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Cultura

14 de Septiembre de 2019

Revisa el adelanto de Plan Camelot, el thriller político-informático de Dauno Tótoro

Editorial Planeta

¿Es la conexión permanente una nueva forma de opresión? El periodista y escritor entrega una novela que vincula un hito real de intervencionismo estadounidense en nuestro país con el actual control informático.

Por

***

Durante la tarde, la Sala de Sesiones de la Cámara de Diputados contó con la presencia de todos los parlamentarios, convocados por el rumor de que el Comité Comunista presentaría algún tipo de solicitud respecto de lo que ya se conocía como el “affaire espionaje”.

En conversaciones informales sostenidas en distintos rincones del edificio del Congreso, el despliegue de diputados comunistas había logrado establecer cuál sería el nivel de respaldo a su iniciativa. Contaban con el compromiso de los parlamentarios socialistas, además de una buena recepción de numerosos democratacristianos, quienes manifestaron su disposición a llevar la discusión al seno de su partido.

Poco después de las cinco de la tarde, el presidente de la Cámara, el diputado Hugo Ballesteros Reyes, abrió la sección “asuntos varios”. 

Muy atento, en un discreto rincón de la zona reservada al público, César Avendaño, en su función de CGSP, seguía cada movimiento, gesto, desplazamiento, conversación paralela. Había ingresado a la sala junto a la diputada Maluenda, y si bien no era novedad que se viera a Dañito entrando y saliendo del recinto durante las sesiones, llevando documentos o bandejas con vasos de agua, en esa oportunidad su actitud de escudero de María Maluenda había llamado la atención de varios diputados, quienes, entre broma y broma, habían concluido con sorna que la joven parlamentaria había hecho una “nueva conquista para la causa popular”.

Al escuchar uno de los comentarios, Maluenda se detuvo en seco ante el honorable Juan Martínez Camps y, con firmeza, reprendió la falta de tino a su colega y le informó que César Avendaño sería de ahí en adelante su secretario personal y que tendría que mostrar ante él el mismo respeto que le debía a ella. Fueron varios los que escucharon a María y se corrió la voz (en tono burlón, nuevamente) de que la compañera se había conseguido una mascota y que la bancada de los compañeros era un Comité de Orates. Aquello era precisamente lo que Maluenda pretendía, que luego de los comentarios soeces, todos olvidaran el asunto y se acostumbraran a la presencia del joven en cada sesión a la que ella quisiera llevarlo… eso si el experimento arrojaba los resultados que suponía.

El diputado Jorge Montes, en representación de su Comité, pidió la palabra al presidente Ballesteros. Con un largo y encendido discurso, repitió los puntos más relevantes de la denuncia publicada por El Siglo e hizo constar “el riesgo que se cernía sobre Chile, Latinoamérica y la clase obrera del mundo entero”. Para concluir, solicitó formalmente a los miembros de la Cámara que se aprobara la conformación, con carácter de urgente, de una Comisión Especial Investigadora que indagara en cada uno de los aspectos que tuvieran relación con el Plan Camelot y otros de “similar naturaleza extranjera e imperialista que estuvieran, hubiesen estado o fueran a estar en desarrollo en Chile”. 

Al término de su intervención, varios de los diputados presentes irrumpieron en aplausos, otros permanecieron inmutables, los demás intercambiaron comentarios al oído de quienes ocupaban los curules vecinos.

La discusión, mediada por el presidente de la Cámara y el secretario Kaempfe, recorrió argumentos de los más disímiles (todo registrado debidamente por el asistente de Maluenda y su capacidad de retención de eventos simultáneos), como que la denuncia de El Siglo, si bien grave y preocupante, aún no tenía confirmación ni repercusión alguna, ni en el Gobierno, ni en los Estados Unidos y, ni siquiera, en la “prensa seria” (lo que desató reclamos y pifias); otros señalaban que la Cámara de Diputados debía dedicar sus esfuerzos a asuntos de mayor urgencia, como la tramitación de leyes demoradas; no faltaron los que derechamente acusaron al aparataje propagandístico soviético de estar detrás de aquellas falsas denuncias; pero los más, parlamentarios de izquierda y un porcentaje importante de democratacristianos y algunos otros que desentonaron con la respuesta corporativa de sus comités, inclinaron la balanza hacia la necesidad de tomar en consideración la petición del diputado Montes y ponerla en tabla.

