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Reportajes

11 de Septiembre de 2019

El derecho de vivir en paz: Devolver la dignidad a la historia de mi padre

Mariella Pía Villalobos

El Derecho de Vivir en Paz culmina una labor de nueve años de investigación y trabajo intenso emocional. Como hija de una familia chilena viviendo en el exilio en Canadá, cuyos miembros varones fueron presos políticos a raíz del golpe militar del ‘73, siempre consideré que nuestra historia había sido un relato de esperanzas truncas y vidas interrumpidas por eventos fuera del entendimiento y marco conceptual de muchos que no vivieron esos hechos directamente.

Por

Mi nombre es Óscar Villalobos de la Jara, y en el momento de los hechos, era egresado de la Universidad Técnica del Estado de la carrera de Publicidad, Dibujo y Audiovisual, (Instituto Pedagógico de la Universidad Técnica del Estado (UTE).

En los meses previos al golpe militar, me desempeñaba como empleado sin contrato en la gerencia de tráfico de LAN Chile (Línea Aérea Nacional).  En el día 11 de septiembre de 1973, me encontraba en camino hacia la calle Cumming, donde comenzaría un curso de instrucción para firmar el contrato con LAN a fines del mes de septiembre. (Si bien recuerdo, el nombre del gerente de este departamento era Claudio Silva). Cuando me encaminaba al lugar antedicho, me di cuenta del movimiento de las tropas a través de la Alameda, lo que me hizo volver sobre mis pasos para lograr alcanzar algún tipo de locomoción y retornar a San Bernardo, que era el lugar donde yo vivía.

Fui detenido un día domingo temprano en la mañana, en que nuestra población (Ernesto Merino Segura) de San Bernardo, fue allanada.  Desgraciadamente no estoy seguro de la fecha pero sé que ocurrió en los primeros días de octubre.  Los militares instalaron ametralladoras en todas las esquinas, e incluso la gente que se encaminaba a la Parroquia para la misa no pudo salir de la población.  Los militares traían listas de todas las personas simpatizantes del gobierno, listas entregadas por los vecinos que se consideraban de oposición.  De mi casa tomaron al que habla, Óscar Villalobos de la Jara, a mi padre Walterio Villalobos Sandoval, a mi hermano, Sergio Villalobos de la Jara, y a mi hermano menor, Carlos Villalobos de la Jara, con la falsa acusación de que éramos una célula del MIR que planeaba asaltar la Escuela de Infantería de San Bernardo, para asesinar a todos los oficiales que se encontraban en ésta.  Según ellos, para lograr nuestro propósito, contaríamos con la ayuda de mi hermano, Enrique Villalobos de la Jara, quien en aquel entonces cumplía con su servicio militar obligatorio en la Institución antes nombrada y quien después nos enteramos ya se encontraba detenido en el recinto militar del Cerro Chena de San Bernardo.  Durante la mañana, nos fueron juntando a todos los detenidos en la Plaza de la población, donde se nos abusó verbalmente y a golpes.  Rápidamente se nos hizo cubrir los ojos con lo que tuviéramos, pañuelos – los que tenían – yo como no tenía me hicieron sacar mi chaleco y con eso me envolvieron la cabeza.  Después de pasar horas de humillación, abuso y golpes, y siendo ya el atardecer, fuimos cargados en camiones como el ganado y fuimos trasladados al recinto de la Comisaría de San Bernardo, para pasar una noche de pesadilla.  Esto corría a cargo del personal de carabineros que se encontraba en ese recinto, los cuales nos hacían marchar con la vista vendada y nos hacían chocar los unos contra los otros, o chocar contra los muros del lugar.  Nos metían en la boca sus bastones de servicio y nos obligaban a chuparlos.  A mí, en lo personal me sucedió de que por el hecho de tener un hermano mayor que era teniente de Carabineros – (Walter Villalobos de la Jara – en ese momento en la localidad de Chépica) – esto sirvió para que un efectivo de Carabineros que había servido bajo su mando, y que según él odiaba a mi hermano, se tomara venganza en mí.  Este individuo cada vez que nos permitían sentarnos en el suelo del patio de la Comisaría, y me encontraba con las piernas semiabiertas me daba patadas en los testículos, aduciendo que se estaba vengando de mi hermano, el cual él sospechaba que también era rojo.  Esto se repitió constantemente durante la noche.

