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Nacional

1 de Agosto de 2019

“Soy prófugo del Sename”: el testimonio de un adolescente clandestino

Tiene apenas 17 años y vive escondido, porque escapó del Sename. Tuvo que dejar la escuela para que no lo atrapen, pero prefiere vivir las penurias de la clandestinidad a regresar a un hogar de menores. Cada día lucha para sobrevivir y no ser arrestado por carabineros. Aquí su historia y sus miedos.

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Por Josefa Barraza Díaz.

Es mayo del 2019, y Nicolás (*) ya no daba más. Los últimos días habían sido un infierno. Pronto sería trasladado a otro recinto y separado de su hermano menor, Cristián (*) que está en el hogar con él. Además padecía el rechazo de algunos compañeros y se sentía aislado. Sabía que el plan que tenía en mente era la única solución, y que solo tenía una oportunidad para llevarlo a cabo. Cristián ya sospechaba.

Cuando llega el esperado día, Nicolás se levanta y durante la mañana realiza sus actividades con absoluta normalidad. Lleva un año ahí, y analiza por última vez su plan, paso a paso. Nada puede salir mal. Nadie puede impedirlo. Es ahora o nunca.

Es mediodía. El clima otoñal de finales de mayo es fresco. Coge un polerón, se abriga, revisa el nudo de sus zapatillas, se pone de pie, y mira por última vez su entorno, que a pesar de todo lo vivido, extrañará. Aprovechando que todos estaban distraídos en sus funciones y actividades, camina hacia el patio, y se despide de Cristián. Le dice que muy pronto se volverán a ver. Su corazón queda desolado, ya que una parte suya se queda ahí. Pero confía en que con lo que va a hacer, ambos estarán bien en el futuro.

Llega al patio, y con mirada atenta repasa los árboles, los pasillos y algunas de las instalaciones del centro. Confirma que nadie lo está observando, corre hacia una pandereta de más de tres metros y medio, coronada con una rejilla de alambre a la que es fácil agarrarse. Toma impulso, salta, pero fracasa en su primer intento. Se frustra, pero vuelve a intentarlo. Esta vez lo logra. Siente la adrenalina en su cuerpo, puede divisar Avenida Gabriela Poniente a sus pies, salta y aterriza sin contratiempos. Saborea la libertad. Su fuga del hogar de menores es un éxito.

Nicolás, de 17 años, es un prófugo del Sename.

***

La primera vez que supe de la existencia de Nicolás fue el 22 de abril de 2019, poco antes de esta escapada. Por motivos profesionales, estaba visitando la escuela de reingreso a la cual asistía para su reinserción escolar. Desde la recepción del establecimiento, pude ver la llegada de un carro policial del cual descendieron dos carabineros, quienes solicitaron hablar con la directora del colegio. Aquella escena interrumpió la tranquilidad del lugar. Al cabo de un rato, desde el recinto me comentaron que están buscando a Nicolás, un alumno que vive en un hogar de menores. En la escuela no sabían hasta ese minuto que se había fugado, pues no dejó de ir a clases e incluso esa misma mañana estaba presente. Pero al descubrir la presencia de carabineros, escapó.

Al cabo de unas semanas, volví al lugar. Y mientras estaba en la entrada conversando con algunos de los funcionarios, aparece un joven de aproximadamente un metro setenta, delgado, de pelo castaño oscuro y tez canela. Se dirige hacia una de las profesoras y le dice: “Chao tía, nos vemos”. “Ese es Nicolás”, me cuentan. La policía lo había encontrado y estaba viviendo nuevamente en el hogar de menores.

Ese fue mi primer contacto con él.

***

Nicolás nació en diciembre de 2001. Su madre quedó embarazada cuando apenas era una adolescente. Es el mayor de siete hermanos y su padre nunca estuvo presente en su vida, así que casi no tiene recuerdos de él. A pesar de ello, no le guarda rencor, ya que la familia de su padre siempre trató de mantener contacto, por lo que el abandono no se sintió tan fuerte. Vivió parte de su infancia en la población Santo Tomás de La Pintana, con su madre, su abuela, algunos tíos y sus hermanos.

De un momento, su madre empezó a desaparecer de la casa y no cuidaba de sus hijos. Estaba consumiendo todo tipo de drogas, pasta base de preferencia y empezó a golpear a sus hijos. Nicolás, aún un niño, sintió la obligación y necesidad de cuidar y proteger a sus hermanos menores.