Después de un largo debate, la presidencia de la Cámara puso a votación el asunto. El vaivén de la balanza resolvió la pertinencia de discutir si conformar o no dicha Comisión Especial Investigadora, pero en una Sesión Ordinaria próxima por definir, pues antes debían hacerse, en cada bancada y en sus partidos, las debidas consultas y análisis. Nuevamente Montes, en nombre del Comité Comunista, indicando que opinaba que la demora planteada no se condecía con la urgencia del asunto, propuso que, de modo previo, se citara a informar ante la Cámara al subsecretario de Relaciones Exteriores, tomando en consideración que el canciller se encontraría próximamente acompañando al presidente Frei en una extensa visita a distintos líderes europeos. Nuevamente se encendió el debate y las discusiones surgieron al unísono. Una vez que el orden fue restablecido, haciendo uso de la palabra, el diputado Osvaldo Basso del Partido Radical señaló que si se resolvía aprobar la presencia del subsecretario, él exigía que del mismo modo se invitara al señor rector de la Universidad de Chile o a su secretario general Álvaro Bunster. Los diputados comunistas entendieron de inmediato que el retruque implicaba una solapada alusión a la responsabilidad que al propio PC pudiera caberle en el motivo del debate.

Finalmente, antes de cerrar la Sesión Ordinaria de ese 16 de junio, Ballesteros zanjó de modo salomónico la discusión: sería en la Comisión de Relaciones Exteriores que se escucharían las exposiciones e informes, tanto de las autoridades de la Universidad de Chile como del señor subsecretario, durante la misma mañana del 7 de julio, en horas previas a la Sesión Ordinaria de la Cámara, momento en que se decidiría si designar o no una Comisión Especial Investigadora para el caso Plan Camelot.

Al término de la sesión, los dieciocho diputados comunistas se reunieron en el salón que les correspondía como comité. 

—Oiga, compañera —dijo el diputado Luis Guastavino mientras tomaban asiento—, ¿cuál es el asunto con Dañito?

—Su nombre es César.

—Por supuesto… —se avergonzó ligeramente el parlamentario—, es solo curiosidad.

—Espero que estemos todos de acuerdo en que la discriminación de cualquier tipo es intolerable para un comunista —espetó Maluenda dirigiéndose al conjunto de los reunidos, pero lanzando una mirada desafiante a su compañero y colega, a sabiendas de que tocaba un punto sensible para un hombre albino. 

Jorge Montes interrumpió el encontrón pidiendo que se concentraran en el asunto. Se hacía tarde y varios debían viajar a sus zonas departamentales muy temprano por la mañana siguiente.

La evaluación de los miembros del comité fue que la solicitud elevada ante la Cámara había sido exitosa, aunque se hubiese visto pospuesta la resolución hasta tres semanas más tarde.

—¿Podremos mantener la expectativa y la tensión sobre el tema tanto tiempo? —cuestionó Gladys Marín.

Manuel Cantero opinó que tarde o temprano tendría que haber algún tipo de reacción del Gobierno, especialmente si Montes había interpelado a la Cámara, lo que era sinónimo de interpelar al Comité Democratacristiano y, por tanto, al Gobierno de Frei.