En todo esto, llegó la madrugada y nuevamente llegaron los camiones del Sindicato de Camioneros y nos cargaron nuevamente de forma de que no se vieran las cabezas de nadie.  Para mi suerte, me tocó en el nivel de más abajo, por lo tanto tenía dos personas más sobre mí.  A estos se le apuntaba la cabeza con fusiles con la amenaza de que si la levantaban serían baleados.  Por suerte, el viaje fue corto, por lo cual deduje que estábamos en el Cerro Chena.  De ahí se abrieron las compuertas del camión y aún con la vista vendada, nos hicieron saltar del camión que era bastante alto.  A un compañero que estaba cerca de mí, lo obligaron a saltar con un pie amarrado al camión.  Cayó tan mal que se quebró la clavícula, mientras los guardias reían.  (Nunca supe su nombre).

En el Cerro Chena, a pesar de no poder ver, podíamos darnos cuenta de que tenían más gente detenida en el lugar.  Podíamos escuchar los gritos de los interrogadores, gritos de los interrogados, quejidos, disparos y tengo que agregar que después de 24 horas con la vista vendada, tus oídos se convierten en ojos y tu mente te entrega imágenes que no sé si te aterrorizan o todo pasa a ser como un mal sueño.  En este momento, comienza la siguiente tortura.  ¿Dónde está mi padre? ¿Mis hermanos? ¿Estaremos todos juntos?  Tenía la esperanza de que a mi hermano Carlos, quien solamente tenía alrededor de 15 años, lo hubiesen detenido solamente por una noche y lo hubiesen mandado a casa, ya que mi madre quedó sola.  La realidad llegó cuando nos pasaron lista, y pude constatar que nos encontrábamos todos detenidos en este recinto, incluso mi hermano, el conscripto, a quien se le mantenía separado del grupo, por ser considerado aún un militar.  Aquí comienza la segunda parte, los interrogatorios personales por lista, la tortura, los alaridos, que pasan a ser tu propio sufrimiento, ya que no solo se interroga a tus familiares sino también a muchas personas que eran tus amigos de la población, del club de fútbol, etc.  Sin ir más lejos, todos los que ahí están en tu situación pasan a ser los tuyos, parte de los que tú eres, y el sufrimiento es colectivo;  Te hiere ver que ya no hay imaginación, ni que te lo contaron, sino que los estás viviendo en carne propia.  Tus oídos empiezan a diferenciar el día de la noche.  En la noche decrece el ruido y la actividad.  Ya la carretera cercana está silenciosa y se acaban las interrogaciones hasta el día siguiente.  Solo que ahora quedamos a merced de la Guardia de turno.  Estos, a mi entender, necesitan demostrar con acciones terribles y violentas, su odio por nosotros, por lo que nosotros representamos.  Me imagino que producto de la represión que ellos también sufren, los hacen convertirse en torturadores.  Así, nos pasamos la noche durmiendo a saltos.  A una persona sentada casi a mi lado, lo acusan de ser un violador, que era un individuo que vendía berros, y que lo tienen ahí con nosotros porque violó a una niña de 15 años.