Cuando cumplió ocho años, con su madre ausente y en la casa con muchos familiares, fue abusado sexualmente por un tío, que entonces tenía 18 años. Nicolás cambió. Dejó de ser el niño entusiasta y feliz que había sido hasta entonces, a pesar de todo. No entendía por qué le había ocurrido eso, si él no había hecho nada. Estaba lleno de rabia e ira frente al mundo, especialmente hacia su tío. Se volvió más aprensivo con el cuidado de sus hermanos. Sentía la necesidad de protegerlos, para que no les pasara lo mismo que a él.

Cuando se supo el abuso sexual cometido, su familia no le dio importancia, no hicieron la denuncia y no hubo un proceso judicial. Querían evitarse problemas.

Nunca hubo justicia para Nicolás.

***

Es 11 de junio del 2019, y estoy tras la pista de Nicolás. Sé que ha vuelto a escaparse del hogar. Le pregunto a sus amigos por él. Nadie quiere dar algún tipo de información, creen que lo entregaré a Carabineros. Tratan de protegerlo. Regreso a su escuela para ver si tienen alguna novedad. Me confirman que sigue fugitivo. Hablo con algunos de sus compañeros de curso, quienes me cuentan algunas anécdotas suyas: en marzo de este año discutió con un compañero llamado Francisco. Al finalizar la jornada, este compañero lo esperó por horas en la esquina de Santa Rosa con El Mariscal para pelear cuando pasara por allí, pero Nicolás ya se había ido al hogar. Unas semanas después arreglaron sus diferencias y se convirtieron en grandes amigos. Cuando Nicolás se fugó, Francisco le ofreció su casa como refugio en caso de que lo necesitara.

Otra compañera, Camila, lo describe así: “Él es simpático, buena onda y muy protector. Cuando uno le pregunta de su vida, nos cambia de tema. Se nota que no le gusta hablar de eso”. Además, agrega, que todo el curso lo apoya y se preocupa por él. Me asegura que si sabe algo de él, me llamará pero hasta la fecha de publicación de este reportaje, no lo ha hecho.

Escucho rumores que me dicen que Nicolás volvió a la población Santo Tomás, pero acompañado. Continúo mi búsqueda.

***

Al cumplir 12 años, y debido a la violencia intrafamiliar y negligencia parental que padecía, Nicolás fue enviado al hogar Buen Camino, ubicado en La Pintana. Es un centro que trabaja con menores que, por dictámenes de tribunales de familia, son internados para proteger sus derechos. Es una fundación que trabaja como colaboradora de Sename (recibe subvención de este organismo). Dicho centro está ubicado en Avenida Gabriela Poniente con Juanita, a un par de cuadras de la población El Castillo. El frontis solo llama la atención por sus paredes rayadas. A simple vista no parece un hogar de menores. Y en las noches, la esquina de enfrente funciona como barrio rojo. A pocos metros de los niños que están con protección del Estado, se ejerce la prostitución.

Mientras Nicolás entraba al hogar en La Pintana, su hermano Cristián (menor por un par de años), era enviado al centro Cread de Pudahuel. Esta separación lo afectó mucho, pues sentía que no podía cuidarlo como había hecho hasta entonces.

Pero, dos años después, ambos fueron regresados a sus hogares (régimen familiar), porque su familia había cumplido con las exigencias de visitas y otras obligaciones impuestas para demostrar que era capaz de hacerse cargo de ellos. Volver a casa fue un shock para Nicolás, quien volvió a reencontrarse con el tío que abusó de él, y el recuerdo del trauma estaba siempre presente. Pero reencontrarse con Cristián le daba fuerzas para soportarlo y, porque de todos modos la experiencia de estar internado en un hogar de menores le había dejado otras marcas, recuerdos que hubiera querido olvidar.

Durante el proceso de régimen familiar, y tras la muerte de su abuela paterna, Nicolás comenzó a sufrir depresión, por lo que recibió tratamiento farmacológico, pero aún así intentó suicidarse en tres ocasiones. A los 14 años, sentía que su vida iba en caída libre, pero una misión lo mantenía en pie: proteger a Cristián y al resto de sus hermanos.