—Y aunque no sea así —dijo Orlando Millas—, lo que no podemos hacer es mantener el asunto en la agenda pública por intermedio de El Siglo. Fue un error quemar todos los cartuchos durante días consecutivos, pero ya está hecho… Y me temo, como nos informó el compañero Insunza, que volver a publicarlo en portada sería solo para repetir información ya difundida… y agotar el tema. Por fortuna, Ballestros no chuteó todo para dentro de dos o tres sesiones, porque eso sí que lo habría desinflado.

“Manuel Cantero opinó que tarde o temprano tendría que haber algún tipo de reacción del Gobierno, especialmente si Montes había interpelado a la Cámara, lo que era sinónimo de interpelar al Comité Democratacristiano y, por tanto, al Gobierno de Frei”.

La conclusión fue que era poco lo que podía hacerse mientras no hubiera noticias nuevas, reacciones de algún tipo, declaraciones oficiales para mantener Camelot en la agenda pública. Lo que sí estaba en sus manos, y para ello se dividieron la tarea, era desplegar un trabajo de acercamiento personalizado con parlamentarios y dirigentes de los partidos. El peor escenario consistía en que, llegado el 7 de julio, el Plan Camelot hubiera pasado al olvido o se hubiera desgastado. Cada integrante comprometió su esfuerzo para mantener el interés en aquellos sectores en que contara con algún grado de influencia o cercanía. Junto a otros compañeros, María Maluenda se inscribió para llevar conversaciones con los socialistas. 

La elección de la tarea asumida por la diputada no era casual. Su marido Roberto Parada y ella habían sido invitados por Pablo Neruda a una cena (“una bacanal pantagruélica”, como las definía Roberto) en su residencia de Isla Negra, para el sábado 19 de junio, a la que asistiría Salvador Allende, el arquitecto Sergio Soza y el doctor Raúl Bulnes. Sería una fiesta íntima para celebrar la reciente publicación del poemario Al umbral de la luz, obra de la convidada estelar de esa jornada, Inés Moreno.

17 de junio de 1965

A las nueve de la mañana, María convocó a César Avendaño a su oficina y le pidió que le relatara lo que había presenciado durante la Sesión de la Cámara la tarde del día anterior. El muchacho hizo una compleja, atropellada y larga descripción que ella tuvo que interrumpir en numerosas ocasiones, mientras iba tomando notas.

Una hora más tarde, agotada e impresionada, la diputada contaba con una detallada relación de intervenciones textuales, gestos y reacciones de gran parte de los diputados asistentes; un recuento sin interpretaciones subjetivas ni valóricas, como la proyección de una película filmada con una cámara de lentes múltiples y simultáneos. El valor de dicha información radicaba en que se podían extraer aspectos imposibles de registrar desde la posición de los diputados involucrados en la discusión, lo que permitía agregar a la transcripción oficial elementos de juicio de vital importancia para evaluar el debate y la postura de cada participante en el desarrollo futuro de cada tema. 

El experimento había rebasado todas sus expectativas. De hecho, concluyó la diputada esa noche ya en su domicilio, el potencial de César era incluso aterrador.

Plan Camelot
Dauno Tótoro
Editorial Planeta
460 páginas

19 de junio de 1965

Sábado de intensas lluvias y violentas ráfagas de viento provenientes del océano impactaban sobre los ventanales encostrados de salitre. 

La espuma de las enormes olas se elevaba muy por encima de las oscuras rocas del borde marino. En la casa de Isla Negra, los comensales bebían estrafalarios cocteles improvisados sobre la barra por un Neruda ataviado de jeque árabe, mientras esperaban que el lechón asado al horno de barro estuviera en su punto. Como era habitual, la bacanal pantagruélica duró hasta la madrugada e incluyó brindis por la aparición del poemario de la festejada, discusiones políticas promovidas por Allende, declamaciones de Inés Moreno (recitando a Federico García Lorca) y de María Maluenda (a Gabriela Mistral), monólogos socráticos de Parada y disparatados relatos del dueño de casa.

María sabía que, una vez iniciada la cena, sería difícil tener un momento a solas con Allende. Cuando se anunció que la cena se serviría en cosa de minutos, Maluenda se acercó al senador.