Los guardias cada vez que pasan lo patean, le dan en la cara con las culatas de sus fusiles y ríen.  Esta persona que está muy cerca de mí, se queja y dice que es inocente y que lo de la chica y la violación es un invento de alguien.  Ellos lo golpean de tal modo y con tal fuerza que en un momento cae sobre mí.  Entonces, me paran a mí y me dicen que lo golpee yo también.  Como yo no puedo hacerlo, me golpean también a mí y me acusan de ser maricón.  En otras oportunidades, se les ocurre otra idea, y le bajan los pantalones al vendedor de berros, y con papeles de periódico encendido le queman los genitales mientras otros soldados lo inmovilizan y le ponen el pie sobre la boca.  El individuo se retuerce y trata de gritar.  Yo como estoy a su lado puedo percibir el inconfundible olor al pelo chamuscado.  Así son las noches del descanso. Cuando estamos durmiendo, se nos hace levantar sobresaltados, para hacernos hacer gimnasia, según ellos para el frío.  Se nos instruye desde un principio que para dirigirnos a ellos debemos decir “Señor Guardia”, y que nosotros debemos considerarnos “Bolsas de Mierda”.  No puedo quejarme ya que comida nos dan, bastante pan y agua.  Lo difícil es sentir hambre en esa situación.  Te tratan de obligar a comer porque no quieren que te debilites para los futuros interrogatorios.

La actividad del día son interrogatorios, listas, la calle del medio en la cual te llevan entre los guardias que te golpean desde diferentes direcciones ya que tú no puedes ver.  Esto se hace más por entretención de los guardias en algunos casos, pues muchas veces te llevan nuevamente a tu lugar sin interrogarte. En otras oportunidades, no tienes esa suerte, ya que llegas a los interrogadores los cuales te hacen mil preguntas, nombres de amigos, si conoces a zutano o mengano y cada vez que dices que no, te golpean y castigan.  En mi caso siempre me dicen que ya lo saben todo ya que mi padre o mi hermano lo reconocieron, así que por lo tanto no debo negar las acusaciones que ellos me hacen.  Puedo distinguir la voz de mi padre, los quejidos de mi hermano Sergio y de Carlos, el menor, cuando vienen del interrogatorio.  De mi hermano Enrique (el conscripto) nada, ya que está siempre silencioso.  En verdad, entiendo por qué se ensañaron tanto con mi hermano Sergio, ya que era profesor de historia, dirigente poblacional y socialista, aunque los opositores al régimen de la población lo acusaban de mirista.  A Sergio lo dejan en pésimas condiciones físicas como también al menor, Carlos, al cual le queman la boca con ácido y con corriente eléctrica.  No quiero hablar del sufrimiento de mi hermano Enrique ya que es parte de su propio relato, si es que algún día lo hace.

No sé realmente cuántos días estuvimos en el Cerro Chena, ya que perdí la noción del tiempo.  Pienso que por lo menos unos cinco días, quizás más quizás menos, no sé. Solo sé que un día ya hay alboroto, y nos empiezan a separar por lista. Y nos preparan para llevarnos a otro lugar.  Solo que en la lista no está mi hermano menor.  Mi padre, según me cuenta después, le habla a la persona que da los nombres, el por qué mi hermano Carlos no va con nosotros, él le responde con esta frase: “¿qué quieres viejo huevón, que también lo fusilemos al chico junto con ustedes? 

Bien, nos cargan nuevamente como ganado en camiones sin saber realmente cuál es nuestro destino.  Pero ya no hay terror, ya que después de todo lo pasado, ya nuestro estado, por lo menos en mi situación, no es lo que llamaría mentalmente normal.  Solo sé que cuando llegamos a nuestro destino, los jardines del Estadio Nacional  nos permiten quitar la venda de la vista.  Realmente, por un momento me siento en libertad, aun estando prisionero.  A pesar de que el maltrato continúa, y al poder ver, puedo constatar en las terribles condiciones en que vienen otros, mi hermano Sergio trae los ojos con unos terribles derrames, la cara y el cuerpo completamente hinchado y morado, varias costillas luxadas y respirando con bastante dificultad. Amigos como el Dr. Humberto Andrade, hombre de mucha más edad que yo, con su cara completamente morada, siempre estarán en mi memoria estas imágenes.  Dos campesinos, que nunca había conocido antes, (después supe sus nombres, Vega y Villegas) también lucían muy maltratados.  Y toda la gente en general, si me pudiese acordar todos los nombres, sería un relato interminable. 

