte que el arquero se tiró justo para donde cabeceé yo.

Si Chile hacía ese gol, quizás, no se enfrentaba con Brasil en octavos. Igual quedaste fuera de ese partido por suspensión, ¿te dolió mucho?

-Mucho. Nos quedamos afuera con el Gary por amarillas. Cuando los muchachos iban entrando a la cancha, decíamos: “puta, que somos pelotudos, que somos hueones”, porque las amarillas también fueron evitables, medias tontas.

Y luego de la eliminación, Bielsa deja el equipo y lo reemplaza Claudio Borghi, con la Copa América del 2011 a la vuelta de la esquina. ¿Dudaste de tu convocatoria, o confiabas en que seguirías siendo un jugador importante?

-Siempre pensé que iba a ser considerado, de acuerdo a mis capacidades. Además, el Bichi me había querido en Colo-Colo y yo le dije que no, por eso cuando llegó a la selección me trataba de traidor, y por eso pensaba que no me podía hacer la desconocida. Y fue tal cual.

De hecho, creo que mi mejor momento fue en ese período, entre el término del mundial y la Copa América del 2011.

¿Qué tan amarga fue la sensación después de quedar eliminado a manos de Venezuela en la Copa América del 2011? Era, quizás, el equipo menos competitivo de los que quedaban en competencia.

-Horrible. Yo creo que esa Copa América pudo haber sido la primera de Chile.

¿Crees que se le ganaba una eventual final a Uruguay?

-Sí, yo creo que sí. Ese día ocurrió una situación bien especial, porque estando en San Juan, justo antes del partido con Venezuela, vimos en el letrero marcador que Brasil había quedado eliminado, y como Argentina ya estaba afuera, pensamos que Uruguay sería el rival a vencer. En ese momento, varios compañeros celebraron, y yo empecé a putearlos: “puta, no, cómo vas a estar celebrando si tenemos que ganarle a Venezuela primero”. Y claro, como le pasó hace poco a Chile contra Perú, esa vez podríamos haber jugado todo el día y el arquero lo iba a tapar todo, le íbamos a pegar al palo, la pelota no iba a entrar.

Tuvimos ocasiones de gol que nos perdimos, pero nos llegaron dos veces y nos hicieron dos goles. Si ese partido lo ganábamos, habría sido la primera Copa América para Chile, pudo haber cambiado la historia, pero no.

En las clasificatorias para el Mundial de 2014, hubo dos partidos que te marcaron. El primero, contra Uruguay de visita, cuando Luis Suárez hizo cuatro goles. ¿Te acuerdas?

-Me acuerdo…

Se te señaló como uno de los responsables de la goleada.

-Y estaba bien, jajaja. ¿Qué más se puede decir? Es el partido más malo que jugué por la selección. Yo siempre era de regular para arriba, pero esa vez… Hasta casi nos agarramos a combos con el Gary en el primer gol.

¿Por qué?

-En ese momento, Gary jugaba más en el medio, no de central. Entonces, después del primer gol, me vino a putear porque yo no había apurado a Suárez, porque lo venía aguantando hasta que le pegó y la pelota me pasó entre las piernas y fue gol.  Garito, tranquilo, me fue a decir: “Waldo, tuviste tú la culpa” …  Nada, el enano me fue a putear, y yo: “¿qué me venís a putear vo? ¿ah?”. Y nos pegamos unos pechazos. Eso me descolocó un poco y me sacó del partido. Pero bueno, fue el partido más malo que jugué en la selección. El más malo.

Agencia Uno

Y el segundo partido que te marcó vino inmediatamente después, contra Paraguay de local.

-Ahí tuve la lesión que me costó la carrera. La maldita lesión.

¿Recuerdas cómo fue el momento en que notaste que algo pasaba en tu tendón de Aquiles?

-Fue una jugada a falta de 10 o 15 minutos para terminar el partido, intrascendente. Íbamos ganando. La cosa es que un delantero echa a correr la pelota desde la mitad de la cancha, entonces le quedaban 60 metros para llegar al arco. Él enganchó y yo, en vez de seguir corriendo, quise detenerme con él, y cuando volvió a correr hacia el frente, sentí que se me rompió el tendón. Seguí jugando, terminé el partido, no salí ni nada. Con el cuerpo caliente, uno no se da ni cuenta de repente que está medio lesionado. Nunca imaginé que eso me costaría la carrera.

Desde ahí en adelante estuve tres años sin poder jugar, me operé cuatro veces. En ese tiempo yo jugaba en México, mi club era el Club Azul, y fui a ver a cuatro doctores distintos, y ninguno coincidió con lo que tenía. Después partí a Barcelona, donde el doctor que me atendió me dijo que me lesioné el tendón de Aquiles y que hay muchos deportistas que han dejado sus profesiones por esto, que no me aseguraba nada. “No me vine desde México para que usted me dijera esto”, le respondí. “Te lo tengo que decir, es la verdad”, dijo él.  Me operé la primera vez en Barcelona y después fue una operación tras otra. Al final, terminé recuperándome de porfiado, creo yo. Haciendo todo lo humanamente posible para ello.

Hasta te picaron abejas como método de sanación.

-Apicultura, láser, todo.

De no ser por esta lesión, ¿crees que habrías llegado al mundial de Brasil?

-Creo que, por lo menos, me habrían tenido considerado. Incluso, Jorge Sampaoli, mientras era director técnico de la selección, me quiso ayudar y me llamó para llevarme a Pinto Durán. Me contactó con su kinesiólogo o terapeuta, el cubano.

José Amador.

-Sí, él, que la verdad no me cayó muy bien, porque siento que me quiso ayudar por el compromiso que tenía con Sampaoli más que por querer ayudarme a mí, entonces fui unos días y después no fui más. Pero sí, creo que al menos me habrían considerado para ir.

¿Y las Copa América que ganó Chile en 2015 y 2016?

-Jajaja. Quizás. No hay cómo saberlo.

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