—Salvador, dame un minuto antes de pasar a la mesa.

María lo condujo hasta un sillón algo apartado.

—Me imagino que estás al tanto de la solicitud que mi comité hizo en la Cámara —dijo la diputada.

—María querida —le sonrió Allende—, claro que estoy al tanto, y no solo eso, sino que total y absolutamente de acuerdo con designar una comisión. Lo discutí con el Comité Socialista y hay consenso…

—No esperaba menos —replicó Maluenda—. ¿Qué opinas tú de este asunto?

—Que es indignante, claro, pero también que no es ni nuevo ni sorprendente. Mira, compañera, no me cabe la menor duda de que, de constituirse la Comisión Especial Investigadora, se van a ventilar toda clase de espionajes y actividades intervencionistas, y que habrá discursos encendidos y, luego, resoluciones de buena crianza…

—¿Cómo de buena crianza… a qué te refieres?

—A que, lamentablemente, y esta es una opinión muy personal, no de partido, las acciones concretas que deriven de la investigación, una vez que se compruebe el plan y sus alcances, serán absolutamente insuficientes y, me atrevo a vaticinar… cosméticas.

—¡Pero depende de nosotros que eso no sea así, Salvador! 

—Qué más quisiera yo… Pero llegado el momento, veremos a todo el mundo negociando el punto de equilibrio que resguarde públicamente la dignidad nacional y que, a la vez, no incida en las 

relaciones bilaterales diplomáticas, políticas, comerciales, militares, financieras, etcétera, etcétera. Esa fórmula lleva en sí misma su autonegación.

—A menos que les plantemos cara —señaló Maluenda con algo de incomodidad.

—Para plantar cara, María, falta que lleguemos a ser Gobierno.

Desde el comedor, fueron interrumpidos por Inés Moreno, quien llamaba festivamente a la mesa. Salvador tomó impulso para ponerse de pie, pero Maluenda lo retuvo.

—Espera, hay una última cosa que quería comentar contigo… César Avendaño.

—¿El de Archivos? —preguntó Allende, sorprendido.

—Sabes de quién hablo, Salvador —dijo con seriedad la diputada—, tu celoso guardián…

—¡Shht… shht! ¿Cómo te enteraste?

María Maluenda le contó resumidamente todo lo sucedido con el joven el día 16 y las sospechas que acarreaba desde antes. Preguntó en qué consistía su relación con el muchacho y a qué se refería este con lo de “celoso guardián de los secretos de la patria”.

Allende olvidó de inmediato su entusiasmo por dirigirse a la mesa.

—Al comienzo fue un juego, me asombraba su capacidad para encontrar expedientes y documentos haciendo una serie de asociaciones absolutamente sui generis. Esto habrá sido hace tres años. Yo estaba al tanto de los apodos degradantes con que lo trataban parlamentarios y empleados por parejo, lo que me parecía cruel, aunque no dudaba de que el joven sufría de algún retraso mental. Le comencé a pedir que buscara carpetas y archivos… no sé, quizás para alimentar su autoestima, pero la verdad es que rápidamente me fui dando cuenta de sus habilidades inusuales…

—Por decir lo menos —intervino Maluenda.

—No sé cuánto habrás notado tú, pero ese chico es un portento, con una memoria fuera de toda medida y con, no sé, algo más…

—Salvador, yo vengo recién acercándome a César, pero lo que descubro, cómo decirlo, me da incluso miedo.

—César Avendaño Avendaño está expuesto a enormes riesgos —le advirtió el senador en tono muy serio y casi susurrando—.

—Pero ella tampoco es neuróloga —observó la diputada, que conocía bien a la hija menor de Allende.