Mi estadía en el estadio es una nueva etapa.  Personas, que después de unos días llegarían a desarrollar una amistad conmigo, me comentaron que cuando llegué al estadio mi estado mental no era el mejor, ya que me gustaba hacer bromas crueles para muchos que venían emocionalmente dañados.  No sé si puedo llamar esto la tercera etapa, pero para mi, el estadio, con todo lo terrible que significa la privación de la libertad, la constante aterrorización (presentarse al Punto Negro), las continuas reestructuraciones, en que se nos hace levantar muy temprano en la mañana y pasarnos el día dando vueltas por la pista de cenizas, con toda tu ropa y frazadas, para organizarnos nuevamente, ya sea por vía de llegada o por el orden alfabético de tu apellido, a una nueva escotilla, igual, creo ser una etapa más llevadera.  Al segundo día en que llegamos al estadio, se nos murió la esperanza que mi hermano menor, Carlos, sería enviado a casa con mi mamá, ya que en un grupo de detenidos que arriban y desfilan por la pista de cenizas, lo vemos llegar.  Por lo tanto mi padre pide a un oficial mayor, el cual con el tiempo constataríamos ser un hombre bastante justo, que lo trasladara a nuestra escotilla.  A pesar de la desconfianza, te puedes comunicar con las personas, relacionarte con ellas, sin ir a lo más complicado, que era la razón del por qué estaban detenidos.  Entre la gran cantidad de recuerdos desagradables, también cuento con algunos agradables. El de individuos que a pesar de no conocerse antes, se ayudan de diferente forma para evitar el “Caldo de cabeza” y la depresión.  Gentes de diferentes estratos se ayudan entre sí en la desgracia del cautiverio.  Incluso en lo personal hago un poco de amistad con conscriptos de Antofagasta, que se encontraban ahí para vigilarnos. A pesar de estar totalmente prohibido por orden de sus superiores, conversamos a la distancia y entablamos una pequeña amistad.

Las personas con profesiones importantes hacen charlas en las noches sobre sus diferentes profesiones.  Todo esto con el afán de mantener la mente de los demás ocupadas y evitar el caldo de cabeza.  En cuanto a los interrogatorios, se hacen en el velódromo del Estadio Nacional, donde no solo está la tortura física sino que también la espera por horas con las manos tomadas detrás de ti, las piernas abiertas y una frazada en la cabeza, la cual después de un par de horas pesa kilos.  Luego te hacen pasar a un cuarto, siempre con la vista vendada o forrada, te reciben con golpes al estómago que te quita el aire por un tiempo y te crea una sensación inmensa de inseguridad.  Después te paran y como siempre, hay un interrogador bueno y uno malo. Se nombran entre ellos con nombres ingleses como Charlie o Johnny o Tom. Uno te amenaza y te grita y te golpea, el otro te conversa y te pide la cooperación, aduciendo que si no cooperas el otro interrogador es capaz de matarte ahí y que él no quiere que eso suceda.  Al final te dice siempre lo mismo:- “Tu padre ya cantó, tu hermano también. ¿Para qué te vas a sacrificar tu?”.  Te golpean nuevamente con tu negativa.  Te patean en el bajo vientre. Cada vez se te hace más difícil pararte.  Si es que se te cae la venda de la vista, la capucha, debes cerrar los ojos sin mirarlos.  Yo tuve la buena suerte de no ser torturado con electricidad ni otras técnicas peores, sino solo con golpes y patadas.  Mis hermanos menores no la tuvieron. Después de dar por finalizado el interrogatorio, sucedió algo que siempre recordaré.  Me hicieron salir del cuarto de la misma forma, con la frazada en la cabeza y sin saber lo que sucedería a continuación.  Pasé un buen tiempo en esta posición, lo cual me sirvió para reponerme un poco del dolor y “relajarme”. Cuando de pronto escuché mi nombre nuevamente y me llevan a otro cuarto donde me dejan y salen.  Aunque no puedo ver, me doy cuenta que hay más personas en el cuarto.  Repentinamente se abre una puerta y entra alguien.  Después de cerrar la puerta, nos dicen “Pueden sacarse la frazada de la cabeza.  Soy yo, Walter” Es mi hermano mayor, el cual es oficial de Carabineros y quien con una mezcla de emoción y preocupación en su rostro nos saluda, especialmente a mi padre. Me doy cuenta que su situación es difícil, y aunque todos nos alegramos de verlo bien, la reunión es tensa, ya que sabemos que los “muros tienen oídos.  Nos cuenta que aunque le ha costado bastante, gracias a unos superiores con los cuales él tiene amistad, le han permitido viajar al estadio para interceder por nosotros.  Aunque esto puede significar la desconfianza de sus jefes, ha logrado la promesa de que seremos liberados al día siguiente, y la exigencia que le han puesto, es la de hacerse responsable personalmente de nuestro futuro comportamiento.  Si alguien de la familia es descubierto en alguna actividad de sedición, él también pagará, igual que nosotros.  Al mismo tiempo, nos explica, que por Enrique, no ha podido hacer nada, ya que él sigue siendo un militar, y el ejército no le permite a él entrometerse.  Después de darnos ánimo, y pensando que nos verá pronto fuera de esta situación, se va, convencido en la promesa que le hicieron, la cual no se cumplirá tal como él lo espera.