Cuando parecía que se recuperaba de la depresión, comenzó a consumir cocaína y marihuana; asistía a fiestas y formó su propio grupo de amigos. Los veía como su familia. Algunos de ellos cometían delitos como lanzazos, hurtos, y portonazos. Para no ser menos, Nicolás los acompañó a delinquir. En una ocasión, y durante un portonazo, fue el encargado de usar un arma de fuego, pero por miedo, solo disparó al cielo.

De pronto, se dio cuenta de que no le gustaría que sus hermanos se enteraran de lo que estaba haciendo, y dejó de acompañar a sus amigos. Una noche, recibió la noticia de que uno de ellos, uno de sus mejores amigos, había muerto de un disparo mientras realizaba un portonazo en la zona sur de Santiago. Ahí decidió alejarse de ellos para siempre. Por primera vez, sintió un miedo profundo. No quería ser el próximo en morir.

***

La tarde del jueves 11 de julio del 2019 recibo un WhatsApp de un número desconocido. El mensaje dice: “Hola, ¿cómo estás?”. Pregunto quién es y al cabo de un rato, el desconocido me responde: “Soy Nicolás”. Al fin me lograba contactar con él, después de un mes de búsqueda. Lo llamo y hablamos, pero su actitud inicial es de desconfianza.

Son las cuatro de la tarde del lunes 15 de julio, y me dirijo al sector de Urgencia de un hospital de la zona sur de Santiago. Espero que Nicolás asista a nuestra cita. Al llegar a la entrada del recinto asistencial, noto que hay mucha presencia de carabineros. Empiezo a dudar si llegará. En su condición de prófugo, en cualquier momento puede ser arrestado, y enviado a un centro del Sename (** Ver nota al pie). La Urgencia está llena. No lo veo. Pasan un par de minutos, y aún estoy esperando. A las cuatro y media alguien se acerca a mí, me mira, me hace una seña. Es Nicolás. Viene disfrazado, para que nadie lo reconozca.

Nos dirigimos a una banca que está en el sector de hospitalización. Mira para todos lados, está muy inquieto. Ha reparado en el alto flujo de carabineros que hay en ese momento. Mientras hablamos, se mantiene cabizbajo. Pocas veces levanta la cabeza.

“Mi vida ha sido muy dura. Si supiera todo por lo que he pasado quedaría enferma”, dice mientras se ajusta el gorro que trae puesto. “Estoy fuera, no quiero volver nunca más al hogar, la pasé mal. Estoy bien ahora, aunque esté fugado”.

***

El 22 de enero del 2018, y con 16 años recién cumplidos, Nicolás regresó al hogar Buen Camino, tras el fracaso del régimen familiar. Pero esta vez su hermano Cristián llega con él al mismo centro. Ahora sí lo podría proteger.

“Recuerdo muy bien que llegamos el 22 de enero del año pasado, porque era verano, y cuando me escapé creo que era el 21 de mayo de este año, porque no estábamos en clases por el feriado”, cuenta, mientras dos carabineros se pasean a nuestras espaldas.

El volver a un hogar de menores fue una de las peores cosas que les pudo pasar, ya que se habían acostumbrado a la libertad que disfruta cualquier adolescente. “Es raro, no me sentía bien estando allí dentro. Aunque de las tías no puedo decir nada, y mucho menos de la comida, que era súper rica. Me gusta comer, como de todo, no soy mañoso”, dice. Sin embargo, su relato cambia al hablar de sus compañeros. “Éramos como 25 más o menos, y aunque me llevaba bien con casi todos, pasaban cosas raras. Es difícil de explicar”, cuenta, incómodo. Trata de cambiar de tema.

En su segunda internación en el hogar Buen Camino de La Pintana, fue matriculado en una escuela de reingreso de la misma comuna, en donde conoció a Camila y Francisco, sus amigos. Cristián también fue matriculado en el mismo lugar. Ambos habían sido desertores escolares, por lo que eran nivelados, para terminar enseñanza básica. En este establecimiento reciben a jóvenes vulnerables, y una parte de sus alumnos provienen de hogares de menores.

“Era bacán, me llevaba bien con todos. Desde que me fugué (este año) no pude seguir yendo al colegio, porque por reglamento si me escapo, y llego a aparecer por allá, tienen que llamar a los carabineros para que me lleven preso y me devuelvan al hogar. Entonces preferí no arriesgarme”.