—No, pero un par de compañeros de generación se están especializando. El asunto, y este es el secreto que te pido guardar, es que César necesita ser diagnosticado por especialistas, y aquí no los hay, por lo menos no del nivel que se requiere. Y no solo diagnosticarlo, también tratarlo. Tati se ha estado comunicando con el Instituto de Neurología y Neurociencia de La Habana. Dos doctores soviéticos lo visitan habitualmente como consultores, Luria y Leontiev. Son autoridades mundiales en fisiología cerebral y siconeurología…

—¿¡Piensas mandarlo a Cuba!?

—No. Quiero llevarlo conmigo, no como parte de la comitiva a la Tricontinental, pero sí privadamente, en enero. Los doctores ya coordinaron con los soviéticos para hacerle un estudio preliminar.

—¿Estás seguro, Salvador? ¿No lo vas a dejar allá, verdad?

—¡Me están boicoteando el chanchito! —apareció de pronto Neruda con un gran cuchillo carnicero en la mano. Allende y Maluenda se pusieron inmediatamente de pie, con las manos en alto, y siguieron al dueño de casa. 

—Te busco el lunes para contarte más —le susurró el senador a la diputada. 

21 de junio de 1965

Para el lunes ya se había puesto en marcha la maquinaria de inteligencia. Durante el fin de semana, el embajador Dungan había sostenido diversas conferencias telefónicas con el secretario de Estado Dean Rusk y con el de Defensa Robert McNamara. Informadas las altas autoridades del Gobierno de los Estados Unidos, incluyendo el subdirector de la CIA Richard Helms (quien coordinaría con la DIA las consecuencias que la denuncia contra el Plan Camelot podría tener en las actividades encubiertas de ambas agencias), hubo consenso en echar a andar el plan de contingencia, que debía ir ajustándose diariamente, al ritmo que fuera tomando el affaire: ofensiva diplomática secreta hacia el Gobierno de Chile, campaña de prensa en medios chilenos y norteamericanos, y estrecho monitoreo a parlamentarios del país sudamericano que tuvieran influencia 

Al jefe de estación de la DIA en Chile se le ordenó desde el Pentágono un exhaustivo informe acerca del estado de desarrollo de todos los carriles del Plan elaborado por SORO, mientras su par de la CIA haría lo propio con las actividades organizadas desde Langley. En paralelo, Pearson elaboraría –junto con la Agencia Informativa Orbe y su director José María Navasal (un asset de la CIA con gran influencia en El Mercurio)– una agenda para ir acompañando el caso, procurando contrarrestar el impacto de las publicaciones de izquierda con información seleccionada específicamente para estos fines. Además, mediante otros colaboradores infiltrados en organizaciones de izquierda y algunos de sus medios de comunicación, proveerían, cuando viniera al caso, falsos rumores o pistas de “fuentes reservadas” para desacreditar las líneas investigativas tanto de la probable Comisión de la Cámara de Diputados como de los medios impresos de oposición.

Todo lo anterior quedaría en stand by, a la espera de la reacción oficial del Gobierno de Chile que, hasta ese momento, no se había pronunciado.En cuanto a Hugo Nutini y Rex Hopper, ambos debían hacerse invisibles mientras se reordenaran las actividades de las agencias. Nutini de regreso a sus actividades académicas en Pittsburgh y en México. Hopper, dedicado a SORO. En general, todos los involucrados en el plan de contingencia estaban de acuerdo con el jefe de estación de la CIA: la táctica del bombero loco; un indignado embajador Dungan que se entera por la prensa local de la existencia de un plan de espionaje en Chile. Por su parte, Hopper sería el ideólogo de un proyecto de ciencias sociales aún en análisis y se mostraría sorprendido por la obtusa iniciativa personal y no autorizada del antropólogo chileno-norteamericano, que había generado un impasse comunicacional entre el Departamento de Defensa (que todavía no visaba el proyecto de SORO) y el de Estado (que desconocía por completo la existencia de Camelot).

Plan Camelot
Dauno Tótoro
Editorial Planeta
460 páginas

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