Cuando volvemos en la noche desde el velódromo, hay algunos que tienen que ser arrastrados en sus propias frazadas, como le sucede al hijo de Luís Corvalán a quien sus compañeros tuvieron que traer arrastrando en frazada y todos los que estábamos en el estadio fuimos testigos.  También recuerdo que un día se nos encerró en pleno día en los baños del Estadio por la visita de los personeros de la FIFA, los cuales querían comprobar al mundo de que el Estadio Nacional no era -como acusaba la Federación de Fútbol Soviética – un lugar de encarcelamiento y tortura. 

En mi estadía en el Estadio Nacional conocí personas como el Dr. Enrique Jenkin quien era el Director del Instituto Traumatológico, hombre muy jovial y positivo. Me ayudó a mí – como a muchos otros – con su espíritu a evitar la depresión.  También se encontraban: el Dr. Humberto Andrade, regidor de la comuna de San Bernardo, gente entendida en agronomía, no recuerdo su primer nombre, solo su apellido Boloski, quien hacía charlas muy interesantes sobre la agricultura de Isla de Pascua. También conocí al abogado, Fernando Badal, quien además era dueño de unas imprentas importantes en Santiago y amigo personal de Daniel Vergara (Subsecretario del Interior), lo cual le costó una estadía en el Estadio Nacional.  Con este hicimos una corta y sincera amistad.  Él me apodaba Caszeli por mi parecido con el famoso futbolista. Estaba también Atilio Gaete, Director de la Oficina de Emergencia dependiente del Ministerio del Interior, para el cual yo había trabajado como dibujante “freelance”.  Profesores como Mario Céspedes, Luís Vitale, también un futbolista profesional argentino, Walter Peduto, el locutor de radio Vladimiro Mimica, el folclorista Ángel Parra y el diputado, Patricio Hurtado.  También recuerdo un amigo de apellido Schulz.  También se encontraba Don Vicente Sota, quien formó un pequeño coro, lo que nos ayudó a alivianar la situación, especialmente para los aficionados a la música como yo. Se participó en grandes shows artísticos organizados por los prisioneros, que también ayudaba a alivianar y a evitar la depresión. Hay mucha gente de la cual se está quedando fuera de mi relato, pero la lista de nombres es interminable.  Sería para largo, compañeros de la Universidad Técnica del Estado, (como Víctor Canto y el Chico Moya entre otros).  Los nombres se me han borrado después de 30 años.  El grupo de los estudiantes universitarios brasileños, que aunque prisioneros como nosotros, nos deleitaron con su música y su creatividad para hacer instrumentos con las cucharas o con cualquier elemento que tuvieran a su alcance.  Su música elevó nuestro espíritu. 