Con respecto al barrio rojo que hay en la noches a las afueras del centro, afirma que “están ahí todos los días. Hay una historia que dice que una vez un cabro hizo una apuesta, se arrancó para pasar una noche con una de estas mujeres, y que se contagió de VIH. No sé si sea cierto, pero estamos expuestos estando ahí. Debería haber carabineros todo el día, pero importamos tan poco que da igual”, comenta con resignación, mientras acaricia a un perro que se acurruca a sus pies.

Sobre la relación con sus compañeros, intenta esquivar el tema, pero finalmente revela lo que ha intentado callar: “En el hogar hay abuso sexual entre compañeros. Se aprovechan de los más chicos. Cuando estaba yo, y veía que los iban a abusar, les pegaba para que se avisparan y no lo hicieran más. Era el guardián de los más chicos. Ellos se sentían seguros conmigo. No quería que pasaran por eso, por eso los defendía”, cuenta y se para con intención de marcharse.

Hay un silencio incomodo, pero no se va. De pronto habla de su tío: “Tiene un hijo ahora. Es chico. Una vez me lo topé y le dije que ojalá que su hijo nunca pasara por lo que él me hizo. Que nadie pase por lo que yo pasé, ni un niño más, por eso los defendía en el hogar. Yo perdoné a mi tío, pero nunca se lo diré, creo que Dios debe perdonarlo ahora”. Además, cuenta que ha empezado a hablar con su papá y que se están empezando a llevar bien. Relata que su madre, desde hace unos meses está internada en un hospital de la zona norte de Santiago, por problemas respiratorios. Está muy grave, pero prefiere no visitarla, pues la última vez que lo hizo, a ella le dio una crisis respiratoria, y pensó que moriría ahí mismo.

***

Su fuga definitiva del centro fue gatillada por una pelea que tuvo con un compañero del hogar. “Nos agarramos a combos, eso sí, yo pegué más. Nadie me podía parar, lo pateé en la cara. Lo dejé muy mal. Le quebré los dientes y lo dejé muy moreteado. Y todo fue por un mal entendido”, reconoce. Después de este hecho, recibió la noticia de que sería trasladado al centro Cread de Pudahuel, por la gravedad del asunto. Aquello lo dejó muy afectado, ya que nuevamente sería alejado de su hermano Cristián. Además, la golpiza al otro niño hizo que algunos de sus compañeros ahora lo rechazaran, y sintió que ya no podría seguir defendiendo a los más pequeños.

Decidió escapar antes de que lo trasladaran. Una vez fuera, vivió un par de días con su familia materna, y comenzó habitar una casa que era de su madre, y que había estado en arriendo antes de su llegada. Pasaron dos semanas, y su vida comenzó a tener un orden: en las mañanas se dedicaba al comercio ambulante en Santiago Centro, y en las noches cortaba el pelo a sus amigos y primos. “Me gusta cortar el pelo, tengo hasta una máquina”, cuenta, parándose otra vez, con intención de irse. Oscurece. Cuenta que una noche, mientras intentaba dormir, escuchó que alguien gritaba desde la reja. Era Cristián, que también se había fugado del centro. Hacía mucho tiempo no sentía tanta alegría, era libre y volvía a vivir con su hermano. Ahora ambos son prófugos del Sename.

A pesar de todo, al fin Nicolás es feliz.

***

Caminamos por una avenida principal, ya es de noche y los postes comienzan a prenderse. Pasamos frente a una comisaría, Nicolás levanta la cabeza, la mira y dice: “Me gustan mucho los pasteles y la torta de yoghurt. Más rato debo ir a cortar el pelo. Me cuesta sobrevivir, pero hay que darle. Anoche comí carne al jugo con arroz, estaba súper calientita la comida. Estoy muy bien. Mejor que nunca. No volveré al Sename”. Una micro oruga aparece. Es el recorrido que le sirve. Se despide, corre hacia ella y desaparece entre la multitud. En unos meses más cumplirá 18 años. Será un adulto y el Sename dejará de buscarlo.

(*) Los nombres de los menores de edad fueron cambiados para resguardar su identidad.

(**) Nota del editor: En febrero del año 2020, representantes del Sename se comunicaron con The Clinic, para consignar que según su versión, “los jóvenes entrevistados no tienen la calidad de ‘prófugos’ de la justicia ni son ‘arrestados’ por Carabineros”.

Sobre lo anterior precisaron que “las órdenes de búsqueda las emite el Tribunal de Familia al existir denuncias por presunta desgracia, no porque hayan cometido algún delito, por lo tanto, tampoco están en ‘la clandestinidad’”.

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