Ya pasando al encierro mismo, no puedo hacer un recuerdo exacto de los días que pasé.  Creo que por lo menos fueron 25 días.  No lo sé exactamente.  Pero aunque muy escondidos, siempre han estado en mi memoria.

Un día nos llaman al Punto Negro (el lugar donde siempre nos llamaban).  Entre el grupo se encontraba mi padre y yo, y se nos dice que vamos a salir en libertad condicional.  Se nos habla y se nos amenaza.  No debemos contar a nadie lo sucedido en estos días, ya que eso nos puede acarrear una nueva detención.  Luego, se nos pasa a un lugar y se nos saca una fotografía de perfil y de frente, se nos hace firmar un papel en que nos comprometemos a no divulgar los detalles del encierro y además se nos registra completamente para que no saquemos números de teléfono ni direcciones de otros prisioneros. 

La noticia nos alegra y nos entristece al mismo tiempo, porque son miles de compañeros que quedan atrás, especialmente los hermanos menores.  Cuando vamos en la fila hacia el exterior todo el estadio nos canta la canción Libre para darnos aliento y desearnos suerte, a pesar de ser ellos los que siguen cautivos.  De ahí se nos forma en una fila y se nos hace marchar hacia las puertas del estadio donde esperan ansiosos los familiares.  Cada tantos metros los guardias nos detienen y nos dan una charla.  Nos dicen que “de ahora en adelante en este país debes preocuparte por tus problemas, no por los del vecino o del amigo”.  Nos hacen marchar nuevamente otros pocos metros para repetir la misma operación.  Esto se hace como tres veces hasta que llegamos a las puertas del Estadio y quedamos en libertad.

EPÍLOGO

Esta libertad fue una libertad condicionada, ya que la situación en que se encuentra el país es tal que permite a los militares detenerte en cualquier momento que ellos estimen conveniente, lo cual te produce una gran inseguridad.  Asimismo, me encuentro en la necesidad de comenzar la búsqueda de mi hermano Enrique, al cual perdimos de vista en el Cerro Chena y el cual permanecía en las manos de los militares por ser personal militar. Los rumores hablaban de que había sido fusilado en el Cerro Chena.  Más tarde nos enteramos de que se encontraba con vida y en cierta fecha sería pasado desde un recinto militar a la Cárcel Pública de Santiago donde cumpliera una condena de casi tres años por traición a la Patria y fue enviado a los Estados Unidos casi al finalizar su condena.  Mi hermano Carlos es dejado en libertad en la última noche de la estadía de los prisioneros en el Estadio Nacional y mi hermano Sergio, es llevado con el resto de los prisioneros del Estadio Nacional a la localidad del norte, el famoso campo de Chacabuco, donde permanece por más o menos seis meses.  A todo esto, mi padre es despedido de ferrocarriles de la Maestranza de San Bernardo después de una honrosa carrera de 29 años de servicio.  Mi madre sufre una especie de parálisis después de haber soportado los constantes allanamientos nocturnos y la tortura de tener a toda su familia detenida y no conseguir ningún tipo de información de parte de los militares, lo que hace para ella pensar que somos parte de la gran cantidad de desaparecidos que ya se habla en el país. Esto, más la situación profesional en la cual no se me permite terminar mi carrera profesional (había quedado pendiente mi completación de la carrera, (el seminario- la memoria) por los interventores militares de la Universidad) hace que salga del país junto a gran parte de mi familia para vivir en el exilio en Canadá.

*Texto y serigrafías realizadas por Mariella Pía Villalobos, ilustradora y diseñadora chilena-canadiense criada en el extranjero desde 1992.

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